Visita a Gebel el-Silsila, la cantera de arenisca en el Antiguo Egipto
Uno de los grandes atractivos que encuentro a la hora de viajar a Egipto, país en el cual he podido estar en diversas ocasiones, tiene que ver con el hecho de recorrer lugares no demasiado conocidos. Descubrir sitios de interés pero ubicados fuera de los circuitos clásicos no hace sino que engrandecer las hechuras de un destino del que se habla mucho pero del que, en realidad, no se conoce tanto. Dentro de mis últimos regresos de allá donde reina el río Nilo, uno de los emplazamientos que más han reclamado mi atención ha sido Gebel-el Silsila, nombre que en árabe viene a significar algo así como «cadena rocosa» y que resulta ser una zona de acantilados que durante miles de años los egipcios utilizaron como cantera de arenisca para construir templos así como grandes esculturas de dioses, faraones y reinas. Situado apenas a veinte kilómetros al norte de Kom Ombo (sesenta con respecto a Asuán) permite al visitante caminar a solas en el lugar donde se cortaban inmensos bloques de las entrañas de piedra a orillas del río así como también hallar un sinfín de tumbas y templos con miles de años de antigüedad. Sin más compañía que la del viento, el calor seco y huellas de lobos, chacales y víboras esparcidas por montañas de arena que ocultan viejos senderos.
Visitar Gebel el-Silsila se aleja de los circuitos típicos en las grandes motonaves que surcan el Nilo, puesto que no cuenta con embarcadero ni nada que se le parezca. Pero, para quienes navegan en barcos más pequeños, como dahabeyas o falucas, se convierte en un lugar privilegiado donde olvidarse de las grandes masas de turismo y soñar, aún más si cabe, con ese Egipto de tumbas perdidas y cuevas donde nadie más parece haber estado. Salvo el tiempo, que pesa como una losa, pero el cual no ha logrado derribar una obra maestra iniciada milenios atrás en el país donde no existen los imposibles.
Gebel el-Silsila, miles de años moldeando los sueños de los faraones de Egipto
Durante los Imperios Medio y Nuevo, aunque también durante la época grecorromana, la de Gebel el-Silsila fue la cantera predilecta por los constructores de grandes templos y monumentos funerarios. Si en el Bajo Egipto y llegando incluso hasta Esna predomina la piedra caliza, de los tiempos en que el mar cubría toda esa parte del norte de África, o en Asuán se encuentra una de las canteras de granito utilizadas para fabricar obeliscos, entre otras muchas cosas, en Gebel el-Silsila la protagonista es la piedra arenisca, fácilmente extraíble, modelable y transportable en el curso fluvial del Nilo. De aquí fue donde salió el material del cual están hechos los míticos colosos de Memnón, así como los bloques con los que se levantaron de los templos de Edfú, Dendera, Kom Ombo, la ciudad de Akhetatón (Tell el-Amarna) e incluso numerosas partes de Karnak, el mayor de todos con diferencia. Miles de años más tarde, tras habérsele perdido el rastro a esta zona de acantilados, fue utilizada para la gran presa de Asuán, por lo que se puede decir que se trata de una de las canteras que durante más tiempo se ha extraído material.
Aún así continúa siendo un lugar en blanco para las rutas habituales por Egipto (Es uno de esos lugares no muy conocidos de Egipto para incluirlos en una ruta alternativa que vaya más allá de los circuitos clásicos). Me refiero a la de los grandes cruceros en enormes motonaves de varias alturas, que alcanza prácticamente el 90% del tipo de viaje que se lleva a cabo en el país. Porque a Gebel el-Silsila hay que ir a propósito, bien cuando se navega en embarcaciones de menor tamaño, sea en dahabeya o velero tradicional egipcio como fue nuestro caso, o en las particulares falucas empujadas exclusivamente por el viento. También en coche o minivan (alquiler con conductor) en caso de enfocarse en los difíciles trayectos terrestres que se proponen. Aunque esto es, también, sumamente inusual en esta parte del país.
Durante los viajes de autor a Egipto en dahabeya con el que suelo acompañar a pequeños grupos, me gusta incluir la visita a Gebel el-Silsila por diversas razones. No sólo porque atracamos con nuestra embarcación a orillas del sitio arqueológico, normalmente frente a la speos o templo dedicado a Horemheb, sino también porque supone un paseo sumamente agradable a primera hora de la mañana. Hoy día, además, en un país que recibe millones de turistas, tener la ocasión de visitar un complejo de este tipo completamente a solas es algo que, normalmente, todos aprecian de buen grado. Y porque, además, esta cantera de arenisca y sus muchas huellas de la época faraónica, no se parece a ese Egipto que la gente ha visto en fotos o guarda en su imaginación. De hecho, algunas tumbas modeladas en la misma roca, tienen en su primera piel, su vertiente externa, cierta similitud con las construcciones nabateas que se encuentran en Petra (Jordania) o Hegra (Arabia Saudí) que con los típicos templos o hipogeos egipcios que nos encontramos durante un viaje de este tipo.
