Lago Kuril, visita al Imperio del oso pardo en Kamchatka (Rusia)
Al sur de la Península de Kamchatka, en el extremo oriental de Rusia, el conocido como Lago Kuril inunda buena parte de una caldera volcánica. Una más de los muchos alegatos a la vulcanología que se han producido en la región a lo largo de la Historia. Y es que, en realidad, el lugar es resultado de múltiples erupciones explosivas que durante miles de años dieron forma unos paisajes singulares y salvajes, despojados cualquier tipo de asentamiento humanos a muchos kilómetros a la redonda. De hecho, se llega a este paraje no utilizando carreteras o pistas impracticables, como en otras zonas del indómito territorio ruso. Para alcanzar el Lago Kuril son necesarios los viejos helicópteros militares reconvertidos para otros usos a los que se suben hoy día naturalistas, fotógrafos y algunos viajeros en busca de experiencias únicas. Quien acude a este rincón de Kamchatka viene a presenciar y capturar uno de los grandes fenómenos de la naturaleza que se repite verano tras verano, la llegada de millones de salmones que finalizan aquí su largo viaje para desovar. O, más bien, lo hace tras su consecuencia. Es decir, la aparición de una cantidad ingente de osos que ponen fin a su hibernación y a su dieta para hincharse a comer su pescado favorito. Aquello, de repente, se convierte en el poderoso Imperio del oso pardo en Rusia, y con muchas papeletas entre los mayores del planeta. Y, por tanto, uno de los hitos más deseados por quienes ansiamos ver a estos grandes animales en su estado salvaje.
Cuando planificamos la Expedición Kamchatka no pudimos ni quisimos obviar la posibilidad de ir a ver a los osos en acción, así como poder fotografiarlos en un número difícil de superar y a una distancia ridícula de nuestras cámaras. Nos subimos a un helicóptero Mi-8, como los que se usaban durante la Guerra Fría con el objeto de viajar al Lago Kuril. A partir de entonces cualquier expectativa, cualquier cosa que hubiésemos leído u oído al respecto, se quedó muy por debajo de una asombrosa realidad.
Esta historia sucedió durante la Expedición Kamchatka, uno de esos viajes de autor que llevo a cabo gracias a la colaboración de Pangea junto a lectores y lectoras de este blog, así como amantes de las grandes aventuras por los rincones más singulares del planeta. Y a los que gente, como tú, puede formar parte. ¡Entérate de los viajes que vayan surgiendo!
Huéspedes en el Lago Kuril, para muchos la mayor concentración de osos pardos del mundo
Kamchatka, tierra de osos y volcanes
Hay no pocas razones para visitar Kamchatka, esa bendita peculiaridad que a muchos les suena a un vasto territorio que defender en el juego del Risk a toda costa o por el inevitable hecho de perderse en los mapas en demasía y preguntarse qué demonios hay en esa gran lengua de tierra en la que Rusia se dirige sin remedio al océano Pacífico hasta prácticamente tocar Alaska por las Aleutianas. Habitada durante siglos por nativos koryaks, itelmenos o, incluso, los ainu que sobreviven en el norte de Japón, Sajalín y las Kuriles. O posteriormente por los cosacos, la que fuera la base de Vitus Bering para sus expediciones más importantes, se convirtió en el siglo XX en un suelo vetado a los extranjeros debido a las hostilidades entre los dos lados del telón de acero. Su escasa población, de apenas 400.000 habitantes, que vive mayoritariamente en torno a Petropavlovsk, se queda pequeña para una superficie similar a la de España. Sería como si en todo en el país hubiera tantos habitantes como en la ciudad de Murcia.
La despoblación es una de las razones, precisamente, que convierten a Kamchatka en un santuario de naturaleza durante sus últimos coletazos del continente asiático por el oriente . Poderosas montañas de fuego (la mayor densidad de volcanes activos del mundo), bosques impenetrables y, por supuesto, una cantidad ingente de fauna en la que, sobre todo, predomina el oso pardo. Se calcula que en torno a 25.000 osos pardos, cuyos primos americanos serían los enormes «grizzlies», habitan la península. Pero cualquier censo es aventurarse y perderse en hipótesis, ya que la mayor parte de esta provincia del lejano este ruso sigue sin haberse explorado lo suficiente. Lo que sí se conoce es el epicentro de este fenómeno. Para ello habría que dirigirse al sur de Kamchatka, concretamente al Lago Kuril, para salir al encuentro de los grandes plantígrados, los cuales durante los meses de julio y agosto (también principios de septiembre) acuden en masa al considerado como uno de los mayores puntos de desove de salmón de Eurasia. Aproximadamente un millar de osos, aunque esta cifra se supere cada temporada, los cuales necesitan acumular grasa y proteínas de cara a una prolongada hibernación.
