Los reflejos azules de Samarkanda II

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Los reflejos azules de Samarkanda II

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Cuenta la Leyenda que una de las muchas esposas de Tamerlán, Bibi Khanum, quiso hacer un gran regalo a su marido mientras éste se encontraba en una de sus largas campañas militares, y mandó construir en Samarkanda la Mezquita más grande y ornamentada que jamás hubiesen visto sus ojos. Los mejores artesanos trabajaron en hacerla realmente hermosa, empleándose incluso zafiros y turquesas para engalanar tan magna obra. Pero cuando estaba a punto de terminarse, el arquitecto de la Mezquita, que se había enamorado de la mujer del conquistador, le pidió a ésta que si quería ver culminado su gran regalo debía darle al menos un beso. Ella, al principio, se negó y le ofreció la mujer que quisiera en Samarkanda, pero él no aceptó a ninguna otra que no fuera ella. Finalmente, ya que estaba próximo el regreso de Tamerlán, Bibi Khanum dijo sí a la proposición del arquitecto y le besó, aunque no inocentemente. Ambos se besaron con una pasión incontenible, tanto que él le mordió en los labios dejándole una pequeña marca. Cuando poco después volvió Tamerlán de la guerra y vio a la que era su mujer favorita del harén, se entusiasmó con el regalo que le había preparado, pero astuto de él, se dio cuenta de que la señal que tenía en los labios se la había hecho otro hombre. Sin decir nada, subió con ella a uno de los minaretes con la excusa de observar las estrellas juntos. Y fue ahí donde Amir Timur, Tamerlán, perpetró su venganza, empujándola desde las alturas para acabar con su vida. Hoy la Mezquita lleva el nombre de Bibi Khanum y aún su enorme cúpula azul turquesa llora la muerte de la infortunada esposa.

La de Bibi Khanum es una de las muchas Leyendas e historias que recorren los rincones de Samarkanda más allá de la Plaza del Registán. En este post vamos a comprobar cómo la más emblemática de las ciudades de Asia Central es poseedora de tesoros grandiosos esparcidos dentro de su dibujo soviético. Shah-i-Zinda, el Mausoleo Gur-e Amir o la propia Mezquita en la que Tamerlán sufrió su traición, son los ejemplos de que además del Registán (del que ya hablamos), Samarkanda tiene lugares magníficos donde la Ruta de la Seda vuelve a revivir con todo su fulgor.

En el anterior relato sobre Samarkanda hablaba de los imprescindibles que uno no se puede perder en esta ciudad de corte soviético pero con alma de las mil y una noches. Puntos accesibles tanto a pie perfectamente desde la Plaza del Registán, que es la referencia a seguir, aunque también a muy pocos minutos en taxi por no más de 3000 UZS (aprox 1€). Reproduzo nuevamente el mapa de situación de los highlights de Samarkanda para situarnos bien en ella:

Teniendo en cuenta que al emblemático Registán conviene volver a distintas horas del día para ver los efectos de los rayos de Sol incidiendo sobre los azulejos de las madrasas y los minaretes, se debe ir al menos una vez a la Mezquita de Bibi Khanum, a Gur-e Amir y, por supuesto a Shah-i-Zinda. Son lugares que se pueden visitar en una jornada perfectamente, pero quizás para no ir tan apretados y asimilar paso a paso todas estas maravillas nosotros lo hicimos en dos días, dedicando todo el tiempo que fuera necesario a visitarlas, a pasear junto a ellas, a tomar fotos o simplemente a quedarnos fascinados de pie junto a estos colosos de mármol y azulejo. Del mismo modo que pudimos gestionar un trayecto de ida y vuelta a Shakhrisabz (28€ total) o nuestra posterior marcha a la ciudad de Bukhara (30€). Por tanto un par de días está bien y con tres uno se asegurará aprenderse incluso los nombres de las calles…

Es momento entonces de hablar de esos otros lugares mágicos aparte del Registán que permiten que Samarkanda continúe brillando con luz propia:

LA MEZQUITA DE BIBI KHANUM

Por un lado está la Leyenda del beso de la esposa preferida de Tamerlán, Bibi Khanum, al enamorado arquitecto que puso en pie la Mezquita. Y por otro los datos históricos que contemplan la intención inicial del Gran Khan de erigir en la capital de su Imperio una Mezquita gigantesta acorde al poder y la riqueza de Samarkanda. Tamerlán, consciente de que a pesar de ser un personaje temible era mortal como todos, se empeñó en sus últimos años en ser recordado por la grandiosidad de sus obras y, por otro lado, en contentar a Alá ante su inevitable partida…

