Así fue el día a día del viaje a Kamchatka (Selección de los mejores momentos de la expedición)
Hace semanas que finalizó el último viaje a Kamchatka y continúo dando vueltas una y otra vez a sus paisajes evocadores. Me gusta insistir en la idea de que un viaje jamás termina cuando regresas a casa. Al revés, late con mayor notoriedad, aún si cabe, pues es de sobra sabido que nada goza de tanta libertad como los propios recuerdos. Con lentitud y pausa, cosa de la que en general los viajes adolecen, es posible diseccionar y revisar ciertos momentos, contemplarlos con cierta distancia, percatándose de detalles que habían pasado inadvertidos y, en definitiva, asimilar vivencias. Incluso resulta gozoso documentarse de aspectos de los que eres virgen en conocimiento o, como es el caso, dejarse llevar por la escritura y poner negro sobre blanco multitud de hechos, pensamientos y reflexiones.
Quizás una de las maneras que existe para lograr que la Expedición Kamchatka no se acabe nunca sea dibujar lo que fue su día a día, delimitar los mejores momentos de este viaje a la Rusia de los volcanes, los bosques interminables y las nubes lenticulares.
VIAJE DE AUTOR A KAMCHATKA EN EL LEJANO ORIENTE RUSO
Sobre la Expedición Kamchatka hemos hablado ya largo y tendido. Se trataba de un viaje de autor de los que ocasionalmente propongo junto a lectores y lectoras de este blog y, en definitiva, personas que buscan compartir aventuras a rincones un tanto insólitos, diferentes, aún no tocados en demasía por la varita del turismo masivo. Destinos «de los de una vez en la vida». Sueños por cumplir y, por supuesto, por digerir juntos. Así lo fue la propia Kamchatka, Santo Tomé y Príncipe, Bután, el Lago Baikal, aunque son muchas cosas que nos esperan y en las que ya estamos trabajando tanto Pangea como un servidor y de las que espero ofrecer noticias muy pronto.
Ya publiqué una carta desde Kamchatka con sensaciones a flor de piel, sueños cumplidos e incluso algunos miedos. Pero ahora me gustaría rememorar qué es lo que tuvo cada día durante el viaje y valorar algunos de los mejores momentos de la expedición. Puede servir como ejemplo de lo mucho que ver y hacer en un viaje a Kamchatka de dos semanas de duración. Aunque, particularmente, me servirá para entrar aquí algún día y recordar particularidades de un viaje que, como dije al principio, no ha terminado del todo. Y quién sabe, quizás los miembros del equipo que participó en el viaje, y a quienes guardó un gran cariño, pueda venir también bien este relato para pasearse entre fechas, nombres y circunstancias. A ellos precisamente va dedicado este «día a día en Kamchatka».
Quien no desee leer tanto, aunque no es lo que más me gustaría, puede escuchar en podcast la entrevista sobre la Expedición Kamchatka que me hicieron el el programa Paralelo 20 de Radio Marca hace algunas semanas.
Breve resumen del día a día del viaje a Kamchatka – Selección de mejores momentos
Viernes 9 de agosto (1º día de viaje): Noche a bordo rumbo a Moscú.
En la noche del viernes nos encontramos en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas buena parte de los integrantes de la Expedición Kamchatka. Pilar, Joselu, Carlos, Amaia, Luis y Pepe, Álex, el otro Luis, Roberto y yo. A los que faltaban, ya que tomarían otro vuelo distinto desde Barcelona, les veríamos en Moscú horas más tarde. Fue tiempo de presentaciones, de compartir esos nervios que preceden a las grandes ocasiones. Y de empezar a ojear los primeros mapas para repasar buena parte de la ruta prevista. ¡Cómo me gusta el momento mapa! Sin duda el grupo ya estaba en tierras rusas mucho antes de tomar el primer vuelo.
El vuelo Madrid-Moscú con Aeroflot saldría con exquisita puntualidad y duraría alrededor de cuatro horas y media. Unos fueron durmiendo todo el viaje y otros, entre los que no me cuesta levantar la mano para reconocerlo, dándole a la sin hueso durante buena parte del trayecto. Con Rober, quien me había metido en «este fregao», es imposible no extraviarse a la hora de divagar sobre multitud de aventuras por el mundo.
Sábado 10 de agosto (2º día de viaje): Ojeras y paraguas en la Plaza Roja.
Aún no era de día cuando llegamos. Moscú nos recibió con frío y con lluvia. Los días anteriores y sucesivos serían de veintitantos grados en la capital rusa, por lo que no gozaríamos de la mejor de las suertes. Al menos allí. Porque todo lo bueno nos aguardaría en Kamchatka.
