Crónicas de un viaje a Indonesia 4: Orangutanes en Borneo

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Crónicas de un viaje a Indonesia 4: Orangutanes en Borneo

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CAPÍTULO ESPECIAL SOBRE NUESTRA EXPERIENCIA EN BORNEO JUNTO A LOS ORANGUTANES

Creo que sé de la existencia de Borneo casi desde que tengo uso de razón. Siempre he asociado a esta isla con grandísimas aventuras de exploradores que lograron internarse en sus profundas selvas en búsqueda de tesoros y riquezas, encontrándose con fieras de afilados colmillos y tribus que cortaban sin reparo las cabezas de sus enemigos, quienes recibían a sus nuevos invitados apuntándoles con sus arcos o con sus cerbatanas de dardos impregnados en veneno mortal. Para mí era un punto en un mapa en medio del mar al que sólo podían acceder los viajeros más grandes y valientes, capaces de enfrentarse a un reto diferente a cada minuto, un lugar exótico y desconocido salvo por unos pocos. Más adelante profundicé sobre Borneo y aprendí que sus selvas poseían una biodiversidad en la que cabían las especies más variopintas, muchas de las cuales sólo vivían en la isla y en ningún lugar del mundo más. Detrás de esa maraña boscosa casi impenetrable se ocultan panteras, elefantes pigmeos, osos malayos, gigantescos cocodrilos, pitones y, por supuesto, orangutanes.

Cuando planteé este viaje a Indonesia regresé a todas estas ensoñaciones infantiles e incluí, como era de recibo, a Borneo en P1150394la hoja de ruta. La provincia indonesia de Kalimantan, que ocupa dos terceras partes de la isla, no podía quedarse atrás. Preparamos, entonces, una breve pero intensa aventura en Tanjung Puting, una zona selvática irrigada por los ríos Kumai y Sekonyer en la cual sobreviven algunos de los últimos ejemplares de orangután existentes en el mundo. Estos grandes simios únicamente habitan parte de Borneo y del Norte de Sumatra, estando destinados, si nadie lo impide, a una extinción no demasiado lejana. Una de nuestras mayores ilusiones era, sin duda alguna, poder estar cerca de ellos y poder disfrutar observándolos caminar, trepar a los árboles, comer, proteger a sus crías, etc… En resumen, poder verlos vivir en paz. Ellos se habían convertido en una razón de ser para nuestro viaje. Y de hecho terminarían regalándonos uno de los momentos más maravillosos e inolvidables de nuestras vidas.

Fueron tres días de plenitud abordo de una embarcación (klotok) con la que surcamos las arterias fluviales de Tanjung Puting, a la vista no sólo de los simpáticos orangutanes sino también de monos narigudos, macacos, varanos nadadores y un sinfín de animales que nos ofrecieron sus cánticos cada noche. En este relato pretendo contaros nuestra magnífica experiencia en este pedacito de selva virgen de esa Borneo exótica y que aún me hace soñar. Pero en esta ocasión pretendo primen las imágenes a las palabras. Porque poco puedo contar yo que no os cuente la mirada tierna de un orangután recién nacido. Es por ello que este se va a convertir de pleno derecho en la crónica con más fotografías y vídeos de todas las existentes en elrincondesele.com hasta el momento. Serán unos simples apuntes escritos los que adornen las imágenes congeladas de un vivencia que nos ha marcado profundamente. Ya no hay remedio. Nuestro corazón se quedó en Borneo.

NUESTRO RECORRIDO EN KALIMANTAN

Accedimos a la Isla de Borneo por aire, a través de un avión de Trigana Air (Precio: 700.000 Rupias) que tomamos en el Aeropuerto de Semarang, en el norte de Java, y que nos llevaría hasta el pequeño aeródromo de Pangkalan Bun. Desde allí un coche nos llevó a la población portuaria de Kumai (a 25 km en carretera), donde partió el klotok (embarcación típica) que llevábamos contratado (gestión que realizamos con la gente de Come2Indonesia; Precio klotok 3días/2 noches, 2 comidas, 2 cenas, 2 desayunos, traslados, permisos y guía: 215€. Vuelos no incluidos) y que nos trasladó desde el gran río Kumai hacia el estrecho Sekonyer, el cual nutre gran parte del Parque Nacional de Tanjung Puting, nuestro lugar de destino.

El recorrido de 3 días y 2 noches lo hicimos por entero en klotok, En este gran aparado natural hay que olvidarse de carreteras y todo lo que se le parezca. Los orangutanes los vimos en dos Centros de Investigación de Tanjung Puting: Pondok Tanggui y Camp Leakey.

8 de julio: EMPIEZA LA AVENTURA EN LAS SELVAS DE BORNEO

Casi a la par que un gol de Carlos Puyol ponía a España en su Primera Final de un Mundial de Fútbol tuvimos que estar preparados para abandonar Yogyakarta, siendo apenas las cinco de la madrugada. El coche nos esperaba a esa misma hora para llevarnos al Aeropuerto de Semarang, situado a unos 125 kilómetros de allí.  Fueron tres horas de viaje durmiendo salvo el momento en que fuimos dejando lentamente a nuestra derecha el Volcán Merapi, el cual humeaba desde uno de los costados.

ATERRIZA COMO PUEDAS…EN PANGKALAN BUN

A eso de las ocho de la mañana estábamos en el Aeropuerto. Demasiada antelación para mi gusto (el avión partía a las 11:40), pero quizás salir más tarde hubiese sido arriesgado ya que el tráfico de primera hora en Yogya es criminal y, a veces, la carretera a Semarang se hace demasiado lenta. Aún así la espera aeroportuaria no fue demasiado pesada puesto que nos entretuvimos con la repetición del Alemania-España de fútbol y una película en el netbook.

COCHES CON CONDUCTOR PARA IR A SEMARANG DESDE YOGYAKARTA (Y LA POSIBILIDAD DE RESERVAR POR ADELANTADO)

Java es uno de esos destinos en Indonesia donde viene muy bien contar con un coche con conductor para aprovechar al máximo la estancia en la isla. Afortunadamente existe una joven empresa española llamada Routive que se encarga de poner en contacto a los viajeros con conductores profesionales tanto de habla hispana como inglesa. Y no sólo en Java, sino también en destinos como las islas de Bali o Lombok, donde un coche también viene fenomenal.