Vuelo en helicóptero al Lago Kuril
Durante la época estival varias empresas rusas ofrecen salidas en helicóptero a distintos puntos de Kamchatka inaccesibles por carretera y con cierto interés. Lo más demandado es, además del Lago Kuril, poder llegar al Valle de los géiseres. Se trata de excursiones de un día que no son económicas precisamente. Hablamos de alrededor de 600 euros, un precio similar (incluso algo por debajo) al de la avioneta en Alaska para ir a Brook Falls o a Lake Clark para también ver osos, algo que tuve la suerte de realizar años atrás. Pero, a diferencia de la versión americana, con el helicóptero se hacen dos paradas extra y termina tratándose de una excursión que dura algo más de seis horas. Y, aún bajo un precio elevado, la sensación que se tiene haciendo una de estas rutas, sobre todo la de los osos del Kuril, es que vale cada euro que se paga.
En sí ya el vuelo es toda una experiencia. En el momento en que el helicóptero parte del helipuerto se inicia un recorrido apasionante a «la Kamchatka salvaje que uno venía buscando» (sabias palabras de Vicent, uno de los integrantes de la Expedición Kamchatka). Apenas se tarda un par de minutos de dejar de ver ciudades o la más mínima señal de población. Surgen paisajes derivados de grotescos conos volcánicos (hay en torno a un centenar, de los cuales una tercera parte continúan activos). Las fumarolas del Mutnovsky o los campos de lava que preceden la llegada a Gorely son el preludio de un inagotable tapiz verde donde sólo resta espacio para el bosque. Los únicos que parecen escapar del color verde son los ríos cuyas corrientes supuran hasta arribar al Mar de Bering o al occidental Mar de Ojotsk.
Poco antes de arribar al destino principal, que no es otro que el Lago Kuril (en ruso Kurílskoye ózero), a los componentes de este vuelo en helicóptero (caben algo más de veinte personas), ataviados con cascos amarillos para mitigar el potente ruido de la hélice, nos llamó la atención una especie de cañón de rocaje claro que huía de manera muy perceptible de la frondosidad verde del trayecto. Se trataba de Kuthiny Baty, lo que los rusos conocen como «barcos hacia arriba», un impresionante valle de piedra pómez resultado de la gran actividad volcánica de la zona.
Aterrizaje en el Lago Kuril y primera familia de osos
De pronto apreciamos el Lago Kuril reflejando la sombra del cráter perfecto en un volcán. Hubo quien desde su ventanilla pudo avistar osos pero para cerciorarse bastó bajarse, dar unos pasos siguiendo a rajatabla las instrucciones de uno de los guardas forestales armado con una escopeta y encontrar a escasos metros del pequeño helipuerto a una hembra con sus oseznos caminando en fila india. ¡Esto es serio! – pensé. De pronto nos pidieron nos subiéramos a una lancha, que comenzaba la aventura. Realmente ésta ya había empezado en mi cabeza muchos años antes, cuando soñaba con visitar alguna vez la singular Península de Kamchatka.
El lago tiene unos 70 Km², lo que viene a corresponder a la superficie de la República de San Marino. En torno a 10 km de norte a sur y algo menos entre el extremo oriental y occidental. Fuimos de un costado a otro en algo menos de media hora, puesto que la lancha alcanzaba bastante velocidad. Teníamos un día radiante. Mejor imposible. Lo contrario nos hubiera impedido estar allí en esos momentos, ya que sin una previsión favorable los helicópteros sencillamente no despegan de Petropavlovsk. Por lo que ir a Kuril no tiene que ver sólo con pagar los billetes sino con que la compleja y cambiante meteorología de Kamchatka acompañe.
¡Menudo espectáculo el de los osos en el Lago Kuril!
De pronto apreciamos la orilla. Lo que parecían puntos oscuros y minúsculos en el horizonte se fueron haciendo cada vez más nítidos hasta formar siluetas perfectas de lo que se trataba realmente de un buen número de osos. A la mayoría de nosotros pareció que se nos metía de repente una mota de polvo en el ojo, pero no coló en absoluto. Era la emoción, esa lágrima fugitiva que aparece cuando de repente sientes que eres feliz. El asunto no era para escatimar júbilo alguno. La alegría de ver algo hermoso aflora cuando menos te lo esperas. Y tener delante algo más de una veintena de osos pardos no es de las cosas que a uno le dejen un rostro impertérrito. Un síndrome de Stendhal en toda regla que por por cosas como las de aquel día bien merecería denominarse síndrome de Kamchatka.