Trámites aeroportuarios rápidos (ya quisieran ir tan rápido en Nueva York como en Moscú a la hora de pasar los controles) y encuentro con la parte del grupo que salió de Barcelona, la familia integrada por Montse, Vicent, Verónica y Edu. Una vez juntos todos en el aeropuerto de Sheremétievo, dado que teníamos una escala larga y nuestras maletas irían directas a Petropavlovsk, la capital de Kamchatka, hicimos caso a la lluvia y nos fuimos en taxi (más barato que si individualmente hubiésemos pagado el tren al centro – aeroexpress) para pasar la mañana en la Plaza Roja de Moscú. Allí aprovecharíamos para conseguir rublos, internet (en mi caso activé la tarjeta SIM válida en Rusia que me mandaron de Holafly con datos ilimitados), visitar la catedral de San Basilio (con sus características cúpulas que tantas veces vimos en el tetris) y tomar algo en el Gum, que viene a ser algo más que unos lujosos grandes almacenes. Por supuesto, allí también sería nuestra primera fotografía juntos.
El vuelo a Petropavlovsk sería de unas nueve horas de duración. Atravesaría Rusia en más de diez usos horarios siguiendo la línea del Círculo Polar Ártico. En mi caso me reconciliaría con una aerolínea como Aeroflot, con la que había tenido una mala experiencia anterior, así como no pocos prejuicios. ¡Kamchatka estaba ya a un paso!
Domingo 11 de agosto (3º día de viaje): Bienvenida a Kamchatka en Petropavlovsk.
Los minutos previos a nuestro aterrizaje en Petropavlovsk nos permitieron admirar soberbios paisajes desde la ventanilla del avión. Por supuesto se dejaron ver los primeros volcanes. Aunque el Avachinsky y el Korkyaksky estaban tapados en parte, el Vilyuchinsky mostró sus encantos por completo. También la Bahía de Avacha, por la que navegaríamos al día siguiente, así como el río del mismo nombre, que desemboca en el Mar de Bering formando un humedal que desde el aire a muchos nos recordó al Delta del Okavango.
Petropavlovsk nos recibió en un día radiante. Al aeropuerto vinieron a buscarnos Sasha y Valentin, los dos rusos que capitanearían la expedición. Nos alojamos en el Petropavlovsk Hotel (Гостиничный комплекс «Петропавловск) en Prospekt Karla Marksa, 31А. Clásico hotel soviet style que utilizaríamos tan sólo para asearnos (falta nos hacía) y dormir con vistas a los volcanes Avachinsky y Koryaksky, que se negaban a despejarse.
Fuimos en taxi a una plaza con una estatua de Lenin y comimos juntos en un modesto restaurante frente al mar. Estuvimos dando un paseo por la zona y acabamos en un interesante museo de vulcanología. Eso sí, el jet lag empezaba a jugar malas pasadas y muchos veíamos la cama aún demasiado lejos. Y el frío que imaginábamos también, pues superamos con creces los 20 grados centígrados.
Pero algo nos sacó del letargo de aquella primera jornada en Kamchatka. Decidimos subir hasta la catedral, ya que nos habían llamado la atención sus cúpulas doradas y la posibilidad de que por fin se hubiesen despejado los volcanes. Y así fue. Logramos ver en toda su plenitud tanto al Avachinsky como al Koryaksky. El cómo llegamos hasta allí y la revolución que formamos para marcharnos, es otra de esas historias aparte. El caso es que ese momento exacto nos sirvió a muchos para darnos cuenta de dónde nos hallábamos. Así como que la fortuna iría siempre de nuestro lado.
Lunes 12 de agosto (4º día de viaje): Navegantes en la Bahía de Avacha y primera noche de acampada.
Durante la primera parte de la jornada el plan era navegar en barco por la Bahía de Avacha, lugar elegido por Vitus Bering para establecer una ciudad a la que se llamó Petropavlovsk. A pesar de que los alrededores del puerto no son, digamos, motivantes, bastó avanzar unos metros con la embarcación para entrar de lleno en la Kamchatka de la naturaleza superlativa. Por un lado estábamos rodeados de volcanes plenamente despejados. La mar tan quieta como una piscina. Y en breve las aves marinas empezaron a hacer su aparición, que de principio a fin sería constante.
Vimos muchísimos frailecillos, que en esta parte del Pacífico, a diferencia de los atlánticos que tanta presencia tienen en países como Islandia poseen un extravagante pelaje amarillo. Casi siempre volando al ras del agua y con un montón de arenques agarrados en su colorido pico. Aunque no tantos en número como araos de Brünnich, cormoranes y otras muchas especies de aves que hacen las delicias de ornitólogos profesionales y aficionados.
La Bahía de Avacha también es rica en farallones e incluso islas nacidas por obra y gracia de la poderosa actividad volcánica de esta península que, otra cosa no, pero volcanes tiene decenas. Más de treinta de ellos están activos ahora mismo. Estos promontorios basálticos son ahora refugio de aves y otras especies animales, como focas o leones marinos, que también tienen sus colonias en esta parte de Kamchatka. Lo que atrae la llegada de orcas, que si no las vimos aquel día, fue por pura casualidad. Porque haberlas… haylas.