Ofrecen coches para jornada completa o mediodía con rutas personalizadas para tener total libertad para elegir dónde queréis que os recojan, a qué hora, lo que queréis ver, dónde comer, etc.. Es ideal también para el que no tenga muy claro el recorrido y prefiera que le den recomendaciones tanto previamente como sobre la marcha. Ideal para hacerse los templos de Prambanan, Borobudur o ir hasta Semarang y llegar al avión que os lleve rumbo a Borneo.  Más información sobre condiciones y precios en www.routive.com

El vuelo de unos 50 minutos fue tranquilo salvo al final, cuando teniendo abajo Borneo nos sorprendió una de las tormentas que día a día caen en la isla, y que movió el avión en demasía. Cómo debió ser que incluso volvimos a coger altura y rodeamos el aeródromo de Pangkalan Bun en un par de ocasiones antes de aterrizar en medio del aguacero. No fue el mejor día para que el miedo a volar de Rebeca desapareciese. Pero afortunadamente llegamos sanos y salvos, que es lo que cuenta en estos casos. Al menos el personal del aeropuerto mitigó la lluvia prestándonos paraguas con los que ir de la pista a la terminal, una acción que jamás había visto. En Borneo tuvo que ser.

En la recogida de equipajes nos esperaba Kris, una de las personas enviadas después de los trámites que hicimos desde Madrid para gestionar los vuelos, el klotok y los permisos al Parque Nacional Tanjung Puting. Kris era un indonesio de Pangkalan Bun que tenía el control de una embarcación fluvial apostada junto al Río Kumai. Hablaba inglés y sería nuestra compañía durante tres días, empezando en el mismo momento en que nuestras mochilas salieron de la cinta transportadora de la minúscula terminal.

HE AQUÍ KUMAI, HE AQUÍ NUESTRO KLOTOK

Kris se ocupó de llevarnos en automóvil a Kumai (a 25 km), la pequeña ciudad de cuyo puerto sale la mayor parte de los barcos dirección Tanjung Puting. Nos advirtió que no nos preocupáramos por la lluvia, que probablemente durara unos minutos más y que no permanecería con nosotros todo el día. Y como una señal del cielo así fue. Llegamos a Kumai, nos bajamos del coche y la lluvia se detuvo.

Nuestro barco nos esperaba amarrado al puerto. El klotok, como diré a partir de ahora, se convertió en nuestro particularP1150125 Palacio sobre el Agua, un humilde e improvisado hotel fluvial para Rebeca y para mí con la compañía de Kris, del capitán siempre al timón, de un cocinero y de un chico dispuesto a ayudarles cuando lo necesitaran (amarrajes, limpieza, pesca en el río, etc..). Para un viaje de tres días exentos de cualquier signo de comercio, el alquiler de un klotok contando con un cocinero resulta realmente útil. Nosotros porque lo llevábamos gestionado de antemano pero otros viajeros que improvisaron en su llegada a Kumai, incluyeron igualmente a esta figura clásica en todas y cada una de las embarcaciones fluviales que se internan en el Parque. Lo normal es contratar siempre el pack guía + comidas + cocinero.

P1150118Subimos al klotok y a los dos minutos comenzó nuestra travesía dirección sur por el Río Kumai para acceder con posterioridad al Sekonyer. La temperatura era perfecta y nuestro escenario de madera se componía de un espacio plano para nosotros dos, con la mitad del techo cubierto y la mitad al descubierto. Una mesa y unas sillas solitarias esperaban ser nuestro centro de reuniones durante aquellos días. De noche, bajo la techumbre, nos colocarían un colchón y una mosquitera puesto que en todo Borneo hay que tener cuidado con las picaduras y, sobre todo, el mosquito de la malaria que revolotea por allí plácidamente. Y de cuarto de baño un espacio reducido con váter y ducha (todo en uno). Y, por supuesto, junto al váter un cubo de agua con el que conseguir el efecto de tirar de la cadena.

Nos deshicimos de las mochilas y del calzado, y nos dejamos caer al suelo tímidamente asomándonos al río para empezar a no quitar ojo cuanto antes de lo que teníamos a nuestro alrededor. La salida de Kumai no podía ser más prometedora. Y esto no había hecho más que comenzar.

Ambos estábamos exultantes, felices. Nos sentíamos realmente a gusto, muy cómodos en esta nueva situación que se nos presentaba. Particularmente me costaba asumir que me encontraba en suelo de Borneo (en este caso mejor dicho, en aguas de Borneo), en esa isla enigmática que recreaban los libros de aventuras de mi infancia.

NOS DESVIAMOS AL RÍO SEKONYER

De repente el klotok se fue dirigiendo a la orilla izquierda ya que más adelante surgiría una apertura por la que accederíamos y en la que ya no cabían las grandes embarcaciones que nos acompañaban en el Kumai. Aquella era la entrada al Río Sekonyer, mucho más estrecho, flanqueado por verdes palmeras y juncos, que debíamos remontar a lo largo de dos días para penetrar en lo más profundo de Tanjung Puting.

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Me quedé sentado en la proa, recibiendo una brisa deliciosa, deleitándome desde ese suelo de madera azul celeste de cómo íbamos avanzando entre la vegetación. La cámara de fotos y la videocámara estaban preparadas para recoger todo aquello y lo que pudiera surgir más adelante. Porque avanzar un metro suponía estar más cerca de la Naturaleza más salvaje de Borneo, penetrar en las profundidades de un mundo sin conquistar.

 

El klotok no iba a gran velocidad. Es más, navegaba a un ritmo lento, perfecto para apreciar todo lo que se nos iba presentando en el río. Aún quedaba hacer un tramo mayor antes de llegar a lo que se denomina jungla con todas las letras. La frondosidad se iría acoplando poco a poco en nuestro camino.

ALMUERZO EN EL MEJOR RESTAURANTE DEL MUNDO

Sin darnos cuenta, cuando estábamos disfrutando del paisaje, nos encontramos con que la mesa estaba cubierta de platos, cubiertos y vasos. Habían preparado un buen almuerzo y ya estaba listo todo para empezar a comer. Nos pusieron arroz, verdura, pescado con cebolla y salsa y unos cuadraditos que no llegamos a entender qué eran por mucho que preguntáramos, pero que estaban para chuparse los dedos. Comer allí fue para los dos una auténtica gozada.

 

Era un lugar sencillo, un simple barco surcando un río perdido, pero para nosotros suponía, con todo el sentido de la frase, estar comiendo en «el mejor restaurante del mundo». De verdad, no podíamos estar mejor…

ÉRASE UN MONO A UNA NARIZ PEGADA

En cuanto terminamos de comer regresamos a la proa puesto que lo que se estaba presentando delante de nosotros ya empezaba a tomar forma de selva, con todo lo que eso conllevaba. Habíamos dejado atrás las palmeras y los arbustos y serían árboles de distintas clases los que tomaban ya una altura considerable a un lado u otro de la orilla.  Los sonidos de fondo también eran más insistentes, más profundos. Teníamos claro que habíamos dejado de estar solos y que debíamos estar muy atentos si queríamos ver algún animal. Aún era pronto para tener un encuentro con los orangutanes, quienes se escondían más adentro, pero no con ciertos primates de narices prominentes, gruesas barrigas y largas colas… ¡los proboscis! Antes de lo que imaginábamos tuvimos nuestro primer encuentro con los Monos Narigudos.

