Visita al castillo de Cēsis sosteniendo un viejo farol
Cēsis es Letonia y Letonia es Cēsis. No se puede concebir la una sin la otra. El motor de la historia letona demuestra constantemente que sus raíces como nación se agarran a ese suelo removido por la naturaleza de los bosques milenarios que tapizan el valle del Gauja. Allí la Edad Media nos trae la sede de una Orden de Caballeros, los Hermanos Livonios de la Espada, que constituían el brazo templario y cruzado en las lejanas tierras bálticas. Por los aposentos de un grueso castillo fueron pasando los Maestres de la Orden desde el año 1209 hasta 1561. A imagen y semejanza de las fortificaciones que los Cruzados habían ido levantando en Tierra Santa para luchar y protegerse del infiel, el castillo de Cēsis fue durante siglos la armadura más poderosa de Livonia. Eso lo sabían sus enemigos, por lo que en siglos posteriores fue rendido a batallas contra los suecos primero y los rusos después en la Gran Guerra del Norte (primer tercio del S. XVIII) por la supremacía del territorio bañado por el Mar Báltico. El declive irremediable de un castillo casi en ruinas se detuvo cuando el Conde Carl Sievers pasó a ser su dueño, levantando incluso uno nuevo sobre los antiguos establos. Hoy en día permanece en pie el esqueleto de piedra roído de la Orden de Livonia, un castillo de aspecto misterioso que durante el viaje que hice a las Repúblicas Bálticas tuve la suerte de visitar con la única compañía de un farol que debía sostener con mis manos mientras rogaba al cielo que no se apagara su luz en pleno ascenso a un oscuro torreón.
Parece una historia de fantasmas, de castillos encantados y sonido de cadenas. Pero es únicamente una de las sorpresas que nos guarda la bella población de Cēsis, a escasos 90 kilómetros de Riga, congelada en el tiempo y con un lugar enigmático enclavado sobre una verde colina que aún requiere la tenue luz de una vela.
RUMBO A CĒSIS
Acababa prácticamente de iniciar un recorrido en coche de una semana de duración por los Países Bálticos. Desde Riga me decidí a visitar el valle del Gauja y perderme por pueblos pequeños, castillos y un Parque de Naturaleza que evoca el lado más genuino y salvaje de la verde Letonia. Sigulda fue la base para disfrutar del Gauja y sus muchos atractivos, una perfecta excursión a una hora de la capital y que puede dar para unas horas, un día o varios para una persona sola, familias, amigos, deportistas, mayores, críos… En el Gauja está todo perfectamente dispuesto para sacar el máximo partido a la historia, la cultura, la naturaleza, el deporte y todo el «ocio sano» que se pueda imaginar.
Yo quería llegar a Tallinn a última hora del día y me esperaba un largo viaje por delante, pero me había apuntado que Cēsis, a poco más de veinte kilómetros de Sigulda, era una villa que recomendaban otros viajeros y guías de viajes. A verdadero tiro de piedra tenía un pedacito de la historia de Letonia, la localidad que más hijos pródigos había dado al pueblo letón y un castillo medieval realmente sugerente. Eran sólo unas notas las que llevaba como referencia, nada más, pero no quise quedarme con las ganas y si había que retardar mi llegada a Estonia, no tenía ningún problema en hacerlo. Es lo más positivo de viajar con coche de alquiler sin llevar nada cerrado… que puedes decidir sobre la marcha y dejarle un mayor protagonismo a tu propia intuición.
NOTA PRÁCTICA: Aunque si no hubiese utilizado coche de alquiler, el transporte público se hubiera convertido igualmente en otra opción eficaz y realmente económica. De la Estación Central de autobuses de Riga parte al menos un bus cada hora hacia Cēsis (normalmente parando en Sigulda, por lo que desde aquí también es fácil ir) y varias veces al día son los trenes que se detienen en ese eje Sigulda-Cēsis-Valmiera. Por supuesto que las condiciones son las mismas para después regresar a la capital letona. Y para conseguir los billetes basta con acudir a la estación de turno, preguntar en taquilla y listo. Además aún los precios del transporte público de Letonia todavía no se ha adecuado a los del resto de la Unión Europea, por lo que no hay excusa para no dejarse perder por Cēsis y, por supuesto, por el Parque Nacional del Valle del Gauja.