Aquella mañana tuvo de todo. Y no sólo animales. Dio tiempo hasta incluso tener vivir una anécdota curiosa (una «rusada» de las buenas) en el momento en que el capitán del barco tuvo que dejar paso a un submarino nuclear de los que es sabido se construyen en la ciudad militar (y vetada a las visitas) de Vilyuchinsk. Rémoras de la Guerra Fría que en en esta provincia de Rusia tuvo una de sus principales bases estratégicas. También devoramos varios especímenes del famoso cangrejo de Kamchatka, siendo uno de los mejores banquetes que pudimos disfrutar en el viaje.
Ya por la tarde nos encontramos nos subimos al que sería nuestro vehículo para todos los días de la expedición. Nada menos que un camión con tracción a las seis ruedas super equipado, y no me refiero sólo al motor y la carrocería. Porque el conductor, Serguéi, que tenía pinta de rudo militar y que nunca viaja sin su sierra eléctrica, sería clave para la expedición. Y Angela, experta en cocina de aprovechamiento y quien se ocuparía de tener bien alimentado al grupo, aún en los lugares más hostiles que uno pueda imaginarse.
Partimos de Petropavlovsk, no sin antes hacernos en un supermercado con múltiples garrafas de agua, cervezas y otras bebidas (aunque Serguéi llevaba buena cantidad de vodka casero que él mismo preparaba) que mitigarían la sed durante el viaje. Iríamos rumbo al área volcánica que en corto espacio junta a tres colosos como el Vilyuchinsky, el Mutnovsky y el Gorely. Una trilogía de volcanes magníficos. Junto a el primero acamparíamos para así poder subir a los cráteres de los otros dos. Si el tiempo no lo impedía, por supuesto. La climatología en Kamchatka puede ser tu aliada o tu enemiga más irreconciliable.
Tras hacer varias paradas en las aproximadamente cuatro horas de camino (imprescindible el Vilyuchinsky Pass, a unos 1000 metros sobre el nivel del mar y con unas vistas magníficas del valle y la zona volcánica) colocamos nuestro campamento para las siguientes dos noches junto a una pequeña laguna sobre la que se reflejaba precisamente el volcán Vilyuchinsky. Mejor escenario imposible. O, al menos, eso creíamos.
¿Cómo eran nuestros campamentos en Kamchatka?
Disponíamos de una tienda por cada pareja o cada persona que viajaba de manera individual. Elegíamos dónde situar las tiendas y cada uno las montaba, bien solo o con ayuda (incluso cuando a alguna como la mía le daba por irse volando al agua, que si no es por Carlos me veía durmiendo sobre una colchoneta de playa que, aunque suene extraño, las hubo). Sasha, Valentin, Serguéi bajaban los bártulos del camión y, en apenas unos minutos, ponían dos carpas más grandes que hacían de cocina y de comedor. Incluso se colocaba un baño tras cavar en la tierra con una pala, aunque luego no fueran muchos los que lo utilizaran por preferir «ir al campo libremente». Lo de que hubiera osos era otro cantar que parecía no importar a la mayoría.
Ángela se encargaba de mantenernos bien alimentados. Y lo conseguía. Era una cocinera excepcional a quien, además, le gustaba variar sus propuestas gastronómicas (aunque su especialidad era el borsch o sopa de verduras) y sorprendernos. Aunque nadie lo hubiera pensado de antemano, comimos y cenamos gracias a ella mejor que si lo hubiéramos hecho en un restaurante.
Martes 13 de agosto (5º día de viaje): Subida al volcán Mutnovsky.
Había varios trekkings previstos para el viaje a Kamchatka, pero, sin duda, el de subir al cráter del Mutnovsky era el más ilusionante para todos. Ya sólo llegar hasta allí en el camión (casi tres horas desde nuestro campamento) fue una gran experiencia, pasando por caminos de barro y hielo para presenciar magníficos paisajes de piedra volcánica donde aparecía «ese verde Islandia» tan fácil de reconocer. Había tramos donde se podía ver bloques de hielo de varios metros de espesor, algunos incluso formando espontáneas cuevas.
Debo reconocer que la ascensión al Mutnovsky, sin ser excesivamente dura para avezados montañeros (aproximadamente tres horas de subida con alguna que otra pendiente bastante empinada), me costó bastante, sobre todo al principio en que se me pusieron los gemelos como piedras. Necesité detenerme un rato y retomar minutos más tarde, tomándomelo con más calma, aunque el esfuerzo iba a merecer la pena. Era la primera montaña y había visto tantas fotos del cráter de este volcán que sabía que no podía perdérmelo. Aunque, siendo sincero, una vez arriba no había una sola fotografía que hiciese justicia a la maravillosa realidad.
¿Cómo es el cráter del Mutnovsky? Un universo aparte. Su gran caldera soporta decenas de fumarolas de las que escapaba un humo constante. Por otro lado cuenta con volcanes cuyo hielo azulado contrasta con las tonalidades ocres del volcán. ¡Pero hasta tiene ríos por dentro! (Por supuesto, formados por el deshielo de dichas estructuras glaciales) E incluso una laguna celeste, en esos momentos con poca agua, se cuela en un panorama que, en realidad, no podría comparar con absolutamente nada.