Si comenzó a construirse la Mezquita en 1399 a su llegada de una campaña militar en Delhi, estaría lista poco antes de su muerte en 1405. El propio Ruy González de Clavijo, a su llegada a Samarkanda en 1404, la definió en muy pocas palabras:

«Era la más noble de todas las que visitamos en Samarkanda»

Clavijo, que fue testigo de las obras finales del templo religioso, era consciente de su nobleza no sólo por haberla visto con sus propios ojos sino también por conocer su Historia y cómo se habían traído a los mejores artesanos procedentes de Persia, India, Azerbayán o de ciudades como Damasco o Bagdad, para conseguir su objetivo de lograr algo tan grandioso como inigualable. Escritos de la época confirman que más de noventa elefantes transportaron numerosos bloques de mármol blanco de la India llegando hasta Samarkanda, ciudad en la que jamás se habían visto estos animales que seguro sorprendieron a los locales. No se escatimó en lujos para que cuando volviera Tamerlán de la guerra estuviese lista y quedara fascinado. Aunque no fue así…

Regresando por sorpresa se percató de que las murallas y la puerta de acceso eran muchos más pequeños que una madrasa que había levantado su mujer, la Reina, prácticamente a su lado. Y Tamerlán era un megalómano que no quería ser menos que nadie, por lo que no sólo hizo derribar los muros y construir una Puerta mucho mayor (la actual es mide 38 m. de altura), sino que también mandó ejecutar a los arquitectos a los que había dejado la responsabilidad de la gran obra. Por tanto se vieron aumentadas las dimensiones de la Mezquita para ser por fín «la más noble de todas» las que hubiera en su territorio…

Y probablemente no estaba equivocado, aunque debido a su abandono y un terremoto a finales del Siglo XIX lleva décadas en proceso de restauración. Aunque es lo de menos… ya que ésta es, sencillamente, maravillosa.

La Mezquita de Bibi Khanum es inmensa. Sus cúpulas turquesas se erigen al igual que sus muros altos que cubren una extensión equivalente a un Estadio de fútbol de los grandes. Y aunque son varias las que nutren el templo, una destaca sobre las demás, proyectada a 40 m. de altura y con una anchura que la convierte en una de las mayores no sólo de Asia Central sino del mundo islámico.

Y aunque se aprecia perfectamente que los trabajos de restauración han sido, son y serán abundantes, tiene algo mágico, especial. Quizás la caligrafía árabe adornando las paredes con primor y elegancia, quizás sus magnitudes, o puede que la Leyenda de Bibi Khanum y su sanguinario marido siga pululando tras la sombra de los minaretes… Sea lo que sea, esta Mezquita es un imprescindible, un recuerdo de la grandiosidad de una ciudad mítica como Samarkanda.

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En el centro un Corán de Mármol promulga a gritos unos preceptos casi olvidados por una población local no demasiado volcada en la Religión Islámica. A ambos lados columnatas semiderruidas se yerguen como ruinas ilustres de «la más noble de todas», con menos esfuerzo que las cúpulas secundarias que dan un mayor esplendor a la célebre Mezquita que estaba preparada para reunir a miles de personas cada viernes.

Pero trataré de dar dos consejos que nosotros llevamos a cabo para disfrutar mejor de Bibi Khanum. Probablemente incluso que estando dentro y pagando el precio de la entrada de 6000 UZS cada uno (aprox 2 euros). Cosa que tampoco habría que dejar que hacer, por otra parte…

Aquí van:

+ Subir al minarete de la Madrasa de Ulugh Beg, en el Registán (En el relato anterior ya expliqué que le sobornamos a un guardia con 3000 UZS para que nos dejara subir). De ese modo apreciamos la Mezquita en su conjunto y distinguimos todos sus elementos.

+ Dando un rodeo a en sus casi 200 metros de murallas. Porque así se puede ver lo mejor de la mezquita desde distintos ángulos (Cúpula mayor, cúpulas menores, pishtak principal y pishtak secundario) y además es totalmente gratis (opción soborno…descartada por innecesaria).

