Crónicas de un viaje a Indonesia 10: Los Ngadas de Flores

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Crónicas de un viaje a Indonesia 10: Los Ngadas de Flores

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18 de julio: NOS ADENTRAMOS EN LOS POBLADOS TRADICIONALES NGADAS

Uno de los mayores tesoros de la Isla de Flores se mide en valores eminentemente antropológicos. Porque aún es posible visitar poblados tribales en los que tanto la forma como el fondo tratan de ser impermeables a los influjos de la Globalización y los Tiempos modernos. Muchos de los Ngadas que decidieron no irse a vivir a ciudades como Bajawa aún conservan muchas de sus tradiciones en el interior de pequeñas aldeas en las que existe concepción de tribu y se puede percibir toda una serie de particularidades que los definen como Pueblo. Las chozas de paja y bambú, los altares a los ancestros, los amuletos y reliquias colgando de los quicios de unas puertas que nunca se cierran, los ikats de abstractos diseños, los monumentos funerarios o los terraplenes donde se realizan los sacrificios en sangrientos rituales se mezclan con las sonrisas auténticas tanto de niños como de ancianos que aún se sorprenden de los forasteros que penetran en sus dominios.

Acometer una ruta a hermosas aldeas Ngada como Bela, Luba, Bena y Wogo, a la sombra del Volcán Inerie, supuso sumergirnos en lo más remoto y elemental del Ser Humano. Al fin y al cabo viajar es penetrar en la mirada de los demás, conocer sus maneras de vivir y darnos cuenta que en realidad lo que estamos haciendo es aprender de nosotros mismos.

UN PLAN ÉTNICO Y A LA VEZ IMPROVISADO

Que quisiésemos recorrer Flores de este a oeste en vez de haber parado únicamente en la costa para hacer snorkelling y saltar a otras islas para ver Dragones de Komodo lo explica la presencia de los poblados Ngada, que nos ofrecían otra más de las muchas capas que forman la multicultural Indonesia: Sus etnias. El mayor interés que posee Bajawa reside en su situación idónea como base para explorar y conocer unas minúsculas aldeas impenetrables no hace demasiado tiempo y en las que la tribu mayoritaria de la región se muestra tal y como es.

Es por ello que llevábamos anotados algunos nombres de aldeas como por ejemplo Bena, la más conocida de todas. Pero gracias a instantáneas vistas en internet e información recopilada en el último momento pudimos saber de otras que a priori nos parecían interesantes para incluir en nuestra ruta. Así que incluimos dos poblados más como Luba y Wogo y dejamos el resto a lo que el camino nos deparara.

Teníamos absolutamente todo el día para dedicar a los Ngadas, ya que habíamos reservado una noche más de hote en Bajawal. De esa forma marcharíamos a la jornada siguiente a Labuanbajo en un largo viaje de aproximadamente diez horas de duración. Aunque ya se sabe que en ocasiones los planes están para romperlos…

POR LOS VIEJOS CAMINOS QUE PARTEN DE BAJAWA

Antes de las nueve de la mañana ya estábamos desayunados, vestidos, revestidos y locos por ponernos en marcha. Eppy, por fortuna, era muy puntual y nunca nos hacía esperar, por lo que a a la hora señalada (las 09:00 h.) dejamos atrás Bajawa para tomar lo que ya eran carreteras secundarias mucho más estrechas y desgastadas que la TransFlores Higway. Éstas,P1160462 inexistentes no hace tanto, son uno de los motivos que mantienen relativamente aisladas ciertas zonas de los alrededores de Bajawa. Porque en el momento que allí se construya una autopista (nada real, una hipótesis)  las casas típicas de los Ngadas serán meros museos al aire libre que, aunque se les vea enteros, carecerán de la vida y la autenticidad que algún día tuvieron. Aunque bien es cierto que con carretera y sin ella la permeabilidad de las costumbres Ngadas es cada vez más evidente como pudimos ver en algunas aldeas relativamente bien comunicadas y que habían sustituido los tejados de paja por el metal y la madera por la piedra. Sin hablar de las antenas parabólicas y la luz eléctrica que llegó años atrás.  Afortunadamente si se escarba más y se continúa el camino se podrá encontrar el tesoro de poblados de los de antes que se resignan a desaparecer sin más. Hacia ellos precisamente nos dirigíamos.

Los medios de transporte públicos utilizados por los aldeanos son los bemos que pasan a ciertas horas del día y les trasladan a Bajawa para hacer sus compras o incluso acudir al trabajo. Pero son, sobre todo, las motocicletas el transporte estrella con el que llegan donde desean. Muchos viajeros que visitan esta zona en solitario o en pareja acuerdan con alguno de los muchos conductores de motos que les acerquen a alguna aldea tradicional o les hagan una ruta lo más completa posible. Nosotros, que ya habíamos luchado ese derecho en lo que vinimos a llamar «Los Acuerdos de Maumere» (ver en el capítulo anterior), no debíamos preocuparnos al respecto. Ya teníamos quien nos llevara por los viejos caminos que parten de Bajawa.

BREVE INCISO SOBRE LOS NGADAS

Se desconoce la procecencia de la tribu Ngada. Algunos antropólogos sitúan los orígenes de este pueblo en la Isla de Java, incluso en regiones mucho más alejadas del Sudeste Asiático, que emigró hacia Flores para terminar estableciéndose en la isla, en un perímetro cercano al Volcán Inerie. Existen monumentos funerarios neolíticos muy similares en lugares muy alejados los unos de los otros, lo que aumenta en mayor medida el misterio de los Ngadas. Hoy día, aproximadamente 60.000 personas pertenecientes a esta etnia son habitantes de Flores, con Bajawa como capital pero con la aldea como centro de su Cultura, su Filosofía de Vida y de la plasmación de sus valores.

