Primeras vacaciones de verano con Unai
Cuando Unai nació, o incluso antes de verle sus preciosos ojos azules por primera vez, mucha gente me escribió preguntándome si el primer viaje del niño sería a Japón, China, Tailandia, Estados Unidos o a algún rincón remoto de este planeta. No había empezado a mamar y ya era todo un viajero. Como si del paritorio fuera a salir el bebé con el sombrero de Indiana Jones, unos prismáticos de explorador y la colección completa de las guías Lonely Planet bajo el brazo. ¡Menuda presión! Siempre hemos tenido claro tanto su madre como yo que no tenemos ninguna prisa al respecto, que queremos que todo fluya de manera natural en función de las circunstancias o las posibilidades. De hecho para este verano queríamos pasar con él unas vacaciones como las de antes, de las de playa, piscina, paseo, chiringuito, alguna excursión chula y siesta después de comer. Es decir, las mismas que junto a nuestros padres nos convertían en los seres más felices de este mundo.
Las primeras vacaciones de verano con Unai en la costa malagueña y en Galicia nos han servido para conocernos mejor, empezar a saborear lo que supone viajar con nuestro hijo y adaptarnos a las nuevas circunstancias de esta nueva familia. Os puedo asegurar que las hemos disfrutado igual o más que contemplando el atardecer en Tikal o surcando las aguas de la Bahía de Halong. Esta vez, más importante que «el dónde» era el «con quién».
Viajando con Unai por primera vez
Por supuesto que si algo he tenido claro siempre es que si era padre, trataría de inculcar a mi hijo o hija no sólo la pasión por viajar y ver el mundo con sus propios ojos, sino también el afán por la lectura, la Historia, así como el respeto a los animales que pueblan el planeta Tierra. En definitiva, saciar de la mejor forma posible esa «curiosidad» que antecede a tantas cosas bonitas así como ayudarle a ser mejor persona (el mayor objetivo de todos). No hago más que decirle a Rebeca, su madre, que estoy deseando subirme con Unai a un kayak para navegar por las aguas heladas de Groenlandia, recorrer Europa en coche o tren, hacer un safari fotográfico por África juntos, volar en globo sobre templos como los de Bagan en Myanmar, retratar un cielo repleto de auroras boreales o buscar osos polares en Svalbard con nuestros prismáticos. Apenas tiene once meses y sueño con una vida en común alrededor del mundo, dándole vueltas al globo terráqueo que ya tiene en su habitación incluso antes de que colocáramos los muebles. Pocas cosas me harían mayor ilusión que hacer realidad hacer todos esos sueños con él y con su madre.
Pero todo tiene un comienzo, una primera página a rellenar. Aprender él de nosotros y, sobre todo, nosotros de él. De ahí que nos ilusione hacernos una escapada en coche a Almagro o sortear estatuas junto al Palacio Real de Madrid tanto como el mejor viaje del mundo. Si algo teníamos claro es que ahora en verano queríamos que su primer viaje fuera a remojo en una playa o en la piscina, viviendo el Mediterráneo por primera vez o el aroma de las costas gallegas en ese paraíso perdido de las Rías Bajas muy cerquita de Sanxenxo donde he vivido probablemente los mejores veranos de toda mi vida. Y eso es precisamente lo que hemos hecho.
Bajo el sol malagueño en la Cala de Mijas
Primera parte de nuestra ruta vacacional: La Costa del Sol (Málaga). Alquilamos un apartamento en Mijas Costa, junto a la Cala de Mijas (apenas a siete kilómetros de Fuegirola). De los de piscina bajo una terraza enorme donde comer o cenar, con la playa cerca y, sobre todo la posibilidad de regresar a nuestra morada cuando Unai «no tuviera el día». Para nosotros una prueba de fuego que terminó ganando él, puesto que no sólo se adaptó enseguida al sitio sino que se dio el lujo de echarse siestas de tres horas y, con ello, permitírnoslas a nosotros, que llevábamos meses sin poder hacerlo por razones evidentes que otros padres primerizos comprenderán perfectamente. Al traste con todos los comentarios que habíamos escuchado de que vacaciones con niños no equivalen a descanso.
En general las mañanas nos las tomábamos con calma. Desayuno tranquilos, caminar un poco con el niño (está en ese proceso ahora, aunque agarrado de las dos manos), leer la prensa en la terraza… y de ahí de cabeza a la piscina. A Unai le da igual la temperatura del agua. Creo que le gusta tanto zambullirse que lo disfrutaría igual aunque se sumergiera en el Océano Glacial Antártico. No deja de sonreír desde que entra hasta que sale. De hecho cuando sale llora porque quiere que nos metamos otra vez con él. Es un bucle infinito. Y os aseguro que con sólo mirarlo merece la pena todos y cada uno de los momentos que nos llevaron hasta él.