Pero si el viaje es más amplio y agarra dos o tres países de las Repúblicas Bálticas, mi recomendación es invertir en un vehículo de alquiler, que aún no son demasiado caros en la zona:
Además en los Países Bálticos está muy instaurada la costumbre de hacer autostop (algo de lo que no hay cultura en España). Durante mi viaje vi en la carretera muchos locales y mochileros extranjeros con los nombres de los destinos a los que querían ir perfectamente apuntados en carteles. Puede ser una alternativa divertida y gratuita…
EL CASTILLO DE CĒSIS: LEYENDA DE PIEDRA EN EL VALLE DEL GAUJA
Cuando llegué a Cēsis no tuve dificultad en adivinar cuál era su calle principal, Rigas Iela. La plaza del ayuntamiento al lado y las casas más cuidadas engalanando una interesante pendiente fueron definitivas para no tener que dar más vueltas y aparcar el coche cuanto antes (es zona hora, por lo que tuve que invertir unos lats para evitar una incómoda multa). Rigas Iela es atractiva y, al igual que en toda la ciudad, noté que no es un imán poderoso de turistas que vienen de fuera, ya que un altísimo porcentaje de quienes hacen viajan a Estonia, Letonia y Lituania se centra, sobre todo, en las tres capitales. El puerto de entrada de enormes barcos de crucero en Tallinn y el aeropuerto de Riga son puntos claves para el turismo extranjero. Fuera de aquí, y tanto en la costa como en el interior, prima el turismo local, algo que garantiza que cuando se indaga más allá de estas ciudades se capte la autenticidad de rincones maravillosos en estos países de la ex Unión Soviética.
En principio algo que ya me atrajo de Cēsis fue que conservara un buen número de casas y edificios de madera, algunos de distintos colores, en ocasiones habiéndose dejado llevar por la pátina del tiempo, lo que le otorga un cierto carácter indomable que siempre se agradece dentro de un viaje. Faroles anacrónicos siguen funcionando en pleno siglo XXI como lo hicieran hace ya mucho tiempo. Más tarde sabría que el farol es todo un símbolo en la ciudad.
Después de entrar a la iglesia de San Juan (del Siglo XIII aunque no muy bien conservada) giré a mano izquierda para en cuestión de dos o tres minutos acercarme a la entrada de un recinto vallado donde confluían las construcciones del castillo nuevo y el viejo. Después de curiosear desde de una reja me convencí de que había hecho bien en acercarme hasta esta pequeña ciudad letona y entonces busqué por dónde podía acceder al castillo medieval.
En la taquilla, a cubierto, una vez dejado atrás el castillo nuevo, el cual parece más bien un palacete, me hice con un ticket de entrada (2 Lats entrada normal, 1 Lat para estudiantes. En euros 2´85€ y 1´40€ respectivamente) y con algo que no esperaba para nada. Y es que de repente una chica me pidió que le acompañara para darme un farol para llevar conmigo durante la visita. No me lo podía creer. Me dijo que las subidas por los torreones son tan oscuras que proporcionan de un farol a quien entra al castillo. Era de madera y cristal, con una vela dentro y un agarrador para sujetarlo bien.
Y ahí me ví yo, a escasos metros de un castillo en ruinas que parecía sacado de una película de terror y sintiéndome de nuevo un niño jugando a los misterios. Con lo que me han gustado siempre los lugares lúgubres, la idea me pareció realmente original. A veces pienso que hay que darle «valor añadido» a las cosas que nos rodean. Y, por supuesto, en los viajes igual. Quien sea el que se le ocurrió lo de los faroles debe saber que ha hecho la mejor labor de marketing posible para que absolutamente nadie que haya estado en Cēsis olvide su paso por la ciudad.
La muralla, conservada en parte, trata abrazar por completo una colina. El castillo se sitúa estratégicamente para gobernar toda la región. No es demasiado grande, pero sí muestra una innegable fortaleza capaz de resistir las embestidas de los últimos ochocientos años. Del Siglo XIII, aunque con grandes remiendos del XVI, tiene apuntando al cielo sus redondos y gruesos torreones, los cuales parecen retar al visitante que a paso lento cruza un puente de madera que deja el foso a sus pies.