Después de la bajada (agotadora para las rodillas) no nos perdimos una cascada que arrojaba el agua a un profundo cañón de piedra. Casualmente mucha gente se va sin verla, cuando está a pocos metros de donde se inicia el sendero al cráter. Tremendo error hubiera sido no hacerlo.
Volvimos al campamento realmente agotados físicamente y pensando en la dura subida que nos esperaba al día siguiente en el Gorely (más o menos misma distancia a recorrer pero con mayor pendiente y un suelo más pedregoso). Pero nada mejor que una buena cena en el campamento «Vilyuchisnky» para volver a retomar energías y dormir esa noche como auténticos bebés.
NO TE PIERDAS: En las entrañas del volcán Mutnovsky (Crónica de un ascenso a un lugar formidable de Kamchatka)
Miércoles 14 de agosto (6º día de viaje): Y la niebla tapó el Gorely…
Ya por la noche la previsión meteorológica no era la mejor de cara a plantear la ascensión del Gorely (aproximadamente cuatro horas de subida). De mañana, con lluvia y el cielo muy tapado, la cosa fue empeorando. Tanto que cuando llegamos a las faldas del volcán hubo que desdeñar la opción de subir al cráter porque a éste lo cubrían las nubes como si no hubiera un mañana. Aunque en un viaje de este tipo, si no sale el plan A, seguro que se puede buscar un plan B ó C. Así que nos fuimos con el 6×6 a hacer el cabra por los parajes de magma solidificado, llegando a entrar a un vetusto túnel de lava o caminado en una grieta que volvía una vez más a recordarme a Islandia.
Especialmente interesante fue poder acceder a una pequeña cueva de hielo, en cuya entrada había numerosas huellas de osos y que a muchos nos recordó que, si el tiempo se portaba bien al día siguiente, gozaríamos de uno de los mejores momentos del viaje a Kamchatka, ir al Lago Kuril en helicóptero para ver osos pardos. Para algo así se depende muchísimo de la meteorología pero las buenas energías no sólo nos abrirían el cielo para volar a ese lago un día más tarde sino que incluso antes de comer el cielo había despejado.
Pasado el Vilyuchinsky Pass hubo tiempo para hacer una breve ruta de senderismo a una hermosa cascada nacida del deshielo de las nieves del volcán. Y terminar durmiendo en un hotel con zona de baños termales en Paratunka (junto a Malki la capital del termalismo en Kamchatka). Un precedente interesante de cara a lo que llegaría en la jornada siguiente.
Jueves 15 de agosto (7º día de viaje): Increíble viaje en helicóptero al Lago Kuril, el Imperio del oso pardo.
Llegó el día que todos estábamos esperando. Si bien con un cielo algo nublado, pero con muy poco viento, salió nuestro helicóptero (Mi-8, un clásico desde los tiempos de la URSS) con destino el Lago Kuril, considerado uno de los mayores núcleos de desove del salmón en Eurasia durante los meses de julio y agosto. Y, por tanto, una de las poblaciones de oso pardo más grandes de toda Rusia. Se calcula que alrededor del lago durante el verano hay en torno a un millar de osos que vienen a ponerse ciegos de salmón con el objeto de apropiarse de reservas suficientes para soportar después una larguísima hibernación. De ahí que la del Kuril sea una de las excursiones predilectas de todo el que viaja a Kamchatka, aunque el coste del helicóptero ronde los 600 euros por persona. Pero se trata de un viaje que merece cada euro que se paga del primer minuto al último. Y es que el sobrevuelo de los paisajes más remotos, salvajes e inaccesibles de esta península no es algo que se haga todos los días.
Una vez aterrizados en el Lago Kuril fuimos en lancha a ver una zona concreta especialmente propensa en osos. ¡Y vaya si los vimos! Había casi treinta bien atentos en la entrada de un río que se comunicaba con el lago para pescar todos los salmones que les fuera posible. Aquellos minutos fueron deliciosos, con escenas improbables en otro lugar del mundo (lo más parecido sería ver los osos de Alaska en Lake Clark o Katmai). Si hasta podíamos escuchar cómo masticaban la comida porque los tuvimos a una distancia ridícula de nosotros.
Además de la lancha fuimos por una pasarela a una plataforma en la que había también muchos osos pardos, algunos de los cuales se apostaban sobre un puente para poder ver los salmones desde arriba y lanzarse a por ellos. Vivimos escenas formidables con una hembra dando de comer a sus crías, un ejemplar joven que se acercó a menos de dos metros de donde nos encontrábamos así como un adulto de gran tamaño que si hubiera una olimpiada de pesca de salmón se llevaba todas las medallas. Zarpazo que daba, salmón que se llevaba a la boca.
