Carta desde Socotra, la isla misteriosa
Aún no ha amanecido y el campamento de las dunas continúa en su letargo nocturno, pero soy incapaz de seguir durmiendo y, en el refugio de las paredes de tela y cremalleras de mi tienda de campaña, aprovecho el silencio, el arrullo de las olas y la inspiración para empezar a escribirte esta carta sobre uno de los destinos que mayor impacto me han dejado en los últimos años. Me hallo en Socotra, una isla sin igual que millones de años atrás formó parte del cuerno de África y que quedó varada a medio camino entre el Océano Índico y el Mar Arábigo. Pertenece a Yemen (si bien las costas de Somalia queden más próximas), aunque parece que sólo en los papeles, pues me he dado cuenta de que Socotra no es ni ha sido nunca de nadie sino que más bien se trata de un planeta que orbita en soledad alrededor de sus propias singularidades y endemismos. Si tuviera que encontrarle dueños no serían los seres humanos sino los bandos de alimoches, el caminar pausado del camaleón y los cangrejos fantasma que aparecen y desaparecen a su antojo. O incluso, sus majestades los dragos o árboles de sangre de dragón, los cuales se retuercen desde hace milenios en profundos bosques de altura. Para otros serían los yins o djins, esos espíritus que coexisten con los humanos en un mundo invisible que protagonizan muchas de las historias y cuentos socotrís. La isla de Simbad, del Ave Roc, del incienso, la mirra y los vientos incesantes. De los muros de niebla, los tapices de coral y los naufragios, de los árabes del mar y los tiburones arañando con las aletas un litoral extremadamente turquesa y paradisíaco. Y, por qué no, de las cabras que se cuentan por decenas de miles y las cuales siguen siendo el sustento de quienes allí se dedican al noble arte de sobrevivir.
Viajar a la isla de Socotra ha superado cualquier expectativa. Desde que durante la infancia jugara a señalar con el mapamundi sitios remotos de nombres exóticos para estrujar la imaginación idealizando sobre lo habría en los mismos, había tenido a Socotra en el altar mayor de mis ensoñaciones viajeras. Ahora, sin duda alguna, puedo afirmar que se encuentra en el Sancta Sanctorum de vivencias extraordinarias y resulta la constatación más evidente de que, en efecto, aún quedan lugares…
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VIAJE A SOCOTRA, LA ISLA DE LOS ENIGMAS
¿Dónde está la isla de Socotra?: Un Edén biológico y geológico plagado de endemismos
Si antes de leer esta carta no habías oído hablar sobre este insólito lugar, permíteme que te la sitúe. Si observas un mapa o un globo terráqueo deberás utilizar tu dedo índice para ubicar a la isla de Socotra en la entrada del golfo de Adén, a escasos 240 kilómetros al este de la costa de Somalia y aproximadamente 380 kilómetros al sur de la Península Arábiga. Separada del cuerno de África, un día formó parte de este continente, aunque ahora queda a merced de los vientos oceánicos del mar Arábigo y el océano Índico. Una posición de privilegio, en pleno centro neurálgico de una red invisible de antiguas rutas comerciales por mar, lo cual ha dotado a Socotra de una rica historia cultural y comercial. Era, a su vez, la puerta de los navíos al Mar Rojo y a las Indias orientales, mientras que con las costas africanas se sostenía igualmente un corredor marítimo donde se intercambiaban tanto productos como seres humanos.
Su aislamiento, sus malos vientos y sus nieblas impidieron que contara con un puerto importante y que los propios marinos la temieran. Deseada pero nunca dominada, siempre se consideró a Socotra es un mundo aparte, tanto geográfica como geológicamente. Dicho aislamiento la regó de endemismos con más de trescientas especies botánicas únicas así como una avifauna singular, convirtiéndose en una pequeña Galápagos en el Índico. Se puede afirmar sin equívoco que toda la isla constituye un Edén biológico, un crisol de vida endémica. Aquí, las plantas adoptan formas extravagantes y colores deslumbrantes, como si la naturaleza hubiera decidido abandonar las líneas convencionales. El árbol de sangre de dragón, con su resina carmesí, parece un guardián de secretos ancestrales, mientras que los árboles de botella y de pepino de Socotra emergen en los suelos rocosos como auténticas esculturas vivientes que desafían la gravedad.