Yo me encontraba expectante, esperaba con inquietud ver qué había al otro lado de tantas paredes agrietadas. Mientras tanto seguía sujetando el farol, aunque sin necesitarlo por el momento.
Comencé a moverme por escaleras y y a visitar estancias rotas por los siglos y la ruina. Buscaba por dónde subir y al final acabé accediendo al único de los torreones redondos que conservaban su característico techado en forma de triángulo. Anduve por rampas y peldaños que no parecían serlo, con la colaboración de los muros rotos que me fueron regalando rescoldos de luz natural. El catillo de Cēsis era una especie de queso gruyère en piedra. Sus ruinas eran los senderos por los que debía guiarme a través de la intuición y con mucho cuidado. De hecho me contaron que hacía pocos años en vez de un farol daban un casco para hacer la visita (y esto no es broma).
Unas escaleras en caracol cerraron definitivamente toda posibilidad de iluminación. Quedándome totalmente a oscuras, el farol alcanzó todo el protagonismo posible hasta superar la visibilidad negra y opaca de un lugar tan sombrío. Fui caminando muy despacio, sosteniendo bien ese salvoconducto de luz tímida pero que resultaba suficiente para poder avanzar. Para mí era como estar dentro de una película de Amenábar.
La oscuridad total en el castillo la tenía en ciertos tramos, aunque donde siempre me acompañó fue en las estrechas y frías escaleras de caracol. Después fueron apareciendo dependencias más amplias como salones huecos donde uno podía imaginarse ver al Maestre de la Orden de los Hermanos livonios de la espada junto a sus guerreros. Un regreso con la mente al pasado medieval de la Livonia de los caballeros cruzados en los que la lucha era siempre con armas de doble filo, es llenar de vida a los espacios vacíos pero que tuvieron un qué y un porqué a lo largo de la Historia.
Una vez llegué a lo más alto del torreón conseguí unas vistas preciosas con las que gobernar, por un lado, la antigua ciudad de Cēsis y, por otro, los inagotables bosques vírgenes del valle del Gauja.
Pude entender la perfecta compenetración de Naturaleza e Historia de Cēsis y de Letonia. Lo que parece evidente es que la región báltica aglutina un terreno boscoso inmenso que nos muestra el lado más salvaje de Europa. Porque una cosa es ser muy verde pero otra es estar lleno de vida y saber que dentro de sus bosques corren lobos, linces, alces e incluso osos. Ese es otro motivo importante por el que me entusiasman los Países Bálticos.
Después de disfrutar las panorámicas desde las alturas del castillo, fue momento de bajar y… encontrarme una vez más a oscuras. Entró de nuevo en juego el farol para no tener que ir a tientas por las escaleras.
En el castillo de Cēsis también se pueden visitar unas mazmorras, después de utilizar unas escaleras de hierro amarradas a la pared. Está todo perfectamente dispuesto para ser una actividad realmente atractiva en la que además además del castillo hay un enorme parque con su estanque donde la gente acude a pasear y los niños van a jugar.
LAS CASAS DE CĒSIS
Dejé el farol, salí del castillo y me fui a perder por calles y callejones de Cēsis donde pude hacer un resumen de casas con verdadero encanto que son típicas en la región. Aunque las hay muchas de piedra, son aún más las de madera en un casco antiguo donde pasear es una delicia. La ciudad se convierte en un museo viviente repleto de autenticidad que tiene el don de detener las manecillas de todos los relojes y no ser consumido por las exigencias de nuestro tiempo.
Allí solo, caminando en silencio en un día precioso de verano, volví a comprender que saborear la sencillez y tranquilidad de los lugares no concurridos suelen regalarme las mejores sensaciones dentro de un viaje. Igualmente que, a veces, conviene alejarse de lo más manido para no perderse lo auténtico. La verdad de un país puedes encontrarla donde nunca te habías planteado ir a buscarla.
