Viaje a la Primera Guerra Mundial en el Norte de Francia III
Felices se las prometían unos y otros al inicio de Primera Guerra Mundial de la Historia. Cuando en el verano de 1914 se desencadenó el conflicto tras el asesinato del Archiduque Francisco Fernando en la ciudad de Sarajevo, los alemanes no tenían dudas de que allá por navidades estarían celebrando su entrada en París. Y los franceses, así como sus aliados, sostenían lo mismo con respecto a Berlín. La guerra, según ellos, sería cuestión de semanas o pocos meses. Pero pronto se dieron cuenta de que ya no estaban en el siglo XIX y que cientos de miles, millones de soldados en realidad, perderían la vida y la inocencia en el barro de las trincheras, rodeados de cadáveres y de ratas durante cuatro años que se hicieron eternos.
Recuperar la colina de Notre Dame de Lorette de las manos alemanas iba a costar muy caro. Tanto como cien mil franceses en una de las grandes derrotas del inicio de la Gran Guerra. Sólo por una colina, por avanzar unos metros y no dar un paso atrás. Hoy de aquello no queda más que un reguero de tumbas y un jardín regado por las lágrimas.
Viene del segundo capítulo del viaje a la I Guerra Mundial en el Norte de Francia
Una visita que encoge el alma en Notre Dame de Lorette y la Cresta de Vimy
Prosigo mi viaje por el frente occidental en Nord-Pas de Calais, persiguiendo huellas, o más bien cicatrices, de la I Guerra Mundial. Procedente de Festubert arribo a Notre Dame de Lorette pasadas las diez de la mañana en mi coche alquilado en la Estación Central de Lille. Me doy cuenta de mi llegada al sitio la llanura pasa a mejor vida con la aparición de una pequeña cuesta en la carretera. Me sitúo muy cerca de las puertas de la necrópolis más grande de Francia, el lugar de descanso de más de 40.000 soldados que habían perecido por recuperar un pedacito de tierra a los alemanes. Qué estupidez, ¿verdad? No debía parecerlo en un momento de la Historia en que la vida de un ser humano no era más que un número en el frente. Una mísera ficha de un juego de estrategia cuyo destino se decidía en grandes despachos donde el sonido de las balas era tan imperceptible como inexistente.
Notre Dame de Lorette, campo de batalla y camposanto francés
Ni un paso atrás. Esa era la orden recibida por los mandos galos que ansiaban reconquistar ese lugar estratégico sobre Ablain-Saint-Nazaire desde donde podían gobernar una vasta planicie así como tener a la vista la compleja cresta de Vimy, un lugar que pondría a Canadá en el mapa para siempre. No sin antes dejarse a más de una decena de hijos pródigos por el camino, por supuesto. Así es la guerra, que el honor sólo se obtiene con la muerte.
Las primeras batallas fueron un continuo desastre para las fuerzas aliadas y la de esta colina fue una de las más sangrientas. Al poco de finalizar la I Guerra Mundial se quiso recordar en Notre Dame de Lorette a aquellos franceses que dieron su vida en las trincheras. Se calcula que mínimo 3.000 franceses al día durante los primeros intentos de reconquista de la colina se sumaban a las bajas aliadas. Cifras inimaginables en algunas guerras a las que asistimos (gracias a internet o la TV) hoy día, donde mandan los drones y se hace auténtica cirujía bélica.
Divago entre las tumbas de Lorette con sus cruces que parecen haber sido pulidas apenas un día antes. Dos grandes construcciones destacan sobre todas las demás. La Tour-Lanterne (Torre linterna) y la Basílica de Notre Dame de Lorette. Hace un día espléndido propio de una jornada del mes de julio. En el norte de Francia los días soleados son una bendita excepción. El verde de los campos brilla tanto como el de las cruces y los monumentos que recuerdan a los caídos.
Accedo a la torre, donde se da cobijo no sólo a la Gran Guerra sino a todos los conflictos de los siglos XIX y XX en que Francia tomó parte. Aquí hay muertos hasta de la Guerra de Indochina, aunque la región de Nord-Pas de Calais es la máxima protagonista. En la planta superior existe un pequeño museo que rememora lo cruentas que fueron las batallas en esta zona. Sobre un estante veo un casco roído e incluso un crucifijo fabricado con las balas. Me pregunto si en las tenebrosas trincheras, en esos túneles de mugre y olor a cadáver donde se tiritaba igual de frío que de miedo había hueco para Dios. Debe ser así, y hasta en lo más profundo del infierno es incapaz de fundirse el hierro de la fe, esa última esperanza a la que agarrarse como un clavo ardiendo.
