Carta desde un lugar llamado Kamchatka
Es de noche, hay niebla fuera y acabo de escuchar un ruido en el que prefiero no pensar demasiado porque es muy probable que se trate de un oso. Quizás el mismo que insistió una y otra vez esta tarde en pasar en nuestro campamento improvisado a orillas del río Bystraya. Con la luz de la la linterna frontal como aliada y medio sumergido en el saco de dormir, la tienda de campaña parece a estas horas un refugio inexpugnable de piel sintética. Ha sido mi casa en el lejano este ruso durante un par de semanas y, a estas alturas de la película, ni el pedregal sobre el que está apoyada en estos momentos parece importarme demasiado. Hace frío y me cuesta dormir. Y, por primera vez durante este viaje de aventura, me apetece escribir unas palabras. No sé si el sueño me permitirá culminar esta carta dirigida a ti desde un lugar llamado Kamchatka, pero me vienen un montón de sensaciones ahora mismo y creo que estas cosas salen mejor así, en caliente o, como se decía en la televisión de antaño, en vivo y en directo.
En realidad no me creo, y eso que estamos en la fase final de la expedición, que me encuentre aquí. Que después de tantos años imaginado un viaje al insólito oriente de Rusia pueda decir que estoy viviendo algo único y maravilloso en compañía de un grupo de locos encantadores que sueñan muy alto cada noche. Y no me refiero a los ronquidos que empiezan a destaparse a estas horas, sino porque no resulta sencillo encontrar personas con tanta pasión, determinación e ilusión por desentrañar los vericuetos más singulares de nuestro planeta.
Así fue la Expedición Kamchatka: Resumen con el día a día de los vivido durante el viaje a la Península de Kamchatka.
Pensamientos a vuelapluma durante la última noche en el campamento móvil de Kamchatka
Es posible que algún día, de aquí a unos años, mi hijo Unai me pregunte sobre este viaje. No hay nada que más ilusión me haría que estas cosas le despierten inquietud porque, sin saberlo, él también habría empezado un camino sin retorno hacia algo que le reportaría muchas cosas en su vida. Quizás en algún momento surja eso de ¿Dónde está Kamchatka? ¿Y qué hay allí? ¿Qué es lo que hiciste en ese lugar? Y las respuestas me llevarán de nuevo a esta tienda de campaña amarilla, a miles de salmones remontando un río repleto de hostilidades con el único objetivo de morir dando vida, al casi centenar de osos (y no exagero en absoluto) que hemos podido observar durante estos últimos días y a los parajes extraterrestres creados por erupciones volcánicas en uno de los lugares más calientes, sísmica y vulcanológicamente hablando, de la Tierra.
Es la última noche a la intemperie de la que un día venimos a proclamar como Expedición Kamchatka. Una idea a la que dio forma Roberto, conocedor del territorio y que me animó a lanzar este destino remoto como uno de mis viajes de autor en que otras personas pudiesen formar parte de una gran experiencia compartida en destinos no demasiado usuales. Rober, gran viajero y coleccionista de volcanes (y un jugón con el lenguaje y el humor como pocos), siempre insiste en que en Rusia todo está por hacer y descubrir, que aquí se suceden territorios tan puros que es imposible incluso imaginárselos. Y que razón tiene porque a esta región apartada dentro de lo que los rusos conocen como Far East (para contrarrestar al Far West americano, que queda al otro lado del Mar de Bering) le viene implícito el concepto de salvaje y las ganas de explorar allá donde todavía el ser humano no ha dejado sus huellas. Porque Kamchatka, se quiera o no, sigue siendo el reino del oso pardo, no del hombre. Y gobierna con sus zarpas afiladas un suelo siempre caliente en lo que parece uno de los flameados preferidos del Círculo de Fuego del Pacífico en el Hemisferio Norte.
Kamchatka se convirtió en un reto, una obsesión…
Para mí este viaje era un gran reto. Tanto psicológico como físico. Me resulta imposible esconder mis miedos previos a la llegada matutina a la ciudad de Petropavlovsk y su bahía desde la cual un día el danés Vitus Bering se precipitó para llegar navegando a Alaska y surcar las Aleutianas en pleno siglo XVIII. No tenía dudas ni de la flota ni del destino, pero sí de mis piernas poco acostumbradas vivir cuitas en la montaña y de los años que habían pasado desde que una tienda de campaña se convirtiese en mi hogar temporal (Expedición Kamal en el desierto Líbico de Egipto). Dudas sobre si a mis compañeros de viaje, Pilar, Joselu, Amaia, Carlos, Verónica, Edu, Montse, Vicent, Luis (iban dos nada menos), Pepe o Álex encontrarían en Kamchatka uno de los viajes de sus vidas. No es lo mismo ir solo cargado de expectativas que acompañado con personas que han depositado todas sus ilusiones en una aventura de este tipo. En cierto modo sientes parte de responsabilidad en cosas que no dependen de ti en absoluto.