Y si Cēsis tiene algo precisamente es mucha verdad…
PD1: Este es uno de los artículos pertenecientes a la serie del Viaje a las Repúblicas Bálticas. Recuerda que puedes consultar información esencial del mismo, así como posts relacionados en…
10 Respuestas a “Visita al castillo de Cēsis sosteniendo un viejo farol”
Vaya experiencia!! Me quedo con ganas de probarlo…
Hola!!
El viejo farol de Cēsis alumbra un fin de semana inminente, que no es poco. Aquella historia es sólo una más de las que vividas en ese viaje improvisado a Países Bálticos. No sólo Cēsis, todo el Valle del Gauja merecen la pena y son una perfecta opción para hacer desde Riga. Si es que están a poco más de una hora en coche, bus o tren..
+ Purkinje: Pruébalo. Las Bálticas siempre tienen motivos para conocerlas. Son aún más «puras» en su interior.
+ Babyboom: El castillo de Cēsis es muy bonito. A pocos kilómetros había otro también muy recomendable, Turaida, al que también subí (sin farol) y donde las vistas eran primorosas.
+ Víctor (vivireuropa.com): Hay tienes una gran Expedición «Vivir Europa». No sería ninguna mala idea. Me alegra haberte convencido y que lo tengas a bien incluir en tu mapa. Por cierto, ayer traté de dejarte un comentario en un post tuyo sobre la Ciudad de las Artes de Valencia y no me salía esa opción. ¿Lo tenías desactivado? El post está chulísimo.
+ Víctor (Merlin): Esa es otra experiencia que tenéis que vivir Alicia y tú. Por cierto, va siendo hora de vernos, ¿no?
Nada más por el momento. Os deseo un feliz fin de semana a tod@s. Cuando despertemos el lunes estaremos en un lugar realmente sagrado de Sri Lanka. Estoy con ganas de Ceilán…
Saludos!
Sele
Qué chulo, con lo que me gustan los castillos, me lo apunto en mi lista para cuando visite esas tierras!!!! Lo del farolillo está genial!!! Un saludito. 😉
Si lo que querías es convencer a la gente de visitar Cēsis te puedes dar por satisfecho Sele, yo ya lo he añadido a mi inmenso mapa de lugares que visitar. De hecho las Repúblicas Bálticas cada vez me llaman más la atención como destino posible para Vivir Europa.
Hola Sele,
Un buena experiencia, visitar los entresijos del castillo de Cesis sólo con la luz de un farol. Y vaya vistas que se tienen desde lo más alto del torreón.
Un abrazo.
Hola,
Que entrada más interesante, los Países Bálticos no están muy explotados y esconden verdaderas maravillas como este castillo. Seguiré tus post para prepararme una ruta por allí.
Un saludo.
Llevaba un poco de retraso en la lectura de tu blog, pero ya me voy poniendo al día.
Me ha encantado esta entrada y, como te ha dicho Víctor (Vivir Europa), ya le has metido el gusanillo de visitar esta ciudad a unos cuantos, jejeje
Con lo que me gustan los castillos y las ciudades medievales, ésta seguro que será una parada obligada cuando algún día pueda recorrer esa zona del mundo.
Un saludo
¡Sele! Acabo de ver tu respuesta.
En principio los comentarios están activados desde dentro del artículo (Uso Disqus). De hecho acabo de entrar en el artículo y aparece. Será una de estas cosas de la informática que a veces va y otras no. Jajaja.
Por cierto muchas gracias por tu comentario sobre el artículo.
¡Un saludo!
Muchas felicidades por este post. Tengo que decir que me ha atrapado.
Lo de que te den el farol me parece una genialidad pero, también, muy siniestro (en todos los sentidos, también en el atractivo). Además, súmale que te dejan solo y, encima, te enteras de que antes daban casco XD. Eso sí, ha creado una imagen en mi cabeza de película de terror y, por momentos, te he imaginado como Filch, el celador de Howgarts 😉
Por último, destacar una de tus últimas frases, la poética: «La verdad de un país puedes encontrarla donde nunca te habías planteado ir a buscarla». Preciosa y muy cierta.
Un saludo 😉
Muchas gracias por tu comentario. Y la frase creo que sí que es cierta. No hacemos más que verlo cada día.
Saludos desde Myanmar!!
Sele