Se trataba del último recodo de un río por el que los salmones llegan a su destino para poner los huevos. Tras un larguísimo viaje, el último de sus vidas, remontan el río como si fuera una autopista. Veloces pero exhaustos. Sin ser conscientes de que tienen duras pruebas que pasar antes del desove, unos peajes con pelaje marrón, cuatro patas, colmillos puntiagudos y unas zarpas bien afiladas. Sólo en el Lago Kuril se calcula que más de de mil osos pasan el verano para poder alimentarse, tanto miembros adultos como sus crías. Porque el invierno llega de octubre a entrado mayo y éstos deber recargar sus depósitos lo suficiente para soportar semejante letargo y despertar con energías suficientes a la primavera siguiente.
De ese modo el Lago Kuril se convierte durante un par de meses en prácticamente una concentración frenética de salmones que tiñen de rojo sus frías aguas. Y de osos ávidos de alimento. Por eso durante los minutos que pudimos estar con la lancha a escasos metros de la escena, pudimos ver de todo. Algunos corriendo y lanzándose al agua, otros a zarpazo limpio llevándose el salmón a la boca y buscando la parte de las huevas, que es la que más les interesa por su grasa. También los había tumbados boca arriba hinchados como romanos tras una extenuante bacanal. Y las crías esperando, a la vez que aprendiendo, que sus madres fueran lo más certeras posibles con la pesca. Dado que al año siguiente, si continúan con vida, serán precisamente los oseznos quienes tengan que dejarse el tipo en aquel lago salmonero.
Estuvimos frente a semejante escena unos minutos que volaron como segundos. Ahí delante, y con las cámaras para retratar todo lo que estaba sucediendo, que era mucho, resultaba harto complicado decantarse por algo en concreto. No se va de mi cabeza el sonido de los osos corriendo hacia el burbujeo que provocaba la llegada de nuevos salmones. Ni las imágenes de éstos rasgando el agua con sus garras oscuras. O la sensación de que nuestra presencia les importara lo más mínimo. Éramos como esa vecina cotilla que se asoma por la mirilla de la puerta a ver lo que sucede en su descansillo. Meros testigos de lo que acontecía, pero, como debe ser en estos casos, sin afectar al nudo y desenlace lo más mínimo.
No sé ni cuántas fotos pude hacer, pero los clics de las cámaras fotográficas se contaron por cientos en cada uno de nosotros. Y eso que nuestro paso por aquel lugar era más fugaz. Hay quienes obtienen permisos para poderse quedar durante más días y poder llevar a cabo auténticas sesiones fotográficas. Es la opción, mucho más costosa, por supuesto, elegida por fotógrafos de naturaleza profesionales. Días antes de nuestra llegada había estado Andy Parkinson, fotógrafo de National Geographic (su instagram es @andyparkinsonphoto) y que realizó un maravilloso trabajo en el Lago Kuril.
Los osos del puente de madera
Pero aún no íbamos a despertar de el sueño que estábamos teniendo, ya que quedaba una nueva fase, la de caminar sobre unas pasarelas para ver otra zona también proclive a la presencia de plantígrados. Así que la lancha nos devolvió al punto de partida, no sin percatarnos de la presencia varios osos más caminando por la orilla del lago. Esta vez tuvimos que seguir nuevamente al ranger de la escopeta que nos escoltó desde el helicóptero, salir de la única zona segura con cableado eléctrico, y acercarnos a una especie de punte de madera donde había en torno a 15 osos, si no más, en plena faena.
Allí estuvimos prácticamente tres cuartos de hora sin pestañear apenas. Sólo en dicho puente había unos cuantos osos jóvenes esperando a lanzarse al agua. Como si éste fuera su trampolín hacia los salmones. De hecho uno de ellos vino hacia nosotros, pero para después retomar su camino en la orilla. Como comenté antes, en semejante festín los observantes éramos absolutamente invisibles para ellos. De ahí que los únicos nervios que pasamos algunos fue que el tiempo se hizo demasiado corto para disfrutar de uno de los mayores baluartes de naturaleza salvaje del planeta.
Rápidamente surgió un nuevo protagonista. Se trataba de un oso macho de pelaje bastante más claro que los demás. Era casi rubio, de un tamaño grotesco, muy superior a los que tenía alrededor. Se puso en mitad de uno de los ríos que nacían en el lago y comprobamos su pericia con la pesca. Casi cada ataque acuático se medía en éxito. Llegaba a introducirse completamente en el agua, a excepción de las orejas, y en apenas unos minutos capturó vimos cómo capturó lo menos cinco o seis salmones. Limpiamente, con una facilidad pasmosa. Hasta se podía escuchar perfectamente el ruido que hacía al masticar, el crujido de un pez que quedaba inerte en el primer bocado.