Los endemismos de Socotra deslizan una sinfonía única en la que cada criatura, cada simple hoja, emerge como una nota que contribuye a una melodía que resuena sólo aquí. Las lagartijas de piel moteada o los camaleones, que destacan sobre las piedras que los rodean, serían algo así como un poema escrito por la evolución. Los alimoches, mientras tanto, planean en los cielos como señores alados de este reino aislado, con sus cadavéricos rostros amarillentos apoderándose de los horizontes socotrís en busca de carroña.
La isla con historia y sin memoria
Permíteme contarte que no menos cautivadora es la historia humana que ha danzado en las orillas de Socotra. Antiguos navegantes la llamaban «La Isla de la Felicidad», un refugio donde el tiempo se deslizaba en armonía con las estaciones y el susurro del viento es un eco de historias entrelazadas con las arenas. Las tribus de pescadores y nómadas dejaron su impronta en las playas, mientras que las mezquitas y los minaretes se erigen como testigos silenciosos de culturas que han dejado su huella en esta tierra. Se cree que los primeros faraones egipcios eran conocedores de que la resina de sus árboles tenían el incienso y la mirra que necesitaban, productos valiosísimo en la Antigüedad y el cual utilizarían para aromatizar sus ricos templos así como en procesos de embalsamamiento. No son pocas las leyendas que hablan del desembarco de soldados griegos enviados por Alejandro Magno en busca de los aloes con los que ayudar a cicatrizar las heridas producidas en batalla, aunque lo más probable es que los mercaderes arribaran siglos después, bajo uno de los últimos Ptolomeos. A partir de ahí surge una tradición cristiana por parte de los habitantes bajo la supuesta y fortuita llegada del Apóstol Santo Tomás, algo de lo que ya escribió el propio San Francisco Javier durante su viaje al Lejano Oriente.
Griegos, romanos, indios y cristianos nestorianos vieron llegar nuevas personalidades que añadieron carácter a la isla. Los portugueses, que ansiaban aquí un puerto de avituallamiento hacia India una vez logrado voltear el Cabo de Buena Esperanza, no llegaron a quedarse mucho tiempo. Sí los muchos mercaderes y nómadas de la península arábiga quienes, con el tiempo, islamizaron la isla, sin dejar atrás viejas tradiciones de espíritus y criaturas fantásticas. Con los sultanes llegó la sangre azul a Socotra, nexo con los sheik o jeques encargados de gobernar entre aldeas y pequeñas porciones de la isla. Ni bajo el protectorado británico ya en el siglo XIX se logró arrebatar un ápice de autenticidad a una Socotra, que seguía estando demasiado aislada y anclada en un pasado difuso. Su anexión a Yemen del sur atrajo nueva población a la isla, así como las huellas oxidadas de viejos tanques soviéticos los cuales recuerdan los tiempos de la Guerra Fría. Pero el tiempo y toda esta mezcla de historias tan diluidas, así como la inexistencia de patrimonio histórico tangible, parece haber dejado aquí un halo de desmemoria que sólo parecen esquivar los más viejos del lugar, los hijos de los hijos de quienes tenían en las cuevas su domicilio. Algo de lo que nos cuenta el admirado Jordi Esteva en su libro «La isla de los genios», la única Biblia de la literatura de viajes en español dedicada por completo a Socotra donde resulta apasionante la astucia de su autor para arrancar pequeñas historias y recuerdos de lugareños empeñados, lógicamente, en vivir el día a día más que en dejar a la posteridad su rica tradición oral.
Paisajes multidiversos en la isla de Socotra
Desde la perspectiva geológica, Socotra es un capricho de la naturaleza, una joya en medio del azul índigo del vasto océano. Ni parece africana del todo ni del Medio Oriente pero aporta siempre algo de ambas regiones y, salvo de latitudes extremas, pedacitos de todo el mundo. Por ejemplo, montañas escarpadas elevándose en el centro creando la cordillera Hajhir, una muralla granítica de picos de 1500 metros de altitud y que afecta por completo a la climatología de la isla.
Gracias a estas formaciones rocosas de aspecto dolomítico, las mesetas de altura, sobre todo Diksam, se aferran las nieblas a esta parte de Socotra, vapor de agua de la que beben los dragos para sobrevivir en los únicos bosques de esta especie que existen en todo el planeta. Mientras tanto, las llanuras costeras se extienden con una serenidad majestuosa dibujando a su término un litoral turquesa. El norte-centro de Socotra se ve completamente verde, de aspecto casi tropical, mientras que en el oriente y el sur auténticos mares de dunas aportan ese toque arábigo más allá de los minaretes, los turbantes y las foutas o faldas con motivos geométricos que llevan los hombres en la isla y a lo largo y ancho de ese Estado fallido llamado Yemen.
