10 cosas que aprendí en mi último viaje a la Costa Brava
Adoro la Costa Brava porque cada vez que me aproximo a ella me enseña cosas diferentes. Resulta del todo comprensible que se convirtiera en la locura más razonable de Dalí, en un plato deconstruido de Ferrán Adriá o en la protagonista de las metáforas más hermosas que Serrat le dedicó al Mediterráneo. Este tesoro que se extiende por territorio gerundense por el litoral hasta abrazar el último balcón del Pirineo constituye uno de esos universos caleidoscópicos que van mostrando una imagen distinta cada vez. Calas pintorrojeando de turquesa el fondo del mar, monstruos medievales desfigurando el mejor románico catalán desde lo alto de un capitel, masías de piedra donde desayunar pa amb tomàquet viendo amanecer o esas encantadoras casitas blancas que sueñan con ser el Cap de Creus forman parte del imaginario de una de las regiones más fascinantes en el sur de Europa. Por eso no me canso de volver, ni de Cadaqués, Calella de Palafrugell o Peratallada, ni tan siquiera de esas tardes completamente mediterráneas que no terminan nunca.
Mi infancia me llevó hasta allí en alguna ocasión, y luego tuve la suerte de regresar con los años. Pero probablemente esté último viaje a la Costa Brava haya sido el más inspirador de todos ellos. De eso trata el artículo de hoy precisamente, de las cosas que aprendí en esta andadura reciente por tierras catalanas.
COSTA BRAVA, UN CÚMULO DE GENIALIDADES
No es de extrañar que éste sea uno de los lugares de veraneo más apreciados de toda Europa. Porque, la verdad, lo tiene todo. Y no me estoy refiriendo sólo a las playas. Y es que definitivamente me parece un destino para todos los públicos e incluso para cualquier época del año.
¿Queréis conocer qué 10 cosas pude conocer (y saborear) en mi último viaje a Costa Brava-Pirineu de Girona? De acuerdo, no me extenderé más e iré al grano. Durante esta andadura donde disfruté como un niño aprendí que…
1. La Costa Brava no es sólo el litoral
A veces ser tan estrictos nos lleva a llamar Costa Brava a esos últimos kilómetros de tierra que se asoman al mar Mediterráneo entre Blanes y Portbou, última caricia fronteriza con Francia. Pero existe un «tierra adentro» en las comarcas de La Selva así como en el Alto y Bajo Ampurdán (Alt Empordà y Baix Empordà) que nos debería sacar del rigor geográfico marcado, aunque ni siquiera las playas se oteen en el horizonte. Sus 214 kilómetros de franja deberían bañar también los campos y pueblos medievales, algunos maravillosos, de buena parte de la provincia de Girona. Aquí, como en la vida, existe un interior que debemos valorar. Mucho, diría yo.
2. Aquí se puede aprender a volar
Si la Costa Brava fue mi bautismo de fuego en lo que a saltar en paracaídas se refiere, también lo fue en el conocido como túnel del viento. La localidad de Empuriabrava se convirtió hace ya unos cuantos años en uno de los lugares del mundo predilectos por los saltadores. Desde sus cielos se han tirado ya miles de personas (entre las que me incluyo) que han visto los canales de la ciudad a vista de pájaro, e incluso la silueta danzante del mítico Cap de Creus, que no queda precisamente lejos. Pero la adrenalina también puede subir bien alto en el interior de un tubo de cristal con una propulsión de aire tal que permite saborear la caída libre sin tirarse de un avión. En el túnel del viento uno da sus primeros pasos en eso de volar como Son Goku o Supermán o hacer el twister, consistente en subir y bajar dando vueltas como lo haría un tornado.
Por aproximadamente 50€ es posible vivir la experiencia del túnel del viento y saber qué se siente estando suspendido en el aire. Personalmente me pareció algo divertidísimo y digno de probar al menos una vez en la vida (y el paracaidismo también, por supuesto).
Si quieres saber más sobre esta actividad no te pierdas el reportaje (con vídeo incluido): Aprendiendo a volar en el túnel del viento de Empuriabrava.
3. Peratallada es uno de los pueblos medievales más increíbles de Cataluña
En el Baix Empordà existe la posibilidad de llevar a cabo varios viajes en la máquina del tiempo para quien se quiera subir a ella. Una de las visitas más interesantes de la zona tiene a la villa medieval de Peratallada como protagonista. Un lugar auténtico, sin una sola objeción o distracción dentro de un casco histórico espectacular donde la armonía está presente en todo momento. Con murallas y foso, castillo, adoquín original o enredaderas aferrándose a la piedra para después florecer sobre ella. Peratallada es la mejor sorpresa que me he llevado en mucho tiempo. Sobre todo, porque respira historia y verdad al abrigo de una fortaleza que llega a tajar la roca como si fuese mantequilla (lo que explica su nombre).
Si quieres saber más sobre este pueblo no te pierdas el reportaje titulado Peratallada, un viaje a la Edad Media en Costa Brava.