Pero en el Lago Kuril no terminó, ni mucho menos, nuestra aventura. Puesto que, regresando a Petropavlovsk, hicimos dos paradas más con el helicóptero. Una de ellas soberbia al filo de un volcán como es el Ksudach, con dos primorosas lagunas en ambos costados. La otra sería próxima al volcán Khodutka para quien quiso poderse dar un baño en un manantial de aguas termales.
Volveríamos con el helicóptero pasadas las cinco de la tarde. Hubo tiempo, no para asimilar lo vivido (porque cosas así no se terminan de asimilar nunca), sino para conseguir más víveres y marcharnos hasta Malki para iniciar la primera de las cuatro noches seguidas de acampada que nos quedaban.
Viernes 16 de agosto (8º día de viaje): Largo día de carretera rumbo al Tolbachik.
Todo lo que sube baja, ¿verdad? Pues a un día espectacular en Kuril le sucedió la clásica jornada de transición o, lo que es lo mismo, un largo trayecto hacia el próximo destino. Hicimos con el camión más de 500 km., aunque no de seguido, ya que nos detuvimos en la ciudad de Milkovo para estirar las piernas, hacer algunas compras y comer en su comedor «soviético» Мильково. Кафе «Таёжное» (Sovetskaya St., 52,) donde servían unos platos caseros deliciosos. Aprendimos allí del concepto de ir a un sitio a comer y marcharse, sin sobremesa ni adornos estériles. Más típico no podía ser. Y, sobre todo en una Milkovo con bloques de hormigón horrorosos con pinturas dedicadas a Gagarin, a la revolución del 17 y a la victoria rusa contra el enemigo nazi. Sitios, que aunque no se caractericen por el más mínimo sentido estético, son interesantes para visitar. O ir de paso, como sería nuestro caso.
La segunda parte del viaje nos llevaría a las proximidades de la localidad de Kozyrevsk, que sería lo más al norte de Kamchatka que estaríamos. Un reguero insano de mosquitos que mordían con saña (a algunos más que a otros). Pero lo más curioso sería a partir de allí, cuando abandonamos la carretera asfaltada para penetrar en un bosque por un camino infame que, si no es por el 6×6, hubiese sido imposible avanzar incluso unos pocos metros. Vadeamos ríos e incluso el bueno de Serguéi, que como antes dije nunca viaja sin su sierra, nos salvó de algún atolladero ocasionado por la caída de varios árboles que impedían el paso a cualquier vehículo. Más de cuatro horas duró la travesía por uno bosque sobre el que iba disminuyendo la luz dada la proximidad de una noche cerrada con la que nos encontramos.
Del negro bosque pasamos a no ver nada debido a la niebla. Desaparecieron los árboles para dar paso a los caminos de ceniza y lava volcánica. Llegamos al campamento base del volcán Tolbachik (nuestro querido Marmot Camp) con niebla, frío y un viento terrible. Pero gracias a nuestros amigos Sasha, Valentin y otras personas acampadas cerca, logramos instalar nuestras tiendas en tiempo récord. Antes de lo que hubiéramos imaginado estábamos cenando caliente.
Fue una noche complicada para pegar ojo puesto que el viento azotó la tiendas durante toda la noche y el frío fue bastante molesto. Pero habíamos llegado, sin saberlo, al que sería nuestro campamento preferido.
Sábado 17 de agosto (9º día de viaje): Planeta extraterrestre.
Cuando nos metimos en las tiendas con la ceniza volcánica revoloteando entre la niebla no éramos conscientes de dónde estábamos. Al despertar el viento se esfumó, dando paso a un paisaje tan desolador como hermoso, resultado de las distintas erupciones del volcán Tolbachik, cuya cima nevada se dejaba ver desde nuestra base sin nombre a la que nosotros mismos le denominamos «Campamento marmota». Y es que eran no pocos los miembros de la especie «suslik ártico», un tipo de ardilla terrestre muy relacionada genéticamente con las marmotas, quienes se dejaban ver muy de cerca, llamándose las unas a las otras e incluso acercándose a comer de nuestra mano.
El Tolbachik impresionó al mundo con las erupciones de 1975 y 2012. La potencia de sus explosiones y sus interminables coladas de lava asolaron miles de hectáreas de un bosque tupido como el que habíamos atravesado con el camión la noche anterior. Y por éstas precisamente iríamos a caminar ese día, aprovechando que la previsión meteorológica había fallado a nuestro favor y que veríamos casi despejado un paisaje tan extraterrestre que incluso la Agencia Espacial soviética aprovechó el resultado de la erupción del 75 para probar sus vehículos lunares.
Aquella fue la ruta de senderismo más bonita de cuantas hicimos en la Expedición Kamchatka. De principio a fin, con esas piedras que parecían retorcerse en infinidad de nudos formados por el enfriamiento de auténticos ríos de lava. Y con la llegada de fugaces neblinas que correteaban entre los restos interminables de aquel horno que podría encenderse de nuevo en cualquier momento. Es una parte de lo que se viene a llamar «grupo volcánico del Klyuchevskoy». Con el propio Klyuchevskoy, uno de los más activos del planeta, y otros como el propio Tolbachik, Udina, Kamen, Zimina, Bezymianny o Ushkovsky a una distancia realmente corta. En pleno Cinturón de Fuego del Pacífico, este lugar podría calificarse como una hebilla bien robusta. El sueño de cualquier aficionado a la vulcanología.
