Ruta con kayak entre icebergs en Groenlandia
Dicen los inuits que «uno no debe subirse a un kayak sin más sino ponérselo, lograr que la embarcación forme parte de tu propio cuerpo». De hecho su significado viene a ser algo así como «hombre-barca», un encaje perfecto a algo que va más allá de un mero objeto o medio de transporte. En eso precisamente se convertían sus inventores cuando miles de años atrás cruzaron el Estrecho de Bering o arribaron a las costas de Groenlandia para cazar focas, narvales o caribúes, tradición que se mantiene en los pueblos esquimales que habitan las regiones del Ártico en América. El uso del kayak se extendió, por supuesto, a una modalidad más deportiva y de ocio, y hoy día son muchos los aficionados a darle a la pala en todo el mundo y sentirse en plena comunión con el medio acuático. En mi caso, tuve la suerte de estrenarme con el kayak nada menos que en Groenlandia, al abrigo de una bahía inundada de icebergs y acompañado por las focas que asomaban su cabeza de manera fugaz para curiosear.
Practicar kayak en Groenlandia y hacer ruta entre los icebergs que flotaban en Tasiusaq fue una de las mejores experiencias que me llevé de aquel viaje por tierras polares. Creo que fue en ese preciso instante en el que me di cuenta de que no habría nunca marcha atrás. Ni con el kayak ni con Groenlandia. Aquel había sido un flechazo para toda la vida.
En Kayak en Groenlandia: Palista en la bahía de los icebergs
Llevaba varios días de viaje por el sur de Groenlandia cuando partí hasta Tasiusaq desde el Leif Eriksson Hostel, la base de Tierras Polares en Qassiarsuk, la que fuera la Brattahlíð vikinga. La distancia de siete kilómetros entre ambos lugares, la cual se puede hacer en algo más de dos horas a pie, la cubrimos en un vehículo manejado por el gran Ramón Larramendi, uno de los padres de las expediciones polares en Groenlandia durante las últimas dos décadas. La pista de tierra, sinuosa y bacheada, nos sumergió en un territorio ondulado y carente de árboles o de expresiones abruptas de vegetación. Una tierra completamente verde y calva, copada de pequeños lagos, se extendía hasta las montañas del fondo, donde aún era imposible percibirse uno solo de de los varios fiordos que rebanan aquel litoral. Era, a grandes rasgos, una versión paisajística que me recordaba mucho a las Highlands de Escocia o a varios panoramas de tundra que había visto anteriormente en el interior de Alaska.
Antes de llegar a nuestro destino, en lo más alto de una loma pedregosa, y en compañía de varias ovejas que pastaban en total libertad, pudimos contemplar de manera lejana Tasiusaq, el lugar donde haríamos kayak en apenas unos minutos. Se trataba de una bahía tan cerrada que parecía un lago (de hecho eso es lo que significa en inuit el término «Tasiusaq»). Decenas de icebergs de gran tamaño y cientos de pequeños témpanos de hielo habían llegado prácticamente hasta la orilla. Son los resquicios helados del gran glaciar Eqalorutsit Kangillit, uno de los más activos de la Groenlandia meridional. Su colapso arrastra tal cantidad de icebergs que el fiordo que nace tras él se encuentra prácticamente taponado dejando, incluso, ver sus efectos a varios kilómetros en la población de Narsaq. Un auténtica fábrica de hielo comparable con el glaciar Qorqup (y su brazo Qooroq), que tendríamos la suerte de sobrevolar en helicóptero unas horas más tarde.
Nos tomamos un café en el Tasiusaq Hostel, con un salón digno de grandes conversaciones frente a un ventanal inmenso desde el que se dejaban ver las verdes montañas que nutrían aquella la zona. A partir de mediados/finales de agosto durante las noches lo que suele aparecer tras el cristal ese el contoneo brillante y colorido de las auroras boreales. Mucha gente desconoce que el sur de Groenlandia es un territorio excepcional para presenciar el baile de las auroras boreales en pleno verano. En septiembre, cuando las horas de luz disminuyen, el espectáculo envuelve a aquel lugar, probablemente uno de los más idílicos (y calentitos) para disfrutar de algo que no se puede explicar con palabras.