Templos, tumbas, estelas y huellas de Gebel el-Silsila
Nada más poner los pies sobre la arena, de la cual nos percatamos de los rastros que dejaron por la noche varios lobos dorados africanos así como serpientes, nos topamos con la fachada de un speos o, lo que es lo mismo, un templo excavado en la roca, en este caso arenisca. La fachada simétrica, con cuatro grandes oquedades cuadradas separadas por una puerta estrecha, y sus bien preservados relieves nos llevan hasta el último faraón de la decimoctava dinastía, Horemheb, personaje que pasó de general y llevar la doble corona del Alto y el Bajo Egipto durante dieciocho años, sobreviviendo a personajes tan interesantes como Akhenatón, Nefertiti, el famoso Tutankhamon o Ay, para convertirse en una de las personalidades del conocido como Imperio Nuevo.
El interior del templo está cubierto también de relieves y de estatutaria relacionada con deidades como Amón, Khonsu, Mut, Sobek, Tueris o Toth, si bien el propio Horemheb también aparece retratado como harían otros faraones, considerándose como un Dios más. No por propia vanidad, ni mucho menos, ya que los faraones eran vistos como los representantes de Horus en la Tierra y su llegada al trono era por puro designio divino.
Continuando hacia el sur, a muy pocos metros, descubriremos una estela del faraón Ramsés V donde vuelve a aparecer Sobek, el Dios con cabeza de cocodrilo y del que se tenía especial devoción en esta zona del Alto Egipto. Cabe recordar a que a escasos kilómetros se encuentra el templo principal dedicado a él en Kom Ombo, una visita ineludible en todo viaje a Egipto que se precie.
Mientras vislumbramos el corte preciso de inmensos bloques de piedra, los cuales ahora deben formar parte de famosísimos monumentos del Antiguo Egipto, nos aproximamos a una tumba que conserva no sólo las estatuillas del fondo sino también las pinturas con motivos geométricos del techo. Para observarlo bien tuvimos que auparnos, aunque más adelante comprobamos que se abría una gran grieta en el acantilado por el que pudimos acceder al interior de dicha tumba con mayor facilidad.
Son innumerables las capillas mortuorias así como cenotafios tanto en la orilla occidental en la que nos encontrábamos como en la oriental. Algunas han aparecido a posteriori tras fragmentarse las rocas por el mero uso de la cantera, quedando al descubierto monumentos funerarios completamente olvidados. Son innumerables los hallazgos, incluso hoy día, los que se realizan en esta área arqueológica donde mucho, estoy convencido, está por salir a la luz. Bastan diez minutos para darse cuenta, aunque hay un momento en que el sendero parece bloqueado y no se puede seguir más, salvo que se vaya por arriba o se le ofrezcan unas libras al vigilante en caso de querer ver sitios no señalizados.
Gebel el-Silsila desde la cubierta de un barco
Otra forma de detectar túmulos, estelas y santuarios es navegando a escasos metros de la orilla. Es sólo entonces cuando uno se da cuenta de todo el patrimonio que atesora la vieja cantera, pues la mayoría de las construcciones se asoman al Nilo y no es posible observarlas en un paseo por senderos traseros. Así que, en nuestro caso, la dahabeya nos sirvió de aliada para contemplar y retratar algunas de las maravillas excavadas en la roca arenisca, las cuales en su mayoría no han recibido apenas visitas desde que quedaron expuestas tras la extracción de material pétreo. Sólo unos pocos llegan hasta este lugar.
Las estelas de Ramsés II y su hijo Merenptah con columnas simuladas son probablemente lo más fotogénico de esta zona arqueológica. Sólo las he podido disfrutar desde el barco hasta ahora, aunque algún día me gustaría llegar a ellas a pie.
No me olvido tampoco que durante la noche los principales monumentos de Gebel el-Silsila se iluminan. Quizás para ser disfrutados desde la cubierta de los veleros egipcios o, quién sabe, para valientes que tienen la suerte de dejarse caer por allí, linterna en mano y unas ganas irrefrenables de aventura.
Lugares insólitos que demuestran que en Egipto, aunque no lo parezca, queda mucho por descubrir.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
PD: Lee sobre otros lugares no muy conocidos de Egipto para incluir dentro de una ruta que vaya más allá de los circuitos típicos.