Además, con esta última opción, unimos otra visita interesante, la del Siob Bazaar. Es un bazar que, aunque lleva funcionando desde tiempos ancestrales tras la Mezquita de Bibi Khanum, ha modernizado sus instalaciones. Lo que sí sigue viva es la tradición, el colorido, el olor a especias, el dulce de los caramelos que los simpáticos tenderos ofrecen al viajero. Nosotros paseamos por él a última hora (en pleno rodeo a Bibi Khanum) y estaban recogiendo, aunque pudimos percibir ese clima cálido de un mercado que no se olvida de los costumbrismos. Lo digo una y mil veces… allí, en los mercados, está la verdad de una ciudad y un país.

Igualmente, frente a la mezquita, se halla el pequeño mausoleo en la que está enterrada la propia Bibi Khanum. El precio es aparte (5000 UZS). Es interesante, sin más, por los detalles de su interior, por lo que es una visita que si no se hace no ocurre nada.

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Así que esa es otra excusa para no perderse Bibi Khanum y alrededores. Además está a unos diez minutos caminando desde el Registán. Se hace por una avenida peatonal rodeada de tiendas de artesanía para turistas que seguro no tiene que ver con la ciudad vieja que ebullía allí mismo antes de la llegada de los rusos.

GUR-E AMIR: EL MAUSOLEO DE TAMERLÁN

A Gur-e Amir, también conocido como Gur Emir, llegamos caminando del Registán hacia Sur durante nuestro segundo día en Samarkanda. Aproximadamente quince o veinte minutos fue lo que tardamos a paso lento, aunque para ello hubo que cruzar alguna que otra vez «a lo loco» porque no había apenas pasos de cebra ni los coches se molestaban en detenerse para dejar pasar. En el sentido de la conducción y las normas de circulación nos parecieron más persas que rusos. Pero después de visitar Oriente Medio me parece haber desarrollado una técnica infalible que consiste en mirar al lado contrario por el que viene el coche y esperar a que éste sea el que pare. Lo vengo a llamar «cruzar a la siria». Y funciona…

Nos encontramos primeramente con un «aperitivo» de Gur-e Amir, el pequeño mausoleo de Ruhabad, del que se dice custodia un mechón de pelo de Mahoma. Aunque lo que en cualquier otro país musulmán sería lo más sagrado de la ciudad, allí no había absolutamente nadie, ni visitándolo ni menos rezando. Otra evidencia más de que en Uzbekistán, salvo en el Valle de Fergana, el Islam tiene muy poco peso.

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Avanzando en línea recta se iba haciendo más grande el impresionante monumento de Gur-e Amir. El pishtak antecedía al edificio principal coronado por una cúpula hermosísima de color azul y flanqueado por dos minaretes con aspecto de columna, clásicos del arte timúrida por los muchos ejemplos que hay en Asia Central. Y de nuevo la sensación de estar ante algo grande, como esas cosas que pueden acelerarte el pulso y hacerte echar un suspiro con una media sonrisa de incredulidad. Pero es cierto, en Samarkanda los sueños son reales y se pueden tocar con las manos…

Particularmente Gur-e Amir me pareció de largo el edificio más espectacular de Samarkanda. Más aún que cada una de las madrasas del Registán o que la propia Bibi Khanum. Y no sólo por sus dimensiones, que son bastante aceptables, sino por aglutinar infinidad de detalles «sobre su piel de ladrillo» que le hacen ser digno del personaje que lleva habitando su interior los últimos seis siglos.

Lo más curioso de todo es que el gran Tamerlán jamás quiso que ésta fuera su última morada en la Tierra. Él se había hecho construir una pequeña y humilde tumba en su ciudad natal, Shakhrisabz, a 90 kilómetros al sur de Samarkanda. Y había dejado muy claro que ni deseaba funerales ostentosos ni un gran monumento donde ser enterrado. Pero estaP1210806 vez las órdenes que nadie osó quebrantar en vida, no se cumplieron una vez fallecido el Conquistador en el invierno de 1405 cuando enfermó en una ambiciosa campaña militar contra el Imperio Chino. Aparecieron ciertos problemas logísticos (se cuenta que los caminos a Shakhrisabz estaban inundados) y se le enterró en un mausoleo iniciado por su nieto predilecto, el Sultán Mohammed, quien estaba destinado a su sucesor pero que murió dos años antes interrumpiendo los planes de Timur el Cojo (otra de las maneras con que se le conocía a Tamerlán). Fue éste el que continuó su obra, engrandeciéndola como había hecho con otros monumentos, para dejar a Gur-e Amir como última morada del Sultán sin saber que al final sería también la suya y la de algunos de sus descendientes. Ulugh Beg, otro de sus nietos, que sí pudo gobernar, culminó el Mausoleo de Gur-e Amir que se convertiría no sólo en una Cripta familiar sino también en el más impresionante de los monumentos de la Dinastía Timúrida que se conservan en Asia Central.