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En el hostel conocimos a Álvaro Hurtado y a Raúl Plaza, las personas con las que tanto Manu (que se encontraba haciendo un documental) como yo, empezaríamos a conocer los entresijos del kayak en Groenlandia. Y el significado de la auténtica religión de los inuits y de los amantes de la naturaleza salvaje. Así que bajamos juntos prácticamente hasta la orilla y empezamos con lo más difícil de todo… enfundarnos los trajes, botas de goma, chalecos salvavidas y todo aquello que nos alejara del frío y no pudiera permitir entrar un resquicio de agua en caso de volteo. Fue entonces cuando aprendí lo que era un «cubrebañeras» (algo que viste el palista y con lo que tapar por completo el agujero por donde entra y se encaja en el kayak, el cual se conoce como bañera). Y a utilizar las palas, que son la versión kayakera de los remos, que no necesitan apoyo alguno en el casco de la embarcación sino el movimiento coordinado de los brazos (de derecha a izquierda). Algo que parece fácil a priori, pero para un neófito como yo, con menos coordinación que un desfile de piedras en un barranco, me sonaba a chino.
Pero el movimiento se demuestra andando, así que no había más tiempo que perder. Yo fui con Raúl, que pasaba su primer verano de ayudante de guía en Groenlandia tras haber estado el año antes en la Ruta Quetzal, y Manu con Álvaro, un andaluz que vive en el norte de España y que tiene pasión tanto por la naturaleza como por el kayak. Un hombre que si contara las horas que ha navegado en kayak a lo largo de su vida probablemente la cosa daría para dar dos vueltas al mundo por mar.
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Tasiusaq, un paraíso para la práctica del kayak en Groenlandia
Tras arrastrar los kayaks dobles a la orilla, nos pusimos cada uno en nuestro sitio. Los «nuevos», o sea, Manu y yo, íbamos delante, mientras que los expertos estarían colocados detrás, ya que ahí se maneja la dirección de este tipo de embarcaciones. Y antes de darnos cuenta ya estábamos deslizándonos en las frías aguas de Tasiusaq. Apenas a unos metros de distancia teníamos los primeros icebergs y témpanos que decoraban un paisaje descomunal propio del hermosísimo sur de Groenlandia. El cielo permanecía algo nublado, pero se antojaba perfecto para contrastar el color azul de los grandes hielos a la deriva que el Eqalorutsit Kangillit, invisible desde allí, había tenido bien traer a esta pequeña bahía de interior.
En sendos kayaks la sensación en la que coincidíamos todos era en que no se navegaba con ellos, sino que se volaba. La suavidad palpable con la que avanzaba la embarcación era una perfecta acompañante de silencios para nada artificiales. Los únicos capaces de romper la quietud eran los icebergs, que crujían y, en ocasiones, se volteaban para dar minutos después con su nueva posición.
¡OJO CON ACERCARSE MUCHO A LOS ICEBERGS!
A la hora de navegar en kayak entre icebergs, sea en Groenlandia, Alaska, Islandia o Canadá, resulta esencial mantener una distancia más que prudencial con estos enormes trozos de hielo que sacan a la superficie algo menos de un 20% de su tamaño real. Envalentonarse no sirve de nada si a uno de estos colosos les da por quebrarse y generar de inmediato un gran oleaje. O, lo que es peor, voltearse y que el hielo emerja justo donde se encuentra el kayak. Por eso es importante hacer este tipo de viajes si se tiene amplia experiencia en el asunto o, como era nuestro caso, realizar esta actividad con gente que tenga muchas horas de kayak en su haber.
A medida empezaba a coordinar con eso de las palas fuimos ganando velocidad, aunque aquello nunca pasara de ser lo que debía, un paseo. El primero de una travesía a la groenlandesa ante parajes de belleza desmedida, y de aplastante soledad. Alrededor éramos incapaces de advertir una sola casa. Ni tan siquiera una sola persona. Lo más mundano que pudimos llegar a distinguir fue alguna que otra oveja pastando junto a la orilla y bandadas de eideres posándose en el hielo junto a varias gaviotas. Aunque eso es algo a lo que uno se acostumbra rápido en cualquier viaje al sur de Groenlandia que se precie, donde hay censados poco más de 7.000 habitantes en un área de gran extensión como es la provincia de Kujalleq (comparable en dimensiones a países como Bélgica o Armenia).