Entre ida y vuelta caminamos en torno a ocho horas, pero con escasez de pendientes y deteniéndonos en numerosas ocasiones para apreciar los restos de antiguos «hornitos» (que permanecieron incandescentes años después de la última erupción del Tolbachik) y buscar los mejores ángulos para la fotografía. Fue un día realmente redondo que culminamos, cómo no, con una deliciosa cena en el Campamento Marmota.
Domingo 18 de agosto (10º día de viaje): El bosque muerto.
El frío de la noche anterior definitivamente pasó factura en mí. Fue raro que alguien del grupo se salvara de constiparse, pero aquel domingo lo recordaré con unas décimas de fiebre, la nariz roja y una tos que me dejó para el resto del viaje con la voz del abuelo de Chechu en «Médico de familia». También como el día en que transitamos por un paisaje tan lúgubre que parecía formar parte del universo cinematográfico de Tim Burton. Bajando por la ladera devastada por los efectos del volcán Tolbachik llegamos a un zona realmente extensa en que miles de árboles resisten con sus cadavéricos troncos. Por supuesto, árboles muertos, casi petrificados. Asfixiados por un auténtico mar de cenizas que anuló durante un largo tiempo cualquier forma de vida posible. Y que hoy día comprende un páramo fantasmagórico con restos incluso de un helicóptero accidentado.
El grupo ascendió además a un pequeño cráter, mientras que al regreso esperaba una espiral de piedras que, según cuenta la tradición, quien viaje al centro de la misma y regrese caminando hacia atrás regresará algún día a la península de Kamchatka.
La última noche en el Campamento Marmota, a pesar del frío y el tremendo constipado, la pasamos cantando grandes temas junto a una improvisada hoguera.
Lunes 19 de agosto (11º día de viaje): Objetivo Milkovo.
Abandonamos la zona de los volcanes, con el Tolbachik una vez más dándonos alegrías. ¡Hasta el Udina despejó! Con otro largo camino como el que hicimos para llegar hasta allí, pero esta vez en sentido contrario. El objetivo no era otro que Milkovo, la ciudad soviética en la que ya habíamos estado en la ida, la cual nos devolvería la cama, la ducha caliente, pero no las estrellas que iluminaban cada noche nuestro campamento. A pesar de las muchas horas de viaje, la cosa estuvo entretenida. Y más en un grupo cada vez más compenetrado. Retornamos al bosque inacabable y, esta vez, con unas condiciones lumínicas propicias para apreciarlo mejor. Volvimos a vadear ríos, a retirar árboles de la «no carretera» y a perseguir las muchas huellas de oso pardo con las que nos fuimos encontrando. Aunque desde lo del Kuril no habíamos vuelto a ver a ninguno.
En el puente por el que atravesamos el río Kamchatka, el más extenso de cuantos existen en la península, empezaron a destaparse algunos volcanes como el Kamen, el Ushkovsky y, por fin, el mítico Klyuchevskoy, con su cono perfecto del que en las semanas previas había generado una larga columna de humo y cenizas.
Llegamos por la tarde a Milkovo y nos hospedamos en el Hotel Geolog, no demasiado acostumbrado a recibir visitantes que no sean rusos. Su habitación de papel en la pared tipo años setenta con una cama estrecha y dura como una roca me pareció en esos momentos el Palacio de Buckingham. Y la ducha uno de esos balnearios junto al Mar Rojo. Los pelmeni (una masa rellena de carne o pescado muy parecida a los tortellini) que nos preparó Angela en la cocina del hotel, puesto que restaurante no tenía, fueron el culmen perfecto a un día agotador pero sumamente entretenido.
Martes 20 de agosto (12º día de viaje): Bystraya, el río de los osos.
Aquel martes iniciaríamos la última fase de nuestro viaje, consistente en de poder navegar durante un rafting muy suave (y de tres jornadas) por las corrientes del río Bystraya, bien conocido por los pescadores (y los osos) dada la gran cantidad de salmones que lo remontan cada verano. Se trataba de algo que nos apetecía muchísimo a todos, otra actividad diferente con la que remover de nuevo la faceta más salvaje de una Kamchatka que nos estaba regalando muy buenos momentos. Así que tras hacer una breve visita a la ciudad de Milkovo, con un museo etnográfico realmente interesante y un par de «reconstrucciones» históricas de los cosacos, partimos a un viaje de varias horas hasta arribar a la orilla del Bystraya y comenzar con la navegación.