A continuación podéis ver un pequeño vídeo grabado justo antes de entrar a este monumento:

La construcción de Gur-e Amir supuso un hito arquitectónico puesto que su modelo evolucionó hasta llegar al Imperio Mogol (los mongoles de la India, Dinastía iniciada por Babur en 1526, desdendiente de Tamerlán) y a un tipo de Arquitectura que estaría sumamente influenciada por la timúrida. De ese modo podemos considerar al insigne mausoleo de Samarkanda el origen de la Tumba de Humayun (Delhi) y, por tanto, de la obra maestra mogol, el hermosísimo Taj Mahal. Gur-e Amir sería en términos coloquiales, el abuelo del más célebre monumento de mármol de la Historia.

Aunque cierto es que la Tumba de Tamerlán tiene esas particularidades que se asocian al estilo puramente timúrida, como la disposición de azulejos, la caligrafía árabe (Una de sus inscripciones dice «Alá es inmortal»), los minaretes asemejándose a columnas, una cúpula infonfundible y… ese toque azul que nunca falta. Hay una profusión de detalles elegantísimos que embellecen, aún más si cabe, al monumento más regio de Samarkanda. Para que no se escapen muchos de ellos lo mejor es permanecer todo el tiempo posible observando la delicadeza de tantos y tantos ornamentos enclavados en una estampa imponente. Conviene tomarse con calma una visita a Gur-e Amir, al igual que a las otras joyas del corazón de Asia Central.

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El mausoleo de Tamerlán es Tamerlán en sí mismo. Poderoso, rígido y beligerante, pero a su vez mostrando un evidente refinamiento. Sin nada ni nadie que le haga sombra ni que pueda olvidarse de esa pose majestuosa, de ese saberse el Rey del Mundo. Porque Amir Timur, el heredero con méritos del gran Genghis Khan, sólo podía yacer en este lugar, a pesar de tener preparada una tumba más propia de «mortales». Su destino era ser Leyenda y con obras como ésta, se asegura la perpetuidad de quien hizo temblar a persas, indios, turcos y chinos. Una cúpula por corona, un minarete por espada, y los reflejos azules de Samarkanda haciendo más hermoso al techo celeste.

Una puerta nada suntuosa se abrió en uno de los costados para dejarnos pasar al interior, a la cripta que guarda las tumbas de mármol rectangulares, delgadas y sumamente sobrias de Tamerlán, dos de sus hijos, sus nietos Ulugh Beg y Mohammed además de su consejero espiritual Mir Said Baraka. El envoltorio marmóreo que sobresale del suelo es el símbolo de las verdaderas lápidas que están justo debajo. La suntuosidad no se encuentra en las propias tumbas sino en las cuatro paredes maquilladas primorosamente y el abultado hueco dejado por la cúpula.

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Y como suele ocurrir en este tipo de sitios, la Leyenda y todo tipo de historias truculentas y fantasmagóricas, pululan por Gur-e Amir. Así gomo gritos y lamentos escuchados por los guardias que custodian el mausoleo como otras curiosidades en forma de gran Maldición. Al parecer Tamerlán quiso que su tumba llevara una inscripción que dijera: «Aquel que ose molestar mi sueño, se enfrentará a un enemigo todavía más poderoso que yo» .  Quien lo hizo le trajo muy mala suerte, aunque la mayoría de quienes se adentraron en Gur-e Amir prefirieron no tocar la tumba del Conquistador y no tantear a la suerte. Era tal el respeto que se profesaba a Timur el Cojo que su tumba se mantuvo intacta y en su sitio. Hasta que en 1941, en tiempos de la Unión Soviética, llegó el científico Gerasimov y abrió la tumba con el consentimiento de Stalin para estudiar el cadáver de Tamerlán y modelar su cara a través de la calavera. Ignoró la inscripción y entonces… en apenas unas horas el Ejército alemán inició su conquista de la URSS por medio de la Operación Barbarroja.

