En las entrañas del volcán Mutnovsky (Un rincón formidable de Kamchatka)
Nunca imaginé que mis ojos verían algo semejante. Y menos cuando horas antes había sufrido un bloqueo a las primeras de cambio que estuvo a punto de echarlo todo por tierra. Pero, aunque el dolor se había apoderado de mis piernas, las cuales no respondían como debían, me juré a mi mismo que no me iba a marchar sin subir a la cima del volcán más espectacular de Kamchatka. Recuerdo al equipo de la expedición formando una fila perfecta y verlos a todos ellos menguar su tamaño de manera paulatina, casi a cámara lenta, hasta que desaparecieron detrás del humo formado por las fumarolas. Les había pedido que marcharan, ya que haría lo posible por alcanzarles más tarde. Me quedé con Sasha, a quien nunca le podré agradecer su paciencia, hasta que los calambres fueron disminuyendo y volví a sentir los músculos en su sitio. Quedaba sendero por recorrer y había que continuar por una zona con nieve y hielo. Pero detrás de todo aquello, de lo que era una distancia mayúscula para mí, se hallaba la mejor recompensa que podía imaginar. Y es que lo que aguarda en la caldera del volcán Mutnovsky, en esos dos cráteres moldeados por puros colapsos, resulta tan increíble que parece un universo de ciencia-ficción.
El volcán Mutnovsky, uno de los treinta que aún permanecen con cierta actividad en la Península de Kamchatka, no tenía nada que ver con los que había podido ver hasta ahora. Fusionaba conceptos difícilmente asimilables, o inimaginables, de un solo vistazo. Fumarolas y brotes de agua hirviendo junto al hielo azulado de un glaciar. Tierra teñida de naranja y amarillo por el azufre a la que le sucedía, de repente, una laguna turquesa. Como de otro planeta…
¿Quieres saber cómo fue este viaje? No te pierdas todos los relatos de la Expedición Kamchatka subidos al blog.
El mundo fantástico del volcán Mutnovsky
Vistas de las fumarolas a kilómetros de distancia
Tan solo un día antes de lo que acabo de contar veníamos de viajar varias horas con nuestro camión 6×6 súper equipado que tenía la capacidad de moverse en los firmes más difíciles. Tras subir aproximadamente mil metros sobre el nivel del mar, alcanzamos el conocido como Vilyuchinsky Pass. Este lugar que recibe su nombre por el volcán que tiene justo al lado, cuya silueta perfecta ya habíamos podido contemplar desde la ventanilla del avión minutos antes de aterrizar en el aeropuerto de Petropávlovsk, es la frontera física entre el bosque y la desolación de una superficie inmensa de campos de lava y otros conos volcánicos. Un área caliente donde la fuerza de la Tierra, en ocasiones, no puede evitar expresarse de la manera más devastadora posible.
Desde ese punto aún quedaban kilómetros para alcanzar el volcán Mutnovsky, clave de la Expedición Kamchatka 2019, no sólo porque quizás era el ascenso más bello de cuantos haríamos, sino porque si algo deseaba con fuerza el grupo era empezar con buen pie. Pero, ya desde allí, se dejó ver la montaña humeante que nada tiene que ver con eso conos volcánicos de postal del imaginario colectivo que guardan perfecta simetría en cada una de sus laderas. La cima del Mutnovsky es el resultado de erupciones y colapsos que han deformado hasta la saciedad una inmensa caldera poseedora no de uno sino de dos cráteres. Y, cuando está tranquilo (la última erupción potente fue en el 2000), y las condiciones climatológicas lo permiten (algo que sucede en julio y agosto donde hay menos hielo y se puede llegar a sus faldas en vehículos preparados para ello), se convierte en una de las mejores rutas de senderismo de todo Kamchatka.
Acampamos en la hierba de una ladera contigua al Vilyuchinsky donde había una pequeña laguna. Nuestro campamento móvil no pudo encontrar lugar más inspirador que aquel. La expedición no hacía más que subir las pulsaciones de todos y cada uno de nosotros. Aquello se trataba de una de las grandes aventuras de nuestras vidas y no estábamos dispuestos a desaprovechar un solo segundo.