Afortunadamente las incógnitas se fueron despejando pronto, sobre todo las concernientes a los viajeros que conforman la Expedición Kamchatka. Juntos hemos formado un equipo imbatible en cuanto a actitud, ganas y compromiso. No se les puede pedir más. Ellos, y tanto Rober como yo lo sabemos, han sido (y son) el motor de todos los kilómetros que hemos llevado a cabo juntos. Más allá de la fuerza de un camión con tracción a las seis ruedas o de la determinación y rudeza de un conductor que no sale de casa sin su sierra eléctrica ni su hacha, y que lo mismo prepara vodka casero que sube corriendo a los volcanes como quien lo hace en el parque de al lado de casa. O de unos tíos que pescan salmones sólo con mirarlos y te montan y desmontan un campamento en lo que a ti te ha dado tiempo a lavarte los dientes. El viaje a Kamchatka lo han sido ellos, no tengo la menor duda.
Recuerdo que mi primer revés me vino cuando pensé que no subía al cráter del volcán Mutnovsky. Tenía los gemelos tan cargados que durante las cuestas me sentía como un auténtico anciano. Pero con el humo de las fumarolas ahí tan cerca me negué a mirar atrás y traté de seguir ese consejo tan de mi madre de «sin prisa pero sin pausa». Y, aunque más tarde de lo que hubiera imaginado, entraría a pie al corazón de un universo gobernado por los escapes de azufre, paredes ocres, glaciares complemente azules y hasta una laguna celeste componiendo un paisaje irreal que me vistió de Kamchatka para el resto del viaje. Sería una de las veces en las que no podría evitar que unas lágrimas furtivas buscaran cobijo entre mis mejillas.
El reino del oso pardo
La otra sería cuando nada más llegar en helicóptero al Lago Kuril, en el sur de la Península de Kamchatka, divisáramos una cantidad ingente de osos. ¡Ese lugar es asombroso! Los salmones se miden en cientos de miles, o más bien en millones, los cuales acuden a su difícil y definitiva cita para desovar y regar de vida esta laguna volcánica de la que surgen no pocos ríos que unen este paraíso con los mares de Bering y de Ojotsk. Tras la larga hibernación de estos grandes plantígrados (que en Kamchatka se calculan más de 25.000, de ellos más de un millar se encuentran alrededor del Kuril), puesto que en esta parte de Rusia el invierno dura nueve meses, éstos acuden famélicos para darse un festín de salmón durante semanas y apropiarse de grasa y energía suficiente con la que mantenerse vivos. Razón por la que el lago se ha convertido en uno de los rincones del mundo, sino el que más, donde lo de ver osos en cantidades ingentes en los meses de julio y agosto está garantizado.
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Unos años antes en Alaska había podido ver osos en Lake Clark justo en el proceso de espera de los salmones, cuando éstos bajan a la playa a desenterrar moluscos y a intentar capturar sus primeros pescados de la temporada. Pero lo del Lago Kuril multiplicó todas mis expectativas. Porque sólo allí pudimos observar, y a gran cercanía, a en torno cuarenta osos. La mayoría metidos en el agua para capturar salmones, cosa que lograban con sus zarpas con gran facilidad. Otros saciados y tumbados esperando digerir el alimento. También un buen número de madres con sus oseznos a los que no sólo les aproximaban la comida sino que además aprovechaban para enseñar a pescar los salmones por sí mismos, puesto que al año siguiente, si sobreviven al largo invierno, tendrían que hacerlo ellos solos sin ayuda.
Apasionante fue no sólo estar en Kuril, lugar remoto de Kamchatka donde los haya, sino, sobre todo, llegar (o incluso salir) a Kuril. Lo hicimos en un helicóptero militar Mi-8, modelo utilizado desde los años sesenta durante la época soviética. El sobrevuelo nos permitió admirar paisajes frondosos y salvajes que proyectaban distintas frases de admiración como «¡Lo que no habrá allí abajo!». De hecho, en aquel helicóptero aterrizamos sobre el filo del cráter del volcán Ksudach entre dos lagos. Menudo subidón de adrenalina cuando desde la ventanilla a ambos lados veíamos las paredes verticales de un cañón y, gracias a la buena meteorología, el capitán que manejaba el medio de transporte predilecto por los militares en esta parte de Rusia decidió que veríamos el Ksudach de la mejor manera posible.