En el kayak la comunión con la naturaleza que te rodea no puede ser más estrecha. Cada gota de agua derramada con la pala es una sinfonía. Y cuando además se cuenta con la suerte de ver asomarse a una foca la cosa mejora más aún. Porque ese era otro de nuestros objetivos, presenciar focas, los animales marinos sin los cuales la subsistencia de los inuits o esquimales siempre se antojó imposible. Si bien no eran arpones los que portábamos en el compartimento estanco del kayak sino cámaras de fotos y de vídeo con las que retratar lo mejor posible a estas criaturas que son curiosas por naturaleza y asomaban fugazmente su cabecita antes de perderse de nuevo en el rico fondo marino de Tasiusaq.
Así como en Alaska era más sencillo apreciar fauna marina como focas, nutrias o ballenas, en Groenlandia resulta más complejo, puesto que allí estos animales sí cuentan con cazadores que van en busca de su carne y de sus pieles. Aunque cazar focas es algo que los inuits llevan siglos haciendo aquí. Y son los únicos autorizados para hacerlo en todo el territorio groenlandés, siempre como medio de subsistencia y de una manera muy alejada de la despreciable caza deportiva cuyo objetivo consiste únicamente en matar por divertimento.
Y navegando entre icebergs, tomando fotografías, charlando amistosamente o respirando un aire más puro imposible, pasamos alrededor de tres horas Manu, Raúl, Álvaro y yo. Debíamos partir de Tasiusaq no más tarde de las dos si queríamos llegar al helicóptero que desde Narsarsuaq nos llevaría a sobrevolar un gran glaciar como es el Qorqup. Pero nos quedamos con tan buen sabor de boca que decidimos, si no había impedimento, volver al día siguiente al hostel de Tasiusaq y salir nuevamente con Álvaro y Raúl para practicar kayak y llegar mucho más lejos de lo que lo habíamos hecho esa jornada.
Regreso a Tasiusaq para seguir haciendo kayak entre icebergs
Y en efecto así fue. A la mañana siguiente volvimos desde Qassiarsuk, nuevamente de la mano de Ramón Larramendi, a quien aprovechó Manu para entrevistar durante casi una hora para su documental sobre Groenlandia. Si bien ese día amaneció lloviendo con fuerza, decidimos esperar lo que hiciera falta para salir con el kayak. Además no teníamos prisa en absoluto, pues nos quedaríamos a dormir en el hostel de Tasiusaq y de ese modo disfrutar con toda la tranquilidad del mundo del idílico emplazamiento de una de las joyas de Tierras Polares en el sur de Groenlandia. ¡Tan agusto estábamos, que hasta las ovejas se peleaban por entrar a la casa! (Aunque tuvieron que conformarse con orinar sobre mi mochila y morderme las botas)
A pesar de que seguía lloviendo después de comer, la intensidad del aguacero estaba bajando. Los pájaros, en su mayoría collalbas grises, revoloteaban junto a la ventana. Incluso un flanco de nubes bajas se entremetía en las montañas, desapareciendo la contundente pared grisácea que no había dejado ver absolutamente nada durante toda la mañana. Así que decidimos detener la tregua de interior, bajar a la orilla, ataviarnos nuevamente con mono, cubrebañeras y demás parafernalia, y entrar al agua con los kayaks lo antes posible. Justo en el momento en que «nos pusimos el kayak» (siguiendo la frase inuit que recordaba al principio de este artículo) dejó de llover por completo. Y nada más salir a la bahía de Tasiusaq, a ese lago semiabierto al que venían a parar los hielos del impronunciable Eqalorutsit Kangillit, las aguas se convirtieron auténticos espejos capaces de dividir en dos mitades los embaucadores paisajes polares que eran capaces de alcanzar.
