Calakmul, la ciudad de los mayas que la selva quiso esconder

Blog

Calakmul, la ciudad de los mayas que la selva quiso esconder

Print Friendly, PDF & Email

Calakmul y yo nos conocíamos de antes, aunque no lo supiera. Y es que es el mejor ejemplo de lo que un apasionado por los Viajes, la Arqueología y la Naturaleza puede soñar. Esta ciudad maya situada en el sur de México (Estado de Campeche) y a un paso de Guatemala se oculta en el interior un corredor de selva considerado Reserva de la biosfera, el cual contiene una diversidad de flora y fauna únicas en el mundo. Llegar hasta ella es un delirio de horas y más horas de carretera y soledad relativa, pero cuando uno penetra en los tupidos dominios de jaguares, pumas y tucanes de pico arcoiris, se da cuenta que nuevamente la realidad supera a la ficción. Tras los árboles, enredaderas y suelo resbaladizo por el musgo, allá donde crujen las hojas y se escucha penetrante el chillido del mono aullador, aparece una secuencia de pirámides, murallas y estelas que durante más de mil años han sucumbido a la protección de la jungla, el mejor escondrijo posible para mantener sus secretos. Calakmul fue, al parecer, la ciudad más grande del mundo maya durante largo tiempo, estando habitada durante casi dos milenios. Ahora su silencio legendario corretea por atrevidas escalinatas, profundas raíces y un enjambre de mosquitos. Dentro de sus pasadizos de piedra y piel verde el instinto del viajero se convierte en el de un niño que fantasea con lugares así que parecían existir únicamente en películas, libros y videojuegos.

Las ruinas de Calakmul no son tan conocidas como otras como Chichen Itzá, pero creo que esa es su mayor baza. Y reconozco no haber sabido de ella hasta estar en el propio México, pero como si de un imán se tratara, nos arrastró hasta allí por alguna razón. Hoy sé que caminar por los restos prodigiosos de esta ciudad cubierta de selva es uno de los viajes más apasionantes que he llevado a cabo nunca.

¿POR QUÉ CALAKMUL?

La idea de esta fase del viaje era recorrer algunos de los lugares más emblemáticos que los mayas edificaron en Península del Yucatán. A todos nos vienen a la cabeza sitios arqueológicos como Chichen Itzá, Tikal o Uxmal, nombres importantes para una civilización que va mucho más allá de las supercherías marketinianas relacionadas con el 2012 y el enésimo Fin del mundo que ha vivido nuestro Planeta.

Cuando llegamos a México, de forma casi espontánea y sin planificar, nos empapamos de información del Mundo Maya para elaborar un recorrido lo más adecuado a lo que simbólicamente supusieron algunos lugares para la Historia de quienes nos dejaron ciudades avanzadas y esbeltas pirámides que llegaron a sobrevivir a guerras, conquistas y, sobre todo, a la propia Naturaleza.

Cayó en nuestras manos información de un lugar apenas visitado, a pesar de ser Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y haber sido una ciudad habitada por decenas de miles de personas durante más de mil quinientos años, y con una anterioridad destacable a la llegada de los conquistadores. Su nombre respondía a Calakmul y su situación a desmano de todo lo que uno pueda imaginarse en el Yucatán mexicano lo hacía pasar desapercibido, si uno lo compara con otros restos arqueológicos mayas.

No hay nada más atractivo que esos rincones que apenas son nombrados y a los que parece difícil llegar, pero que finalmente se componen de toda la magia que le imprime el propio desconocimiento y la no generación de expectativas, así que Calakmul terminó adecuándose a unos planes que se regían por una apetitosa improvisación.