Algunos oficiales soviéticos conocedores de la maldición, vieron relación entre la profanación y la guerra en la que estaban pereciendo cientos de miles de rusos. Atemorizados por la venganza de Tamerlán en enero de 1943 se trabajó para devolver el cadáver a su sitio y se realizaron los rituales religiosos pertinentes. Y muy poco después, los nazis fueron derrotados en la URSS por el Ejército Rojo. La II Guerra Mundial, el único enemigo más poderoso que Tamerlán, tomo otro cariz a partir de ese momento. ¿Casualidad? ¿Un cuento para no dormir? Es posible…

Gur-e Amir es, por tanto, más que un simple monumento. Y nosotros así nos lo tomamos, escudriñando los confines del mausoleo azul en el que descansan algunos de los principales miembros de la Dinastía Timúrida. La sangre de Tamerlán corre por las venas de cada uno de los azulejos implantados en las paredes del edificio. Rápidamente uno se da cuenta de que la esencia del batallador se encuentra en todas partes, desde los cimientos hasta el remate de la cúpula.

Para entrar pagamos 6600 UZS por persona y un extra de 3300 UZS por un persmiso para sacar fotografías. Se puede prescindir de esto último, ya que nadie controla si tienes un ticket de fotos o no. Basta tener bien guardada la cámara en la mochila cuando se esté comprando los billetes en taquilla y así ahorrarse un gasto innecesario.  

P1210793Otro detalle del que no quería olvidarme es que a pocos metros del acceso a Gur-e Amir hay una calle dedicada a Ruy González de Clavijo, aquel madrileño que fue mandado por el Rey Enrique III para hablar con Tamerlán y convencerle de una alianza contra los turcos. Y que llegó y nos narró todo un viaje a Samarkanda. Aunque su empresa no gozó del éxito buscado ya que muy poco después Tamerlán moriría enfermo y tuvo que volverse a casa sin alianza posible. Afortunadamente el mejor regalo vino en sus escritos, siendo uno de los primeros y más importantes relatos de viajes que se conservan de la Edad Media. Sin duda un personaje desconocido en tierras castellanas de donde salió, pero con un peso importantísimo en la Historia por haber documentado el período más álgido del Imperio de Tamerlán.

SHAH-I-ZINDA: LA NECRÓPOLIS TIMÚRIDA

Shah-i-Zinda es ese tipo de lugares en los que uno debe frotarse los ojos varias veces para comprobar que no está soñando. Si en Samarkanda el Registán es «La Plaza», Gur-e Amir es «el Monumento» y Bibi Khanum es «la Mezquita», Shah-i-Zinda (pronúnciese Sajisinda) es «LA NECRÓPOLIS» puesta con mayúsculas, comillas y todo lo que sea necesario. No sólo hablamos del núcleo más sagrado de la ciudad uzbeka sino también de su mejor paseo, aunque los residentes a un lado y al otro del camino no se encuentren, cómo decirlo… vivos. Porque se trata del lugar de enterramientos y mausoleos más noble a un lado y otro no de Samarkanda o Uzbekistán, sino de todo Asia Central.

Apenas unos metros al sur de las ruinas de Afrasiab, donde se encontraba la antigua ciudad sogdiana, se desliza en la colina un sendero estrecho flanqueado por túmulos levantados en el último milenio, aunque sus formas y «ocupantes» provengan del período Timúrida (Siglos XIV, XV y XVI sobre todo). Se dice que su sacralidad proviene de un primo de Mahoma llamado Qusam ibn Abbas, quien tratando de islamizar a un pueblo eminentemente zoroastriano, fue decapitado y enterrado allí mismo. Aunque la Leyenda cuenta que antes de recibir sepultura el propio Qusam junto a su cabeza se escondieron durante muchos años en una cueva. Sea como fuere, si resta un lugar de Samarkanda al que acudan peregrinos y fervientes seguidores del Islam, es éste.