Los colonos tanto portugueses como holandeses ejercieron una severísima Evangelización a los Ngadas, por lo que la Biblia se empezó a abrir hueco, sobre todo a principios del Siglo XX en la que el Pueblo acabó abrazando definitivamente la Religión Católica. Aunque nunca prescindieron del todo de sus creencias. Al contrario, las acoplaron a su nueva Fe, compatibilizando tradiciones, oraciones y festividades tan antiguas como el volcán que preside sus día a día. Se podría decir entonces que los Ngadas son católicos y animistas, creyentes en Jesucristo y a la vez en la trascendencia de los espíritus de sus antepasados y de la Naturaleza. Y en cada aldea esta dualidad se observa con extrema facilidad (Serán muchas las instantáneas presentes en este relato en las que el lector podrá identificar dicha particularidad) como por ejemplo las lápidas con cruces junto a los santuarios de los ancestros cuyas almas merodean por allí y actúan para bien o para mal en la vida de la Comunidad.

Otra cosa importante a resaltar es que uno no debe esperarse ver a la gente con lanzas, pendientes de 300 gramos, caras pintadas o anillas en la nariz. Para eso lo mejor es irse a ver alguna de las etnias de la Isla de Papúa (por ejemplo, los dani), que esas mantienen intacta la vestimenta de sus antepasados y sus poses guerreras. Los Ngadas van vestidos cada vez más cómo occidentales, aunque los más viejos aún utilizan los ikats oscuros como prenda principal. Aún siendo los menos permeables de Flores, poco a poco se van haciendo a los nuevos tiempos. Particularmente dónde más se nota la condición de tribu es en algunas de las aldeas que no «se han tocado» en años.


Así vestían los Ngadas a principios de siglo, cuando Flores estaba dentro de los Dominios de las Colonias holandesas de Ultramar

Y hacia allí íbamos sin más dilación…

BELA, PRIMERAS IMPRESIONES DEL UNIVERSO NGADA

Aunque nuestra primera parada debía ser Luba, mucho antes, cuando las aldeas del camino iban haciéndose más y más pequeñas, la madera comenzaba a ganar terreno a la chapa metálica y se vislumbraba algún que otro altar en la distancia, pasamos por delante de un poblado llamado Bela que no teníamos en nuestros planes. Cuando estábamos a punto de dejarlo atrás le pedimos a Eppy que detuviera el coche para poder bajarnos y ver cómo era aquella aldea. Bela no puede compararse a otras como Luba o Bena, por su tamaño y porque no permanece intacta del todo, pero sí podía ser interesante para llevarnos una primera impresión e ir diseccionando alguna de las peculiaridades de las Aldeas Ngadas. Así que anduvimos unos metros y nos quedamos en mitad de un pueblo que no debía tener más de quince casas.

De primeras Bela cumplía con la estructura usual de una aldea Ngada: Un rectángulo escalonado a distintos niveles en losP1160465 que las viviendas se encuentran en cada uno de los lados, mirándose las unas a las otras y quedando un espacio libre bastante amplio a modo de plaza. Este recinto completamente abierto al que le cubría la arena contaba con dos elementos inherentes a la cultura ngada, los santuarios dedicados a sus ancestros (masculinos y femeninos) reflejo de su faceta animista. Y, por supuesto, algunas tumbas cristianas pertenecientes  personalidades importantes del pueblo como, por ejemplo, viejos líderes. Tumbas, por cierto, en las que los niños jugaban como si dicha concepción macabra no fuera con ellos.

En Bela fue la primera vez que vimos los santuarios que los Ngada tienen a sus antepasados y que son, quizás, la particularidad más evidente de los mismos. Sobre la arena había dos de ellos. En la parte de arriba y formado con un tronco y un tejadillo de paja, asemejándose a una enorme sombrilla, se encontraba el Ngadhu, levantado en recuerdo de miembros de la comunidad ya fallecidos y de género masculino. Su contrapuesto femenino, la Bhaga, se parecía bastante a una casa en miniatura, y estaba situada en el la parte baja junto a algunas lápidas cristianas.

 Arriba, con forma de sombrilla, el Ngadhu. Abajo, cual maqueta de una casa, la Bhaga.

Ambos, Ngadhus y Bhagas, son el fruto de una tradición cuya antigüedad se desconoce. Un sueño recibido por algún lugareño de sus antepasados muertos marca siempre el inicio de la construcción de estas parejas que representan el respeto permanente del Pueblo por los ancestros, el recuerdo y la ofrenda dedicada a sus espíritus en pro de la prosperidad de toda la aldea.

Las casas de los Ngadas, las tradicionales, se caracterizan por tener tejados de paja muy altos (en ocasiones rematados por figuras) y estar levantadas del suelo mínimamente, con pilares de no más de medio metro. Tienen las paredes de madera, las techumbres de bambú y algo que se asemeja a pequeños soportales donde los vecinos se sientan a trabajar con más luz o a departir con familiares y amigos, ya que los interiores son demasiado oscuros. La arena del patio en cambio parecía estar reservada a los muchos niños que nos miraban con extrañeza. De hecho eso éramos nosotros, unos extraños vagando por su mundo más cotidiano.

