Uno de los últimos viajes cortos previos al «Grande» del verano, tuvo lugar durante el fin de semana del 7 al 9 de junio en el suroeste de Inglaterra. Teníamos marcado como objetivo desde hace meses al conjunto prehistórico de Stonehenge y hacia allí marchamos Rebeca y yo para poner otra equis a la lista de lugares imprescindibles que ver en esta vida.

Este es uno de los lugares con más Carácter e Historia de las islas británicas. Se quiera o no se ha convertido en un icono que aparece en incontables medios. Y si no, no hay más que ponerse a buscar los millones de posters y fondos de pantalla que este monumento ha generado en los últimos años. Catalogado fuera de toda duda como uno de los mejores ejemplos que se conservan de la Prehistoria, este conjunto megalítico de estructura circular ha sido objeto de reverencia de numerosas civilizaciones como la celta o la romana. Incluso ha recibido apasionadas visitas de aborígenes autralianos o budistas tibetanos que no pasan por alto ese halo mágico que le rodea.

Stonehenge atrae a arqueólogos, a curanderos, a religiosos o a investigadores que lanzan hipótesis a cada cual más extravagante. Esa fama que le ha llevado a ser Patrimonio de la Humanidad provoca además la afluencia de un público neófito pero con interés de comprobar por sus propios ojos que no es un monumento más.

El cómo fuimos para allá fue Historia aparte. Tomamos un vuelo Ryanair Madrid – London Stansted el viernes por la tarde. Después de unos costosos traslados a la ciudad nos dirigimos a la Estación londinense de Waterloo, importante nudo ferroviario que comunica la capital con numerosísimos municipios del sur de Inglaterra. Adquirimos unos billetes de ida y vuelta a la ciudad de Salisbury por 36 libras y tomamos a las 22:20 un tren cuya duración fue de 90 minutos. La elección de Salisbury no fue para nada casual, ya que es ésta la más cercana y mejor comunicada con Stonehenge, y además tiene en sí misma numerosos condicionantes para incluirla en un trayecto a Inglaterra. Su inmensa Catedral y su carácter medieval inmersos en medio de la campiña hacen de la ciudad un lugar tan encantador como acogedor.

Nos hospedamos en el White Hart Hotel Salisbury de tres estrellas que habíamos reservado por internet y dejamos pasar la noche en lo que más que un hotel parecía un Palacio Victoriano. Ya por la mañana nos fuimos a la Estación de autobuses donde adquirimos un pack que constaba de recorrido de ida y vuelta en un autocar de dos plantas, la entrada a Stonehenge con audioguía incluido e incluso a las ruinas de Old Sarum, situadas a mitad de camino. Todo ello por 14´50 Libras (y eso que les engañamos diciendo que éramos estudiantes, que si no nos cobran 3´50 más) y por mucho que lo intentara fue la única forma de hacerlo. Reino Unido es caro. Aunque decir caro se queda pequeño. Al menos en veinte minutos escasos estábamos por fín en Stonehenge.

Stonehenge así de cerca puede parecer algo más pequeño de lo que uno espera. Pero no por ello deja de sorprender sobre todo por el lugar donde está. Y es que este conjunto prehistórico está ubicado en mitad de una pradera tan verde como hermosa por la que pastan las ovejas como lo llevan haciendo desde que aquellos hombres de hace más de 5000 años decidieron trasladar inmensos bloques de piedra de montañas galesas situadas nada menos que a 290 millas. Las razones por las que realizaron esta obra están sujetas a cientos de hipótesis, algunas más científicas y otras más esotéricas.

Las ideas más generalizadas pasan por concebir al círculo de piedra como un observatorio astronómico, un calendario solar que mide las estaciones o un lugar de enterramiento. Aunque nunca se ha dejado de incluirlo dentro de la lista de construcciones extraterrestres o druidas. Una Leyenda le otorga la obra al mismísimo Mago Merlín!!

Es imposible penetrar al interior del círculo excepto en los Solsticios de invierno y de verano, cuando el Sol hace su juego saliendo y entrando por las piedras. El recorrido que hace el visitante es más bien dar rodeos en el sentido contrario de las agujas del reloj. Rebeca y yo dimos al menos tres vueltas, la primera de reconocimiento y fotografía, la segunda escuchando el audioguía en castellano y la tercera de despedida.

Sinceramente creo que para apreciar mejor Stonehenge hay que conocer bien qué es lo que se está visitando, así como muchas de las particularidades que rodean a este emblema británico perteneciente a toda la Humanidad. El cómo se construyó, qué elementos utilizaron para trasladar y levantar las piedras, los avanzados conocimientos astronómicos que poseían y un largo etcétera que se seguirá discutiendo otros cinco mil años más.

Ya desde la mediodía del sábado y hasta bien entrada la noche nos dedicamos en cuerpo y alma a descubrir la gran Salisbury, que cuenta con la Catedral más alta de Reino Unido (su aguja mide 123 m.) y con uno de los paisajes urbanos medievales más interesantes que se pueden visitar hoy en día.

Sus animadísimas calles repletas de restaurantes y pubs dan cuenta de que no es tan sólo una ciudad más al suroeste de Londres. Tiene algo especial, o mejor dicho, tiene muchos «algos especiales». Es bastante destacable la gran cantidad de viejas casas de cuyos muros blancos sobresalen entramados de madera y cuelgan carteles dorados que recuerdan a los de las posadas de la época del Rey Arturo.

Portones góticos preceden a la Gran Señora, que es como se le conoce a la Catedral Gótica cuya aguja apunta al cielo desde hace más de setecientos años. Su fachada deslumbrante no queda en poco después de pasar al interior donde se aprecia su larga nave en la cual reposan los restos de señores de alta alcurnia en inquietantes sepulcros de mármol.

Salisbury no nos decepcionó en absoluto. Tanto la ciudad en sí misma como sus alrededores campestres cubiertos de infinitas tonalidades verdes nos enseñaron una nueva faceta de Inglaterra que eclipsa tan a menudo su capital, Londres.

Aún así quedó hueco para la capital, la Gran Babilonia, la metrópoli cosmopolita por excelencia. Y es que el domingo por la mañana tomamos uno de los primeros trenes (09:26 h.) que salen de Salisbury con destino a la Waterloo Station. Rebeca y yo somos verdaderos apasionados de Londres por lo que no nos importó en absoluto disfrutar por tercera vez de la arquitectura a orillas del Támesis, de la habitual algarabía en Picadilly Circus, de la oferta gastronómica y de ocio del Soho, o de posar junto a los leones de Trafalgar Square.

Tres son las veces que he tenido la posibilidad de visitar Londres: 2007, 2008 y 2009. Y creo que cada vez me gusta más.

En resumen: Objetivo Stonehedge cumplido, Salisbury puntuó con buena nota, y Londres dominical divertido, saltarín.

Podéis ver cómo nos ha ido en las verdes tierras inglesas por medio las FOTOGRAFÍAS que he seleccionado.

Hasta pronto!

Sele