Se puede llegar caminando desde Bibi Khanum, aunque si se está más lejos conviene mejor que te lleve algún coche de la calle. Algo que ya expliqué en la Guía práctica del viaje a Uzbekistán era que si tú levantas tu dedo índice en una calle por la que pasen coches muy seguramente se ofrecerán a llevarte a tu destino por un precio a convenir. En el caso de Samarkanda es complicado pagar más de 3000 UZS (aprox 1€) por un viaje en el coche de un particular (los taxis oficiales son más caros), por lo que compensa utilizar este medio rápido y económico. A nosotros, que fuimos desde Gur-e Amir, en el otro extremo, nos vino realmente bien.

La visita de Shah-i-Zinda es probablemente junto a la del Registán la que más tiempo conviene invertir. Desde el punto de acceso hasta el final de la «avenida principal» hay en torno a veinte mausoleos de importancia histórica y artística, además de algunas mezquitas y madrasas que salpican el camino. Todo sin contar el importante número de tumbas menores pero realmente antiguas que yacen a los pies de los mausoleos donde reposan personajes ilustres de antes, después y durante la época timúrida. Se recorre siempre en sentido subida, aunque ya daré un consejo después que puede resultar interesante.

A continuación podéis ver un mapa del complejo con los puntos principales de Shah-i-Zinda desde la entrada por el edificio de Ulugh Beg hasta el pequeño mausoleo de Khwaja Ahmad:

Correspondencia numérica:

  1. Khwaja Ahmad (1340)
  2. Anónimo (1361), Atribuído a Qutlugh Ata
  3. Atribuído a Tuman Aqa (1405)
  4. Mezquita de Tuman Aqa (finales del Siglo XIV)
  5. Complejo funerario de Qusam ibn Abbas (primo de Mahoma)
  6. Mausoleo atribuído a Amir Buruduq (finales siglo XIV)
  7. Madrasa de Bughra Khan
  8. Tumba anónima (1390) atribuída a Ulugh Sultan Begim
  9. Tumba de anónima atribuída a Ustad Ali (1385)
  10. Tumba anónima
  11. Tumba Shiring Biqa Aqa (1386)
  12. Tumba Tughlu Tekin (Amir Husayn) (1375)
  13. Tumba Shad-i-Mulk Aqa donde yacen hermana y sobrina de Tamerlán (1383)
  14. Tumba de Amirzadeh (1386)
  15. Arco de entrada desde el cementerio moderno
  16. Tumba atribuida a Qazizadeh Rumi (1420)
  17. Mezquita
  18. Portal de entrada de la época de Ulugh Beg (1425)

El Pishtak de Ulugh Beg preside la entrada al largo complejo funerario como el mejor de los comienzos posibles. Ya de por sí nos muestra ese carácter timúrida que recordamos de otros monumentos ya vistos en la ciudad de Samarkanda.

 

En el momento de cruzarlo uno se encuentra en «el mundo de los muertos» alojados en pequeños pero suntuosos palacetes de mayólica color azul. El brillo de las paredes y las cúpulas contrasta con los hierbajos y la hojarasca que se poco a poco ha traspasado los límites de la propia Naturaleza. El entorno monumental e incluso el propio ambiente humano que circunda Shah-i-Zinda es incluso más puro que el de otro lugares más emblemáticos de Samarkanda.

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Un arco une los dos extremos de un corredor estrecho. Allí podemos escuchar los rezos de algunos fieles con los que no es demasiado fácil dar en Uzbekistán, salvo en el Fergana y otros puntos aislados que conservan aún la religiosidad que un día caracterizó a la región. Allí pagamos 4000 UZS (y 2000 extra para un permiso fotográfico) para vernos reflejados nuevamente en el «azul de Samarkanda» de los portalones que presiden mausoleos que encierran las alcobas pétreas de personajes que una vez fueron ilustres y ahora descansan eternamente. Hay una amplia representación de la dinastía timúrida por parte de hermanos, hijas, esposas, sobrinas, nietas y otros miembros que formaron parte de la vida de Tamelán, Ulugh Beg y otros personajes del Imperio.

La Tumba Shad-i-Mulk Aqa, al poco de pasar la arcada, es un ejemplo del perfeccionamiento del arte timúrida, con excelentes dibujos plasmados en mayólica. Al igual que los edificios que tiene de frente o a los lados, que guardan primorosamente los secretos de un Arte que llegó a Asia Central para quedarse e inspirar.

