Los mejores momentos de un viaje al Tíbet - El rincón de Sele

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Los mejores momentos de un viaje al Tíbet

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Tíbet. Una tierra llena de secretos, de tesoros milenarios, de certezas de fe e incertidumbres mundanas. El lugar en el que el budismo depositó su trono sagrado a los pies de la cordillera del Himalaya. Donde el Everest mira siempre al norte y una cantidad inasumible de santuarios y monasterios mueven los hilos invisibles del presente, el pasado y el futuro de un pueblo religioso como pocos y que no deja de dar vueltas como una de las muchas ruedas de oración que despliegan mantras con tan sólo tocarlas con la mano. Tíbet no sólo es un lugar, es un estado mental, una manera honesta de mirar a la vida, de hacerle cosquillas al cielo más azul que uno pueda imaginarse, de escarbar a su vez en los infiernos terrenales y toparse con unas dosis de dignidad y pundonor envueltas para regalo en las sonrisas más sinceras.

Sele en Shighatse, un imprescindible a la hora de viajar al Tíbet

En mi última aventura en el Tíbet aprendí aliviado que mientras su gente conserve la fe, se mantendrán los preceptos y cimientos de este reino entre montañas, tiempo atrás impenetrable y desconocido. Hacer un viaje al Tíbet me ha llevado a recopilar una serie de experiencias increíbles y a tratar de asimilar una interminable sinfonía de escenas y escenarios con la lenta digestión que la mantequilla de yak es capaz de permitir en estos casos. 

UN VIAJE AL TÍBET CONTADO EN 10 GRANDES MOMENTOS

El día en que recibimos los permisos de entrada al Tíbet

No habíamos pisado aún tierra tibetana y ya disfrutábamos de nuestra primera alegría. Aunque se hizo esperar sobremanera. Ya teníamos los vuelos, trayectos terrestres y una ruta prevista. Pero faltaba lo más importante y engorroso, los dichosos permisos de entrada al Tíbet a pocas horas de que Isaac de Chavetas y un servidor iniciáramos un viaje muy esperado. Este es un trámite que debe realizarse con tiempo de antelación y las particularidades para entrar al Tíbet son tales que no se deben tomar a la ligera. Afortunadamente contamos con el asesoramiento y ayuda de la agencia Youlan Tours (lamentablemente la agencia desapareció tras la pandemia) y todo esto fue posible, aunque los chinos se hicieron esperar con la carta de invitación y el Tíbet Tourism Bureau con los permisos (amén de equivocarse con los apellidos), por lo que los conseguimos al límite de tiempo, apenas unos días antes de partir. Y para más inri y despiste mío, el día que tenía que recoger los pasaportes al consulado donde se tramitan los visados chinos en Madrid aparecí sin el resguardo correspondiente, por lo que tuve que marcharme a casa y regresar corriendo antes de que cerraran las oficinas. Ese «suspense» innecesario fue mea culpa. Aunque el sabor de tener todo OK, a pesar de ser sobre la bocina, me supo mejor que el gol de Sergio Ramos en aquel mítico minuto 93 (bueno, quizás exagere un poco, aquel día casi me da un síncope y todavía no me he recuperado).

Sele e Isaac con los permisos del Tíbet en la estación de trenes de Xining

Información útilAlgo debemos tener claro a la hora de preparar un viaje al Tíbet. No se puede visitar este destino por libre y siempre debe hacerse de la mano de una agencia. De lo contrario jamás concederán los permisos correspondientes. De ahí que sea necesario prepararlo todo, al menos la parte administrativa, con varios meses de antelación. Para hacerlo recomiendo seguir estos 60 consejos prácticos para viajar al Tíbet.

Escalando posiciones en China y volando en el tren de las nubes

Nos tomamos con calma la cuestión de llegar al Tíbet. De hecho aterrizamos en Shanghai en un vuelo de Finnair procedente de Madrid y con escala en una nevadísima Helsinki. Fuimos escalando posiciones en China y ganando suficientes méritos (o karma) para arañar una apoteósica entrada al techo del mundo. Llegamos a ser huéspedes en un templo budista zen como el de Bailin, meciéndonos al ritmo de un enorme tambor en una ceremonia que tardaremos tiempo en olvidar. Recorrimos aldeas de piedra en Hebei (como Yujia) y visitamos un escenario real de la película Tigre y dragón como son las montañas Canyang. Rendimos pleitesía a los guerreros de Xi’an y bordeamos la muralla de la ciudad en bicicleta antes de sumergirnos a la locura nocturna del barrio musulmán. Contamos con nuestro proceso de aclimatación a la altura en la provincia de Qinghai (un par de días), de cultura mayoritariamente tibetana, y partimos de la estación de Xining para tomar el tren transtibetano y viajar hasta Lhasa en un periplo de un día entero de duración.