En cuanto a osos también el río Bystraya está siendo una bicoca. Nuestro plan pasaba por descender con botes hinchables para hacer durante algo más de dos jornadas un rafting suave por uno de los ríos más longevos que vertebran el corazón de Kamchatka. Sus corrientes, remontadas cada verano por incontables salmones, no son fuertes en absoluto y, quién sabe, si nos permitiría ver algo de fauna. Y claro que contábamos con fotografiar algún oso. Pero no con lo que ha sido esta travesía, que nos ha dejado decenas de osos pescando en las orillas mientras nosotros bajábamos a muy escasa velocidad con esas barcas cargadas con comida, ropa, material de acampada y cañas de pescar que nos proveerían de alimento para esas cenas tan ricas que nos prepara Angela, una experta en cocina de aprovechamiento y otra de las claves positivas de un viaje con muchas variables y muchas caras que, en nuestro caso, siempre han sido positivas.
Sin ir más lejos ayer mismo tuvimos que abandonar deprisa el que sería nuestro campamento porque antes de montarlo vino una hembra con tres crías. Tuvimos que dejar todo lo que estábamos haciendo (meramente fotografiar) cuando de repente pasó de la orilla opuesta a la nuestra. Las caras de unos rusos pescando se convirtieron en un poema al vernos allí. Y la situación empezó a volverse tensa, teniendo que retornar a los botes dándose la circunstancia incluso de alguno notando cómo pisaba algún que otro salmón con las botas. Aquello fue surrealista, pero nos dio un empujón anímico tremendo, haciéndonos comprender que lo que estábamos viviendo era una aventura.
Y nos pusimos a navegar, con la corriente a favor y un atardecer rosado tiñendo unas montañas verdes pobladísimas de vegetación. ¡Aquello no parecía Rusia sino el Orinoco! Salvo que eran los osos los que salían a pescar en ambas orillas, testigos de nuestro paso. Llegamos a poner nuestro campamento prácticamente de noche, con ayuda de las linternas y con un hoguera entre las tiendas de campaña. Una noche, como la de hoy, entre lo salvaje y en la que desfilan por la mente algunos extractos de los libros de Jack London. Pero la realidad es que sería la tensión de los primeros minutos, sofocada después por el fuego y el sueño, la que daría carpetazo a la literatura.
La suerte de ver amanecer en Kamchatka bajo la sombra de grandes volcanes
Mientras te escribo esta carta desde un lugar llamado Kamchatka, me da un inmenso coraje no hablarte de los otros campamentos, montados sobre escenarios cargados de grandeza. De lo que suponía despertar y abrir la cremallera de la tienda de campaña para darte cuenta de que estabas durmiendo sobre un mar de cenizas y piedras de lava solidificadas. Como en el que la expedición proclamaría como Marmot Camp, dada la presencia y alboroto de los que roedores conocidos como el suslik ártico, relacionado genéticamente con las marmotas y que se asemeja a una ardilla, aunque terrestre. Allí Su Majestad el volcán Tolbachik, que erupcionó con fuerza en los setenta y recientemente en 2012, arrasó con los bosques para dejar a su alrededor multitud de ríos de lava petrificados con figuras que se retuercen en un panorama sobrecogedor.
La agencia espacial rusa, ya en tiempos de la URSS, utilizó éste y otros campos de lava para hacer pruebas a sus vehículos lunares. Y no es de extrañar, dada las dimensiones de este territorio al que la fuerza del magma convirtió en un lugar que muchos no reconoceríamos de este mundo.
También especial cariño le tengo al primer campamento del viaje, en las faldas del volcán Vilyuchinsky, con una forma cónica casi perfecta, que se reflejaba de manera exacta en una pequeña laguna que hacía más bucólica, aún si cabe, la localización elegida. En él pasamos tres noches, las que necesitamos para ser base y subir al cráter del volcán Mutnovsky y desistir de lo propio en el Gorely dada las neblinas matutinas que taparon su cima.
¿Con qué me quedo del viaje a Kamchatka?
Es difícil poner una rúbrica a esta carta sin que miles de imágenes me lleven a revivir nuevamente la Expedición Kamchatka. Y más complicado aún quedarse con algo en concreto. Porque son muchas cosas, la verdad. Los osos del Kuril y el Bistraya, los campamentos de los que ya te he hablado, la navegación en la Bahía de Avacha con frailecillos, focas y submarinos nucleares, los imposibles de Serguéi con el camión 6×6, la paciencia de Sasha o Valentin, el buen toque culinario de Angela, las ocurrentes piruetas lingüísticas de Roberto, las anécdotas viajeras de Luis de Murcia, las pizcas de lima y eneldo del matrimonio más encantador que recuerdo (Pilar y Joselu forman una maravillosa pareja), la determinación intachable de la familia Jornet que en realidad no se apellida así (y no tiene que ver con la calçotada a la que han quedado en invitarnos al resto del equipo), la alegría contagiosa de Amaia o la genial agudeza de Carlos (aunque tenga que perdonarle que prefiera la menestra al chuletón). Sin olvidarme, por supuesto, de la talla personal de Álex, las siempre agradables conversaciones con Pepe así como la gracia y sapiencia del otro Luis, el muleño que tuviéramos a bien apodar como «el pajarero», por su extenso conocimiento sobre el mundo de las aves.