El equipaje principal, así como muchos trastos, se quedarían en el camión, al que no volveríamos a ver hasta dentro de un par de días. Con una mochila pequeña guardada en una bolsa estanca (por si las moscas, que el descenso en bote hinchable era fácil, pero nunca se sabe) iniciamos nuestra aventura fluvial. En la que quizás, según lo que comentamos en días previos, veríamos de pasada algún oso. ¿ALGÚN OSO? ¡Pero qué ilusos!
Lo del Bystraya en cuanto a osos se convirtió en algo escandaloso, al nivel del Lago Kuril, aunque con los plantígrados más repartidos en ambas orillas. Si bien las primeras horas de descenso nos dedicamos a disfrutar del paisaje y la soledad de los bosques de esa Kamchatka indómita, fue en el momento de escoger lugar para el campamento cuando empezaron las emociones. Detuvimos las barcas para plantar nuestra base y la sorpresa es que teníamos justo delante una osa con sus tres crías. También un oso macho joven a unos pocos metros. ¿Pero cómo íbamos a dormir ahí? Aunque esa pregunta no nos la haríamos entonces porque nos pudo la pasión y las ganas de vivir (y fotografiar el momento). Las escenas allí vividas fueron sencillamente delirantes. Tanto que al bajar del bote el propio Roberto comentó que «acababa de pisar varios salmones» de la cantidad que había en aquel lugar.
Sucedió lo que tenía que suceder. Que la hembra con las crías cruzó el río y se dispuso a venir hacia nosotros, lo que hizo que nos tuviéramos que largar rápidamente en los botes. Entonces volvió a hacerse válida la pregunta anterior de dónde íbamos a dormir. ¿No queríamos aventura? Pues toma tres tazas. O mejor dicho, toma tres osos. La cuestión es que mientras seguíamos descendiendo el Bystraya en un atardecer memorable, siguieron apareciendo osos y más osos a un lado y otro de la orilla.
El atardecer de aquel día fue maravilloso, de unos tonos rosados que junto a las montañas frondosas que nos acompañaban, daba la sensación de que aquello no era un río ruso sino el mismísimo Orinoco. Cuando apenas quedo luz y dejamos de ver osos probamos en un punto cualquiera para acampar. ¡Estuviese lo que estuviese! Alrededor de un fuego situamos las tiendas de campaña con la certeza de que aquella noche, aunque reventásemos por dentro, no se iba a levantar nadie a hacer pis.
Miércoles 21 de agosto (13º día de viaje): Río Bystraya, segundo acto.
Quienes madrugaron vieron merodear varios osos cerca de las tiendas de campaña, aunque sin acercarse a las mismas. Incomprensiblemente el sueño había podido con cualquier miedo. Todos habíamos dormido en plan bebé, ajenos a cualquier visita inoportuna. Como cuando un niño pequeño se tapa con la sábana como si ésta asegurase un blindaje contra monstruos y malhechores. Y ni el más afilado de los cuchillos tuviese la más mínima posibilidad.
Nada más iniciar la marcha de la jornada (haríamos algo más de 50 kilómetros en este rafting por el Bystraya) reaparecieron los osos. Y con un soleado día de casi treinta grados. Definitivamente, si no hubiera sido por lo de los osos pardos, hubiésemos dudado de si estábamos en el lejano oriente ruso o surcando la Amazonia. O por las cañas de pescar de Valentin, Pasha, Edu o los maños. Porque para esa noche Angela no iba a tener que devanarse los sesos para idear la cena. ¡Salmón fresco para todos!
Asistimos a escenas de todo tipo. Sobre todo lo que veíamos eran hembras de oso con sus crías (de dos a tres), aunque de vez en cuando aparecía tras los arbustos un macho solitario demostrando su pericia en lo que a pescar salmones a zarpazos se refiere. Uno de ellos, incluso, siguió durante minutos nuestra travesía. Fue transitando por la orilla hasta que nos perdió de vista.
Hicimos una parada para el almuerzo. Y hasta para echar una cabezada sobre las rocas. A pocos metros había varios salmones muertos con mordiscos que sólo podían provenir de un oso. Pero a esas alturas creo que habíamos perdido la noción de dónde nos encontrábamos realmente. A ni uno solo de nosotros, salvo cuando llegaba la hora de irse a dormir, le escuché decir lo más mínimo sobre miedos o temores.
Y eso que la última noche a la intemperie no sería precisamente tranquila. Osos a ambos lados del campamento, destacando uno de ellos que se acercó en varias ocasiones a escasos metros. Tras múltiples insistencias Valentin tuvo que encender una bengala para ahuyentarle. Aunque no lo conseguiría. De hecho regresaría antes, durante y después de la cena (salmón fresquísimo y huevas en cantidades industriales que algunos devoraron como si fueran a hibernar). O en cuanto nos marchamos a dormir a la tienda, desde la cual me vino un insomnio justificado que me llevó a escribir una «Carta desde un lugar llamado Kamchatka».
Jueves 22 de agosto (14º día de viaje): Último día en Petropavlovsk.