Templo-puente del Monte Cangyan

Fuimos los únicos extranjeros en aquel tren con oxígeno al que apodan «de las nubes» y que durante horas atravesó la meseta tibetana a una altura sobre el nivel del mar más cercana a los cinco mil metros que a los cuatro mil. En camarotes separados los ronquidos y el aroma constante a sopa de noodles fueron menguados con los paisajes esteparios y las llanuras salpicadas de yaks que veíamos al otro lado de la ventana. Como ya dije más arriba, hacer un viaje al Tíbet plantea méritos y esfuerzos. Y el del tren de las nubes fue uno de ellos.

Sele en el tren transtibetano (Tren de las nubes al Tíbet)

No te pierdas en este blog todas las particularidades y destinos visitados en el reportaje sobre el largo camino por tierra a Lhasa desde Shanghái.

La primera vez que nos pusimos frente al Palacio de Potala

En cualquier viaje al Tíbet que se precie existe en la capital un imán visual demasiado potente como pasarlo por alto. El Palacio de Potala, la residencia del Dalái Lama en Lhasa desde el siglo XVII cuando fue mandado construir sobre la montaña Hongshan, posee una carga visual y emocional que aboca a la intimidación. Nada más llegar a Lhasa en tren lo pudimos ver a lo lejos pero no fue hasta que se ocultó el sol, en plena hora azul, cuando nos pusimos delante del mágico Potala. Entonces se detuvo el mundo. Con unas dimensiones difíciles de asumir y una iluminación perfecta, el monumento más importante (y visitado) del Tíbet con diferencia nos hizo encoger hasta convertirnos en dos diminutas figuras incapaces de articular palabra coherente.

Sele e Isaac frente al Palacio de Potala (Lhasa, Tíbet)

El Palacio de Potala fue para nosotros la muestra de que la tela con la que se tejen los sueños necesita mucho tiempo de factura, pero que tarde o temprano se culmina. Y cuando esto sucede una escena tantas veces imaginada se hace presente sobre unos ojos que se rinden con timidez a la caída inevitable de las lágrimas que más merecen la pena, las de la emoción.

De kora en kora por el Tíbet

Cuando se emprende un viaje al Tíbet hay que tener muy claro el concepto de «hacer una kora». Con kora uno se refiere a algo que tiene que ver con una peregrinación, ceremonia o ritual religioso. Realizar una kora consiste en hacer un sendero circular en sentido de las agujas del reloj. Pero puede ser a un mero objeto, a una capilla, a un monasterio amurallado, a una ciudad entera e incluso a una montaña (como en el caso de la kora sagrada del Monte Kailash). Para los tibetanos esta tradición que tiene que ver no sólo con su manera de entender el budismo, así como con la antiquísima religión bon, es una práctica purificadora que ayuda a alcanzar méritos y se puede hacer caminando, haciendo moviendo ruedas de plegaria (dado que llevan textos sagrados, hacer girar dicha rueda tiene el mismo efecto meritorio que recitar las oraciones) o arrastrándose por el suelo en una letanía realmente sorprendente.

Tibetano haciendo un kora alrededor del Palacio de Potala de Lhasa (Tíbet)

En el Tíbet se ven múltiples koras. Quizás la más importante sea la que circunvala el templo Jokhang de Lhasa por Barkhor , la del Potala o el Monte Kailash. Pero hay muchísimas más. En nuestro viaje disfrutamos especialmente la que rodea el monasterio Tashilhunpo en Shigatse. Sin duda hacerlas fue una forma de darnos cuenta de la intensa religiosidad de los tibetanos, sin contar que las mejores fotografías de personas y retratos se hacen precisamente allí. Acompañar a los devotos en una kora es entrar muy de lleno en las creencias que sostienen las bases de un pueblo tan firmemente arraigado a sus tradiciones como es el tibetano.

Kora de Tashilhunpo (Shigatse, Tíbet)

Acampada a orillas de un lago sagrado como el Yamdrok

Al lago Yamdrok se le considera como uno de los más sagrados del Tíbet. A mitad de camino entre Lhasa y Gyantse y a 4441 metros sobre el nivel del mar, el Yamdrok no sólo se trata de un lugar a peregrinar sino una auténtica morada de dioses, un oráculo color turquesa con áridas montañas a su alrededor. Allí tuvimos la posibilidad de acampar, entre los yaks y las cabras, bajo los halcones que sobrevolaban aquellos vientos gélidos. Amparados por el silencio y las ganas de aventura.