Aquí podéis ver un vídeo con el que realizar una visita algo más a fondo de la aldea de Bela:

 

Aquella fue la primera de cuatro aldeas Ngada que nos abrirían sus puertas, que nos mostrarían su inocencia más profunda, que nos traerían las tiernas miradas de niños observándonos tras las paredes en las que habría colgadas mandíbulas de búfalo con las que creen que pueden atraer la buena voluntad de los espíritus, la fertilidad y la fortuna tanto de la familia que habita la casa como de toda la comunidad.

LUBA Y LA AUTENTICIDAD NGADA

P1160487Bela no había sido más que una mera aproximación a los Ngadas, pero en ella había unos mínimos atisbos de modernidad, como por ejemplo los cables que les proporcionaban luz eléctrica y no demasiadas casas con su característico tejado alto. Al igual que Langa y Dena u otras, se encontraba demasiado cerca de Bajawa, demasiado bien comunicada. Pero en Luba alcanzaríamos el cénit Ngada, la mayor plasmación de los valores centenarios de esta etnia. Quizás porque se encuentra mucho más lejos, se accede por una carretera que dejó de serlo para convertirse en un camino de interminables baches y charcas entre medias de bosques de bambú y, sobre todo, porque permanece absolutamente intocable. Bena, a no más de medio kilómetro de distancia, es más grande y se lleva todos los focos del incipiente turismo en la zona. Pero Luba, sin duda alguna, bajo mi humilde opinión me pareció la más perfecta plasmación de lo que es una aldea Ngada «de verdad».

A priori la aldea se estructuraba bajo los mismos patrones que habíamos visto dispuestos en Bela como es un terraplen escalonado de arena con sus Ngadhus, Bhagas y sus lápidas, cuatro lados de un rectángulo en el que las viviendas de madera, bambú y paja de tejados altos se miran las unas a las otras, y una amplia porción de bosque dando abrigo a la totalidad del poblado.

Pero a diferencia de Bela y las otras, la totalidad de las casas eran las absolutamente tradicionales Ngada, los santuarios a los ancestros (Ngadhus y Bhagas) eran más numerosos y aún no había llegado la luz eléctrica al pueblo. La inexistencia de cable alguno y, por tanto, de antenas parabólicas y de aparatos relativamente cotidianos para el siglo XXI en que nos encontramos, dejaban absolutamente limpio un panorama rural extremadamente hermoso y, sobre todo, extremadamente real.

La banda sonora de aquella película nos la ofrecían los gallos cantarines, el griterío de los muchos niños que pululaban porP1160512 allí siempre juntos y el saludo sincero y amable de los ancianos que nos recibieron con la mejor de sus sonrisas. Particularmente me sentía feliz por muchos motivos. Por tener la oportunidad de conocer el escenario de una vida puramente rural exenta de necesidades infundadas, de tocar los últimos retazos de libertad de un Pueblo que da los mismos pasos de hace cien, doscientos y quinientos años, de sentir ese mundo tan diferente al mío y al de la gente que me rodea. Simplemente haber llegado hasta allí me estaba proporcionando un estado de plenitud absoluta que me hacía recordar nuevamente las razones por las que mi pasión y mi mayor sueño es viajar.

P1160535Recuerdo que tuve un tropezón bárbaro en una escalera casi verde por el musgo. Tan rocambolesca debió ser mi caída que una anciana no dejó de reirse a carcajadas en todo el tiempo que pasamos en Luba. Sobre todo cuando yo, sin poder evitar tampoco la risa, me sacudía el trasero de tierra y le hacía gestos con los que trataba de decirle «Madre mía, cómo me duele. Vaya leche me he metido...» Era para verla, parecía que le había alegrado la mañana por completo. Ya sólo por ver a esa mujer esbozar una interminable sonrisa de chiquilla, encontré bien empleado el haberme escurrido por aquella escalera.

En Luba creí encontrar la representación más fiel del Universo Ngada. Casa por casa, mirada tras mirada de personas que no entendían más inglés que el clásico «Hello Mister» y que con toda probabilidad no habían salido jamás no sólo de Flores sino de la región, Rebeca y yo formamos parte durante bastantes minutos de un escenario cultural auténtico de una etnia que ha echado raíces en la isla y se aferra como puede una vida completamente alejada de lo que se vive en otros puntos del Globo.

No sólo vimos las mandíbulas de búfalos colgando en todas y cada una de las casas, sino que también exhibían con orgullo los cuernos de estos animales, arrancados probablemente tras los sacrificios realizados en algún festejo celebrado en la aldea. Y es que los Ngadas, sin preparar unos funerales tan multitudinarios y célebres como los de los Toraja (Sulawesi), también llevan a cabo sacrificios de animales que embadurnan el pueblo entero con la sangre derramada por los mismos.

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Otro elemento básico del poblado tiene que ver con la vestimenta, con los muchos ikats tendidos que hay quien aprovecha a vender a los turistas que pasan por Luba. Gruesos y mucho más grandes que los sarongs balineses, cubren prácticamente todo el cuerpo para aliviar el frío de las noches y las largas mañanas de niebla que se aferran a un cercano Gunung Inerie. Yo me traje uno como recuerdo y, junto al sarong naranja que llevé durante nuestra estancia en Bali, lo tengo bien guardado en mi casa con mucho cariño. Esta prenda, cuya confección lleva bastante trabajo, me basta con mirarla para trasladarme mentalmente a la Región Ngada de la Isla de Flores.