Los interiores no dejan en menos los atractivos portalones. Tímidas lápidas invaden un espacio coronado por esplendorosas cúpulas tatuadas con motivos pictóricos simétricos y nuevamente azulados. Por dentro los mausoleos, idealmente frescos para los cálidos veranos uzbekos, nos mostraban un inédito silencio más allá de unos pasos pisando ese suelo gélido de sonido hueco.

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A continuación podéis el primero de los vídeos grabados en Shah-i-Zinda:

De repente el corredor se hace más ancho y viene una especie de patio simulado en el que el tema principal sigue siendo la muerte representada en túmulos y mausoleos. La mejor estampa de Shah-i-Zinda se encuentra aquí, descongestionada, brillante y sumamente enigmática. Para nosotros fue la excusa perfecta para declarar a la necrópolis la visita más auténtica de Samarkanda y también la más conmovedora.

El significado del nombre Shah-i-Zinda, que es el de «Rey viviente», contrasta con la función de los edificios que a uno le van apareciendo por el camino. Pero la atmósfera no es de luto sino de cierta frialdad ante el mundo de los muertos. Los espíritus visten túnicas azuladas abarrotadas de elementos geométricos con significados matemáticos e incluso astronómicos. Se dice que el maestro que hizo a Ulugh Beg entusiasmarse con los astros también reposa en lugar digno para los miembros de la realeza. Al igual que ocurriera con Tamerlán, que yace a los pies de quien le instruyó y aconsejó durante años, se advierten los puestos honoríficos de personajes que hicieron méritos más allá de su linaje. Es como ir a la otra vida con cierta ventaja…

Adelante otro vídeo:

Justo en ese área más abierta de Shah-i-Zinda, a mano derecha un camino se rompe hacia otras colinas y laderas. Lo seguimos y nos encontramos con un inmenso cementerio civil en el que las lápidas tenían grabados los rostros de sus moradores bajo tierra. Algo un tanto tétrico es mirar a los ojos de las personas que fueron y ya no son…

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En este caso, el interés va más allá del cementerio. Va una recomendación: Subirse a la colina más alta a través de unas estrechas e improvisadas escaleras porque allí se apreciará el mar de monumentos y cúpulas timúridas con las que se esfuma esa urbe soviética para ser la que Ruy González de Clavijo vio con sus propios ojos en su viaje a estas tierras. El horizonte puede mostrar la ciudad que uno espera después de leer a los viajeros que trazaron a pie, a caballo o a camello la Ruta de la Seda y alcanzaron lo que Tamerlán denominó «el Centro del mundo». He aquí ese mundo soñado que se apropió de toda la sabiduría venida de aquí y de allá para después propulsarla con fuerza por todos los rincones y vericuetos de lugares lejanos. He aquí… Samarkanda, simplemente Samarkanda.

Esas vistas arrebatan los conservantes, edulcorantes y toda clase de ingredientes añadidos a una ciudad que no lo necesitaba, pero que simplemente por su nombre es capaz de retorcer el alma de viajeros que no descansarán hasta encontrarse en ella. Samarkanda siempre fue el sueño, la dura meta… y, por fortuna, sigue siendo toda una realidad.

La Plaza del Registán, la Mezquita de Bibi Khanum, el Mausoleo de Gur-e Amir y la Ciudad de los Muertos de Shah-i-Zinda siguen estando ahí, esperándonos para contarnos mil y una historias increíbles. Tan sólo hay que saber quitarle las capas sobrantes e imaginar que todo vuelve a fluir de nuevo, como cuando Tamerlán se subía a su caballo y divisaba el mundo entero…

Sele

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PD: El relato Reflejos de Samarkanda I, que trata sobre la Historia de la ciudad y la Plaza del Registán, lo puedes leer haciendo clic aquí.

PD2: Recuerda que la ruta que hicimos en Uzbekistán, los alojamientos, transportes, consejos y el índice de los relatos/artículos que tengan que ver con este viaje lo podrás consultar en:

16 Respuestas a “Los reflejos azules de Samarkanda II”

  • […] edificio es otro de los pocos que quedan en pie de su época en la ciudad. La renqueante mezquita Bibi Khanum, que en su día fue uno de los edificios más colosales del mundo islámico y la necrópolis de […]

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