Sele e Isaac acampando en el Lago Yamdrok (Tíbet)

Junto al Yamdrok pudimos visitar el monasterio Samding y llegar en el instante preciso en que los monjes estaban afinando unas trompetas inmensas para perderse posteriormente en una montaña cercana. Todavía recuerdo el eco atronador de su música retumbando con visceralidad a varios kilómetros.

Gyantse o el encanto tibetano hecho ciudad

Si tuviera que elegir un lugar fuera de Lhasa para quedarme un tiempo en el Tíbet y regresar un viaje tras otro, ese es Gyantse. Es de los pocos núcleos urbanos de la región que han conservado su espíritu, donde las vacas y los yaks duermen junto a la puerta de entrada de las casas y donde la historia se vive en cada rincón. Aún recuerdo el instante en que nos desviamos para tomar una callejuela, empezamos a subir lentamente una colina arenosa repleta de boñigas y nos colocamos en un punto en el que pudimos disfrutar de la magnífica silueta del dzong (o palacio fortificado, más bien un castillo) y del monasterio Pelkor Chode donde se alzaba destacado el chörten  (Kumbum), un edificio escalonado que recuerda a las estupas nepalíes, realmente único en todo el territorio tibetano.

Kumbum de Gyantse (Tíbet)

Gyantse tiene mucho de lo que todos imaginamos de un viaje al Tíbet. Y supuso un soplo de aire fresco en el rumbo de una aventura a la que se sucedían los distintos episodios antes de llegar al mítico Everest.

La biblioteca de Sakya

La sakyapa es una secta budista como la gelugpa o la vetusta nyingma, pero a diferencia de todas ellas su líder espiritual no se elige por medio de una asamblea de monjes o las pistas de una reencarnación. En este caso ser «sostenedor del linaje Sakya» se logra a través de transmisión hereditaria y durante siglos de manera ininterrumpida esta responsabilidad ha recaído sobre la familia Khön, iniciadora de esta escuela en el monasterio Sakya hace ya 41 generaciones. Pero esta es una mera anécdota. La visita al monasterio lleva al viajero a entrar a lo que parece más un castillo que un centro religioso. Y ahí está una de esas experiencias que difícilmente se olvidan como son admirar una biblioteca de casi cien mil volúmenes antiquísimos (algunos escritos en letras de oro) que rozan el techo a más de diez metros de altura o tratar de comprender cómo en su momento fueron capaces de levantar unas columnas de madera tan gruesas que resultan ser en realidad troncos de enormes árboles cortados hace ya demasiados siglos.

Monasterio de Sakya

Como amante de los libros y las bibliotecas, en Sakya dibujé con la mente una «biblioteca de Alejandría» en versión budista. Pero la realidad volvió a superar nuevamente a la imaginación. Detrás del altar de Sakya se acumulan decenas de miles de escritos que tienen que ver no sólo disciplinas religiosas sino con el arte, la política, las matemáticas, la naturaleza o la geografía. Una colección extraordinaria de saberes, muchos de los cuales probablemente llevan centurias sin abrirse. Y es que los más cercanos al techo requerirían una escalera de casi diez metros. ¡Fabuloso!

Monasterio de Sakya (Tíbet)

Con Su Majestad el Everest, la montaña más alta de la Tierra

Para muchos el Everest no es un objetivo. Es EL OBJETIVO. Y no me refiero a escalarlo, algo hecho para otras pastas muy difíciles de definir y de las que estoy convencido yo no estoy hecho. Observar, al menos una vez en la vida, una de las caras nevadas de la montaña más alta que se yergue en nuestro planeta, tiene mucho que ver con la mística y, sobre todo, con la autorrealización. Al fin y al cabo no somos más que un cúmulo de sueños ya cumplidos y otros por hacer. Y, qué le vamos a hacer, nos apasionan los récords. Todo lo que lleva delante un «el más» o «la más» nos lleva a un inevitable estado de excitación. Al igual que la palabra inglesa «highlight» que nutre el vocabulario de muchos viajeros que tienen en la Lonely Planet su Biblia particular.