Nos entretuvimos no poco con aquel oso enorme, que se convirtió en el auténtico rey del festín. También con una hembra que pescaba para llevarle comida a sus crías, las cuales esperaban con cierta ansia que su madre no viniera con las manos vacías. Hubiéramos podido quedarnos horas allí mirando y tomando fotos. Pero, como sucede en este tipo de cosas, el tiempo pasó más rápido que nuestras ganas de irnos. Y antes de darnos cuenta ya estábamos viendo a los osos desde la ventanilla del helicóptero.
Aterrizaje en el filo del volcán Ksudach
Con los osos del Lago Kuril no dijimos adiós a nuestra aventura por los rincones más asombrosos del sur de Kamchatka. En escasos minutos el helicóptero se introdujo en un largo cañón de piedra para, asombro nuestro, aterrizar de repente en el filo del cráter de un volcán como el Ksudach. El impresionante resultado de una erupción hace algo más de un siglo que muchos especialistas consideran como una de las más fuertes vividas en Eurasia en los últimos siglos. Dicen que las consecuencias de las explosiones y las nubes de cenizas llegaron incluso a las Montañas Rocosas de los Estados Unidos. Y, en agosto de 2019, el equipo de la Expedición Kamchatka estaba precisamente al borde de esa inmesa caldera volcánica, entre dos preciosos lagos como son el Balshoe y el Kraternoe, a merced del viento, el vértigo y una emoción que no se había terminado con esa pléyade de osos devorando salmones a mansalva en el Kuril.
A Ksudach no se puede ir siempre. El helicóptero sólo aterriza arriba en caso de que la meteorología lo permita. Y cuando lo hace, vuelve a justificar una vez más el precio de la que personalmente considero una excursión imprescindible en Kamchatka. A pesar de su elevado coste. Porque la proporción de experiencias recibidas en la misma es tan brutal, que uno se lleva un regalo en forma de recuerdo para toda la vida. Un lugar del todo inaccesible, alejados a cientos de kilómetros del mundo de los humanos, sintiéndonos ínfimas partículas dentro de un inmenso universo a merced de los caprichos de la naturaleza. La insignificancia hecha verdad.
Khodutka y el río vaporoso
Cuando el viento comenzó a apretar más de lo debido nos pidieron regresar al helicóptero para poder despegar sin dificultades. Algunos como Roberto ya se habían ido bien lejos, pero pudimos salir perfectamente. Y no destino Petropavlovsk. Porque aún quedaba una tercera parada. Con otro volcán como el Khodutka como testigo de excepción, aunque de una manera más secundaria y relajada que lo vivido en Ksudach. Nos dejaron junto a un río en el que fluían aguas termales y la gente que quisiera se podía dar un baño a más de 40 grados de temperatura. Kamchatka, en buena parte, recuerda a Islandia en ese tipo de cosas. Hay manantiales de agua caliente casi en cualquier parte. Aunque en ocasiones uno más que bañarse lo que hace es escaldarse. Todo es voluntad y, por supuesto, resistencia.
Además del baño nos repartieron un pequeño picnic que incluía el salmón ahumado más delicioso de cuantos he probado en mi vida. El de Noruega es bueno, ya se sabe, pero el de Kamchatka le gana por goleada. No me extraña que haya más de 25.000 osos en esta provincia o Krai de Rusia. Con semejante pescado lo raro es no estar dentro del el agua todo el verano. Y más tratándose de un sitio que si llevas un cubo lo llenas de salmones en apenas un rato.
Regreso a Petropavlovsk… con osos diciendo adiós
Tras comer en Khodutka sólo quedó regresar a Petropavlovsk. El vuelo nos permitió seguir con las emociones a flor de piel. Además de más volcanes y profundos bosques de la Kamchatka más auténtica, llegamos a ver varios osos. Incluso presenciamos con bastante nitidez cómo una cría que viajaba con su madre en el lomo de una montaña se levantó a mirar «esa cosa extraña con hélice» que, por supuesto, éramos nosotros. Parecía como si quisiera decir adiós a quienes, desde arriba, observábamos la escena absolutamente conmovidos.
Ya se sabe que todo lo que sube tiene que bajar. Y en Petropavlovsk, de vuelta a la civilización, la adrenalina volvió a su estado natural. Esta noche, en la cual acampamos en Paratunka, al meternos en el saco dentro de la tienda muchos no sabíamos si íbamos a dormir o, más bien, despertar de un sueño maravilloso.
Aún quedaba mucho viaje por delante. Tolbachik o bajar en bote hinchable el río Bystraya. En este último viviríamos «un nuevo Kuril» con decenas de osos apareciendo una vez más. Y haciéndonos mudar de campamento y huir río abajo en busca de otro emplazamiento. Cosas que suceden cuando uno está de visita en el Imperio del oso pardo en la Rusia más extrema.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
PD: Puedes leer aquí más cosas sobre Kamchatka.
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