Viajando a las aldeas de las casas pintadas de Gambia
Arte callejero en algunas de las aldeas más desfavorecidas de Gambia por una buena causa. Ese es el leit motiv de un proyecto llamado Wide Open Walls consistente en llevar lo mejor del arte urbano a distintas poblaciones del más pequeño de los países del África continental que se encuentran fuera de cualquier ruta turística. De esa forma la idea es poner en el mapa a lugares totalmente desconocidos, atrayendo la atención de los viajeros que llegan a Gambia y tratando de implicar a la población local. Hubo artistas que se prestaron desinteresadamente como el belga ROA, el sudafricano Freddy Sam o el español Remed, y las huellas de su trabajo se conservan en los muros de viviendas o graneros allá donde no llega el asfalto y los gruesos troncos de baobab dan sombra a la arena roja de los senderos. Rincones perdidos y anónimos en los que la inocencia y las sonrisas de los pobladores son el mejor regalo que recibe el se apresura a llegar hasta ellos.
Durante el último día del viaje que hice a Gambia nos salimos de las carreteras corrientes para adentrarnos al corazón del país. Fue justo después de ver unas imágenes por internet, averiguar dónde habían sido tomadas y tratar de ir a toda costa. Aldeas como Galoya, Macumbaya y Bafulotu, con sus casas pintadas y la compañía de decenas de niños, se convirtieron en el centro de la diana de un viaje a un proyecto realmente encantador.
No resultó tan sencillo llegar a las aldeas pintadas como pueda parecer. Al no estar dentro de circuitos turísticos, las infraestructuras y medios de transportes son tan escasos como inexistentes. Es un proyecto que lleva vivo pocos años y que aún carece de la difusión necesaria, pero que paso a paso provoca que la sorpresa y la inocencia del lugar sea el mejor de los reclamos. Contábamos con un transporte pero no quería hacernos llegar hasta nuestro propósito y el conductor puso mil excusas para no ir. Que si no iba a dar tiempo después a marcharnos al aeropuerto, que si estaba muy lejos, que si no era interesante. ¿Sabéis qué era lo que sucedía? Los organismos oficiales de turismo e incluso muchas agencias que se dedican a hacer recorridos no les interesa que la gente se acerque a la realidad de un país con una situación tremenda de pobreza. Es más bonito enseñar los resorts de playa, un bosque o cuatro mercados turísticos que aldeas en las que se ve a los niños realmente delgados y con los mocos sin limpiar. Es así de simple, no quieren que la gente vea el subdesarrollo (Gambia es uno de los países con menor índice de desarrollo humano del mundo) puesto que no se trata del mejor cartel de bienvenida a su país.
Pero ni mucho menos. No se dan cuenta que los viajeros no son sólo los del sol y playa, sino que muchos de los que nos acercamos a África queremos ver la verdad y ayudar en la medida de lo posible. El objetivo de Wide Open Walls no es otro que implicar a la gente local para que, a través del arte, haya quien se acerque a estas aldeas y descubra ese África amable pero sumamente pobre que se cierne fuera de cualquier carretera. Puedo asegurar que la autenticidad de unas aldeas como Galoya, Macumbaya y Bafulotu, que ahora mismo tendría dificultades para colocar en el mapa es tal que a muchos nos compensó todo un viaje a Gambia.
Por fortuna un señor holandés que habíamos conocido, dada la negativa primera de nuestro conductor a llevarnos a estos poblados, se ofreció a llevarnos en su coche particular. Pero finalmente el conductor que teníamos recapacitó y fue hacia esas aldeas llenas de graffitis espléndidos que nos encontramos nada más llegar.
Dado que han pasado años desde que se acercaron a pintar los ROA, Remed, Tika o Selah de turno (de forma desinteresada), uno va hallando los dibujos algo desgastados dentro de casas semiruinosas. Pero aún así se descubren verdaderas obras de arte callejero que le aportan un toque especial a aquellos lugares con suelos de arena y baobabs. Significativa es la huella de ROA quien dibujó enormes animales en blanco y negro que parecen tener tres dimensiones. La obra del belga es, quizás, la más impactante de este proyecto, y la que más suele gustar a los visitantes.
Pero lo mejor es ver el arte en lugares donde no los esperas y que aparezcan niños por todas partes que tan sólo quieren que juegues un rato con ellos o verse retratados en la pantalla de tu cámara de fotos. Sin duda ese es el premio, el lado humano de una visita allá donde jamás pensaron que las iba a haber. Algunos aparecemos de improviso, a cuenta gotas, y eso se ve en las caras de la gente (y no sólo niños). Aún se continúa en el punto de que nadie pide dinero… nadie pide nada. Esperemos que siga así mucho tiempo porque mirar los ojos de la inocencia de África es una de las cosas más maravillosas que me he podido encontrar viajando.