Sele en el Campo Base Norte del Everest (Tíbet)

En un viaje al Tíbet se puede no sólo contemplar la cara norte del Everest sin necesidad de numerosas jornadas de trekking, a diferencia de Nepal. Acampar en el Campo Base Norte es posible de una manera fácil tras un desvío por la carretera de la amistad en la que dirigirse a esa muralla repleta de ochomiles llamada Cordillera del Himalaya. Con el Everest y su entorno vivimos tres momentazos de esos que te hacen latir a mil por hora (y no me refiero a los efectos del mal de altura, aunque también podría hacerlo). El primero no se hizo esperar, fue tras subir un puerto de montaña y ponernos a 5100 metros de altura. Miramos a la izquierda y sólo nos faltó abrir la puerta del coche en marcha. ¡El Himalaya! ¡El Everest! Con un día increíblemente despejado miramos por primera vez los rostros blanquecinos de inmensos colosos. Apenas había nubes que enturbiaran tan magnífica imagen. Por dentro sabíamos que acabábamos de alcanzar un sueño.

La cordillera del Himalaya

El segundo momentazo fue cuando después de volver a bajar y llevar una hora más de carretera (e infinitas curvas), tras un recodo pedregoso surgió, ya mucho más cercano, el Monte Everest. Todo el viaje pensando si lo tendríamos tapado por las nubes y ahí teníamos una postal más clara imposible. ¡Nos volvimos locos a tomar fotografías!

El Everest visto desde el lado tibetano

El tercer momentazo lo vivimos a doscientos metros más adelante del primer Campo Base Norte del Everest donde pasamos la noche. En una de las ruinas supervivientes del monasterio de Rongbuk, probablemente el santuario religioso situado a mayor altitud en todo el mundo, nos quedamos sentados (y petrificados) durante un par de horas para ser testigos de un lento y apasionante atardecer sobre aquel gigante. A un costado los yaks portando los víveres de los valientes alpinistas autorizados a ascender la cara norte del Qomolangma (el nombre que le dan los tibetanos a la montaña con el significado de «madre del universo»). Tímidos copos de nieve cayendo sobre nuestras ropas térmicas cuando, en cambio, en el Everest le iluminaba un sol sin mácula. El viento soplando sobre las banderas de oración. Y nada más. Aquel, probablemente, fue uno de los instantes más emocionantes de toda mi vida.

Sele ante un atardecer increíble en el Everest (Tíbet)

Otro cantar fue el frío que pasé en la tienda en una noche en vela en la que tanto Isaac como yo fuimos incapaces de dormir. Pero todo forma parte de la experiencia, ¿no creéis?

Reyes del dzong de Shigatse

Antes hablaba de lo mucho que nos mereció la pena hacer la kora alrededor del monasterio Tashilhunpo de Shigatse, la sede del Panchen Lama o, lo que es lo mismo, de la segunda autoridad religiosa del Tíbet sólo por debajo del Dalái Lama. Quién nos iba a decir que allí, tras seguir el rastro de unas cabras revoltosas que se estaban poniendo las botas a tsampa, la insípida y pesada harina tostada de cebada que forma parte de la base de la pirámide alimenticia de los tibetanos, daríamos con una de las mejores panorámicas de todo el viaje. Con un poco de esfuerzo (y menos oxígeno) pusimos la ciudad de Shighatse bajo nuestros pies y frente a la estampa recia del dzong, una versión reducida del Palacio de Potala sin más aditivos que las montañas rocosas y un cielo azulísimo ornamentado con esponjosas nubes de algodón.

Sele en Shigatse (Tíbet)

Aquel día en Shigatse, por muchos motivos, fue de los más grandes de cuantos vivimos en nuestro viaje al Tíbet. Quién sabe si porque ya estábamos terminando la ruta y creíamos haber puesto el pabellón bien alto. Pero ahí estaba aquel lugar para recordarnos que, necios de nosotros, no habíamos visto más que una millonésima parte del Tíbet así como advertirnos que si regresamos, algo que no tendremos «más remedio» que hacer, nos quedarán infinidad de momentos mágicos por vivir.

Sele e Isaac en Shigatse (Tíbet)

Lectura en la Sala de la Asamblea de Ganden

Último día en el Tíbet. Decidimos hacer una sustitución en el itinerario para poder incluir el tercero de los monasterios más importantes de los alrededores de Lhasa (Ganden, los otros son Sera y Drepung, conformando la trilogía Gelugpa). Una ciudad religiosa clavada en un recodo de piedra a 4000 metros de altitud, el lugar en el que murió y permanece enterrado Je Tsongkhapa, el fundador de la secta gelugpa o de los gorros amarillos y, por tanto, una de las personalidades más veneradas por el budismo tibetano. Podía hablaros de sus muchos templos y esculturas, de los yaks entrando por las callejuelas monacales y de que aquel día no nos topamos con un solo turista. Pero nuestra suerte no fue esa sino coincidir en tiempo y espacio con una reunión de monjes en la sala de la asamblea o capitular del monasterio. Más de un centenar de miembros de Ganden envueltos en sus túnicas color azafrán leyendo en voz alta y al unísono los textos sagrados que emergían de sus libros. Mientras hacían aspavientos con el cuerpo para acompañar a sus voces, como si aquella lectura les mantuviese en trance, fuimos invisibles para ellos. En realidad, testigos transparentes de una ceremonia a la que los visitantes, y mucho menos extranjeros, carecen de todo acceso.

