La colina de las cruces de Lituania: Resistir es vencer

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La colina de las cruces de Lituania: Resistir es vencer

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Érase en Lituania una pequeña colina rodeada de prados y pastos. Se cuenta que allí durante la Edad Media aparecieron de la nada cruces de madera y hierro para recordar los muertos en la batalla con los Caballeros Teutónicos que habían conquistado aquella tierra. Mucho tiempo después, cuando Rusia expandió sus dominios hacia el Báltico en el Siglo XIX, se repitó lo que se pensaba había sido una Leyenda popular y varias cruces fueron clavadas en aquel lugar solitario. La colina se convirtió en un símbolo silencioso ante la opresión foránea, aunque nada comparable a lo que sucedería con posterioridad a la II Guerra Mundial. Con Lituania dentro de la URSS decenas de cruces brotaron cada noche en la hierba, con la consiguiente desaprobación de los rusos que no dudaron en retirar de inmediato lo que consideraron afrentas del pueblo contra el régimen. Éste, que además es un país con unas creencias católicas muy férreas, protestaba ante los soviéticos de esa manera y puso todas las noches más y más cruces. A raíz de una revuelta en los años 60, a la Fe se le machacaba a base de fuerza y los militares rusos hicieron lo posible por acabar con semejante icono de resistencia. Se incendió la colina varias veces, los tractores rompieron incluso la forma natural de la colina, se arrojó basura para convertirla en vertedero, se declaró falsamente el lugar como zona con rabia y se prohibió terminantemente el paso. Pero nada sirvió porque las decenas se conviertieron en cientos y éstos en miles. Se planteó incluso construir una presa y, de ese modo, inundar por completo aquellos parajes, aunque finalmente el tiempo se detuvo en la Unión Soviética y Lituania logró su independencia en 1991. La colina de las cruces ha visto llover miles de cruces más desde entonces y erigirse como un lugar sagrado en el que, de una forma u otra, nació un país libre.

Hoy en día más de cien mil cruces se abalanzan ante la mirada del viajero, convirtiéndose en el mayor reclamo de peregrinos y turistas que ponen sus pies en Lituania. Dentro de mi viaje a los Países Bálticos tenía la premisa indiscutible de verlo con mis propios ojos y así lo hice. Me fui a perder en este laberinto tan enigmático y cargado con el alma de quienes una vez comprobaron que resistir es sinónimo de victoria.

EL ESCENARIO DE LA BATALLA DE LAS CRUCES

La mayor parte de la gente que llega a la Colina de las Cruces lo hace desde Šiauliai, la cuarta ciudad más grande de Lituania, la cual está bien comunicada por bus y tren desde Vilna, la capital. Una vez allí salen autobuses con bastante regularidad, puesto que queda a una distancia de tan sólo 12 kilómetros. En mi caso no necesité echar mano del transporte público al haber alquilado coche en Riga para moverme en mi viaje báltico, así que después de atravesar buena parte de Estonia y Letonia llegué casi de noche a una cabaña en la que me me dieron alojamiento (Sodyba Girelė. 20€ habitación con baño privado). Quería estar lo más cerca posible de la colina para ir temprano y no coincidir con demasiados turistas. Ese sería mi mejor consejo, madrugar para disfrutar de la soledad junto a semejante mar de cruces…

Me acerqué por carretera y dejé el coche junto a una pequeña iglesia pasando 500 metros el parking de pago. Ni llevaba litas encima ni quería gastarme el dinero. Así que en vez de acceder a la colina por el acceso habitual lo hice por detrás. La hierba mojada y el calor del verano atraía mosquitos y pulgones que no se despegaron de mi lado ni aunque me hubiera echado tres litros de antimosquitos por encima. Ellos si que se conviertieron en mi «cruz»…

Caminando lentamente, a cierta distancia, pensaba en si la colina no era tan grande como me habían contado. Al menos para tener ciento y tantas mil cruces clavadas en la tierra no me dió la impresión de tener unas dimensiones exageradas como yo pensaba. Pero cuando me fui acercando tuve la sensación de que todo aquello era un mundo que crecía más y más cada vez, como si las cruces se fuesen multiplicando solas. El apelotonamiento era tal que lo único que dejaba respirar a la colina eran unas escaleras que prácticamente la partían en dos.

Me detuve frente a lo que los lituanos conocen en su lengua como Kryžių kalnas y por lo que tanto suspiran. En el país báltico con más número de cristianos practicantes es normal que consideren ésta la concrección de su Fe, ya que fueron muchas las décadas en las que tuvieron prohibido expresar toda creencia religiosa. Por eso con su salida de la URSS la vieja clandestinidad de un acto tan sencillo como clavar una cruz de madera evolucionó en multiplicarlas hasta límites que se salen de todo cálculo.