Entonces el nombre de Calakmul empezó a darme vueltas en la cabeza con una energía que ya me atrapaba sin necesidad de saber cómo era. Sólo pensar en su antigüedad, sus dimensiones y el emplazamiento en mitad de una de las selvas más diversas del mundo suponía un golpe de adrenalina a los impulsos, a las ganas de descubrir lo que hasta hacía unos días no formaba parte de nada en mi mundo. Pero para entonces las ruinas de Calakmul se habían convertido en una obsesión puesto que iba adquiriendo la consciencia de que, sin saberlo, sería la ciudad maya más extraordinaria que habría pisado hasta entonces.

CÓMO LLEGAR A CALAKMUL

Nuestro punto de partida a las ruinas mayas de Calakmul fue la sorprendente y vitalista ciudad de Campeche, en el suroeste yucateco. Allí caímos después de hacer la ruta Puuc y desde la misma comenzaríamos una larga travesía por carretera hasta nuestro destino. O casi.

Primero dos horas hasta la población de Escárcega y desde ahí la rectilínea vía dirección Chetumal. Las ciudades dejan paso a la selva y no existen más gasolineras que la que hay a mitad de camino en Xpujil (a 3 horas de Escárcega), pequeña población que puede ser una buena base para visitar no sólo Calakmul sino las muchas maravillas mayas que componen el conjunto del Río Bec. Un paisaje aparentemente monótono nos dejó en el Chicanna Ecolodge, uno de los poquísimos alojamientos que se ubican en el área próxima a Calakmul (habitación doble a 50 euros). Pero para hacernos una idea de su lejanía, falta decir que lo teníamos a dos horas de distancia, de atravesar jungla por un camino estrecho, cosa que haríamos a la mañana siguiente.

Desde Xpujil hay 30-40 minutos hasta un desvío a las ruinas (justo donde se encuentra el hospedaje Puerta de Calakmul, de a 160 dólares americanos la noche). A partir de ahí se empiezan a pagar tasas (hasta 3) a los organismos competentes (Medio Ambiente, Cultura, etc…) y a internarse en el corazón de la Reserva Natural de Calakmul. Esto suponen 90 minutos más de recorrido, los cuales merece la pena hacerse temprano, con paciencia y con muchísima atención ya que a uno puede aparecérsele un jaguar o cualquier otro animal salvaje cuando menos se lo espere (no son pocos los casos).

Lamentablemente no existe transporte público que llegue hasta las ruinas, otra de las razones por las que Calakmul apenas recibe visitas. Agencias de Campeche, taxis o vehículos de alquiler son las posibilidades que uno tiene para acceder a la gran ciudad de los mayas.

Si Calakmul abre sus puertas a las 8:00, justo a esa hora queríamos estar empezando el recorrido a pie por la red de senderos que jalonan la frondosidad de una selva prolífica. Siempre recomiendo ir temprano a este tipo de cosas por varias razones. La primera el clima, ya que el calor empieza a hacerse notar apenas a las diez de la mañana, siendo las doce del mediodía una auténtica caldera. Igualmente la actividad de los animales, eminentemente nocturnos, que se dejan ver más fácilmente con los primeros rayos de Sol. Y, por supuesto, el contar con la afortunada posibilidad de visitar unas ruinas excelentes en plena selva prácticamente a solas (por no decir completamente).

UN VIAJE APASIONANTE AL CORAZÓN DE CALAKMUL

Cuesta creer que tras la consecución de un camino resbaladizo en un corredor cubierto de vegetación y de ruidos que te acompañan en todo momento, aparezcan las primeras muestras de que, además de árboles, hay restos de lo que fuera una antigua ciudad. Escaleras verdes de musgo y muros inexplicables son estrangulados por la falta de piedad de ramas y raíces que no dudan en establecer sus dominios sobre la piedra.

El tiempo no ha detenido la intención de la selva de apropiarse definitivamente de lo que siempre fue suyo, por lo que el secreto de Calakmul no deja de ser ese, tener que imaginarse cómo fue una ciudad superpoblada, con sus plazas, sus templos y, por supuesto, la vida y el ritmo que se vivía en lo que fueron calles. Ahora el verde de la vegetación se ha hecho con todo, o prácticamente todo, pero es tanto lo que queda en Calakmul que lo mejor está en ir descubriendo monumentos cuando uno apenas lo espera.