El mono narigudo (Nasalis larvatus) o Proboscis Monkey es de esa clase de animales exóticos que siempre se encuentran en la lista de los animales más feos del mundo, que uno si no los ve en un documental se cree que son de mentira. Pero vaya si existen, aunque únicamente se les puede ver en libertad en un solo lugar del mundo, Borneo. Es, pues, una especie endémica, generada milagrosamente en esta isla, así como otras muchas que aún se siguen descubriendo.

Los monos narigudos son peculiares a más no poder, haciendo siempre honor a su nombre. Y es que los machos, sobre todo, cuentan con un nariz inmensa. Al parecer es producto de un largo proceso evolutivo que el mismísimo Charles Darwin definiría como pura «Selección natural». En este caso no sólo sobreviven los más fuertes sino que también las hembras escogen para la proceación a los más narizotas. El líder de la manada está siempre acompañado de una especie de harén y suele ser, sí o sí, el mono con nariz más larga. Sin querer profundizar demasiado se podría concluir diciendo que no hay duda al respecto, a ellas les gustan los que la tienen más grande.

Tuvimos la suerte de encontrarnos con varios grupos de proboscis, siempre en un número próximo a la decena, copando las ramas de los árboles más altos que había junto al río. Jugeteando, saltando de un lado al otro, despiojándose, en resumen, viviendo a sus anchas en el que era su hogar.

Es precisamente por la tarde, cuando el calor comienza a disminuir, el momento idóneo para verlos en la travesía en klotok puesto que por la mañana tienden a estar en el interior buscando comida. No sería de extrañar encontrarse a alguno mojándose en la orilla, puesto que son excelentes nadadores, aunque en el Sekonyer al pasar algunos barcos y lanchas, esto es más difícil.

El único pero estaba en que había demasiadas nubes y la luz no era la mejor para las fotografías y vídeos. Además no estaban demasiado cerca puesto que gustan de ramas elevadas, fuera de cualquier peligro que pudiera haber cerca del suelo. Además el klotok se movía bastante lo que no ayudó a fijar imágenes del todo nítidas. Aún así no me resigno a que les veáis en el siguiente vídeo:

 

Kris, nuestro guía en Kalimantan, nos contó que allí los locales se referían a estos monos como Orang Belanda, suyo significado es «Hombre holandeses» puesto que las narices protuberantes, los tripones cerveceros y ese color rosáceo típico de pieles no demasiado acostumbradas al sol, les recordaban a sus viejos colonizadores. No sería la única vez que nos llegaría dicho chascarrillo, por lo que debe ser más que común entre la población.

CONTINUAMOS REMONTANDO EL SEKONYER

Serían varios los árboles que contaban con los extraños narigudos, pero también en la travesía se unieron alguna que otra familia numerosa de macacos grises de cola larga que no quisieron ser menos. Y mirando hacia arriba me percaté que estaba sobrevolándonos un enorme caláo-rinoceronte (Rhinoceros Hornbill), un ave también clásica en Borneo que se caracteriza por tener una especie de «cuerno de color» por encima de los ojos.

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Pero ciertamente lo fantástico era el conjunto visual en sí. El río, la vegetación cada vez más cerrada, el cielo inmenso que me recordaba al de África… Sentíamos la libertad siguiendo la corriente de aquellas aguas, dejándonos caer en un área despoblada de humanos y superpoblada de especies de fauna y flora realmente únicas.

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Habíamos conseguido despojarnos de un enemigo acérrimo, el tiempo. Y es que cuando se remonta el Río Sekonyer en una barca de madera dejan de tener sentido los relojes, las horas, las prisas. Nada nos importaba más que compartir esta experiencia y absorber el momento.

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Tan sólo llevábamos unas horas en la isla y ya había valido la pena todo aquello. Todo lo que sucedería después sería maravilloso, pero personalmente en esos instantes ya sabía que Borneo estaba supondría un antes y un después en mi vida viajera. Porque cada segundo era especial, porque cada vez que elevaba la vista me encontraba con un «más bello todavía». Así sería desde el principio al fin de nuestra corta incursión en Tanjung Puting.

OSCURECE, ES HORA DE DETENER LA MARCHA

La luz del sol se estaba apagando muy lentamente puesto que estábamos muy próximos a una noche que, ya se sabe, en estos lares es temprana. Porque a las cinco y media de la tarde los últimos rayos que llevaban varios minutos cubriendo el cielo de color violeta se difuminaron como las letras de tiza de una pizarra después de ser borrada.

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Era, entonces, el momento propicio para buscar un lugar donde amarrar el klotok y pasar la noche abordo. Unos árboles curvos bastaron para arrimar la embarcación y dejarla convenientemente aparcada en mitad de la nada.

Una vela, un candil y nuestras linternas era toda la iluminación que podíamos tener. No debíamos abusar de su uso porque actuaban como un potente imán con gruesas nubes de mosquitos, por lo que nos manejamos prácticamente a oscuras. Cenamos con la menor luz posible, la justa para atinar con los cubiertos y la comida. En realidad no necesitamos más para disfrutar de una romántica cena a la luz «de la vela» (porque era sólo una).

Poco después Kris y el ayudante del capitán pusieron un colchón en el suelo, bien cerrado con una mosquitera que se antoja imprescindible en este lugar en el que si no se tiene cuidado los mosquitos (y lo que no son mosquitos) pueden acribillarte. Ya teníamos lista nuestra cama.

LOS SONIDOS DE LA NOCHE EN TANJUNG PUTING

Un par de horas de conversación precedieron al momento de marcharnos a dormir. Nos metimos al colchón, asegurándonos de que la mosquitera estuviese perfectamente colocada, no fuéramos a tener incómodos invitados nocturnos. Llevábamos los sacos de dormir por si teníamos frío pero hacía demasiado calor como para usarlos.

No tardamos en quedarnos dormidos, aunque ambos nos despertaríamos (desconozco la razón pero estamos sincronizados hasta para eso) súbitamente las dos de la madrugada. Nuestros ojos estaban cerrados pero los oídos bien abiertos ante el espectáculo sonoro que se estaba desarrollando en la selva. Porque, a pesar de estar alejados de la civilización, el ruido de la Naturaleza rompía todo silencio posible. Es la nocturnidad la compañía perfecta de los conciertos que día tras día ofrece la jungla. Y para nosotros poder escuchar cómo habla Tanjung Puting.

Y así pasamos en el klotok nuestra primera noche en Borneo.

9 de julio: ORANGUTANES EN SU HOGAR DE TANJUNG PUTING

No necesitamos de alarma alguna para despertarnos. Bastó que los primeros rayos de Sol se colaran tímidamente en los agujeros de la mosquitera para hacernos abrir los ojos poco a poco. Era temprano, apenas las siete y cuarto de la mañana, y estábamos con más fuerzas que nunca. Aunque era difícil que no las tuviéramos si saboreábamos lo más mínimo de lo que teníamos alrededor.