De la primera vez que Unai miró el mar sólo puedo decir que no paró de hacer aspavientos con sus brazos y reírse como si aquella fuera una visión del paraíso. Lo siento, pero ésto sí que no se puede explicar ni con palabras ni con imágenes. Si existe la felicidad plena, aquel momento fue una demostración de facto.
Continuábamos la jornada con un aperitivo en la terraza. Que si una tabla de quesos, que si unas patatas fritas y beber algo fresquito. Antes de comer nosotros le dábamos su comida a Unai. Y como la piscina tiene efecto somnífero en él, pues se quedaba dormido cuando aún ni si quiera había terminado. Comenzaba su siesta, lo que era un momento excepcional para preparar nuestra mesa y echarnos después con él hasta que la tarde (por nosotros no iba a ser).
Entre despertar del letargo, la ansiada falta de stress y la merienda de fruta (no hay pieza de fruta que le hayamos dado y no le guste) nos quedaba la tarde para salir a hacer alguna excursión relativamente cercana. Un día el paseo marítimo de Fuengirola y un fin de fiesta con pescaíto frito en un chiringuito playero. Otro sortear vehículos deportivos y caminar por las playas de Puerto Banús en Marbella. Y la que fue nuestra favorita, visitar el pueblo de casas blancas de Mijas, la de los burrotaxis y poseedora de uno de los mejores balcones al Mediterráneo que se me ocurren. Este pueblo blanco que tanto recuerda a los que se pueden ver en Marruecos fue toda una sorpresa que disfrutamos hasta la llegada de la puesta de sol.
Así un día tras otro. Mientras tanto a Unai le vimos crecer su primer diente y aprender cosas muy rápido. ¡Lo que espabilan los bebés durante las vacaciones! Poder pasar todo el tiempo posible con sus padres (y nosotros con él) es el mayor aporte que puede haber dentro de una familia que empieza a moldearse con cada novedad que surge en el frente.
Además ya empezamos a ver que en el coche le dan igual cincuenta kilómetros que quinientos. ¿Preparado ya para un roadtrip más largo? ¡Seguro que sí!
100% Rías Baixas
Y de las costas andaluzas a las gallegas previo paso por Madrid. Con quince años empecé a ir a Galicia y desde entonces he vuelto todos los años (o casi todos) al mismo hotelito de dos estrellas cerca de Sanxenxo pero lejos de su trasiego. De las juergas de la adolescencia a entrar con un bebé de casi un año. ¡Quién me ha visto y quién me ve! Yo, que era de los que aseguraban con firmeza que no tendría hijos, me veía de repente sentado en el comedor del hotel dándole un puré de pollo con verduras a Unai, quien tendía a dar cabezazos en la trona hasta caer rendido y a posteriori debía subírmelo a nuestro cuarto para que se echara una de esas siestas de las que hablaba Camilo José Cela, de pijama y orinal (en el caso de nuestro hijo eran siestas de body y pañal).
En Galicia hemos coincidido con tres de sus cuatro abuelos. Los padres de mi mujer, Rebeca, así como mi madre (a mi padre le tenía haciendo ruta por Alemania). Al igual que en Málaga, aunque algo menos disciplinados, hemos disfrutado también de piscina, de playa y de rutas por una zona que conozco bien, puesto que llevo recorriéndola más de veinte años. En estos días gallegos donde el clima acompañó bastante nos ha dado tiempo a visitar Cambados, ese pueblecito de hórreos junto al mar llamado Combarro, el monasterio de la Armenteira, el delicioso casco histórico de Pontevedra, la ermita de Nuestra Señora de La Lanzada, la isla de La Toja o el puerto de O Grove (donde se celebra la mítica Feria del marisco) o a caminar por a el magnífico paseo por pasarelas entre rocas de San Vicente do Mar, uno de mis senderos marítimos preferidos en las Rías Baixas. Todo eso alternado con Sanxenxo, Portonovo y un montón de caprichos gastronómicos en restaurantes conocidos (Casa do Neto, Mesón O Forcado, Asador Rosendo) y otros por conocer (Muiño da Birta, Bodega Bocoi en Combarro). En eso sí que Unai ha salido perdiendo. Tendrá que esperar un poco más (al menos a que le salgan los dientes) para comer pulpo a feira o un buen churrasco de cerdo a la brasa con chorizos criollos. Tiempo habrá para resarcirse y disfrutar de una buena experiencia culinaria con sabores gallegos.
En unas vacaciones da tiempo para un montón de anécdotas, pero no puedo evitar reírme ahora de nuestra primera experiencia en la playa con Unai. Fue en Areas, un domingo que había más gente de lo normal. Terminamos aparcando lejos sobre una cuesta. De repente nos encontramos con que Unai se había ido de vientre y nos había puesto la sillita del coche perdida de caca. Al final terminamos manchados su madre y yo, sobre todo. ¡Para colmo nos habíamos dejado el cambiador en el hotel! Todo esto aderezado con cohetes de alguna fiesta popular lanzados a poca distancia (cuando a Rebeca le dan pavor los ruidos fuertes de los petardos), con llevarle una balsa inflada que tardó segundos en tener su primera explosión… ¡Fue un absoluto desastre! Pero fue, a la vez, tan divertido… Unai, que pasó de balsa y de toalla, sólo quería correr hacia las olas en la orilla. El agua estaba fría como el hielo, pero eso parecía afectarnos más a nosotros que a él que, como dije antes, le da igual un charco de agua caliente que columpiarse en un iceberg.