Por tanto, en apenas unos kilómetros podemos pasar de una foresta densa de dragos (insisto, única en el mundo) a observar gruesos árboles de botella en acantilados de granito, bañarnos en las piscinas naturales de un escarpado wadi y caminar por una alfombra ondulada de dunas para caer deslumbrados con las tonalidades del agua del mar e invocar al mismísimo paraíso. Socotra tiene algo de los Dolomitas, del desierto de Arabia, de las llanuras silenciosas del Cuerno de África, una sabana tanzana despoblada de grandes mamíferos, relieves tropicales propios de Santo Tomé y Príncipe y los fondos marinos de las Maldivas. ¡Todo en una isla!
Así es Socotra, un crisol de paisajes multiversos capaces de romperte los esquemas e impactar en tu mente una y otra vez. Es de esos sitios donde cerrar los ojos o echar una cabezadita en el coche durante un trayecto corto te hace, por un lado, perderte muchas cosas y, por el otro, despertar en un escenario radicalmente diferente al del punto de partida.
Mis rincones favoritos de Socotra
Aunque me quedo con el total de la isla, si tuviera que confesarte los lugares que más me han impactado de cuantos hemos podido visitar en este viaje a Socotra, me quedaría con estos cinco:
Bosque de dragos de Firmihin
Situado en el corazón de la isla, concretamente en la meseta Diksam, y arropado por las sombras graníticas de las montañas Hajhir, surge un inmenso y singular bosque de dragos. Y vuelvo a recalcar su singularidad. No existen bosques de dragos en todo el planeta salvo en Socotra. Firmihin alberga una abundancia de decenas de miles de estos icónicos árboles de sangre de dragón, conocidos por sus formas extrañas y ramas retorcidas, así como su resina roja, los cuales se aúnan para dibujar un paisaje surrealista y casi extraterrestre. Buena parte de los dragos enraizaron en este lugar hace más de mil años, pues esta especie tiene un crecimiento muy lento, por lo que no sólo se camina en la naturaleza sino a través de la Historia.
Ya sólo alcanzar el bosque de Firmihin fue épico, pues la carretera estaba destrozada por las riadas y sólo la conducción magistral de nuestro equipo socotrí hizo posible lo que parecía imposible. Aquello no era ni una pista sino un reguero de rocas donde parecía que en cualquier momento iban a bajar las aguas de un río. Pernoctar en el bosque, caminar hacia una aldea local junto al anciano Mohammed y amanecer bajo la compañía de cientos de alimoches, puede estar bien arriba en el podio de experiencias en la isla de Socotra.
Qalansiyah Lagoon
En el extremo noroccidental de la isla de Socotra, Qalansiyah emerge como un pueblo pesquero atrapado en el tiempo, donde las cálidas brisas del océano acarician las fachadas de piedras de coral desgastadas por el salitre y los barcos de colores vibrantes se mecen en las aguas turquesas de la costa. En sus callejuelas de arena la esencia del pasado parecía impregnar cada rincón. Los niños, y no tan niños, salían a saludarnos con gran entusiasmo. En el área donde los pescadores se juntan en sus botes se halla la animación del segundo municipio más poblado de Socotra después de la capital, Hadiboh.
Pero lo que de verdad enamora de Qalansiyah está justo al otro lado de esta villa. Basta subir a un risco y divisar una infinita playa de arena tan fina blanca que ciega en los días de sol. Dicha playa pasa a ser una lengua con la que cortar milimétricamente una porción del mar y crear una laguna poco profunda y cristalina. Allí pusimos nuestro primer campamento y nos dimos nuestro primer baño en el paraíso. Con una cena a base de langosta (había muchos motivos para celebrar esa noche) y una luna casi llena iluminando las aguas de la laguna.
Al día siguiente conoceríamos a Abdullah, el hombre de las cuevas, uno de los personajes más populares del área de Qalansiyah, quien tuvo a bien mostrarnos su casa-cueva y enseñarnos cómo ha sido el modo de vida general en Socotra hasta hace muy poco tiempo. Un viaje a la prehistoria en pleno siglo XXI.
Wadi Kalysan
Si bien no estaba en la ruta original, varios de nuestros viajeros habían detectado la posición de la que probablemente sea la mayor y mejor piscina natural de interior de la isla de Socotra, por lo que terminamos incluyéndola en el recorrido. ¡Y no podía ser mejor! Piedra caliza blanca y desfiladeros con árboles de botella flanquean un corredor de aguas turquesas y templadas encajado en un valle privilegiado. El baño que allí nos dimos quedará siempre en nuestra memoria, así como el picnic en un herrumbroso contenedor en la montaña en compañía de cabras y alimoches.