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En pleno desayuno, el capitán y su ayudante deshicieron los nudos que mantenían el klotok en la orilla y encendieron los motores para continuar nuestra marcha y así vencer el curso del Sekonyer. Un río que se estrechaba aún más a causa de la frondosidad de la selva que le iba ganando terreno al agua.

Nos quedamos sentados en la proa esperando que algo saliera de las ramas de los árboles o de los arbustos, buscando que un cocodrilo asomara su cabeza o contemplar a una distancia menos prudencial a una alborotadora familia de proboscis. Pero ni una cosa ni otra eran del todo sencillas. Los cocodrilos tienden a refugiarse en los humedales del interior, donde no transiten los barcos y las lanchas motoras, y los narigudos no gustan de asomarse al río sin haber salido antes a buscar sus frutos en lo más denso de la selva. Mientras tanto, también aprovechábamos para ojear un pequeño mapa del Parque Nacional de Tanjung Puting y tratar de adivinar dónde nos encontrábamos.

EL PORQUÉ DE LOS CENTROS DE INVESTIGACIÓN DE TAJUNG PUTING

Nos detuvimos un instante junto a una pequeña caseta de madera donde unos guardas del Parque revisaron que contábamos con todos los permisos necesarios para entrar. Minutos después avanzamos algo más hasta que el capitán ordenó a su ayudante sacar las cuerdas para poder quedar amarrados junto a un pequeño muelle del que salía una pasarela angosta de madera que se internaba en el bosque. Kris nos comunicó que era Pondok Tanggui, uno de los tres centros de investigación y rehabilitación de orangutanes de Tanjung Puting (los otros dos son Tanjung Harapan y Camp Leakey). Este Parque Nacional fue fundado en los años setenta gracias a la intensa labor de la doctora Birutè Galdikas, que es como Jane Godall, pero en vez de dedicar su vida a los chimpancés lo hizo con los orangutanes. La etóloga y conservacionista de nacionalidad canadiense se encontró con una situación demoledora en este área de Borneo y se franjó enemigos muy poderosos (empresas madereras, minas de oro ilegales, cazadores, etc…) con tal de proteger a estos animales. Pero su trabajo no quedó en balde y logró hubiese un mayor control de las autoridades en Tanjung Puting además de la creación de distintos centros de investigación en el interior de una selva que estaba abocada a la desaparición, orangutanes incluidos.

Camp Leakey fue el primer Centro de investigación y Rehabilitación del P.N. Tanjung Puting, aunque años después le siguieron otros dos. Su función, además de estudiar el comportamiento de los orangutanes, consiste en ayudar a la integración y el aprendizaje de los ejemplares rescatados de la cautividad o que siendo salvajes quedaron huérfanos para que puedan sobrevivir en libertad. De esa forma lorgan mezclarse con otros miembros originarios de Tanjung Puting, procrean y recuperan ciertos instintos arrebatados como el de buscarse la comida por sus propios medios. En Camp Leakey, Tajung Harapan y en Pondok Tanguui, en cuyo acceso terrestre nos encontrábamos en ese momento, tienen una especie de comederos donde se lleva una vez al día algo de fruta y leche condensada para que los orangutanes que así lo deseen, puedan acudir a alimentarse, ya que algunos no se han logrado ser 100% independientes.

La hora habitual a la que se deja la comida en Pondok Tanguui es a las 9:00 de la mañana y en Camp Leakey a las 14:00, por lo que es más probable presenciar orangutanes en esas horas. Nunca se sabe cuántos se pasarán por estos lugares o se dejarán ver, siempre es un misterio, pero el visitante raras veces se irá con las manos vacías.

VÍA LIBRE A LO MÁS PROFUNDO DE LA SELVA

Era pronto para el feeding time de los orangutanes, ya que aún distaban treinta minutos de las nueve, pero no pudimos aguantar quietos en el klotok y nos dimos un ligero paseo en la pasarela de madera por la que se accedía al interior de la selva.

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Rebeca y yo íbamos descalzos, pero nos daba completamente igual. Teníamos tantas ganas de poder encontrarnos con algo que la suerte nos sonrió y nos permitió ver cómo saltaban de unos árboles a otros los miembros de una familia de monos narigudos. Una cría de proboscis se quedó rezagada, echándonos una mirada realmente enternecedora en la que parecía preguntarse, ¿y quién demonios son estos dos?

Como llegaba la hora de iniciar la expedición por Pondok Tanggui, regresamos a por nuestras botas y además agarramos las mochilas en las que, además de agua mineral, incluimos algo que puede ser imprescindible en una Selva HúmedaP1150238 como es la del P.N. Tanjung Puting, el chubasquero. Nunca se sabe cúando puede caer una repentina y copiosísima tormenta (algo más que habitual), por lo que es recomendable llevar uno de los grandes que llegan a abarcar mochilas y otros objetos. Si alguien lleva un equipo fotográfico o de vídeo, lo podrá salvar de la lluvia. A mí me ha servido ya en un par de ocasiones, por lo que siempre llevo uno conmigo en este tipo de incursiones a la jungla. Otro imprescindible es rociarse bien de antimosquitos, puesto que más vale una buena protección que lamentarse después en el hospital. Hay malaria en Borneo y eso significa que dejar que los mosquitos te fastidien algo más que un viaje. De esa forma (con agua, chubasquero y antimosquitos), además de un buen calzado, se tiene mucho hecho.

Una vez superada la pasarela de madera fue necesario andar por un sendero repleto de barro. Parecía que caminábamos sobre chocolate. También hubo que sortear no pocos charcos, donde las botas se antojaron imprescindibles para evitar que se nos engancharan las habituales sanguijuelas, horrorosas chupasangre que causan estragos a los visitantes que van poco protegidos. Es por ello que conviene llevar botas, pantalón largo y los calcetines subidos lo máximo posible. Eso antes de tener que sufrirlas.

Aquello era pura selva, con prácticamente un 90% de humedad, ramas de afilados pinchos y una cantidad de especies vegetales impresionante, plantas carnívoras incluidas. Mientras seguíamos a Kris, que iba descalzo y con un cigarrillo encendido que según él espantaba a los mosquitos de la malaria, Rebeca y yo procurábamos pisar firmemente el suelo, evitando meternos en más charcos de los necesarios y teniendo cuidado de varios grupos de hormigas venenosas de color rojizo, cuyas mordeduras inyectan una especie de ácido que hacen rugir de dolor al que las sufre. Nos envolvía un ruido agudo e inagotable multiplicado por miles de sonidos diferentes. Se diría que forman una melodía del caos y el desorden sin la cual la jungla sería otra cosa.