Cosas que hemos aprendido en estos días
En estas dos semanas juntos ha habido tiempo a tomar notas de unas cuantas cosas a tener en cuenta:
- Viajar con nuestro hijo, aunque sea la vuelta de la esquina, es una experiencia increíble. Verle a él disfrutar es algo que nos aporta muchísima felicidad.
- La palabra clave a la hora de viajar con niños es «flexibilidad». Nosotros nos debemos ir adaptando a él, a su edad y lo que quiere o necesita, y él debe ir adaptándose poco a poco a sus padres. No se puede pretender seguir el ritmo de antes, simplemente modificar la marcha para que los tres funcionemos al unísono. Somos un equipo y debemos aprender a jugar juntos. Si lo hacemos bien, da igual si es en Sanxenxo o Vietnam.
- Nos ha sobrado casi la mitad del equipaje que hemos llevado con nosotros. ¡Pero qué exagerados somos algunos!
- Con un bebé menor a un año el concepto apartamento, apartahotel o casa rural cobra el mayor de los sentidos. Sobre todo cuando aún tienes la dependencia de su comida, que no es exactamente la misma que la nuestra.
- No me vuelvo a olvidar la mochila de porteo. ¡Menudo despiste! Tengo la espalda cantando fandangos…
- Si sales sin una muda para el bebé, éste se cagará seguro, esparcirá su «material» por toda la ropa y tendrás que volver al hotel a por ella.
- Esto ya lo sabíamos, pero qué cuánta ayuda proporcionan los abuelos.
- Unai utiliza su único diente como arma de destrucción masiva contra los demás. Le ha tardado en salir pero menudo partido le está sacando.
Aunque quizás, el mayor aprendizaje de todos, la cuestión con la que me quedo, es que no existe mejor tiempo empleado que el que sirve para pasarlo con tus hijos. En realidad sus mejores vacaciones, y más a esta edad, no tienen que ver con un lugar sino con pasarlas juntos. Al fin y al cabo de eso se trata ser padres. Hoy, ayer y siempre.
Sé que este escrito no tiene que ver demasiado con los viajes que acostumbro contar pero me apetecía mucho dejar unas palabras sobre los últimos días del que está siendo uno de los veranos más intensos y, a su vez, bonitos de nuestras vidas. Quizás dentro de algunos años rebusque por internet el propio Unai y vea por aquí algunas reflexiones de cómo fueron sus primeras vacaciones que, por supuesto, él no recordará. Ojalá estas palabras logren arrancarle una sonrisa y pueda ver cómo estamos intentarlo hacer lo mejor posible para que sea feliz. Y saber lo inmensamente felices que nos ha hecho a nosotros con su llegada al mundo.
En un mes cumple el primer año. Esto se pasa volando…
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
2 Respuestas a “Primeras vacaciones de verano con Unai”
Hola Sele, soy lectora incipiente pero voraz de tu blog, seguramente por la pasión que me produce viajar y las limitaciones normales que este día a día me impone. Aún así no puedo quejarme, te lo aseguro. Hasta hace tres años viajábamos solos, mi compañero de vida y yo, a destinos tan atípicos como Corea del Norte o Uzbekistán, y desde hace tres años se unió Dante y el año pasado, con 4meses Alina, nuestros hijos. Los destinos han sido más cercanos pero no por ello menos apasionantes: La Rioja, Tenerife, Segovia y este año tour de tres semanas por el pirineo navarro (brutal), Iparralde y sur de Francia. Hemos visitado montes, algunos prepirenaicos, ciudades, campos de concentración y parques como Dinopolis… Los niños son tremendamente versátiles! Todo desde Murcia y con dos niños de tres y un año. La experiencia se gana experimentando y vamos depurando la logística (casa rural o apartamento imprescindible, aligerar equipaje, compras y comidas, ubicación), los horarios, las decisiones… Y son los mejores y más divertidos viajes que hemos hecho. Los niños aprenden a vivir de esta manera, idiomas, costumbres, ven otros paisajes, animales, comidas… Todo es nuevo para ellos y nosotros.
Con todo esto me gustaría compartir contigo y los lectores de tu blog que viajar con niños no sólo se puede sino que es altamente recomendable. Hay que adaptar destinos (relativamente) y adaptarse a su ritmo, más tranquilo, respetando el sueño, las comidas o eligiendo mejor el sitio. Es más descansado para todos!
Un abrazo y deseo que cumplas tus sueños con ese pequeño lindo.
Cristina
Qué bonito tu mensaje, Cristina. Estoy completamente de acuerdo contigo!
Gracias!
Sele