¿Esto qué significa? Que lo que le da ese toque especial a un viaje, esa lima a una buena sopa, tiene que ver mucho con las personas con la que lo compartes. Incluso en el lugar más remoto y peculiar que te imaginas, y te aseguro que Kamchatka lo es, las cuestas resultan menos empinadas de lo que parece cuando una buena compañía amortigua tus pasos como dos buenos bastones de montaña.
Soñando (y maquinando) nuevos viajes de autor
Aún queda salir de aquí, del Bystraya, volver a Petropavlovsk, comprar salmón y despedirse del grupo, que no será fácil. Pero no puedo evitar pensar en nuevos viajes de autor por los que luchar. En apenas unas semanas salgo para Bután con más viajeros y en diciembre viviré acompañado la tercera parte de Santo Tomé y Príncipe, uno de mis lugares en el mundo. Pero 2020 promete sensaciones únicas por medio de grandes aventuras a algunos de los rincones más insólitos y maravillosos de nuestro planeta. Creo que, si no se tuerce la cosa, volveré en junio a Svalbard para seguir las huellas de los osos polares en una navegación polar absolutamente memorable. Y ya tengo en la cabeza un destino invernal…e inverosímil que espero llevar a cabo, así como un viaje de exploración con el que daremos «un pasito más», pero que aún hay que estudiar y concretar porque muy pocos han llegado hasta él. Y más cosas, esto no se detiene aquí. Con la complicidad quienes confían en mis locuras y ensoñaciones, podremos sacar grandes viajes, de los de una vez en la vida, adelante.
Pero paso a paso. Que Kamchatka no se puede acabar aquí. Hay mucho que narrar acerca de esta fabulosa expedición a los últimos confines de Rusia. Y creo que cuando desempolve todo el material fotográfico acumulado, puede haber grandes alegrías.
Pienso en mi familia, el motor de mi vida, y en esa Madrid que queda a diez horas atrás el plano de husos horarios. Parece que hay algún que otro oso ahí fuera pero el sueño, esta vez, parece que le va a poder al miedo.
Atentamente,
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
PD: Ya puedes leer un resumen muy completo con el día a día del viaje a Kamchatka.
7 Respuestas a “Carta desde un lugar llamado Kamchatka”
¡Qué magnífica aventura , Sele! Y qué experiencia tan especial… Celebro que hayas cumplido uno de tus sueños y lo hayas podido narrar con tanta emoción e ilusión .
Bután está cerca y esperemos vivirlo con intensidad y como se merece un destino, también, tan especial . ¡Hasta pronto!. Bea
Muy especial, Beatriz. Como especial será nuestro viaje a Bután que arrancará en menos de mes y medio. Estoy deseando compartir tantos lugares maravillosos contigo y con el increíble equipo que hemos formado.
Un beso fuerte, nos vemos en nada!
Sele
Nos hubiera encantado poder acompañaros, pero ahora, viendo las fotos de las personas que fueron a esa aventura, nos reafirmamos en que hicimos bien, os hubiéramos retrasado en las caminatas, érais todos muy jóvenes, hehehehe.
Como dicen unos amigos nuestros (cuando ven nuestras «aventurillas»), nos conformaremos en leer los reportajes o verlos por televisión, cada uno ha de saber o pensar en sus limitaciones, hahahaha.
Un saludo y a seguir con esos viajes tan sensacionales que haces Sele.
Ramon
Hola Ramón,
Sé que tarde o temprano vendrás. Kamchatka quizás era algo más exigente físicamente hablando (aunque yo no soy un derroche precisamente). Pero habrá muchos más viajes a lugares únicos en el mundo en los que sería ideal que formaras parte. Atento, que para 2020 habrá curvas.
Un fuerte abrazo,
Sele
Pues estaremos atentos al 2020, aunque del 17 al 31 de mayo nos vamos a Uzbekistan… siguiendo un poco tus pasos, hehehehe,
Un abrazo
Ramon
Ramón, atento que en 2020 te tienes que venir conmigo. Pregúntame fechas que ya me las sé.
Un abrazo!
Sele
Me encantaria estar informado, para el 2020