En Luba los niños no se separaron de nosotros ni un segundo. Fueron la más agradable compañía que pudimos tener, los cuales simplemente se conformaban con poder verse retratados en una foto con nosotros. Ponían unas caras de ilusión enternecedoras cuando observaban sus caritas en la pantalla. Nos tomamos unas cuantas fotografías juntos con el único pretexto de ver sus reacciones después. Ese sí que sería el mejor recuerdo que nos llevaríamos a casa. Sobre todo para Rebeca, a quien le encantan los niños.

Y es que no cabe duda de que aquellos eran los auténticos Reyes del poblado, alguno de los cuales incluso acudió a despedirnos cuando nos marchamos. Aunque antes tuvimos que firmar el libro de visitas y dar un donativo de 10000 rupias, que es lo que se acostumbra en estos casos.

Y antes de pasar a Bena podéis ver un poco de Luba a través de un vídeo corto que realizamos en dicha aldea:

BENA, A LA SOMBRA DEL VOLCÁN INERIE

A Bena se puede ir caminando perfectamente desde Luba porque está casi al lado. Se hace bajando una cuesta bastante empinada, por lo que una buena idea es ir a pie en la ida y salir de allí en coche. El premio se lo encuentra uno a mitad de camino, antes de empezar a bajar cuando se tiene de cara una panorámica definitiva de la aldea (aunque la mejor está en el santuario cristiano, justo al otro lado). En ese instante queda a todas luces retratada Bena como el mayor de los poblados Ngadas de toda la región. Y se ve nítida una vez más la disposición de dos hileras paralelas de casas que, separadas por un terraplén escalonado, se miran las unas a las otras.

Lo primero que hicimos cuando alcanzamos por fín la aldea fue hacer la firma pertinente del libro de visitas y dar nuevamente un donativo de 10000 rupias, que aunque no es obligatorio por Ley es algo así como una norma no escrita que todos cumplen. Justo después iniciamos nuestra andandura en Bena con la misma ilusión que lo habíamos hecho antes en Bela y en Luba. Éramos los únicos extranjeros que había allí en ese momento. No sabíamos lo que podía durar y teníamos que aprovecharlo. Así que caminamos en relativo silencio disfrutando las escenas cotidianas que nos deparaba el poblado como, por ejemplo, dos muchachas jóvenes moliendo café en el interior de un tronco hueco de árbol.

Bena es la Catedral del Arte y la Arquitectura Ngada, la Capilla Sixtina de una tribu que vive con otro tempo muy diferente al nuestro. Fue, junto a Luba, el acierto que hizo buenos los kilómetros en coche, las nieblas del Kelimutu y hasta la habitación tóxica de cucarachas y babosas en la que habíamos llegado a dormir. Por ello Rebeca y yo no podíamos estar más contentos y orgullosos de poder conocer de primera mano un lugar como este.

Era como Luba pero a triple escala y no le faltaba ni una sola de las particularidades que siempre acompañan a la cultura Ngada: Los Ngadhus, las Bhagas, los ikats tendidos, las mandíbulas y cuernos de búfalo procedentes de los sacrificios, los niños revoloteando alrededor del forastero…y el más agradable alegato a la sencillez y a la inocencia de quienes no necesitan para ser felices los coches más caros, teléfonos móviles de pantalla táctil, cuarenta canales en una televisión de plasma, ni muchas otras cosas que en ocasiones no sé si se nos impone o nos autoimponemos quienes vivimos en lo que venimos a llamar Primer Mundo.

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He aquí un vídeo de Bena:

Resultaban más que curiosos los monolitos también agolpados en el terraplen junto a algunas de las casas y que corresponden a los monumentos megalíticos idénticos encontrados en puntos dispares del Sudeste Asiático e incluso de Oceanía. Son tan antiguos que se desconoce al 100% su objeto pero la hipótesis de que su función sea probablemente funeraria es la más admitida por los expertos que han fijado su centro de investigación en la Región Ngada.

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Decía al principio que la panorámica de la aldea desde la cuesta que viene de Luba es fabulosa. Pero sin duda la mejor está justo es sentido opuesto, casi al final del poblado donde hay que subir hacia un pequeño santuario cristiano dedicado a la Virgen María. Ahí directamente la imagen que uno se encuentra es sencillamente espectacular.

En el momento que subimos a dicho santuario la niebla casi palpaba el filo de los tejados de paja. El volcán aparecía y desaparecía en cuestión de segundos, envolviendo su cono por completo para después dejarlo libre, a la vista de todos. Así una y otra vez. Bena estuvo siempre al borde de quedar cubierta por aquella espesura blanca pero en esta ocasión hubo piedad de la Madre Naturaleza y no dejó que esto sucediera. De ese modo pudimos gozar de una de las mejores imágenes posibles de una aldea de belleza superlativa.

P1160590Cuando bajamos estuvimos saludando a algunas mujeres y niños que nos correpondieron con mucha simpatía. La gente fue realmente amable con nosotros. Me llega a la mente que en uno de estos momentos sentimos un olor fortísimo proveniente de una de las casas por las que pasamos. Era sumamente desagradable y para Rebeca, de olfato canino, harto espeluznante. Ella decía con una gran convicción que allí dentro había un muerto. Y pensándolo bien podía ser lógico. Quizás los Ngadas también guarden los cadáveres de sus difuntos hasta celebrar los correspondientes funerales en la Comunidad, los mismos en los que corre la sangre de los sacrificios de los búfalos y otros animales.

Nos marchamos de Bena a la par que entraba un minibús lleno de holandeses que ya habíamos visto en Luba. Justo a tiempo, la Gran Aldea Ngada había sido para nosotros durante buena parte de la mañana. Más de lo que hubiéramos pensado.