Aquello se había convertido de repente en una irrepetible sucesión de reflejos, de dobleces perfectas que confundían el cielo con la mar y duplicaban el tamaño de los icebergs y las grandes montañas que componían semejante puzzle groenlandés.
El buen sabor del día anterior no era comparable con lo que estábamos disfrutando en ese momento. La quietud y el silencio de las aguas bordeaban la rotundidad. Y el desapego a la ciudad nos volvió durante unos instantes en ariscos ermitaños en busca de sosiego. Nuestras cuevas, los kayaks, eran capaces de proveernos de incontables momentos de felicidad, esa esencia que todos y cada uno de nosotros vamos buscando cuando viajamos.
Nuestros kayaks, que parecían no deslizarse por el agua sino levitar sobre la misma, se fueron internando en ese laberinto de gruesos y azules muros llamados icebergs. Aunque lo que deseábamos era ir mucho más allá, llegar al final de Tasiusaq y admirar la inmensidad del fiordo sobre el que el Eqalorutsit depositaba toda su furia helada. Con paciencia lo lograríamos.
Cuando nos aproximamos a una playa Álvaro decidió que era buen sitio para aparcar por un rato nuestras embarcaciones y caminar hasta un lugar que conocía bien. Merece la pena -dijo. Se trataba de una loma que permitía admirar el vasto horizonte de icebergs, una imagen idílica que bien podría representar no sólo a Groenlandia, sino también a la Antártida y otros reinos de hielo que nuestro planeta no puede permitirse el lujo de verlos desaparecer.
Nada más llegar hasta ella nos sentamos en unas rocas para contemplar uno de los escenarios más increíbles del inhóspito y solitario sur de Groenlandia. La nada se medía en grandes bloques de hielo que el Eqalorutsit había tenido a bien expulsar.
No podía creer lo que veían mis ojos. No existían (ni existen) narrativa, fotografía o vídeo alguno capaz tan siquiera de plasmar una millonésima parte del escenario real, de aquel preciso y precioso instante. No podía haber algo más hermoso que aquello ni los que allí estábamos podíamos volvernos tampoco más minúsculos e insignificantes. La verdadera definición de Groenlandia, de un viaje a las maravillas de un planeta polar era precisamente esa imagen que guardaríamos para siempre en el congelador de nuestra memoria.
Sin palabras, planificamos un regreso a cámara lenta antes de que oscureciese demasiado. En aquella loma habíamos inhalado semejante dosis de libertad que sólo podíamos estar exhaustos. Por suerte, y como remate final, una foca se acercó hasta nuestros kayaks para regalarnos la última estampa de un viaje que daba sus últimos coletazos.
Y tras casi doce kilómetros de recorrido en kayak volvimos al abrigo de esa pequeña granja de Tasiusaq convertida en hospedaje de mil y una estrellas. El mapa del salón acristalado se volvió a arrugar con el calor de la chimenea que contrastaba con el frío que hacía ahí fuera. Un viejo mapamundi que ocupaba casi toda la pared y cuya única luz que permitía observarlo era el reflejo tenue de una sola vela. Con Groenlandia en la yema de los dedos señaladores en uno de los mejores días del resto de nuestras vidas…
Más información sobre viajes en kakak a Groenlandia en la web www.tierraspolares.es con salidas que combinan navegación y trekkings por Tasiusaq y otros rincones del sur del territorio.
Dedicado a Raúl, Álvaro, Manu y Ramón
Sele
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3 Respuestas a “Ruta con kayak entre icebergs en Groenlandia”
[…] llamada ansia de viajar. Divisando glaciares o persiguiendo icebergs, tanto a pie como en zodiak o kayak (e incluso en helicóptero), he revivido aquellos sueños de infancia que me convertían en el […]
[…] el reflejo de unas gafas de sol, un pajarillo y la bandera groenlandesa ondeando al viento. Un kayak entre icebergs así como una bandada de eideres volando al ras de la bahía de Tasiusaq. Y una misión cumplida. […]
[…] a menudo en este viaje, ya sea navegando con la zodiak, subidos a un kayak en mitad de una bahía donde flotan cientos de icebergs, o incluso a pie por el litoral, es posible disfrutar de la presencia de focas. Los auténticos […]