Continúo mi visita a la necrópolis en la Basílica. Es realmente hermosa. Tiene un evidente estilo neobizantino. Ignoro con qué propósito fue hecha así. Su fachada de luz blanca recogida por el estío es capaz de transmitir serenidad en el que, en realidad, es un inmenso camposanto con acento francés. Antes había sido uno de los grandes campos de batalla de la I Guerra Mundial en el norte de Francia, un lugar ansiado por las tropas aliadas y al que se aferraron los soldados germanos para defenderlo con su vida hasta las últimas consecuencias.
El interior de la basílica se encuentra repleto de nombres, de dedicatorias y memorias a los caídos de distintas nacionalidades. Huele a incienso y a flores. Un Jesucristo quemado por las llamas hace ya cien años en Ablain-Saint-Nazaire se expone como símbolo de una contienda que no tuvo contemplaciones con nada ni menos con nadie.
Llegar hasta el final del cementerio caminando me lleva varios minutos. Cerca del final me encuentro varias filas de tumbas con la estrella de David que pertenecen a los combatientes judíos y muchas más de los musulmanes galos, casi todos procedentes de países del Magreb. Hace un siglo lucharon juntos por una misma causa. Hoy sería bastante complicado encontrarnos con esa escena puesto que los sinsentidos del siglo XX no se quedaron precisamente en la Primera Guerra Mundial.
El anillo de la memoria
Tras pasar casi una hora en la gran necrópolis me dispongo a cruzar la carretera hacia otro monumento conmemorativo, este levantado hace tan sólo un año, 2014, con motivo del centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Conocido como el Anillo de la Memoria, recoge en torno a 600.000 nombres de fallecidos en la Gran Guerra, todos ellos ordenados alfabéticamente por los apellidos sin distinción alguna de cargo o nacionalidad. Aquí también hay alemanes. Al fin y al cabo sobra distinguir entre buenos y malos, vencedores o vencidos. En la guerra todos pierden. Y ellos fueron víctimas de papel en un juego muy macabro con el que se dejó huérfana a más de media Europa.
El día que se inauguró este monumento elíptico ideado por el parisino Philippe Prost, el Primer Ministro francés, François Hollande declaró en sus discurso que “todos debemos recordar la espiral de violencia del verano de 1914 y a dónde llevó a la humanidad. El recuerdo no es cosa del pasado, es cosa del presente y del futuro”. No cabe duda que la Primera Guerra Mundial fue un aviso de lo que sucedería en los cien años siguientes.
Una insana curiosidad me lleva buscar mis apellidos. Y casualmente, o no, encuentro a varios soldados llamados como yo, José Miguel, probablemente portugueses que participaron en el conflicto y cayeron en la región de Nord-Pas de Calais. Justo me viene a la cabeza el cementerio portugués que tuve la ocasión de visitar el día anterior en Richebourg, todas aquellas flores malvas aprendiendo a envejecer junto a las cruces ennegrecidas por la humedad.
El arquitecto Philippe Prost pretendió con este anillo de la memoria, cuyo perímetro exterior es de 328 metros, simbolizar la unidad y la eternidad de todos esos nombres que se pueden leer en la estructura. Gran parte de la misma pertenece suspendida a unos 60 metros de altura, con la intención de recordad cómo la paz es algo frágil que se puede caer y despedazar en cualquier momento. Sin duda se trata para mí de uno de los monumentos conmemorativos más impactantes y estremecedores de mi viaje a través de las heridas de la Gran Guerra en el norte de Francia. Descomunal, a la vez que triste.
Las ruinas de la iglesia de Saint-Nazaire
Pregunto allí si además de memoriales y tumbas quedan cicatrices o restos de la batalla por la zona. Y en esta ocasión encuentro un sí que me reconforta y me hace ir con el petate a otra parte. Me dirijo a la localidad contigua de Ablain-Saint-Nazaire, justo debajo de la colina de Notre Dame de Lorette, viéndome de repente entrando a una enorme iglesia del siglo XVI que las bombas y los disparos convirtieron en un auténtico esqueleto. En vez de derribarla por completo tras la guerra y así construir otra nueva, como hicieron con la mayoría de templos religiosos, la dejaron tal cual para que nadie olvidara jamás el desastre que allí aconteció.