LOS ORANGUTANES DE PONDOK TANGGUI

Anduvimos en torno a quince minutos en los que Kris trató en varias ocasiones de imitar el grito de los orangutanes para atraer su atención. Particularmente estaba un poco nervioso, expectante ante lo que podíamos tener frente a frente en cuestión de minutos o incluso segundos. Definitivamente antes de lo que nos imaginábamos, en una pequeña explanada en la que habían no más de diez personas prestando suma atención en un punto concreto, lograríamos cumplir otro de esos sueños que tanto deseábamos se hiciera realidad. Y es que fue acercarse a ese pequeño grupo de gente y tener a poco más de un metro o metro y medio a una hembra de orangután comiéndose un plátano con suma tranquilidad.

Ella parecía no inmutarse de que estuviéramos allí. Como si fuésemos meros seres invisibles que para nada tapábamos su campo de visión se estaba ocupando únicamente de alimentarse bien en el suelo o bien amarrada en el tronco de algún árbol con un gesto expresivo muy próximo a lo que conocemos como una sonrisa.

Pero nuestra nueva amiga no estaba sola ni mucho menos, puesto que no tardó en aparecer su preciosa cría que venía de trepar de lo más alto de los árboles.

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La pequeña, puesto que era también hembra, contaba con algo menos de un año de vida, por lo que aún era totalmente dependiente de su madre. Los orangutanes lo son, en realidad, hasta cumplir en torno a siete u ocho años, tiempo en el que aprenden todo lo que deben aprender antes de poder sobrevivir en un medio a veces un tanto hostil y complejo para ellos.

La pareja madre e hija no eran los únicos miembros que se encontraban con nosotros. Porque nos fijamos que muy arriba, en un árbol bastante alto, dormitaba otra hembra bien amarrada al tronco con sus largas extremidades. Ya eran tres los orangutanes que teníamos con nosotros, a los cuales era imposible quitarles ojo y no emocionarse por verlos ser…ellos mismos (¡Dentro vídeo!)

Su pelo cobrizo explica que desde antiguo los locales se refieran a ellos también con el apelativo de «Los hombres de naranja», aunque no sea ese precisamente el significado de la palabra Orangután, proveniente del malayo «Orang Hutan», que viene a decir algo así como «Hombre del bosque». Y es que es inevitable comparar cada uno de sus movimientos con gestos puramente humanos.

La madre orangután y su pequeña se trasladaron juntas a una plataforma de madera en la que había dispuesta una gran cantidad de plátanos, de los que dieron muy buena cuenta. Estos miembros que vimos en Pondok Tanggui se encontraban en total libertad, pero aún tenían cierta dependencia del feeding time de cada jornada. Hasta que aprendan a valerse por ellos mismos, algo más costoso para los adultos que para las crías, no nacidas en cautividad.

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Uno de los aspectos que más me sorprendieron de los orangutanes fue el gran tamaño de sus extremidades. Sus brazos y piernas son tan largos (más los primeros que los segundos), que les permiten alcanzar posturas casi imposibles para cualquier otra especie. Los brazos incluso llegan a servirles para apoyarse sobre ellos al caminar, aunque el mayor uso lo dan para trepar y trasladarse de unos árboles a otros. Son, por ello, tremendamente ágiles.

P1150297Los afortunados que estábamos viviendo aquella experiencia tan maravillosa fuimos cuatro españoles (aparte de nosotros, dos chicos de Barcelona con los que nos habíamos cruzado la tarde anterior en el klotok), una familia de cinco norteamericanos de Washington y una chica japonesa con una muy buena cámara de fotos.

Muchas de las reacciones, sin importar la nacionalidad, se asemejaban en determinados momentos a un ohhhhhhhh lleno de emoción. Porque fueron varias las ocasiones en que los orangutanes nos regalaron escenas rebosantes de ternura.

Definitivamente, no hay nada más bonito que los gestos de cariño entre una madre y un hijo.

Y ENTONCES LLEGÓ ÉL…

Las tres hembras se esfumaron de aquella explanada en cuanto escucharon un remover de ramas cada vez más insistente. Estaba claro que algo se acercaba, y lo hacía desde lo alto de los árboles. Los troncos más delgados crujían y en ocasiones parecía como si se desplomaran. El ruido de caídas en seco y de apartar de hojas derivó nuestra atención a un punto determinado en el que asomó una figura imponente, de mirada seria y penetrante. Acababa de presentarse a escena un orangután macho que en un principio parecía no entender qué es lo que hacíamos en su casa. El gesto torcido de sus labios produjo un silencio sepulcral de todos los que allí nos encontrábamos.

Tras un par de minutos en los que pareció estar estudiándonos a cada uno de nosotros se decidió a bajar del árbol para acudir a la plataforma de madera en la que aún quedaba mucha de la comida que habían dejado los otros orangutanes que habían estado poco antes. Cuando se llevó los primeros plátanos a la boca su gesto serio se destensó y se le vio más amigable, con una actitud que había pasado de la incomprensión a la placidez. Incluso diría que nos dedicó una sonrisa un tanto socarrona.

Kris nos explicó que habíamos tenido suerte puesto que el macho no tendía a dejarse ver tanto como las hembras y que estábamos viviendo una oportunidad de lujo para observarlo muy de cerca.

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Hay cambios notabilísimos entre las hembras y los macho debido, sobre todo, al dimorfismo sexual que existe en la especie. Esto quiere decir que hay una variación de tamaños entre géneros siendo, en el caso de los orangutanes, el macho mucho más grande que la hembra. Se calcula que un macho puede llegar a pesar más de 120 kilogramos. Pero de toda su grotesca figura lo más destacable es la forma y la dimensión de su cabeza, prolongándose como si de un platillo volante se tratase.

La forma aplatillada de su cabeza se debe a la presencia de unas adiposidades crecientes relacionadas con el liderazgo o dominancia del individuo. Al igual que los monos narigudos más fuertes y dominantes son los que cuentan con una nariz más grande, en los orangutanes macho el poder se ve reflejado en el asombroso tamaño de su testa.

Cuando nuestro amigo se cansó de comer se acercó mucho a un árbol sobre el que estábamos apoyado y comenzó a ascenderlo con una agilidad que cuesta entender en un animal tan grande.

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Allí se quedó largo rato sin apenas moverse, pero extremadamente atento a quienes estábamos debajo suyo. Recuerdo que Rebeca y yo nos quedamos charlando con la familia estadounidense que formaba parte de los pocos visitantes que ese día nos encontrábamos en Tanjung Puting, y el orangután nos estuvo observando de tal forma que parecía entender lo que decíamos. Era como si formara parte de la conversación y su gesto sirviera para aprobar o desaprobar los comentarios que estábamos haciendo. Durante muchos momentos su semblante me recordó al del clásico viejo inconformista que siempre opina que antes se vivía mejor. Indudablemente existen muchos paralelismos gestuales entre los humanos y los orangutanes. Demasiados, diría yo.