A través de campos de lava
Salimos temprano y con el cielo calmado y sin previsión de lluvia. Con mal tiempo ( nieve o lluvia copiosa) subir un volcán no se convierte en la mejor idea dado que el esfuerzo que conllevan varias horas de ascenso, aunque este sea de un nivel ciertamente asequible, puede traer como resultado no ver más que una pared de niebla estando arriba. Y otra cosa no, pero a las nubes les gusta abrazarse a la cima de los volcanes como un koala a su eucalipto (gracias por la cita, Fermín Trujillo).
La carretera tenía mucho barro y pronto empezamos a ver cómo había a los costados inmensos bloques de hielo. El grosor de los mismos explica los gélidos inviernos de Kamchatka, que se alargan casi hasta junio cuando la temperatura empieza a aumentar, así como la creación de un año para el otro de profundas cuevas de hielo.
Las fumarolas del Mutnovsky las veíamos cada vez más cerca, pero tras aproximadamente dos horas y media de carretera por un paisaje que podría recordar al de Islandia (había quien comentaba cierta similitud a la zona del Landmannalaugar) no pudimos avanzar más, por lo que descendimos del vehículo y nos preparamos para la caminata (abrigados por capas, listos los sticks de trekking, comida y bebida en la mochila, protección solar, etc.).
Primer tramo con desnivel… y llega el bloqueo
Formamos una fila perfecta para el principio de una ruta de senderismo que en sentido subida era superior a las dos horas (tres a paso lento y tomando muchas fotos). Lo más complicado, a priori, es precisamente la primera mitad del recorrido donde hay un desnivel interesante. Para personas acostumbradas a la montaña no existía inconveniente alguno. Sin prisa pero sin pausa. Para mí, que de montañero sólo tengo una gorra donde aparece escrita la palabra «Everest» que me trajeron de Nepal, aquello era un mundo. Y había comenzado a buen ritmo. Pero ese fue precisamente el error, querer apretar en vez de ir mucho más tranquilo. Por lo que en plena cuesta empecé a notar que las piernas, sobre todo gemelos y muslos, se me agarrotaron. Y aquello me producía un dolor agudo que aumentaba a cada paso. Pero por otro lado veía a los miembros del equipo avanzar en lo que para ellos estaba siendo «otro día en la oficina» e hice de tripas corazón. Lo de quedarme atrás no me gustaba en absoluto.
A pesar de que las vistas en todo momento eran magistrales, con el volcán Gorely al frente y aquellos paisajes infinitos producidos por miles de años de erupciones y la erosión, no estaba disfrutándolo como debía. La meta, que era poder transitar por los dos cráteres del Mutnovsky, la veía cada vez más lejana. Mi cabeza se nubló de miedo y rabia. Pero miraba hacia abajo y veía nuestro vehículo tan pequeño que me resignaba a que aquella subida se hubiese terminado para mí.
Fui realizando paradas cada pocos metros hasta que salvado un buen terraplén llegó el momento de decidir qué debía hacer, si seguir adelante o echarme atrás. El mayor desnivel había pasado, pero aún quedaba la mitad del sendero antes de llegar al que era nuestro destino. Junto al equipo y mi amigo Roberto, asesor de Pangea y experto en Kamchatka, quien ya había hecho esta ruta varias veces y sin el cual creo que aún no había pisado esta parte de Rusia, hablamos de no arriesgar. Sobre todo con tantos días de viaje por delante. De que si no me veía bien podría retornar con uno de los guías rusos que viajaban con nosotros, concretamente Sasha (el otro se llamaba Valentin). Y, si me sentía mejor, intentarlo al día siguiente con el Gorely. Pero eso no pasaba por mi cabeza. Prometí no jugármela pero deseaba tener una última oportunidad. Les pedí, por tanto, que marcharan a la cima y que me dieran un tiempo para reposar y ver si descendía el dolor que tenía en los músculos de las piernas. Si podía finalmente, subiría a mi ritmo. Y no sé por qué, pero ese fue el momento en que mi cabeza me dijo por primera vez que lo conseguiría. Así que recuerdo que le comenté al bueno de Roberto que no sé cómo ni cuándo, pero que me vería arriba con todos en un rato.