La iglesia dedicada a San Nazario estaba considerada como una de las obras maestras del gótico flamígero en el norte de Francia. Fue diseñada por el arquitecto Jacques Le Caron, quien trabajó también en la emblemática torre del campanario de Arras (hoy Patrimonio de la Humanidad). El máximo benefactor del templo y señor de estas tierras, Charles de Bourbon-Carency se ocupó de financiarlo por completo para agradecer al santo la curación repentina de su hija enferma.
Pero la iglesia no llegó a cumplir los 400 años. Tras sobrevivir a revoluciones y desamortizaciones varias su situación en el frente de batalla fue la causante de su final. Se aprecian perfectamente los boquetes ocasionados por la artillería. Disparos alemanes y, sobre todo franceses, tiñen de historias desgraciadas unos muros grisáceos que se sostienen casi de milagro.
Las heridas no cicatrizarán jamás en una piedra destinada a venirse abajo con el paso del tiempo. Este templo es un libro abierto en todos los idiomas posibles para dar a conocer las consecuencias de la Gran Guerra en el territorio más devastado entre 1914 y 1918. Años en el que si no importaron las vidas humanas, mucho menos lo iba hacer la Historia del Arte.
Centre d’Histoire Guerre et Paix “Lens’ 14.18
La próxima parada siguiendo los caminos de la memoria me llevaría a uno de los museos que mejor explican la I Guerra Mundial en el Norte de Francia. Está situado en Souchez, a tan sólo 3 kilómetros de la necrópolis de Notre Dame de Lorette y fue inaugurado a finales de mayo de 2015, apenas mes y medio antes de mi visita. El Centre d’Histoire Guerre et Paix “Lens’ 14.18” no sólo expone objetos de la Gran Guerra sino que, sobre todo, narra con precisión lo sucedido en estos años.
Si alguien no tiene ni la menor idea de la Primera Guerra Mundial en Francia, ni en qué consistía la Línea Hindenburg o lo que pasó con las ciudades de Lens, Béthune o Arras, le recomendaría este museo sin ninguna duda. Este centro de interpretación recién estrenado resulta perfecto para instruirse sobre la contienda. En él se muestran los antecedentes, cómo era la vida en las trincheras, la ocupación alemana, la destrucción de lugares y, sobre todo, la muerte que sesgó la vida de más de medio millón de combatientes sólo en Nord-Pas de Calais. Con mapas interactivos, vídeos y multitud de objetos rescatados en el campo de batalla.
Parada en un estaminet
Al otro lado de la carretera, nada más salir del museo, hay además un estaminet muy popular, A l’potée d’Léandre. Los estaminets son las tabernas típicas del norte de Francia (lo que un pub para un irlandés) donde sirven platos regionales y cervezas de la región. Entro a él y pruebo una especie de butifarra con patatas fritas que, al parecer, es un clásico de Nord-Pas de Calais. Cabe destacar que aquí las patatas fritas no son guarnición sino plato principal. Es el orgullo de los norteños, que valoran este plato como otros lo hacen con el mejor caviar ruso.
Comiendo precisamente patatas me olvido por unos minutos de la Gran Guerra. Son ya varios días recorriendo la zona y me da la sensación de que se han acortado en mi cabeza, y mucho, los cien años pasados desde su comienzo. Tengo las emociones a flor de piel, se hace complicado dejar de pensar en los que debieron ser unos momentos aterradores, en la mirada de aquellos soldados de apenas 18 años que empezaban a afeitarse la barba con una mano y sostenían un fusil con la otra. Un arma que no les serviría nada más que para creer que volverían a casa siendo héroes y no en una caja de madera.
La cresta de Vimy, uno de los lugares más mortíferos de la Primera Guerra Mundial en el Norte de Francia
Después de la comida me dirijo a aquel lugar que se podía divisar desde Notre Dame de Lorette. Se trata del Memorial canadiense de Vimy. Y digo canadiense puesto que está considerado como territorio de aquel país en el norte de Francia. Múltiples hectáreas de bosques y cráteres de los obuses perpetúan los escenarios de otra de esas batallas que quedará para la historia de la I Guerra Mundial.