WOGO, LA CUARTA Y ÚLTIMA ALDEA NGADA DEL VIAJE

De Bena a Wogo había una distancia razonable. Nuestra último poblado a visitar en la región se encontraba bastante cerca de la TransFlores Higway, lo que influía que contaran con algún que otro adelanto como el de la luz eléctrica. Aún así Wogo poseía todas sus casas levantadas al modo tradicional y tampoco le faltaba una gran cantidad de parejas de Ngadhus y Bhagas repartidas en bastante más espacio que en otras aldeas. La separación entre las hileras paralelas de casas era mucho mayor, lo que dejaba más sitio para la colocación de monumentos funerarios y la celebración de rituales.

El pueblo estaba completamente embarrado, probablemente por no contar con niveles de mayor a menor profundidad, a modo de terraza de arroz, que evitara se acumulara el agua. Así estaban dispuestas precisamente Bela, Luba y Bena y quizás por ello no nos encontramos con el barro de Wogo. Afortunadamente junto a las casas habían levantado unas aceras estrechas para evitar que la gente se pusiera totalmente perdida nada más llegar a la aldea.

La gente con la que hablamos, o al menos con la que lo intentamos, nunca despegaba la sonrisa de su boca. Aunque tampoco despegaban los efectos letales de masticar a todas horas la adictiva nuez de betel.

En Wogo pudimos estar unos minutos en el interior de una casa. Justo una de las chicas que vivían allí hablaba algo de inglés porque estuvo un par de años trabajando en Singapur, por lo que con la charleta aprovechamos para entrar y ver sus dominios. Y así aprender cómo es por dentro el hogar de una familia Ngada.

Salvo la cocina, que fue la parte que más me llamó la atención, las estancias a las que pasamos resultaban ser bastante oscuras. Aquella casa, que era como las demás del poblado, contaba con muy pocos vanos abiertos. El dormitorio principal directamente carecía de cualquier ventana donde poder entrar la luz. La luminosidad quedaba reservada únicamente a la cocina. Lógico, porque de otra forma la familia se asfixiaría con el humo cada vez que encendieran la lumbre. La mujer que hablaba inglés nos explicó algunas peculiraridades tanto de las casas como del poblado, aunque mientras aprovechaba para tratar de vendernos algún souvenir hecho a mano. Para dos gatos que iban a Wogo en todo el día tenía que intentarlo.

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Firmamos el libro de visitas (vacío en aquel día), entregamos una propina y nos tomamos la última fotografía en un poblado Ngada. Porque Wogo cerraría nuestra ruta por la región…

La «Ngada Experience» había sobrepasado cualquier expectativa. Sin duda fue una de las partes del viaje que mejor sabor de boca me dejó. A pesar del olor a muerto en Bena, las sonrisas de nuez de betel y alguna que otra discusión en torno a la suciedad de unas pobres sillas y que no da para alargar más esta crónica.

¿Y SI CAMBIAMOS LOS PLANES Y NOS VAMOS CON LA MÚSICA A OTRA PARTE?

Regresamos a Bajawa para comer y después ver cómo se planteaba la tarde. El almuerzo nos costó 50000 rupias en total en el Lucas Bar. Nos gustó mucho más que el Dito´s donde habíamos cenado la noche anterior y habían tardado en servirnos la friolera de una hora desde que nos tomaron nota. Ambos, a izquierda y derecha del Korina Hotel donde estábamos alojados, eran las opciones más cercanas y a mejor precio que teníamos.

Después de comer fuimos a la habitación donde tanteamos si echarnos un rato en la cama o hablar con Eppy para salir a hacer otra cosa. Así que salí del cuarto y fui a hablar con nuestro condutor. Mientras departía con él tanteé la posibilidad que había de marchar esa misma tarde a Ruteng y de esa forma ahorrarnos unas cuantas horas de carretera el día siguiente. De esa forma podíamos hacer alguna que otra visita con relativa tranquilidad (un poblado Manggarai, los arrozales en forma de tela de araña, etc.)  y llegar no demasiado tarde a Labuanbajo para cerrar lo antes posible una ruta en barco a la Isla de Komodo y probablemente a Rinca.

El único pero que había en este cambio de planes era tener que perder una noche en Bajawa que ya habíamos pagado, además de financiar una noche extra a Eppy (puesto que contratar un nuevo alojamiento no entraba en el presupuesto acordado). Aún así estuvimos todos de acuerdo y nos pusimos en marcha rumbo a Ruteng. De todas formas lo explico mejor en el siguiente vídeo:

El trayecto de Bajawa a Ruteng tuvo una duración de cuatro horas. Hubiese sido menos en condiciones normales, pero nos agarró pronto la noche y tuvimos que soportar una niebla cerrada e inquietante que no dejaba ver nada a dos metros de nuestro coche. Hubo tramos de bastante peligrosidad, que ya lo son de por sí por el estado del asfalto o las innumerables curvas peligrosas, donde tuvimos que ir bastante despacio. Por fortuna Eppy se conocía esas carreteras de memoria, puesto que las había hecho en numerosas ocasiones. Precisamente el coche en el que íbamos lo trajo él mismo desde Jakarta en lo que debió ser un larguísimo viaje. Fue la única vez que tuvo oportunidad de salir de Flores, su isla, su hogar.