Sucedió entonces que la gente comenzó a marcharse puesto que no se preveían nuevos movimientos ni cercanas llegadas de orangutanes en Pondok Tanggui. Mi intención era apurar unos minutos más para poder quedarnos a solas con el orangután macho y ver si reaccionaba después de quedarse la explanada en silencio. Y como arte de magia, cuando ya éramos los únicos que allí estábamos decidió bajarse del árbol en el que tanto tiempo había estado.

Ese instante sí que fue de pura fortuna para nosotros, puesto que disfrutamos de una cercanía asombrosa con el animal. No parecía sentirse extraño con nosotros y nos brindó una serie de movimientos y muecas inolvidables en aquel pedacito de selva en la que estábamos Rebeca, Kris y yo.

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Pude hacer un sinfín de fotografías del orangután, e incluso algún que otro vídeo con el que no olvidar nunca nuestra experiencia a solas con él.

Consiguió inspirarnos una ternura muy alejada de la que proyectaron las primeras miradas que había dedicado alP1150356 personal. Se le veía cómodo y relajado, rodeándonos en más de una ocasión y escogiendo nuevos árboles donde trepar, aunque alguno de ellos no soportara su peso. Más de uno quebró, pero esto no pareció afectarle en demasía porque bastaron sus kilométricas extremidades para pasarse de uno a otro sin tiempo siquiera de respirar. Le costaba quitarnos la mirada de encima, pero a su vez se iba produciendo paulatinamente un acercamiento que, según Kris, suele complicado, puesto que los orangutanes macho son algo más territoriales y, por tanto, irascibles ante la presencia de gente en el que es su entorno.

Su acercamiento fue casi extremo cuando se colocó prácticamente donde estábamos sentados los tres. En ese momento me sentí la persona más afortunada del mundo por estar viviendo todo aquello y no pude evitar declararlo en un vídeo en el que se puede percibir perfectamente dónde estaba situado él y dónde lo estábamos nosotros.

P1150333El tiempo apremiaba y debíamos regresar al klotok para continuar nuestro camino hacia Camp Leakey, del que aún estábamos alejados. Pero el orangután nos cerró el camino poniéndose delante nuestro con los brazos estirados, impidiendo que pudiéramos pasar. Kris no se fiaba de este comportamiento pero aún así decidió insistir haciendo ruidos con una botella de plástico para atraer su atención y que nos dejara tomar el sendero. El orangután modificó las facciones de su cara y no pareció contentarse con tan absurda distracción. Agarrado entre dos ramas se convertía en un muro infranqueable.

Fueron unos momentos de cierta tensión porque no parecía que el animal nos fuera a dejar pasar. Y como no eraP1150365 demasiado buena idea enfurecer a semejante mole, Rebeca con buen juicio sugirió dar un rodeo por otro lado y evitar cualquier problema. Kris dio un paso hacia delante, otro más, y yo le seguí, aunque inseguro de la reacción que tendría el simio. A una distancia de no más de metro y medio el orangután se removió con brusquedad y agarrando fuerte con su mano derecha un tronco lo arrojó contra el suelo partiéndolo en dos. Nos dimos la vuelta rápidamente y nos dirigimos hacia otro sendero, más largo pero más seguro por el que volver a nuestra embarcación. El animal no quería que pasásemos por ese lado y no había nada que hacer. Y con la fuerza que tenía, suficiente para partir un tronco por la mitad sin despeinarse, podríamos haber sido para él un caramelito de fresa.

Nos dirigimos a la salida de Pondok Tanggui, aunque antes quisimos firmar en el libro de visitas. Como conocíamos a dos amigos de Gerona (Noe y Xose) que habían estado en Tanjung Puting en el mes de marzo, nos pusimos a hojear a ver si encontrábamos alguna referencia de ellos, aunque sin demasiadas esperanzas porque pensamos que muy probablemente no hubieran dejado firma alguna. Pero qué sorpresa nos llevamos cuando vimos allí sus nombres, sus firmas y sus impresiones. Noelia y Xose, que fueron clave para decantarnos por este viaje, habían dejado su pequeña huella entre aquellas hojas. Y no dudamos en sacar una fotografía de aquel rastro como homenaje a dos amigos viajeros a los que Rebeca y yo tenemos mucho cariño. De hecho durante ese viaje lograron llevar la camiseta del Rincón de Sele a uno de los lugares más remotos del Planeta, Papúa. (Ver post).

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NAVEGAR DENTRO DE UN ESPEJO

Nuestro klotok era el único que quedaba amarrado en Pondok Tanggui después de que todos los demás se hubieran largado un buen rato antes. Dentro nos esperaba la tripulación, que había tenido el detalle de dejar en la mesa una fuente de plátano frito y un par de refrescos bien fríos que definitivamente nos subirían a los cielos. Se puso de nuevo P1150384el motor en marcha para continuar ascendiendo el Sekonyer dirección Camp Leakey, donde seguro ya se encontrarían todas o casi todas las personas que habían estado con nosotros en la primera visita a los orangutanes. No llevaríamos ni media hora cuando el color marrón del agua, que dicen es debido a los tratamientos químicos de las minas de oro ilegales que hay en la zona, pasó a ser absolutamente negro. Pero en este caso para nada debido a la contaminación de las aguas. El río se vuelve negro en esa parte gracias a los sedimentos naturales procedentes de raíces y plantas, por lo que en este caso este color se entendería para explicar un índice de pureza del agua casi del 100%. Tal efecto provoca la sensación de encontrarse navegando dentro de un espejo, puesto que el agua refleja con nitidez todo lo que ve.

Aquel prodigio de la naturaleza no lo había podido ver nunca. Si nos asomábamos solamente al agua sin mirar por encima nos daba la impresión de estar volando por los aires. Todo menos ir en un barco.

Aproximadamente a la una de la tarde arribaríamos a Camp Leakey, el principal de los Centros de investigación de orangutanes existentes en Tanjung Puting, el mismo en el cual la Doctora Galdikas dio inicio en los años setenta a sus impagables actividades de estudio y protección de esta clase de simios.

HAY QUIEN NO NOS QUITA OJO DE ENCIMA

Si en Pondok Tanggui el «feeding time» de los orangutanes es a las nueve de la mañana, en Camp Leakey el alimento se deja a eso de las dos de la tarde. Teníamos tiempo, por tanto, para ir comiendo nosotros. El plátano frito había sido un mero aperitivo de lo que nos acercaron a la mesa en cuanto quedó convenientemente aparcado el klotok, en la orilla opuesta al acceso de Camp Leakey. Sin duda los días de Borneo fueron en los que más y mejor comimos durante el viaje. Los platos que preparaba el encargado de la cocina del klotok eran dignos de Carlos Arguiñano. En versión indonesia, claro.