El desbloqueo
Tras descansar un poco, realizar estiramientos, beber mucha agua y tomarme una barrita energética y un plátano que llevaba en la mochila decidí que era el momento. Debieron pasar veinte o treinta minutos desde que los demás se marcharon cuando iniciamos la nueva etapa del itinerario. Esta vez el desnivel era hacia abajo y con algo de nieve, pero midiendo bien los pasos dejamos atrás aquel escollo de la curiosa orografía del Mutnovsky. A partir de ahí había que ascender nuevamente por lo que parecía un cañón con paredes verticales a ambos lados. Las paredes de la montaña fueron dejando entrever cada vez más la tonalidad sulforosa que caracteriza a los cráteres del volcán. El hedor también se dejaba sentir de manera notable. Aquella era una montaña de humo, azufre y hielo.
Empecé a olvidarme de los calambres de las piernas. Y se apoderó de mí una sensación de cierta euforia porque me daba cuenta de que entonces sí estaba disfrutando del paisaje, de aquella experiencia que Kamchatka, una de mis pequeñas obsesiones desde que empecé a leer crónicas de viajes, me estaba regalando. También fue muy importante el papel de Sasha, quien me transmitió la tranquilidad, la seguridad y la confianza que me habían faltado hasta entonces.
Y por fin, a los pies de la caldera del volcán Mutnovsky
Un río bajaba raudo a un costado. ¿Cómo un río a esta altura? – me pregunté. Sasha me explicó que procedía del deshielo que cada verano se producía en los glaciares que aún se mantienen en la parte más alta del volcán Mutnovsky. El sendero estrecho salvaba un terraplén algo inclinado. Al otro lado de una rocas pude apreciar las figuras diminutas de mis compañeros subiendo un recodo que había al fondo. No estaban tan lejos como había imaginado. Justo cuando dejara de verlos de nuevo significaría que habían llegado al corazón del primer cráter del volcán. Lo que significaba que ya quedaba muy poco para poder estar juntos de nuevo disfrutando todo aquello.
Recuerdo perfectamente cómo a escasos metros de llegar, ya con unas vistas magníficas alrededor y sabedor de que había batido muchos de mis miedos, se me saltaron las lágrimas. El lugar era conmovedor, una puerta a la imaginación más atrevida, a la postal de Kamchatka que deseaba tener conmigo en mi colección de vivencias (junto a la de los osos pardos pescando en el Lago Kuril, algo que sucedería un par de días después).
Fumarolas, glaciares y azufre
Me reencontré con el grupo. Ahí estaban Amaia y Txarli, Joselu y Pilar, los dos Luises y Pepe, Álex y mis queridos «Jornet», que es como llamaba cariñosamente a la familia catalana compuesta por Viçent, Montse, Verònica y Eduardo. Y por supuesto con Rober, quien tantas veces me había hablado del Mutnovsky como uno de los rincones más espectaculares del mundo. Muchas horas habíamos pasado meses atrás charlando sobre la Expedición Kamchatka, ahora convertida en una absoluta realidad.
Realmente lo del volcán Mutnovsky es para dejar a cualquiera sin palabras. Las columnas de humo de las fumarolas se sucedían delante, detrás… a los costados. Algunas, que salían con mucha fuerza, se podían escuchar en todo momento. Y al otro lado, aferrado a aquel árido paisaje de rocas y tierra, destacaba un enorme glaciar cuyo deshielo estaba formando un meandro a nuestros pies. El frío retenido en aquellos bloques color azul permitía viajar con la mente a otras lenguas de hielo de tierras polares como Svalbard, Groenlandia o Islandia.
Siempre he pesando que estar un volcán activo como en el que nos hallábamos era como salir a conocer a otro ser vivo. Montañas cuyos latidos aún resuenan. Montañas que respiran, gritan e incluso lloran. Lugares donde nuestro planeta exterioriza sus sentimientos. Paisajes modelados a partir de verdaderos ataques de furia, los cuales hacen que todo lo demás resulte insignificante. Y que tanto cuando ruge como cuando duerme regala al planeta la mayor obra de arte jamás realizada.
El Mutnovsky en aquel día seguía con su siesta, no sabemos aún si corta o larga, y nosotros estábamos subidos prácticamente a sus hombros. Cierto es que lo suyo había costado (sobre todo a mí). Tras un parón para comer y comentar las muchas jugadas que se habían dado en las últimas horas, empezamos a caminar por aquel primer cráter. A merced de las fumarolas y su peculiar aroma a infierno que iba y venía en función de por dónde soplara el viento. Nuestra intención era llegar al segundo cráter, donde suele resistir una laguna color turquesa que también rompe los esquemas de quienes llegan para admirarla.
