Curiosidades y rarezas de un país llamado Bután
Bután resulta un destino paradójico desde el mismo momento en que existe un buen número de personas que verían difícil, o más bien improbable, situarlo en el mapa. Se trata, sin lugar a dudas, de uno de esos destinos escasamente visitados cuya suma de singularidades se convierte precisamente en virtud. Desde el mismo momento en que anunciamos las fechas e itinerario del viaje a Bután que haremos en octubre de 2019 (y para el que aún hay plazas) no he podido dejar de leer y empaparme sobre este insólito territorio arropado por la cordillera del Himalaya, con Tíbet y el nordeste de India sosteniendo con sus manos una de esas naciones-milagro que sobreviven casi por casualidad. O, quién sabe, si por la férrea actitud de empeñarse en seguir conservando una retahíla de particularidades, para muchos consideradas rarezas y por otros un claro ejemplo de lucidez, en una época histórica en la que buena parte del planeta parece haber perdido definitivamente el rumbo.
Para conocer entre todos un poco mejor a Bután, he reunido algunas de esas curiosidades y certezas de un país que podríamos considerar atípico, aunque los términos apropiados (y ya entenderás por qué) nos deberían llevar a declararlo como fascinante e irrepetible.
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Algunas cosas de Bután que quizás no sepas
1. Un nombre de origen desconocido.
¿Por qué el país se llama Bután? ¿Cuál es el origen real su nombre? Sin duda, sobran las hipótesis etimológicas para explicarlo, pero ninguna parece alcanzar el máximo consenso. Para algunos puede provenir de Bhot-ante, que significaría «final del Tíbet«, mientras que otros estarían más próximos a la teoría de Bhu’nhtan, término con el que se referiría para describir a las «tierras montañosas» en las que se encuentra. Incluso gana enteros la palabra hindi Bothana, utilizada desde hace siglos para referirse a los vastos territorios habitados por los tibetanos. Por lo menos hay que reconocer que suena parecido y que no está mal tirado.
Más allá de las especulaciones, algo sobre lo que los propios butaneses no tienen duda es la manera que ellos mismos tienen de referirse a su propio país. En dzongkha, el idioma oficial butanés (aunque allí se hablan muchas más lenguas y dialectos), le dicen Druk Yul, que sería algo así como «Tierra del dragón del trueno» (de hecho tiene un dragón en su bandera). La tradición, mucho más antigua que las religiones surgidas en esta parte del mundo, considera que los truenos reflejarían el fiero rugido de los dragones que moran en alguna parte de la cordillera del Himalaya. Una hermosa manera de plantearse las tormentas cada vez que se viaje a Bután, ¿no crees?
2. El único país que mide la Felicidad Nacional Bruta.
Bután es un destino, sin duda, para románticos y amantes de la utopía. Para los muchos que piensan que, por encima de las estimaciones del PIB o el IPC, importan más otros datos poblacionales que los meramente económicos. Al menos eso piensan los gobernantes de Bután, quienes encargan por distintos períodos la medición de lo que se ha venido a llamar Felicidad Nacional Bruta (También llamada Felicidad Interna Bruta). Un índice que se olvida de los datos del consumo para ocuparse de ilustrar con métricas la felicidad y bienestar de los butaneses. ¿Y cómo se conseguiría este dato tan complejo? Al parecer llevan a cabo periódicamente un extensísimo cuestionario (de casi 200 preguntas) en el son tenidas en cuenta aspectos como el uso del tiempo, el bienestar psicológico, la cultura, la salud, la educación o la valoración que se estima del gobierno de turno, e incluso de la realeza. Por supuesto también se tiene en cuenta el nivel económico como parte de ese todo que compondría esta especie de receta para la felicidad.
Un ex ministro butanés comentaría sobre lo siguiente sobre el este curioso índice: «Están los países modernos, y luego está lo que era Bután hasta los años setenta. Medieval, sin carreteras, sin escuelas, con la religión como única guía. Son dos extremos, y la FIB (Felicidad Interior Bruta) busca el camino intermedio».