Tan bueno debía estar lo que nos estábamos llevando a la boca que, de repente, apareció un joven orangután que se quedó ensimismado con sólo vernos comer. Estuvo siguiendo hasta el más mínimo movimiento del tenedor, como si fuera el reloj de un hipnotizador. Si tomábamos el vaso para beber agua, el animal subía ligeramente la barbilla, si por descuido se nos caía el gajo de una mandarina al suelo él mismo la buscaba y rebuscaba desde su mirador entre las ramas.

Teníamos duda respecto a si era macho o hembra. Sí era presumible su condición de orangután relativamente joven, y probablmente de más de ocho años de edad ya que, de lo contrario, hubiera estado su madre merodeando por allí (recordemos que los estudios demuestran que las crías no son independientes de su madre hasta, al menos, tener ocho años)

Kris nos confirmó que aquel orangután no era uno de los habituales en Camp Leakey que acuden al feeding time. Era 100% salvaje, de los que habían sido criados en la selva sin haber tenido contacto o ayuda alguna del ser humano. Nos explicó que teníamos delante un ejemplar de los que en ocasiones se arriman a curiosear y ver qué sucede en la otra orilla, pero que no necesitan que nadie les lleve alimento puesto que saben buscárselo por sus propios medios.

El joven orangután sería, por tanto, el gran protagonista de nuestro almuerzo. Yo diría que poco le faltó para sentarse a la mesa con nosotros…

O, en función de las posturas que nos fue dedicando, ponerse a volar como si fuese Superman.

 

En un minuto, justo cuando íbamos a salir del barco para acudir al feeding time de Camp Leakey se formó una tormenta de esas que son cortas pero realmente intensas, teniendo que permanecer resguardados. Había que esperar porque por mucho que fueran las dos de la tarde, no había comida que sacara a los orangutanes de sus árboles para ponerse a la intemperie. Nuestro amigo, por ejemplo, se creó un paraguas natural con hojas y ramas con los que esar perfectamente cubierto de la lluvia. Para que luego haya quien cuestione la inteligencia de los animales. Eso es porque hay quien no se ha dado cuenta de dónde procedemos nosotros…

LA SEÑORA CARMEN

No puedo obviar la presencia de una hembra de orangután sentada en el pequeño puerto de acceso a Camp Leakey que habíamos visto en el momento de la comida. Mucho más oronda que los demás que habíamos podido observar durante el día, respondía al nombre de Siswi y era bien conocida allí, por ser la primera cría nacida en Camp Leakey (1978) de un ejemplar procedente de la cautividad (Siswoyo, traída por la Doctora Galdikas en los años setenta). Siswi, quizás por su edad, se ha vuelto muy perezosa y ya no acude a la selva para ir a por alimento sino que espera se lo traigan allí mismo. Por ello casi siempre se la encuentra recibiendo a los klotoks que llegan a Camp Leakey.  Una foto con un primer plano de su rostro se encuentra en las dos o tres últimas ediciones Guía Lonely Planet de Indonesia. A Rebeca y a mí su cara y su expresión nos recordó a la típica vecina cotilla que todos tenemos, por lo que la bautizamos como «La Señora Carmen». Eso de Siswi no casaba con nosotros, que no solemos dejar títere con cabeza.

Cuando dejó de llover la Señora Carmen se tumbó al fresco para echarse una profunda siesta donde lo único que le faltó fue el pijama…

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CAMINANDO CON LOS ORANGUTANES

El parón de la lluvia coincidó la llegada del feeding time, momento en el que abandonamos el klotok para iniciar el camino que nos adentrara a la zona de selva donde los guardas del Parque dejan comida a los orangutanes. En Camp Leakey tienden a acudir a por el alimento más ejemplares que en Pondok Tanggui, por lo que teníamos confianza de poder juntarnos con un buen número. Lo que no sabíamos es que la suerte se volcaría con nosotros para poder ver esa tarde tanto a la «Princesa» como al «Rey» oficial de Tanjung Puting, los miembros más famosos de la pléyade de orangutanes con los que todos soñarían con encontrarse cara a cara.

Si en Pondok Tanggui nosotros fuimos a las plataformas donde se deposita el alimento diario para poder ver a los orangutanes, en Camp Leakey serían ellos quienes nos acompañaran a las mismas. Y la primera «Princesa» junto a su cría…

Princesa o Princess es una orangután procedente de un origen en cautividad que se ha utilizado para importantes estudios sobre el aprendizaje y el lenguaje de estos animales. Ha demostrado contar con una inteligencia extraordinaria y aprender mediante la observación un sistema de cuarenta signos, además de utilizar instrumentos (martillos, cuerdas, etc..), abrir y cerrar puertas o incluso nadar. Ha participado en la grabación de varios documentales, siendo uno de los más conocidos In the wild: Orangutans with Julia Roberts protagonizado por la celebérrima actriz de películas como Pretty Woman o Novia a la Fuga. Ni que decir tiene, entonces, que fue un placer compartir paseo con Princess, su pequeña y otros orangutanes más.

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He aquí unas imágenes en vídeo de los primeros instantes en el camino:

Y ya digo que no eran los únicos orangutanes que fueron con nosotros, formando parte de unos instantes de felicidad suprema.

Aunque si hay algo que jamás voy a olvidar fue cuando me puse a la derecha de Princesa y ésta reaccionó dándome su mano para poder caminar con ella durante no pocos metros.

Poco me faltó para que se me escaparan las lágrimas. No podía creer que estaba yendo de la mano de un orangután que tenía una cría sobre su espalda. Al menos duró hasta que ésta se detuvo para escuchar cómo yo perdía el sentido y aprovechaba para pedirle matrimonio.

La respuesta…en el próximo vídeo.

Definitivamente no se puede tener todo en la vida. Para la próxima vez ya sé que no debo olvidar traer un anillo de diamantes y será mía para siempre.

Rebeca y yo dejamos que Princesa y sus cachorro se fuese adelantando, ya que con ellos iban todos los visitantes que estaban en Camp Leakey (es lo que tienen las estrellas) y queríamos más intimidad para compartir caminata con otros dos orangutanes que habían pasado desapercibidos para los demás.

Se quedó el sendero absolutamente vacío y anduvimos a la par que aquellos dos orangutanes que incesantemente se detenían a jugar. Se daban porrazos el uno al otro, se escurrían por no ir atentos donde pisaban, se revolcaban… Es decir, jugaban como críos.

Si antes del viaje no imaginábamos tener tan cerca a los orangutanes, menos podíamos suponer que caminaríamos un buen trecho juntos.

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Adelante un vídeo de la pareja caminando e intercambiando golpes. No tiene ningún desperdicio:

Cuando el sendero se dividía en dos, tuvimos que ir a la izquierda, ya que la derecha era la vía que los orangutanes utilizaban para ir directos al comedero. Allí, en una plataforma de madera similar a la que habíamos visto en Pondok Tanggui, había plátanos y otros frutos esparcidos, para el regocijo de los simios que empezaban a llegar.