 

BUENAS NOCHES, RUTENG

A las ocho y media aproximadamente llegamos a Ruteng, la capital de otra región, de otra etnia, la Manggarai. Esta ciudad de casi 40.000 habitantes suele utilizarse como escala entre Labuanbajo y Bajawa. Aunque también algunos viajeros aprovechan para hacer alguna visita interesante por sus alrededores.

Buscamos un hotel donde pasar la noche y el primero que en el que paramos fue finalmente en el que nos terminamos quedando, el Hotel Sindha. Tenía habitaciones de tres tipos en función de una mayor o menor calidad (que en el caso de Flores quiere decir, una mayor o menor limpieza) por las que pedían 125.000 Rp, 225.000 Rp y 275.000 Rp. Escogimos la segunda puesto que estaba relativamente limpia o lo único que la diferenciaba de la más cara era que esta última tenía televisión. A sabiendas de que la calidad del alojamiento en Flores es humilde tirando a mediocre, el Hotel Sindha no estaba del todo mal. Aunque tampoco era para tirar cohetes, a esas alturas no era algo que nos importara demasiado. Rebeca estaba empezando a inmunizarse ante la toxicidad y eso era una una gran satisfacción para mí.

Cenamos en un restaurante chino-indonesio llamado Merlin cuya mezcla oriental no fue la más sobresaliente del viaje. Y después nos fuimos a dormir, ya que habíamos fijado una hora de salida muy temprana, las siete de la mañana. Teníamos por delante aún un sinfín de experiencias en una isla que poco a poco estábamos haciendo más nuestra.

19 de julio: RUMBO A LA BAHÍA SALPICADA DE ISLAS DE LABUANBAJO

Despertamos en Ruteng. Una luz tibia reverdecía las montañas y bajo el frescor propio de primera hora de la mañana meP1160628 puse a pensar en que a tan sólo 14  kilómetros al norte de donde estábamos vivió una especie de homínidos de apenas un metro de altura. En un lugar cercano llamado Liang Bua se hallaba la cueva en la que hacía apenas siete años se habían encontrado los huesos del Homo Floresiensis, por cuyo tamaño se le conoce vulgarmente como El Hobbit de Flores. Fue uno de los mayores descubrimientos del Siglo XXI y aún los científicos están investigando algo que está dando muchas vueltas de tuerca a algo que a muchos nos suena a Leyendas increíbles (de la Tierra Media de Tolkien, por ejemplo). La Isla de Flores tiene estas cosas, bien ahora moran en sus costas varanos gigantes (Dragones de Komodo) o bien tiempo atrás habitaron sus bosques elefantos enanos y hombres con estaturas infantiles.  

Lo que está claro es que la diversidad natural y antropológica es una de las señas de identidad de una isla que es un mundo aparte. Si hacía tan sólo un día habíamos disfrutado de las formas de vida de una etnia como la Ngada, en esta ocasión era turno de ver algo de lo poco que queda de lo más primigenio de los Manggarais. Un pequeñísimo poblado de nombre Compang Ruteng a 3 km del hotel marcaría un inicio de ruta que nos llevaría hasta Labuanbajo, el fin de nuestra ruta terrestre por Flores, pasando antes por unos arrozales realmente originales.

Antes de subirnos en el coche de Eppy caímos en la cuenta de que no llevábamos demasiado dinero en efectivo y que podía ser buena idea hacernos con unas cuantas rupias en algún cajero. Cuando nos enteramos que en Labuanbajo a julio de 2010 no existían cajeros ni lugares donde sacar dinero con tarjeta extranjera la buena idea se convirtió en obligación. Y es que, aunque nos pareciera mentira, Ruteng era la última población antes de llegar a Labuanbajo (4 ó 5 horas de distancia en coche) con bancos que aceptaban la obtención de dinero con tarjetas internacionales Visa, Mastercard o American Express. Justo enfrente del Sindha Hotel teníamos un banco, así que aprovechamos para sacar el dinero que pudiéramos necesitar en los días que aún teníamos que pasar en Flores (contando este eran cuatro) a sabiendas que teníamos que pagar aún parte del dinero acordado con nuestro conductor, el hotel de Labuanbajo, las comidas y los costes de hacer la «Misión Dragón de Komodo». No podíamos jugárnosla con un dinero de plástico que en ciertos lugares no sirve de absolutamente nada.

COMPANG RUTENG, UNA ALDEA TRADICIONAL MANGGARAI

Con nuestras rupias en el bolsillo iniciamos la ruta. Nuestra primera parada, muy cerca de la casilla de salida, tenía que ver con la etnia Manggarai, predominante en la región oeste de Flores. Compang Ruteng es una pequeñísima aldea con la que uno se puede hacer vagamente a la idea de cómo eran los poblados Manggarais no hace demasiado tiempo. Y digo vagamente porque en realidad tan sólo quedan dos casas construidas al modo tradicional, es decir, cuadradas, levantadas medio metro sobre pilotes, de madera y con un enorme tejado de paja (más grande que la fachada) rematado en pico puntiagudo.  

Al tener una buena disposición de ventanales estas casas son mucho más luminosas que las Ngada. Por dentro son además prácticamente diáfanas, sin apenas paredes que separen las dependencias de las que constan. Las pudimos ver porque nos las encontramos con las puertas abiertas de par en par y no había absolutamente nadie. Y ya que estábamos, le echamos un ojo por dentro para así poder conocer un poco más cómo eran las viviendas típicas Manggarais y sus diferencias con las Ngada que, por cierto, son bastantes.