¿Te imaginas que en las próximas encuestas del Instituto Nacional de Estadística nos preguntaran en nuestro país sobre el nivel de stress que tenemos o si leemos los cuentos de siempre a nuestros hijos antes de dormir? En Bután, una democracia joven que avanza dando los pasos que ellos mismos deciden dar, sí que lo hacen.
3. El Yeti está en Bután. O, al menos, eso aseguran los butaneses.
¿Existe el abominable hombre de las nieves? ¿Son ciertas las historias que se cuentan sobre el Yeti? Lo que sí es seguro que Bután se trata del país del mundo donde se ha reportado un mayor número de avistamientos de esta curiosa criatura. De hecho es un tema de interés nacional que se lo toman muy en serio. Hasta cuentan con un Parque Nacional, el Santuario de Fauna Salvaje de Sakteng, una extensísima área montañosa con bosques impenetrables, cuya declaración se hizo expresamente para lograr la protección y permanencia de este bípedo de gran tamaño que, según los lugareños, habita este territorio. En Bután en vez de Yeti se le llama Migoi.
La descripción de los pastores de yaks y personas que supuestamente se han topado con Migoi es bastante reveladora. Sería, según ellos, un esquivo y peludo animal de más de dos metros de altura que emite un olor nauseabundo y sus huellas se asemejan a las de un pie humano (aunque mucho más grandes). De hecho existen múltiples reliquias custodiadas en templos atribuidas a esta figura, pero a las que se ha tenido acceso hasta ahora, han llevado a la conclusión de que eran de grandes osos del Himalaya. Nunca un primate, que es lo que muchas teorías han sostenido con mayor o menor fortuna.
4. El animal nacional de Bután es como un puzzle de distintos animales. ¡Y éste sí que existe!
Desconozco si el yeti existe o no. Pero si fuera real estoy convencido de que no sería más raro que otro animal que también es escurridizo y que vive generalmente a una altura superior a los 2000 metros. Se trata del takin, un caprino de casi cuatrocientos kilos que recuerda vagamente al buey almizclero y que, según una leyenda butanesa, fue creado con la cabeza de una cabra, la nariz de un alce, el cuerpo de una enorme vaca y las orejas de un caballo. Es difícil de ver, dado que se trata de una especie amenazada con cada vez menos miembros por culpa, entre otras cosas, de la caza furtiva y la pérdida de su hábitat.
Otras especies que viven en Bután
Se suele hablar mucho del perfil cultural y religioso de Bután. Pero mucha gente desconoce que en el interior de unos paisajes extraordinarios hay una diversidad admirable tanto de flora como de fauna. Este pequeño país alberga nada menos que al leopardo de las nieves, al panda rojo, el langur dorado o la grulla cuellinegra. Incluso se calcula que hay en torno a un centenar de tigres. De hecho recientemente se ha podido grabar a estos grandes felinos por cámaras de trampeo que han certificado su presencia en el país. Y las imágenes son impresionantes:
5. Su monumento más famoso cuelga de un acantilado a más de 3000 metros de altura.
Para muchos el monasterio budista Taktshang, más conocido como «el nido del tigre» justifica por sí solo un viaje a Bután. Cuenta la leyenda que a este rincón tan remoto e inaccesible llegaría el Guru Rinpoche (Padmasambhava), uno de los personajes esenciales para comprender el budismo tibetano en sus orígenes, nada menos que a lomos de una tigresa con el objeto de meditar en este escarpado lugar. En el siglo XVII se levantaría este extraordinario complejo religioso que iconiza como ninguno lo que supone venir a Bután. Para llegar a él hay que caminar aproximadamente tres horas (aunque la belleza del entorno entretiene aún más a multitud de fotógrafos y fotógrafas empedernidas que conviven en paso con devotos peregrinos.
Por supuesto hay muchos más templos y monasterios de interés en Bután, los cuales durante nuestro viaje de octubre formarán parte de una ruta formidable por las entrañas de un país cargado de religiosidad que conserva las tradiciones más ancestrales del budismo tibetano que viajó de un lado a otro de las montañas (y, quien sabe, quizás a lomos de una tigresa como el Guru Rinpoche).