Entrar en aquella montaña fue igual que llamar a las puertas de otro mundo distinto al nuestro. Como si la normalidad de las cosas desapareciese para dar paso a la conceptos más espirituales. El ánimo, el desánimo y la esperanza de las personas había enraizado tanto que aquellos maderos, crucifijos, rosarios y vírgenes en miniatura habían pasado a ser Naturaleza viva como la hierba, los setos y los cipreses que los acompañan.

La mayoría de las cruces tenían notas en muchas de las lenguas del Planeta, escritas como un recuerdo a un seres queridos que ya no están, o como una oración mirando al cielo para quien más lo necesita. Se puede decir que hay una historia en cada una de ellas. No son, ni mucho menos, meros objetos inertes. Son sentimientos de tristeza, de alegría, de ilusión, de Fe, de ruego… parte de una creencia que ha calado en Lituania más que en otros muchos países europeos.

La falta de espacio es palpable y tan sólo se puede caminar por las escaleras y los senderos pertinentes. Cruces sobre cruces, el horror vacui de los artistas plasmado en este océano de maderos sin final. Cualquier lugar es bueno para colocar una cruz mientras se sujete bien. Y eso es algo que se hace cada día. Durante mi visita pude observar serenamente cómo una pareja joven que portaba una de un metro de altura, con lágrimas en sus ojos la clavaron en el suelo, abandonando la colina después de persignarse y no mirar más hacia atrás. Allá quedaba, probablemente, un trocito de su vida.

P1230063Una vez Lituania se independizó hubo otro punto de inflexión que sacralizó aún más este lugar, aumentando su número de peregrinos y, por tanto, de cruces. Un 7 de septiembre del año 1993 el Papa Juan Pablo II, en un viaje a las Repúblicas Bálticas en el que atravesó las hasta hacía poco fronteras de la URSS, visitó la Colina de las cruces quedando notablemente emocionado al ver cómo una de ellas se había clavado justo después de su atentado fallido de 1981. En ella pudo leer una inscripción que decía : «Cristo ten piedad del Papa, Lituania te lo suplica de rodillas«. Le acompañaban más de cien mil feligreses. A partir de ese momento se puede decir que la colina se desbordó para llegar a ser lo más parecida a lo que los viajeros nos encontramos hoy en este pequeño altozano.

La mística es especial cuando el silencio se pasea contigo en un lugar así. El viento remueve ligeramente los rosarios y te susurra al oído miles de historias distintas en los callejones de barro que aún la gente utiliza para depositar su Fe.

Pero en la colina de las cruces también hay espacio para centenares de estatuíllas de la Virgen María que complementan el rincón que más devoción despierta en esta parte de Europa. Son como pequeñas islas en medio de un océano de crucifijos que asoman su manto para albergar de igual modo el símbolo cristiano en distintas formas, materiales y colores.

Si el Ejército rojo ni la mano férrea de Moscú no pudieron quebrantar el orgullo de la Nación lituana, no hay nada ni nadie que pueda conseguirlo. En la Colina de las cruces, donde se puede decir que nació un espíritu de resistencia ante el dominador, se vivió una respuesta contundente y silenciosa ante los deseos de una libertad que ahora ondea en la bandera amarilla, verde y roja que se encuentra en casi todas partes. El pueblo lituano, mucho más nacionalista que el estonio o el letón, tiene en estas cruces el significado de una Historia ciertamente compleja, de un pájaro que aletea poco a poco buscando el cielo. Por eso este lugar es tan especial, independientemente de las creencias de cada uno. Aquí no sólo habita la religión o el catolicismo, sino que también lo hace el modelo de vencer a través de la resistencia.

Con esto quiero decir que no es necesario ser cristiano, ateo o zoroástrico para decidirse a visitar este lugar y reconocerle su valor simbólico y, porqué no decirlo, su originalidad. Porque llama muchísimo la atención, porque unas fotos pueden pesar tanto como esas cruces para animarte a incluirlo dentro de un recorrido mínimamente completo por las Repúblicas Bálticas. Es de esos sitios que me encontré alguna vez en una revista de viajes y escuché de de los labios de grandes viajeros que quedaron impresionados con su visita. Para mí  la colina fue, sin duda, un motivo más para venirme con una impresión excelente de un país y toda una región de Europa que merecen que los viajeros les den la oportunidad de dejarse conocer.

Kryžių kalnas se quedó para siempre guardada en uno de los bolsillos de mi mochila. Aquel me pareció un asombroso escenario capaz de recoger las evocaciones, los ruegos y los lamentos de quienes participaron en la Batalla de las Cruces. La razón y las creencias religiosas se aliaron por una vez contra la intolerancia y la incomprensión. Ya sabéis quién venció, ¿no?

Os propongo para terminar un pequeño paseo por la colina de apenas tres minutos. Colocamos la vídeocámara y nos ponemos a andar un poco más…

Sin duda es éste un lugar impactante y, a la vez, digno de conocer.

Sele

PD1: Este es uno de los artículos pertenecientes a la serie del Viaje a las Repúblicas Bálticas. Recuerda que puedes consultar información esencial del mismo, así como posts relacionados en…

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