Amaneció con niebla y ganas de llover. Las imágenes estivales del día anterior se tornaron en algo más propio del rincón del mundo donde nos hallábamos. Demasiada suerte habíamos tenido, donde sólo en Moscú vimos llover a cántaros. Por otro lado había tantos mosquitos que probablemente desayunamos una proporción de «dípteros nematóceros» mucho mayor que lo que Angela había tenido a bien prepararnos. Se trataba de nuestras últimas horas apartados del mundo, sin saber nada más allá de lo que mostraban los árboles que había al otro lado del río.
No volvimos a ver un solo oso. Hubo dos o tres rápidos que le dieron emoción a nuestros últimos kilómetros antes de que junto a un puente viéramos al camión 6×6 junto a un Serguéi uniformado que nos dio la bienvenida como si llevara un año sin vernos. No es corriente la efusividad en los rusos, por lo que creo que al igual que nosotros con él, se había sentido muy a gusto durante todo el viaje. También había un vehículo militar, aunque su ocupante no se acercó tan siquiera donde estábamos. Y en unos minutos, además de tomar un café bien caliente, pudimos volver al camión para proseguir el rumbo. Esta vez, al último destino del viaje, Petropavlovsk.
A las pocas horas volvimos a tener internet en el móvil (me salvó la tarjeta SIM que conseguí gracias a HolaFly con la que pude conectarme perfectamente en muchas fases del viaje). Nos detuvimos a comer unas empanadas antes de regresar a Petropavlovsk, al mismo hotel del primer día. Con baño privado pero sin osos a la vista. Con cama pero sin el sonido del río para mecer nuestro sueño. Con paredes y ventanas contra el frío pero sin el abrigo de lo que había sido una gran aventura compartida entre un grupo que llegaron siendo viajeros y volverían a casa siendo amigos.
Tras una sentida despedida de buena parte de nuestro equipo ruso (a excepción de Valentin, que nos acompañaría a aeropuerto al día siguiente) y hospedarnos, nos fuimos de compras por la ciudad. Es sabido que en Kamchatka no se prodigan demasiado los souvenirs y queríamos llevarnos algo a casa. También última cena en el hotel. Y es que la siguiente ya sería en España.
Viernes 23 de agosto (15º día de viaje): Desafiando al tiempo para llegar a casa.
Fuimos al aeropuerto, aunque no sin antes pasarnos por el mercado de pescado de Yelizovo. Algunos envasaron salmón ahumado al vacío para llevarse a casa. Al igual que caviar rojo o cangrejo real en latas de conserva. Sabores de Kamchatka convertidos en el mejor recuerdo posible.
Partimos a las 13:00 pm horas de Kamchatka. Llegamos a las 12:00 pm a Moscú. Es decir, una hora antes de la que habíamos salido. Sólo sé que el viaje de vuelta se me hizo eterno, y eso que con Aeroflot tuvimos siempre una estricta puntualidad. Y que tras una larga escala moscovita arribamos al aeropuerto de Madrid en torno a las 22:30. Momento de decirnos hasta luego, porque si de algo estábamos todos convencidos es que no se trataba de un adiós.
La Expedición Kamchatka, en realidad, acababa de comenzar…
Si te interesa lo acontecido en este viaje puedes escuchar la entrevista que me hicieron en el programa Paralelo 20 de Radio Marca. ¡17 minutos de puro viaje!
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
PD: Puedes leer aquí más cosas sobre Kamchatka.
6 Respuestas a “Así fue el día a día del viaje a Kamchatka (Selección de los mejores momentos de la expedición)”
Emocionante volver a recordar mediante este resumen el maravilloso viaje de aventura que disfrutamos en Kamchatka. Todo salió a pedir de boca y siempre lo tendré en mi memoria como uno de mis grandes viajes. El paisaje, la naturaleza, la fauna y el grupo humano que lo formó hizo que todo fuera sencillamente perfecto.
Espero que, como Sele dice, el final del viaje no sea un adiós sino un hasta luego.
Gracias Txarli!
Fue una pasada vivir tantas emociones con vosotros. Estoy deseando repetir otro gran viaje con este equipazo que hemos formado en la Expedición Kamchatka.
Un abrazo,
Sele
Brutal experiencia e increíbles paisajes. Cada foto supera a la anterior. Vivir esa experiencia, con los osos tan cerca, es una experiencia impagable. Gracias por compartir Sele. Un abrazo
Gracias por tu comentario!! La verdad que aquel viaje no pudo ser mejor.
Saludos!
Sele
Hola Sele! Me ha encantado la descripcion de vuestro viaje, cuanto costó la expedicion con vuestros guias si puede saberse? Me gustaria hacer algo parecido.
Hola Víctor,
Gracias por tu comentario! Pues entonces fue un viaje que costaría alrededor de 4000€, quizás un poco más (los vuelos son muy caros) pero fueron dos semanas. Lamentablemente me temo que es un destino que no podremos visitar los turistas extranjeros durante bastantes años. Como en toda Rusia.
Un saludo!
Sele