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Entre los árboles y la plataforma en sí ya había de primeras en torno a cinco o seis ejemplares (solo hembras y crías). Entonces sucedió algo muy curioso que, afortunadamente, recogimos con nuestra cámara. Un macho apareció a la izquierda, y cuando estaba a punto de incorporarse a comer, huyó despavorido. ¿Qué ocurría? Simplemente que otro varón mucho más grande se aproximaba y, por tanto, se alejó de cualquier enfrentamiento.

Fue entonces el orangután macho más grande el que disfrutara de un suculento almuerzo a la vista de todos nosotros.

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Mientras los orangutanes se daban un buen festín de fruta, quienes allí estábamos los observábamos con suma atención porque la escena era absolutamente memorable.

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Los ejemplares más jóvenes que ya habían aprendido a trepar sin la ayuda de sus padres se regocijaban de ello saltando de rama en rama o haciendo posturas imposibles, aunque con ello cayera de bastantes metros algún que otro pedazo de madera que, por muy poco, no escalabró a quienes estábamos debajo. Vaya traviesos estaban hechos…

Algún patán (y no hablo de simios ahora) que iba con pantalón corto y sandalias pagó su atrevimiento con una sanguijuela en el pie que se estaba poniendo hasta arriba. Y es que siempre hay quien inconscientemente olvida dónde está. La selva es hermosa pero tiene estas cosas y, por ello, como se suele decir, más vale prevenir que curar.

¡VIVA EL REY!

Fácilmente seguimos las andanzas, comilonas y tropelías de los orangutanes en la plataforma y alrededores durante más de una hora. Mucha gente comenzó a marcharse poco a poco. Rebeca y yo estábamos dispuestos a aguantar un poco más al igual que otras personas que se resistían a volver a los klotoks. Mientras tanto un animal tras otro nos fue diciendo adiós, dejándonos a unos cuantos prácticamente a solas. Entonces de la nada apareció el único que faltaba. Kris, impresionado, dijo en voz baja y con un tono de respeto reverencial: «Oh, Dios, es Tom». «¿Y quién es Tom?» – le pregunté. A lo que contestó: «Él es el Rey. El Rey de Reyes de Tajung Puting».

Era inmenso, colosal, de un tamaño para nada comparable al de cualquier macho que hubiésemos visto ese día. Con más de 120 kilos de peso, Tom es desde hace años el macho dominante en Camp Leakey. Sustituyó «en el cargo» a Kusasi, quien aún sigue vivo pero que ya no se atreve a enfrentarse al actual líder. El tamaño de las adiposidades de su cabeza, al igual que su papada, era espectacular. Sin duda, uno de los signos de su nueva posición.

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A este King Kong de Borneo le temían incluso los guardas del parque, quienes nos pedían no hiciéramos ruido alguno y mantuviésemos una distancia prudencial con él. Casi nadie se atrevía a hablar porque su sola presencia imponía. Y mucho. Su gesto desprendía fortaleza y autoridad. Absolutamente nadie dudaba de su condición…de Rey.

Nos sorprendió mucho que Kris le tuviese tanto miedo. Hubo un momento en que Tom abandonó la plataforma para acercarse a quienes allí estábamos, lo que secundó una retirada por parte de todos unos metros más atrás. La mirada del orangután era desafiante, atemorizadora. Nunca ví tan evidente que un animal desprendiera de forma tan incuestionable su liderazgo.

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Definitivamente la fortuna nos había sonreído, puesto que el Rey no se estaba dejando apenas ver en Camp Leakey. Los guías hablaban de semanas sin rastro suyo. Sin duda había elegido el día correcto para hacer recordar quién mandaba en ese lugar.

Cuando Tom se marchó a través de aquella maraña de árboles, nosotros enfilamos el camino de regreso con una sonrisa dibujada en nuestras bocas y un ligero sentimiento de nostalgia por ser quizás la última vez que viéramos a quienes nos habían robado el corazón. Pero ya se sabe que en ocasiones eso de «última vez» no lo decidimos nosotros. Y es que nos encontramos a una madre con sus crías muy cerca de la salida. Además de una familia de cerdos salvajes que se se paseaban por allí.

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Y ni siquiera ellos serían los últimos y definitivos. No recordábamos que en el Puerto habría otro orangután al que decir adiós, la Señora Carmen.

El klotok partió, esta vez, con la corriente del Sekonyer a su favor. Dado que no faltaba mucho para anochecer, estuvimos buscando el lugar idóneo donde quedarnos a dormir. En un tramo más ancho de río donde poder amarrar el barco para no cortar el paso a los demás, hicimos stop. Y allí pasaríamos nuestra última noche…

La luna sustituyó al Sol y las estrellas de un cielo absolutamente despejado nos estuvieron enfocando para evitar que la oscuridad fuese suprema. Kris mantuvo con nosotros una buena conversación de última hora en la que nos apasionó su forma de contarnos un fortuito encuentro con una pantera nebulosa, la cual nos mostró fotografiada desde su cámara digital. Pero Kris no sería nuestra única compañía, puesto que una hembra de mantis religiosa se obsesionó con Rebeca siguiéndola a todas partes. Tanto sería su amor hacia ella, que de madrugada nos la encontramos adosada a la tela de la mosquitera justo en el lado donde ella dormía. Sus patas en forma de guadaña no desaparecieron hasta que ambos despertamos por la mañana.

10 de julio: CAMBIO DE TERCIO. FIN DE LA MISIÓN ORANGUTÁN

Mi resistencia y tristeza a tener que marcharnos de lo que para los dos había sido una de las mejores experiencias de nuestras vidas empañó un poco ese retorno a la civilización. Me hubiera gustado estar más tiempo en Tanjung Puting, haber profundizado en esa selva tan maravillosa y haber aprendido más de todo lo que hay en su interior. Pero eso también es viajar, irse despidiendo de etapas. Sin duda, la de Borneo nos había marcado a ambos.

Llegaríamos a Kumai, en coche marcharíamos al Aeropuerto de Pangkalan Bun y puntuales partiríamos a Jakarta, nuestra escala momentánea antes de partir a Bali. Sentados en la terminal al aire libre donde salían los vuelos domésticos tratamos de entretenernos como pudimos. El netbook en eso ayudaba bastante.

Ese sábado dormiríamos ya en la Isla de Bali, lugar en el que daría inicio a otra fase del viaje que también estaba abocada a proporcionarnos grandes experiencias y sensaciones. Un mundo aparte absolutamente maravilloso capaz de atrapar a toda clase de viajeros. Otra Indonesia, otras historias.

CONTINÚA EN LA ISLA DE BALI

PD: En Malasia, años después, también me encontraría con los  orangutanes de Borneo, esta vez en Sepilok.

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