6. Pintar grandes falos en las paredes siempre queda bien en Bután.
Resulta habitual para los butaneses (como extraño para los visitantes viajan a este país) encontrar multitud de falos pintados en las fachadas de muchas casas. Realmente están en todas partes. En las viviendas, en los coches, en los tejados. Y aparecen además en multitud de ceremonias tradicionales. Más allá de la connotación del miembro viril como alegato a la fertilidad, en Bután se le considera un protector contra los espíritus malignos y los demonios.
La figura de Drukpa Kunley, del que cuenta la leyenda que sometió a los demonios con su “rayo mágico de sabiduría”, es esencial para comprender semejante devoción. De hecho el monasterio de Chimi Lhakhang custodia todavía el falo de madera que Kunley trajo consigo del Tíbet, el cual aún se utiliza para bendecir a los feligreses que estén deseando poder tener hijos.
7. En Bután no aterriza cualquiera.
«Aterriza como puedas» no es mal título para definir la aviación comercial en Bután. Dada la compleja situación del Aeropuerto Internacional de Paro, en el corazón de un valle a 2237 metros de altitud rodeado por montañas que superan con facilidad los 5000, son muy pocos los pilotos quienes cuentan con la pericia de lograr convertir en un éxito tanto los despegues como los aterrizajes en este lugar. De hecho, al parecer, sólo 17 pilotos en todo el mundo cuentan con un permiso especial para pilotar con origen/destino Bután. Todos ellos pertenecientes a las tres compañías aéreas nacionales (Buddha Air, Bhutan Airlines y Druk Air). Sólo pueden volar durante el día y con unas condiciones de visibilidad óptimas (de ahí que sean usuales los retrasos por la niebla o las tormentas). Pero, lejos de lo que pueda parecer, la paradoja nos lleva a asegurar que no se han registrado accidentes aéreos, y mucho menos víctimas, en este aeropuerto. Inaccesible sí. Seguro, también.
Vídeo grabado desde la cabina justo antes de aterrizar en el aeropuerto de Paro (Bután)
Además, se considera que el vuelo entre Katmandú y Paro, en Bután, es uno de los más bellos del mundo, puesto que se sobrevuela la cordillera del Himalaya y se pueden apreciar muchos de los ochomiles, entre los que destaca, Su Majestad el Monte Everest. Y, como siempre se sale con las mejores condiciones de visibilidad posibles para efectuar el vuelo, la nitidez con la que se aprecia el techo del mundo es realmente asombrosa.
8. Ríos macho y hembra
El tema del género en Bután llega incluso a los ríos. Y es que los butaneses distinguen entre los ríos macho y hembra como el que lo hace con un caballo y una yegua. Al parecer en los ríos macho las aguas descienden de manera virulenta, con caudales impulsivos, torrenciales e irrefrenables. En cambio los ríos hembra serían más suaves y calmados, pudiéndose permitir voluptuosas curvas y meandros para completar su destino. Y su encuentro tampoco está exento a la simbología. Uno de los lugares más interesantes para visitar en Bután es Punakha, la cual fuera durante mucho tiempo la capital del país. Su situación no es baladí, puesto que nace en la esperada coincidencia entre el Pho Chhu (macho) y Mo Chhu (hembra).
9. El país sin semáforos y que tiene televisión e internet desde hace 20 años.
Los gobernantes de Bután siempre fueron temerosos a las influencias externas que pudiesen absorber la tradición de una nación anclada en el pasado y muy aferrada a sus tradiciones. Jigme Singye Wangchuck, más conocido como el Cuarto Rey Dragón, que reinó desde los 18 años, y que había estudiado en el extranjero, fue el impulsor de numerosas reformas para sacar del medievo a su país. Además del famoso índice de la Felicidad Nacional Bruta abrió la veda a elementos como internet y la televisión en 1999, algo prohibido hasta entonces. Pero hay cosas que siguen sin poderse encontrar en Bután, como los semáforos (Thimphu sería la única capital del mundo sin ellos) y hasta hace muy poco no había cajeros automáticos.