4. La Costa Brava es una colección de festivales
La Costa Brava es territorio festivalero al 100%. Y no me refiero que sea sólo para el verano o únicamente consistentes en conciertos de música. Por supuesto que en esta época los hay, y muchos, y acuden los mejores artistas del panorama nacional e internacional. Pero una región que sólo en 2015 ha programado 83 festivales en 330 espacios escénicos y casi 1500 actuaciones en directo es evidente que tiene una agenda cultural y de ocio que a ver quién no le apetece presenciar algún espectáculo. En mi último viaje acudí a 3 conciertos de 3 festivales distintos (Cap Roig, Peralada y Tempo sota les estrelles) para ver tocar a Julieta Venegas, a los «chicagoans» más setenteros Earth, Wind and Fire y a esa voz de New Jersey llamada Nicolle Rochelle junto a la Jove Big Band de Girona que son puro jazz.
La clave de muchos de los festivales en la Costa Brava es que su concepto acerca al público a escenarios impresionantes (en Peralada o Cap Roig hay un castillo de fondo) y nada masificados.
No te pierdas el reportaje de Costa Brava, territorio festivalero, que publiqué en este mismo blog.
5. En Calella viviría para siempre
Calella de Palafrugell sintetiza la esencia del pueblo con mar con el que había soñado siempre. Enclavada en un entorno privilegiado y con la playa llegando a la puerta de algunas casas, Calella te atrapa sin avisar. Sus pareces encaladas para ser completamente blanca se perfuman con la brisa mediterránea, la misma que llama a las ventanas y acaricia esas cortinas semitransparentes con las que sus privilegiados moradores no pierden de vista al mar. Calella no es que sea para el verano sino que es EL VERANO en toda su magnitud. Desde que se atraviesan sus arcos se da forma a un hechizo que te permite vagar entre los botes de pescadores y la sombra de los arcos que asoman a la playa.
En el Hotel Sant Roc está «el balcón de Calella», donde dormir es sólo una excusa y cenar con vistas a este pueblo marinero una coartada irrefutable.
6. Quiero conocer (y transitar) más prolongadamente los caminos de ronda
El camino de ronda (o camí de ronda) se refiere a un largo y profundo sendero que bordea la escarpada Costa Brava desde la frontera por el que los Guardias Civiles transitaban con objeto de vigilar el contrabando que llegaba a España. Hoy día el motivo por el que la gente utiliza los caminos de ronda es para hacer un senderismo excepcional con vistas, arribar a una cala perdida o dejarse llevar por los paisajes mediterráneos más exquisitos. Entre escarpaduras y pinares surge una llamarada de luz azul turquesa donde no se mueven las olas sino que surgen auténticas piscinas naturales en las que desafiar el calor estival.
En este último viaje por tierras gerundenses sólo pude cubrir un tramo pequeño entre Llafranc y Calella de Palafrugell, pero me inspiró para hacer algún día una ruta a pie mucho más larga con la que seguir descubriendo rinconcitos eternos de la Costa Brava desde lo alto de los acantilados.
7. El románico catalán se hace Leyenda en el monasterio de Sant Pere de Rodes
Llegar en coche al monasterio de Sant Pere de Rodes, en un enclave del Golfo de Roses y encajonado en la montaña a más de 500 metros de altura, es ya de por sí una aventura. La sinuosidad de la carretera es una de esas consecuencias de calma tras la tormenta. En este caso esa paz nos trasladó a uno de los lugares más especiales que la Edad Media dibujó en la Costa Brava. Este monasterio benedictino donde se dice llegaron las reliquias del apóstol San Pedro, se levantó como una fortaleza inexpugnable que a su vez estaba vigilada por un castillo en la cima de la montaña. Sant Pere de Rodes es puro románico catalán, con ventanas geminadas dividiendo una gran torre rectancular, que no le pierde la vista al mar.
8. Podría quedarme durante horas observando el retablo de alabastro de Castelló d’Empúries
Castelló d’Empúries se trata de otro de esos pueblos amurallados de la Costa Brava como Peratallada que no hay que perderse bajo ningún concepto. Cuando los Condes de Ampurias fijaron aquí su residencia, la vida de este municipio cambió para siempre. Al igual que otras localidades de la zona cuenta con un importante barrio judío y construcciones históricas bien preservadas. Pero tiene algo único, la catedral del Ampurdán que no es catedral. Me explico, aunque las dimensiones de Santa María eran absolutamente catedralicias nunca llegó a vivir aquí un obispo, por lo que jamás pasó de ser basílica. Pero con independencia de ese hecho considerado un puro formalismo, que nadie lo dude, la catedral ampurdanesa tiene aquí uno de los edificios religiosos más espléndidos no sólo de la provincia sino de toda Cataluña.