Monjes leyendo en la Sala de la Asamblea en el monasterio de Ganden (Tíbet)

La gente, lo mejor del viaje al Tíbet

Monumentos, panorámicas naturales, los cielos pulcros del techo del mundo, aquellas largas horas de carretera y de tren. Nada. Nada resulta comparable con lo mejor de cualquier viaje al Tíbet que se precie. Que nadie tenga dudas de que el pueblo tibetano es el auténtico regalo durante toda la experiencia. Y es que los tesoros muchas veces no se miden por el fulgor o los kilates del oro sino con el ancho y brillo de una sonrisa. En eso, os aseguro que los tibetanos ganan por goleada.

Paisanos tibetanos sentados en un banco

TEST RÁPIDO SOBRE VIAJAR AL TÍBET

 

Aunque contáis en este mismo blog con un documento más detallado con preguntas y respuestas repletas de consejos para los viajeros y viajeras que se estén planteando visitar Tíbet aquí tenéis una lista de preguntas que nos han hecho los lectores en estas semanas, así como sus correspondientes respuestas:

  • ¿Hace falta visado y otros permisos para viajar al Tíbet?–> En efecto y en todos los casos. Se entre desde China o desde Nepal es necesario contar con el visado chino y un permiso que autorice visitar el Tíbet y que concrete los lugares del recorrido, hoteles, etc. Requiere hacerse con antelación suficiente y el permiso lo gestiona una agencia autorizada para preparar viajes en la Región Autónoma del Tíbet.

Passport control

  • ¿Es obligatorio viajar con agencia al Tíbet? –> Es imposible viajar por libre por el Tíbet por lo que todo se debe prever con una agencia. Si se hace con tiempo es posible hacer viajes en privado, pero siempre bajo el paraguas de una agencia. En nuestro caso todo lo hicimos a medida con la compañía española Youlan Tours, expertos en China y Tíbet, realizando todas las gestiones en castellano  y a quien debo dar las gracias por todo su asesoramiento antes y durante el viaje. Lamentablemente dicha agencia desapareció después de la pandemia del coronavirus, pero aún hay muchas otras que organizan este tipo de viaje.
  • ¿Es obligatoria alguna vacuna?–> No hay vacunas obligatorias para visitar este destino.
  • ¿Algún consejo para el mal de altura? –> 1º- Imprescindible aclimatarse a la altura y no querer subir de golpe (un día a 2000, otro a 3000, etc.); 2º- Mantener unos ritmos relajados y alejar los esfuerzos, sobre todo los primeros días; 3º- Hidratarse (beber casi el doble de agua de lo normal). 4º- No darle muchas vueltas al tema, a veces hay mucho de psicológico en este asunto. 5º- En caso de medicarse hacerlo bajo prescripción médica (suelen recetar acetazolamida). Personalmente no tomé absolutamente nada.
  • ¿Con qué aerolínea volasteis?–> Volamos a Shanghai (China) con la aerolínea de bandera finlandesa Finnair, que lleva muchos años uniendo Europa con el lejano oriente. Lo ideal es empezar este viaje en Xi’an (donde también vuelta la compañía) e ir subiendo a Xining para tomar el tren de las nubes desde allí.

Avión de Finnair con el que volamos a China desde Madrid

  • ¿Cuántos días son recomendables como mínimo para este viaje?–> Es un viaje para un mínimo de diez días si se quiere visitar bien Lhasa y llegar al Campo Base Norte del Everest.
  • ¿Tíbet es un destino seguro?–> Sin duda alguna. No hay que preocuparse por nada, aunque sí conviene estar atentos a la situación política del momento antes de emprender un viaje al destino. Puede haber fronteras cerradas o mayores controles, pero nada que atente contra la seguridad del viajero.
  • ¿Con qué seguro de viajes fuisteis al Tíbet?–> Nosotros contratamos el Seguro IATI Estrella (añadiendo el suplemento de aventura) para estar cubiertos ante trekkings de hasta 5000 metros de altura.

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Da vueltas en mi cabeza una revolución de imágenes para las que necesitaré tiempo aún de asimilar. O quizás no lo haga nunca. Me temo que del Tíbet no se termina de regresar del todo.

Sele

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