10. Turismo con restricciones y tasas obligatorias por cada día de estancia.
Hasta 1980 se puede decir que el Reino de Bután permaneció cerrado a cal y canto a los extranjeros. Sería su querido e innovador monarca (El IV Rey Dragón) quien permitiría la entrada a su país a los visitantes extranjeros. Aunque lo hizo (y lo sigue haciendo) de una manera muy peculiar para evitar la llegada del turismo masivo y que ésto afectara a la cultura local. ¿Cómo? Imposibilitando la posibilidad de viajar por libre a Bután. Viene limitado por ley un número máximo de visitantes por año (que es cierto que se abre cada vez más) y, salvo, que se sea de India, Bangladesh o Maldivas tan sólo se puede acceder con un guía local y pagando una tasa diaria de entre 200 y 250 dólares (en función de la temporada). Eso sí, en ese coste se incluye el alojamiento en el hotel, todas las comidas, el transporte, las entradas a los sitios, por supuesto el guía y una especie de tasa medioambiental.
Sólo de esa manera se consigue el visado a Bután, llevándolo todo organizado de antemano y con una agencia de viajes responsabilizándose de los clientes a los que lleva. Una medida cuanto menos curiosa, inexistente en otros países, y supuestamente enfocada a moderar el turismo y no ver interrumpido un progreso avocado a llegar sin prisa pero sin pausa. Aunque tampoco se puede negar con una apertura cada vez más frecuente y previsible que sea una forma distinta de financiar un negocio. Un negocio muy rentable.
11. Algunos actos de lucidez democrática.
Hay rarezas que son dignas de admiración y que hoy día parecen impensables en supuestas democracias con una vida más larga que la de Bután. Como, por ejemplo, la prohibición de ejercer la política así como todo cargo público a personas mayores de 65 años para permitir el paso a las nuevas generaciones. ¡Y en esto está incluido hasta el Rey! (Bután sería una monarquía parlamentaria como España)
Las medicinas son totalmente gratuitas para sus ciudadanos. Y cuando es necesario someterse a una operación o tratamiento imposible de llevar a cabo en el país, pues es costeada por el Gobierno.
Es un país budista de manera mayoritaria. De hecho nadie duda de que la religión es realmente importante para sus habitantes, algo esencial que rige su vida desde que nacen hasta que mueren. Pero, por otro lado, no se imparte religión en las escuelas. Para ellos esto es algo que hay que vivir en el entorno familiar porque nadie mejor que los seres queridos para aprender a cómo ser un buen budista, una buena persona. De hecho les resulta extraño que en algunos países (en realidad muchos) la enseñanza de religión se ejerza en las escuelas.
Sobre Bután, tanto del viaje que haríamos como muchas de sus muchas de las peculiaridades que acabas de leer, estuve hablando recientemente con Juan Luis Cano (Gomaespuma) y su equipo del programa de radio «Las piernas no son del cuerpo» que se emite las mañanas de los sábados y domingos en Melodía FM. Si quieres escucharlo o descargártelo aquí tienes el enlace para hacerlo (El programa está colgado entero, la entrevista es desde el minuto 50:27 hasta el 69:07).
Por otro lado recordarte que iré actualizando la SECCIÓN VIAJES DE AUTOR en este blog para mantenerte informado de las próximas salidas (confirmadas o que están aún en preparación).
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
3 Respuestas a “Curiosidades y rarezas de un país llamado Bután”
Interesante información del viaje a Bhutan, me dan ganas de volver. Yo seguiré otros caminos, pero lo que lo habéis leído os lo recomiendo.
Pues espero que en esos caminos que te esperan nos volvamos a encontrar.
Un fuerte abrazo,
Sele
Estamos en Bhutan y es imposible sacar dinero con tarjetas y tampoco funcionan en muchas tiendas y hoteles. Somos un grupo de cinco personas con diferrntes tarjetas visa, mastercard , bnext, diferentes bancos….. No funciona ninguna!!!!!