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Otro elemento característico de las aldeas tradicionales Manggarais y que no faltaba precisamente en la que nosotros estuvimos es el Compang. Un Compang es una especie de altar de piedra situado normalmente en el centro del pueblo en el que tienen lugar los sacrificios a los Dioses así como la entrega de ofrendas. El que allí había era una elipse levantada con piedras y con un árbol en el centro. Sólo en las celebraciones y ritos funerarios goza de vida propia. Al contrario que en los poblados Ngadas, los desconocedores de la materia nque echarle bastante imaginación para saber que aquel saliente de piedra posee semejante funcionalidad. 

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Compang Ruteng no da para demasiado. Sólo para una visita de no más de cinco o diez minutos en el que los mejores momentos los ofrecerán esos locos bajitos, más bebés que niños, que salen a recibirte a gatas para pronunciar un agudo a la vez que trastabillado «Hello Mister».

Grabamos un pequeño vídeo en esta aldea donde podréis ver todo lo que os acabo de contar:

LOS ARROZALES DE TELA DE ARAÑA

Salimos de Compang Ruteng y continuamos nuestro camino hacia Labuanbajo. Las carretera, sin ser buena, permitía más florituras que en anteriores itinerarios, puesto que la zona más cruda de montaña la habíamos dejado atrás. Así que Eppy le dió más velocidad al coche y pudimos avanzar un buen tramo casi sin enterarnos. Pero aún había algo que deseábamos encontrar y que personalmente tuve constancia de su existencia gracias a la recomendación de Ricardo, un buen lector de www.elrincondesele.com, quien había estado en la isla y le había llamado poderosamente la atención. Se trataba de una enorme extensión de campos de arroz diseñados como si de telas de araña se trataran.  Muy cerca de Cancar, una villa que no viene indicada en muchos mapas de Flores, pudimos ir a presenciar en directo esta maravilla. Afortunadamente Eppy sabía desde dónde se podía observar mejor estos arrozales tan peculiares. Nos acercó a un sendero de tierra que ascendía por una colina y nos pidió subiéramos hasta el final. Eso fue lo que hicimos. A medias había una casa, de la cual salió una niña que nos acompañó durante no más de tres o cuatro minutos que necesitábamos hacer a pie para tener una de las más hermosas panorámicas posibles de las telas de araña de Cancar.

Arrozales de araña o Telas de arroz, independientemente de cómo se les quiera llamar, forman parte de una de las mayores originalidades de la Historia de la Agricultura. Y donde vale la pena detenerse unos minutos. La recompensa lo merece…

LABUANBAJO NOS ESPERA…

Cuatro horas, cuatro horas y media. Esa fue la duración aproximada de lo que nos restaba de viaje a Labuanbajo, nuestro destino terrestre de Flores. Tan sólo un aperitivo en un bar maloliente y mugriento donde el pollo parecía de todo menos pollo fue la única pausa en un camino que desde Cancar hicimos de seguido. Cuando por fín vimos lejano el mar en el horizonte nos alegramos de poner fin a las cerca de veinte horas de travesía por carretera que habíamos dividido en varias jornadas para poder recorrer la isla y llegar a la última etapa del viaje. Que además estaba destinada a ser una de las mejores y más recordadas.

La primera impresión que me dio Labuanbajo es la de un pueblo tranquilo de pescadores que se está adaptando cada vez más a recibir a más del 90% de turistas que visitan la isla. Es el punto predilecto de Flores al que acceden vuelos procedentes de Bali o de Jakarta, y por eso se ve un mayor movimiento de viajeros que en Ende, Bajawa, Ruteng o Maumere. Hay tantas opciones para el turismo que uno podría estar muchos días utilizando Labuanbajo como base y hacer cosas como:

+ Ir en barco a las Islas de Komodo y Rinca para ver dragones (en excuriones de uno o varios días).

+ Hacer buceo/snorkelling en el que es uno de los mejores fondos marinos del mundo.

+ Tumbarse al Sol en una isla desierta de arena blanca.

+ Disfrutar sin más del mar de la Bahía a bordo de un barco.

Labuanbajo (también escrito Labuan Bajo, Labuhanbajo o incluso Labuhan Bajo) es, ante todo, la puerta más cercana a ver las garras de un Dragón de Komodo. Ese era no sólo uno objetivo sino también un sueño. Y este pueblo la catapulta para conseguirlo.

Ya que íbamos a estar allí unos días necesitábamos encontrar un campamento base lo más adecuado y cómodo. Y por ello le dedicamos el tiempo suficiente a ir hotel por hotel hasta encontrar algo que nos convenciera. Nos terminamos quedando en una habitación de 250.000 Rp/día en el Gardena Hotel (Calle Yos Sudarso) que nos pareció lo bastante limpia y confortable. Del cuarto de baño mejor no hablar porque era algo que dábamos por perdido. Pero estaba situado frente al mar y con sólo asomarnos disponíamos de unas vistas espectaculares de la Bahía de Labuanbajo. Además organizaban rutas a Komodo/Rinca o de buceo y disponían de uno de los restaurante más recomendables del pueblo.