Íbamos abriendo muros, descubriendo nuevas escenas dibujadas en la pared, pero nos dimos cuenta de que aquello era totalmente secundario. Niños y mayores nos recibían con los brazos abiertos como hacía mucho que lo había sentido de tal manera. Algunos críos discutían por quién me pasaba una pelota desinflada o a quién le cogía en brazos o a hombros. Yo, que reconozco nunca he tenido un instinto paternal definido, me sentí por unos minutos el padre, el hermano e incluso el amigo de todos aquellos niños y niñas que se acercaban para que les hablara en «mi extraño idioma» o, simplemente, jugara con ellos. Otra cosa que les volvía locos eran las fotografías y verse retratados en ellas. No hubo quien no quisiera salir en la foto. Parecía que fuera día de fiesta en la aldea por la que pasábamos.
Galoya, Bafulotu y Macumbaya se convirtieron durante muchos minutos en el centro de nuestro universo. Allá donde una Play Station ni está ni se la espera, los críos jugaban todos juntos y sus padres nos abrían las puertas de sus casas. La capacidad de vivir la vida feliz con muy poco latía en los corazones de aquellos tan pequeños que andaban sucios por las calles sin preocuparse y no se dedicaban a ahorrar en sonrisas. Percibir aquella inocencia y formar parte de ella fue un momento maravilloso.
Aunque era triste saber que después de todo aquello quedarían niños que tendrían que salir a muy poca edad de la escuela por tener que ayudar a sus padres, y que muchos de ellos serían prometidos en bodas concertadas a temprana edad (afortunadamente esa tradición se ha visto menguada en la última década). Son todavía muchos los casos de inocencias robadas a golpe de necesidad. Para ello la educación y de labores de las diversas ONGs (Milcamins solidari de Mercè Salomó se volcó mucho con este país) que ponen todo su empeño en ayudar a aquella gente, resultan esenciales para alargar la inocencia de aquellas infancias que no merecen ser interrumpidas de forma artificial. La solidaridad lo es todo en países como Gambia y en todo ese tercer mundo que ridiculiza a las grandes potencias por su inacción ante lo evidente. La situación en África, con sus conflictos y malnutriciones, queramos o no, es para muchos tan sólo una noticia de mal gusto que las televisiones ponen a la hora de comer. Y no debería ser así, ya que todos y cada uno de nosotros tenemos una gran deuda con quienes a pesar de gritar no logran que se escuche su voz.
En realidad, estando allí, era fácil darse cuenta que aquellos murales que dibujaban alegría, son el reclamo para darse cuenta de estas cosas, contagiar el mal de África en toda su magnitud, en que jamás se va de la mente del que viaja al continente negro y en que es mucho lo que hay que hacer todavía. La labor de Wide Open Walls y de esos animales gigantes de ROA o los colores geométricos de Remed, es mostrar lugares corrientes que no aparecen en las guías y vivir, por un lado, la inocencia de sus habitantes y, por el otro, todo lo que les hace falta para mejorar su desarrollo.
Esa es la Gambia rural, la Gambia de verdad. Algo que no tiene nada que ver con los hoteles de playa muy alejados de ese avance hacia el que es necesario empujar un poco más entre todos. Gracias a este último arreón del viaje me di cuenta de que lo que había venido a buscar no era un lugar concreto sino el alma de un país pintado en aquellas casas y aquellas sonrisas legendarias.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
6 Respuestas a “Viajando a las aldeas de las casas pintadas de Gambia”
Cómo decirte que me fascina tu blog, no sólo por las imágenes de lugares excepcionales, sino por la prosa que acompañas a las imágenes, dándole ese carácter de humanidad, donde lo vivo tiene su lugar entre la belleza natural. Admiro tu trabajo.
Gracias por compartir. Saludos!
Jose, muchísimas gracias por la mención de nuestra ONG.
Después de esta experiencia, ya sabrás porque me enamoré de ese pequeño país; de la sonrisa de África.
Saludos!
Hola, me voy a Gambia el 9 de junio y quiero salir un poco del recorrido turístico y he visto los pueblos pintados, creo que sería muy buena opción pero no consigo encontrar en ningún mapa en que zona de Gambia están o cerca de que cuidad más grande…
Puedes ayudarme a localizar estos pueblo para ver como puedo llegar? imagino que llegar en trasnporte publico será tarea imposible!
Gracias!!
Hola,
El pueblo principal es Kubuneh. Así que ahí tienes muchas pinturas, así como en las villas de alrededor. Allí en Gambia todo el mundo conoce el proyecto del street art en estos pueblos, así que no será difícil encontrar un guía o conductor que te lleve hasta allí.
Un saludo!
Sele
[…] convierten en paradas obligadas para los aficionados a la brocha y el graffiti. Me recordó mucho a las aldeas de Gambia que apostaron por este tipo de arte para ser atractivas para el turismo y ser objetivo de viajeros que nunca se hubieran fijado en […]
[…] después quedarme prendado de los atardeceres del África subsahariana en países como Gambia, Botswana, Mozambique, Sudáfrica, o la volcánica Isla Reunión. Y aunque, este continente sigue […]