Sin duda estamos hablando de una gran ciudad sepultada por la jungla durante los siglos suficientes para retirar a primera vista pirámides de más de cuarenta metros de altura, palacios y varios centenares de edificios de quien logró batir a la poderosa Tikal hasta que ésta se revolviera en venganza y terminara apagando su fortuna, su excelencia y, por último, su vida.

Calakmul fue tan poderosa que sus avatares y logros fueron narrados con primor en estelas y escritos en más de treinta ciudades mayas. Durante mucho tiempo no hubo lugar más importante que este en un Mundo maya caracterizado por vivir en una constante lucha de reinos. Y como sucedió en tantas civilizaciones en todo el mundo, la mejor manera de demostrar poder es construir edificios enormes que logren imponer respeto e incluso temor a los enemigos.

No cabe duda que para los mayas fue importante contentar a sus muchos dioses. Sólo eso explica la gran cantidad de edificios de carácter religioso y sagrado que inundan la ciudad de Calakmul, con una de las Plazas más grandiosas que se construyeron en aquel tiempo. Pero cuya visión no se ve igual de limpia y despejada que en la mucho más moderna Chichen-Itzá (perteneciente al período post-clásico maya), ni mucho menos. Y es que uno puede esta realmente cerca una pirámide de más de cuarenta metros de altura y no darse cuenta hasta que la tiene prácticamente delante.

La Gran Plaza de Calakmul cuenta con cuatro templos escalonados alrededor de un espacio cuadrangular, pero la vegetación cubre cualquier mínimo vacío que pueda existir. Edificios denominados y numerados por los arqueólogos como «Estructuras» vuelan por encima de las copas de los árboles, respirando con cierto desahogo y, en cierto modo, escapando de una cerrazón casi claustróbica. Sólo en su cúspide (es posible subir las escalinatas que conducen a la cima) se entiende que Calakmul ya no pertenece al hombre sino a un tapiz boscoso que se extiende sin límite por los cuatro puntos cardinales.

Se han hallado por el momento más de seis mil construcciones en la ciudad por lo que, aunque la Gran Plaza es su corazón, hay que pensar en que hay infinidad de lugares esparcidos a distancias que aún no han cubierto ni los propios arqueólogos que llevan trabajando en el sitio desde los años treinta. Pero cierto es que aquí se capta su magnificencia, la soberanía del Reino de la Serpiente allá cuando los mayas andaban batidos en luchas por el control de las Tierras bajas. El maya siempre fue un pueblo muy guerrero, tal y como atestiguan las estelas en piedra que narran diversos hechos históricos además de religiosos.

Un dato que habla de la importancia de Calakmul tiene que ver con las propias estelas, levantadas como dólmenes perfectamente historiados con dibujos y esa escritura de aspecto tan jeroglífico que a uno le recuerdan a las formas del Antiguo Egipto. En este recinto hay catalogadas algo más de 120 estelas, constituyendo «la mayor biblioteca maya» que ha quedado hasta nuestros días. Gracias a ellas se tienen datos concretos sobre el nacimiento, esplendor y decaimiento de una ciudad que desapareció en la espesura de la selva allá por el Siglo X de nuestra Era.

Si bien hay diversas pirámides y templos que resultan sugerentes, la pelea de la grandilocuencia se bate entre dos estructuras. Para los arqueólogos I y II. Para los aprendices de todo un poco la que permanece alejada de la Gran Plaza y la que rompe la altura en la Gran Plaza respectivamente. Ambas ofrecen diversos interrogantes al visitante sobre cuál es más alta siempre por encima de los 50 metros (al parecer lo es la Estructura II, aunque los vigilantes decían que la I), pero corroboran que superan a cualquier otra construcción maya en los Estados Unidos Mexicanos (a los turistas se les vende que es la pirámide de Cobá, con 42 metros).