Hubo que caminar en torno a treinta o cuarenta minutos para llegar hasta la laguna del cráter. Pero el sendero se hizo bastante más llevadero, sobre todo porque nos encontrábamos en todo el meollo y cada cosa que observábamos era una motivación extra. Además era habitual que nos detuviéramos en incontables ocasiones para tomar fotos de aquel panorama tan insólito como excitante.
Apenas quedaba agua en la laguna del segundo cráter, pero suficiente para intuir su color. En función de las lluvias y la nieve, así como la temporada en que se suba a la caldera del Mutnovsky, está más o menos lleno. Allí aprovechamos para inmortalizar el momento con una inevitable foto de grupo. Todos unidos y felices por poder estar en un lugar de semejante calado.
El descenso
Cuando se suben cuestas con cierto desnivel sufren los músculos de las piernas. Pero cuando se bajan, lo que más se desgastan son las rodillas. En este caso se portaron bien y el descenso, de alrededor de dos horas, fue benevolente conmigo. Si tengo que destacar algo es un escurrinazo en el hielo que me puso el culo más duro que el basalto. Porque si no me caigo, al menos una vez, parece que no he subido una montaña. ¡Qué se le va a hacer!
Se empezaba a hacer tarde y el buen clima que habíamos tenido se empezó a torcer. Por un lado el Gorely, volcán que estaba en frente y que teníamos planeado subir al día siguiente si el tiempo en lo impedía (que lo impidió), se estaba dejando de ver. Las nubles se habían apoderado definitivamente del Mutnovsky, y no se diferenciaban ya las fumarolas de la neblina. Afortunadamente subimos cuando había que subir. Y bajamos cuando aún no había empezado a llover.
Bonus track: La cascada del cañón
Cuando pensábamos que todo había llegado a su fin y teníamos que subir al 6×6 para volver directamente hacia nuestro campamento y nuestras tiendas de campaña nos avisaron que había una sorpresa más. Pero que no podíamos entretenernos mucho, porque se iba a hacer de noche y se volvía mucho más difícil transitar por los campos de lava. Fuimos poco más abajo que donde estaba parking de vehículos de quienes realizan el ascenso habitual al volcán Mutnovsky. Cuando quisimos darnos cuenta teníamos delante una enorme grieta en la tierra realmente profunda, más bien un cañón, sobre el que se despeñaban las aguas de una cascada de una gran longitud.
No se me ocurre mejor fin de fiesta que el de este lugar donde cerramos una jornada que tuvo de todo, incluso algunos momentos difíciles, pero que nos había puesto a todos en las nubes. Ya brindaríamos en el campamento tras calentarnos con unas cucharadas del reconfortante borsch (sopa de remolacha y otras verduras) que Angela, la cocinera de la expedición, había hecho expresamente para nosotros.
Ahora sí, fin de la crónica y NASDROVIA!!!! (que en ruso es «Salud» y se utiliza para brindar).
Este artículo se lo quiero dedicar de corazón a mi amiga Amaia, integrante de este gran viaje y que lo disfrutó al máximo. ¡Por todos las grandes aventuras que te esperan!
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
PD: Puedes leer aquí más cosas sobre nuestro viaje a Kamchatka.
2 Respuestas a “En las entrañas del volcán Mutnovsky (Un rincón formidable de Kamchatka)”
¡Las vistas son increíbles! Debe ser en vivo, es aún mucho más hermoso. Realmente amo este tipo de viajes y me gustaría visitar Volcán Mutnovsky en el futuro. Las fotos son fascinantes, parecen cuadros de una película sobre Marte. Es probable que tales viajes requieran una buena preparación física, no todos podrían hacer frente a esto. Las vistas de Kamchatka son impresionantes. Artículo muy inspirador, gracias por compartir esto, ¡que tengas un buen día!
Aqui si que se puede decir que todo esfuerzo tiene su recompensa, y menuda recompensa, ojalá se pueda volver pronto, tendré que entrenar jajajajaja.
Buen relato Sele