La cresta de Vimy, controlada por el ejército alemán desde 1914, había sido la causante directa de la muerte de más de 150.000 combatientes franceses e ingleses en tan sólo dos años. Conservar semejante puesto estratégico era esencial para mantener las aspiraciones germanas. Al igual que para los aliados hacerse con la cresta podía suponer el principio de una victoria cosida a base de víctimas.
No había duda alguna de que los alemanes no iban a vender barata su piel en Vimy, tal como demostraron en uno y otro intento francés de hacerse con este lugar. Trincheras y blockhaus de hormigón armado constituían un refuerzo excepcional. En este caso sólo el valor y la estrategia podrían lograr que se viniera abajo esta plaza fuerte. Y fue entonces cuando aparecieron los canadienses, quienes se enfrentaban a su primera gran guerra fuera de sus fronteras. Era una nación relativamente nueva que acudía a ayudar a la Madre Patria, Gran Bretaña, en tierras francesas. Y precisamente aquí se jugaba su orgullo.
En abril de 1917, en el marco de la Batalla de Arrás, los canadienses vencieron en el cuerpo a cuerpo a los alemanes y, a pesar de perder a casi 4000 hombres en la toma de la cresta de Vimy, supuso uno de los momentos más gloriosos y recordados en la corta historia canadiense.
Vimy se convirtió en un auténtico infierno. Todavía hoy se puede caminar por las trincheras (unas restauradas y otras no), túneles e incluso ver la grandiosidad de cráteres nacidos a base de bombas. Toda la zona está protegida como territorio canadiense y se ha querido conservar hasta la última huella que los obuses dejaron para que nadie olvide jamás lo que sucedió aquí.
Banderas canadienses ondean en un vasto territorio que se funde en un enorme monumento conmemorativo que hasta se ocupó de visitar el mismísimo Adolf Hitler después de que se dijera en los periódicos que los nazis lo habían destruido. Por fortuna no fue así, y se conserva a la perfección. En este lugar las estatuas lloran, quizás conmovidas por ver que este trozo de tierra se ha convertido para siempre en una tumba.
El Trafalgar de la nación canadiense es Vimy. Para ellos fue la primera muestra de su fuerza como país. Es lógico que la I Guerra Mundial supusiera un altavoz tremendo para quienes apenas llevaban pocas décadas siendo independientes y tenían decidido regresar a sus hogares con la cabeza alta y todos los honores. Algo similar había sucedido con Australia y Nueva Zelanda, donde la respuesta de los soldados sobrepasó todas las expectativas. Aunque después pocos de ellos pudieron tomar el camino de vuelta.
Se calcula que 60.000 canadienses perdieron la vida durante la Gran Guerra. Si bien su valor todavía se recuerda en esta parte de Nord-Pas de Calais no se puede obviar que pagaron un precio demasiado alto por llevar a Canadá a los tabloides de todo el mundo. Si las vidas humanas en aquellos años hubieran cotizado en bolsa como lo hace ahora el petróleo, probablemente no valdrían un solo céntimo.
La cresta de Vimy, otro de esos imprescindibles para palpar lo sucedido durante la I Guerra Mundial en el norte de Francia, me dejó en una trinchera que sólo tenía una salida positiva, Arras. En dicha localidad, la más flamenca de las ciudades del Nord-Pas de Calais, viviría la última etapa de este viaje escrito a base de cicatrices.
CONTINUARÁ…
Sele
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PD: No te pierdas el primer capítulo ni tampoco la segunda parte ya disponible de esta serie de artículos con los que estamos viajando juntos a lo que queda de la Gran Guerra en el Norte de Francia.
3 Respuestas a “Viaje a la Primera Guerra Mundial en el Norte de Francia III”
hace 11 años estuve en Verdun y senti la carne de gallina en pensar la de hombres que murieron por la locura de la humanidad cuando alli se respiraba paz.
Gracias por el articulo
Historia y turismo que espectáculo!!!
[…] Viene del tercer capítulo del viaje a la I Guerra Mundial en el Norte de Francia […]