El pórtico del templo gótico es un primor (con la escena de la Adoración de los Reyes Magos y los doce apóstoles), pero el secreto mejor guardado de este lugar es el retablo de alabastro posado en el Altar Mayor. Su delicadeza y detalle lo convierten en la obra cumbre de la escultura gótica catalana. Para admirarlo hace falta luz y tiempo, mucho tiempo (además de un donativo de 1´5€ para la necesaria conservación del templo). Este conjunto escultórico que representa la Pasión de Cristo y que está rematado en su parte superior por una hornacina con la Virgen de la Candelaria y el Niño Jesús en brazos sorprende por el realismo de cada una de sus escenas. Y, sobre todo, por los pequeños detalles, como la expresividad de los rostros o las meras y meditadas dobleces en el calzado de los personajes. Nada tiene que ver con el azar aquí. Por ello recomiendo escudriñar esta fantástica obra de arte centímetro a centímetro, buscando los monstruos y demonios que no están a la vista, persiguiendo con la mirada a los angelotes y encontrándose con un montón de preguntas sin respuesta. Merece la pena.
9. Girona es una base excelente para explorar la zona
Ya no sólo por su comunicación y facilidad para explorar la Costa Brava y los alrededores hasta llegar a los Pirineos. Girona es sencillamente espectacular. En estos días de escapada #inCostaBrava (es el hashtag más usado en la región) la base la plantamos en la capital de la provincia. No tiene mar, ya lo sé, pero…¿Y qué más da eso? Cuando se posee uno de los barrios judíos del medievo más completos y mejor conservados en toda Europa, un casco viejo porticado durante cientos de metros, un puente de hierro con alma eiffeliana que se asoma al río Onyar donde irse sin la foto es pecado capital o un rincón tan exquisito y romántico como la soberbia escalinata de la Pujada de Sant Domènec (Cuesta de Santo Domingo) lo demás resulta indiferente. Y no he hablado de que el mejor restaurante del mundo, el Celler de Can Roca (Calle Can Sunyer 48), se encuentra allí.
Alojados cerca de la Estación y con coche alquilado, nos plantábamos en la playa o en un perdido pueblo medieval en menos de treinta minutos. Y además que nadie piense que Girona se queda sola durante el verano. Allí también sus festivales gozan de buena salud. En la Plaça dels Jurats, en pleno centro histórico, el Festival Tempo sota les estrelles regala buena música (y quien sabe si una copita de cava) con la muralla vieja como parte del escenario.
10. Profundizar por la provincia es esencial. Tanto como ir a Besalú
Besalú no es Costa Brava y sí Garrotxa. Pero marcharnos del norte de Cataluña sin admirar Besalú desde su puente viejo hubiera sido un auténtico sacrilegio. A menos de tres cuartos de hora en coche desde Girona, esta localidad puede presumir de poseer una de las postales medievales con más gloria, sensibilidad y emoción de todo el continente europeo. Y no caben aquí exageraciones por mi parte. Basta con llegar hasta el Pont Vell por el que pasa el río Fluvià y darse cuenta de que muy pocos sitios tienen tanta personalidad (y tantas fotografías).
En definitiva, que este viaje por la Costa Brava merece extenderse ya de los términos absolutos, de las lindes que nos indican los mapas. De hecho soy partidario de romper dichos mapas y fronteras de papel, de ir comarca a comarca, pueblo a pueblo, en busca de esos lugares únicos. Cadaqués, Figueres, Cap de Creus, Begur, Tossa de Mar, Pals, Peratallada, Roses, Calella… todos son protagonistas en un viaje al corazón de todos y cada uno de los pueblos mediterráneos en oriente y occidente.
Yo no nací en el Mediterráneo como Serrat, pero cada día sueño con encontrarme con él una vez más. Y, en ocasiones como ésta, lo consigo.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
+ Canal Facebook
+ Instagram @elrincondesele
PD: No te te pierdas más artículos dedicados a la Costa Brava así como a RINCONES DE ESPAÑA.
6 Respuestas a “10 cosas que aprendí en mi último viaje a la Costa Brava”
Esplendido reportaje de algunas de las maravillas que nos puede ofrecer la Costa Brava.
Realizar el camino de Ronda para ir descubriendo encantadoras calas escondidas y pueblos pescadores…. es algo que recomiendo 100%. Espectacular!!
Muchas gracias Sele
PD: yo también nací en el Mediterráneo… 😉
buena recopilación de un lugar maravilloso
Fantástico post El Rincón de Sele: Crónicas de un viajero alrededor del mundo! 🙂
Girona fue una gran sorpresa cuando la visitamos. Es para verla con tranquilidad 🙂
[…] verano, en pleno agosto, tuve la oportunidad de vivir un concepto festivalero muy diferente en la Costa Brava. La provincia gerundense, y no sólo durante el estío, se encarga de organizar múltiples eventos […]
[…] la provincia de Girona, casi apostada a la entrada de los Pirineos, suficientemente alejada de la Costa Brava como para poder contemplar el azul del mar Mediterráneo pero no tanto como para que éste no […]