Probablemente las mejores vistas se obtengan desde la Estructura II, inmensa y perfectamente conservada. Subir por sus empinados escalones fue más que un deber, un placer, a pesar del calor que ya azotaba a primeras horas de la mañana. Me sentía minúsculo entre tanta grandeza pero a la vez poderoso por vivir la fortuna de tocar el cielo de Calakmul con la yema de los dedos. Son sensaciones que deja esta ciudad que, a tenor de las pocas visitas que recibe, le dejan a uno ese sentimiento romántico de los exploradores de antaño, de creerse por unos instantes un miembro de una expedición a un lugar totalmente desconocido (aunque no lo sea en realidad, gusto de ponerme en la piel de quien observó primero).

Cuando miré desde arriba del todo descubrí algunas ruinas que habrían pasado desapercibidas por completo desde la densidad de abajo. Pero sobre todo respiré… tomé aire bien fuerte absorbiendo aquella alfombra de árboles que crecían sin mesura para componer una de las selvas más biodiversas del mundo, allá en la que se dice que hay más jaguares por metro cuadrado (que aunque no los veas, siempre están ahí) y donde el tucán se entremete en las ramas más altas. Entonces me tuve que sentar y detener la mente para no hacer otra cosa que contemplar, ser una piedra más de aquella gigante estructura… convertirme en parte de Calakmul.

Al subir con Rebeca a la Estructura I, que se plantó casi en nuestras narices, volvió a suceder lo mismo (con el peso de los escalones dejándose notar y el sudor bañando nuestro cuerpo)… el gozo, la inmensidad y la nada. Aún me sale sin querer esa sonrisa tonta cuando me pongo a pensarlo, porque en el fondo no dejaba de ser la constatación de que los sueños que no parecen reales existen más allá de la Ciencia Ficción y los libros de aventuras. La ciudad perdida de los mayas aún sobrevive gracias a estas ensoñaciones, a que la selva se lo ha llevado pero ha dejado cosas a la vista para que la Humanidad no se olvide que una de las Civilizaciones más apasionantes que han habitado la esfera terrestre se hicieron eternas en lugares como este.

Y Calakmul, como antes he comentado, no son sólo sus templos piramidales ni mucho menos. Posee dos Acrópolis (la mayor y la menor), un campo de juego de pelota (un deporte a vida o muerte, puesto que el derrotado acababa decapitado) e innumerables estructuras que los arqueólogos se empeñan en poner nombres pero de los que no se tiene ni la menor idea de la que fueron. Historiar una ciudad maya es realmente complicado y son más las hipótesis que los hechos verificados y documentados.

Pero cuando se camina por las ruinas boscosas de Calakmul no importa un bledo si esto o lo otro era un palacete, una casa o un almacén. Se vive y se imagina de otra manera, sin necesidad de concretar en absoluto. Cada paso por la selva se celebra como un nuevo hallazgo, cada sendero que se bifurca es una arriesgada elección. Por eso disfruté este lugar como nunca lo pensé pero como siempre lo soñé.

Cuando dejamos atrás la ciudad maya un grupo de monos aulladores iniciaron una retaíla de cánticos gruesos semejantes a los de una criatura gigantesca, imaginaria. Parecían estar diciéndonos que sólo ellos conocen la verdad de Calakmul…

Sele

* Ha finalizado la etapa yucateca del viaje comenzando otra en los Estados Unidos. La Península de Florida, donde ya nos encontramos, marca nuevos retos…
* Recuerda que puedes seguir todos los pasos de este viaje en MOCHILERO EN AMÉRICA

16 Respuestas a “Calakmul, la ciudad de los mayas que la selva quiso esconder”

  • […] por ser un excelente enlace entre las ciudades mayas de la Ruta Puuc y nuestra incursión a Calakmul, en el sur del Yucatán mexicano. Pero terminamos quedándonos más de lo previsto porque nos […]

  • Deja un comentario