Dunas de Arher
En esta ocasión no debo irme muy lejos porque se trata precisamente desde donde te escribo esta carta. Tenías que verlo. Aquí en Arher, en el nordeste de la isla, las dunas se abrazan a enormes murallas de piedra durante varios cientos de metros para que, desde abajo, sientas tu propia insignificancia en esa inmensidad rotunda y solitaria. Dentro de muy poco, apenas cuando amanezca, los cormoranes y las gaviotas se habrán adueñado de una playa kilométrica y virgen. Ayer al abrir la tienda de campaña, además de sorprendernos con los bufones soplando salitre por las rocas, tuvimos la visita de varios delfines que acuden a esta parte de la isla a alimentarse cada mañana, por lo que hoy esperamos volver a asistir a un animado desfile de aletas oscuras deslizándose en el oleaje.
En Arher hemos tenido, de seguro, el mejor campamento de todo el viaje. Aquí no hay que pasar de largo, te lo aseguro. Se absorbe su energía segundo a segundo.
Cueva de Dogub
Cuevas y túneles horadan las montañas y desfiladeros de Socotra. Y, aunque la cavidad más popular de la isla se trate de Hoq, en el sur tuvimos la fortuna de acceder a la conocida como cueva de Dogub. Tan grande que parecía digna de albergar un megalodón o una de esas aves gigantescas que protagonizaron una de las historias legendarias más significativas de Simbad el marino. Las estalactitas donde aún mana el agua de las montañas miden varios metros y aún se conservan los muros de cuando no hace demasiado seguía siendo el hogar de una o varias familias en el mejor refugio posible ante tormentas, ciclones, aguaceros y riadas.
NOTA: No te pierdas esta guía con las maravillas que ver en Socotra en un viaje.
Un destino peculiar para llegar y para moverse (hablar de los campamentos y del equipo que te acompaña)
Amanece en Arher y me queda poco tiempo para seguir escribiendo. Aquí, el alimoche, majestuoso y omnipresente, ya ha empezado a trazar círculos en el cielo, llevando consigo la esencia misma de la libertad. Sus alas extendidas son la sinfonía visual que adorna nuestros días, mientras navega con elegancia sobre los dramáticos paisajes de esta isla singular.
Hoy nos despedimos del campamento, pues debemos llegar a Hadiboh, última parada de un viaje que está a punto de llegar a su fin, y decir adiós a este formato de pernocta que se utiliza en la isla. Sólo hay hoteles en la capital. Pocos y flojos. Por lo que si se desea hacer una buena ruta en Socotra y tener tiempo para digerir sus fabulosos parajes no queda otra que ir con la casa a cuestas y olvidarse de las comodidades del primer mundo. Y ser conscientes de que internet es prácticamente una quimera que te mantendrá desconectado. Pero no se me ocurre una manera mejor de engancharse a la isla y a la gente que tienes alrededor que desatarnos los muchos nudos virtuales que nos someten día a día.
Dormir tocando suelo, despertar frente al mar, esas cenas conversando junto a una hoguera… Definitivamente debo confesar que para mí ha sido como hacer terapia y volver a saborear el tarro de las esencias. Y, para quienes a estas horas comienzan a abrir las cremalleras de sus tiendas de campaña como Roberto, Adelaida, Piluca, Mila, Iban, Alicia, Esther o Pilar, uno de esos retos personales que jamás olvidarán. Como yo tampoco olvidaré lo que viví aquí con todos ellos.
Mañana estaremos en la moderna Abu Dhabi y nada será igual. Porque Socotra no se trata tan sólo de un espacio remoto a señalar en el mapamundi sino, más bien, un estado físico y mental. O el modo de encontrarse con uno mismo.
Agradecido por haber llegado al final del final de esta carta viajera me despido desde uno de esos «últimos lugares».
Atentamente,
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
One Reply to “Carta desde Socotra, la isla misteriosa”
Que impresionante lugar!. que manera de poner poesia al relato!,muy a tu estilo unico y literario. Socotra me da vueltas en la cabeza desde hace tiempo. Se que solo se puede viajar alli en Tour de 1 semana desde Abu Dhabi o Dubai y eso me crea un conflicto porque me obliga a mezclarlo con los Emiratos o con Omar. Dos viajes me esperan, no se cuando pero los hare. Saludos.