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Cierto es que al personal del Gardena aún le faltaba un hervor, pero por lo menos el encargado sí se sabía manejar bien con los clientes. Le hablé de nuestras intenciones de ir a Komodo y Rinca y si el precio no se iba demasiado de madre, quedarnos a dormir una noche en alguna de las islas o en el propio barco. Nos dio un precio exagerado que superaba los dos millones de rupias, pero después de contarle algunos de mis viajes y de que a la vuelta escribiría un relato de nuestra aventura por Indonesia bajó sus pretensiones económicas. No había nada mejor que hablar y hablar para irle convenciendo de que éramos unos mochileros sin apenas dinero y que habíamos hecho todo lo posible por llegar hasta allí a cumplir uno de nuestros grandes sueños. Conclusión (y tomad nota porque quienes vayáis ya sabéis una cifra por la que os podéis mover e incluso bajar):

2 DÍAS/1 NOCHE EN UN BARCO PARA 2 PERSONAS PARA VER KOMODO, RINCA Y 2 OCASIONES PARA HACER SNORKELLING (EN KOMODO Y EN LA ISLA BIDADARI) CON LAS COMIDAS INCLUIDAS POR UN PRECIO DE 1.600.000 RUPIAS (Aprox 142€ total, 71€ cada uno).

Trato cerrado y pagado con antelación para salir al día siguiente a las ocho de la mañana. Además se comprometieron a reservarnos la habitación para nuestro regreso y, por supuesto, guardar nuestras mochilas. Lo único que debíamos preocuparnos es de conseguir un equipo de snorkelling alquilado (gafas con tubo y aletas), algo sencillo y asequible en alguna de las agencias de turismo que había a lo largo de la calle del hotel.

Parecía que las cosas iban a salirnos bien. Estábamos contentos de no haber necesitado demasiado tiempo para cerrar un asunto de suma importancia. Quisimos celebrarlo mediante una buena comida en el Gardena (que reconozco que de calidad/precio fue lo mejor en Flores), pero Eppy no nos acompañaría porque quería aprovechar las horas de luz para irse volviendo a Maumere, algo que le llevaría como mínimo dos días completos en coche. Así que le pagamos las 100.000 rupias que nos faltaban y nos dimos un fuerte abrazo porque se había portado fenomenal con nosotros. Un tipo discreto, simpático, que nos trató con muchísimo respeto y que nunca nos exigió ni un hotel ni un restaurante como acostumbran a hacer muchas de las personas que viven del turismo. Nos dio su número de teléfono por si volvíamos a la isla o si viajaban hasta Maumere amigos nuestros (081 337864368)  e incidió en que lo normal, si no tenía clientes, es que estuviera en el Aeropuerto de dicha ciudad. Y en silencio se marchó bajando las escaleras del Gardena.

Comimos tranquilamente con la Bahía de fondo y una temperatura simple y llanamente…perfecta. Una comida en la que hubo momentos de bromear un poco con el curioso nombre de las servilletas:

Después de comer lo primero que hicimos fue buscar un local en el que nos alquilaran las gafas y las aletas hasta el jueves por la tarde (cuatro días) mientras huíamos de los cazaclientes de las agencias de viaje que ofertaban tours a Komodo o hacer buceo. No tardaríamos ni cinco minutos en hacernos con nuestro humilde equipo de snorkelling (16€ por 4 días) después de probárnoslo y pagar por adelantado. Para no ir cargando con él lo dejamos en nuestra habitación y nos fuimos a dar una vuelta por Labuanbajo antes de que se hiciera de noche.

Labuanbajo (se pronuncia Labuanbayo) se recorre de un lado al otro en un santiamén. Hay alguna que otra mezquita y, sobre todo, casas de madera dando al mar en un par de calles principales de las que surgen tiendas, algún que otro restaurante y varios negocios turísticos regentados por extranjeros que saben del filón que tiene hacer buceo (scuba diving) o snorkelling en esta zona.

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Pero de este lugar de incipiente turismo, si lo comparamos con Bali,tiene algo mucho más especial que sus calles transitadas por motocicletas y bemos a todas horas. Mucho más especial que sus hoteles y sus bares… el mar. Para mí la mejor definición que puedo dar de la Bahía de Labuanbajo es la de ser un Océano salpicado de islas. Y es que son muchas las islas, en ocasiones diminutas, las que pueblan el horizonte que se alcanza desde cualquier punto de este pueblo que hasta hace nada fue sólo de los pescadores.

La imagen del mar es precisamente con la que me quedo de cualquiera que pueda ofrecer de Labuanbajo. Desde la terraza del Hotel Matahari, donde nos fuimos a tomar unos zumos deliciosos, pudimos deleitarnos lo que sin duda nos había enamorado.

Poder disfrutar de estos zumos en un lugar semejante hacía bueno cualquier contratiempo y cualquier lucha diaria. Teníamos la suerte de estar dando unos tímidos sorbitos a la vida. Y si algo tengo seguro es que lo hicimos como en cualquier viaje, deteniendo los minutos y absorbiendo todas las esencias de un momento maravilloso de la misma forma que si fuese la primera…o la última vez.

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Porque nunca se sabe cuántos sorbos nos quedan por dar, si son muchos o son pocos, si son dulces o son amargos. Creo que lo más importante es no dejar jamás de sentirlos, no perder la ilusión por seguir degustando las esencias del Paraíso que se encuentra en nuestro Planeta. Que ahí está, aunque en ocasiones le guste jugar al escondite…

El mar oscureció con los últimos rayos de Sol. Mirando al frente, a esas aguas calmadas «salpicadas por mil y un islas», me imaginaba que muy cerca de allí, más cerca de lo que había estado jamás, varios dragones de Komodo salían de caza con sus dientes afilados y dispuestos a no irse de vacío. Los podía escuchar, los podía oler, los podía sentir… Los dragones ya estaban aquí.

CONTINUARÁ…

* Ya sólo queda un relato para poner fin a las Crónicas de Indonesia. Muy pronto el desenlace!

* Puedes ver una amplia SELECCIÓN DE FOTOS pertenecientes a este capítulo.

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