El Ángel de Monteverde, un secreto de Madrid envuelto en mármol - El rincón de Sele

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El Ángel de Monteverde, un secreto de Madrid envuelto en mármol

Un ángel con formas femeninas modelado en mármol de carrara con la maestría que el italiano Giulio Monteverde confería a sus obras. Sentado o, mejor dicho, sentada sobre una tumba, esta Ángela tan maravillosa protege y tapa con una sábana a la persona a la que está dispuesta a custodiar por toda la eternidad. Probablemente estemos hablando de la escultura más delicada, sublime y perfecta que se halla en la Comunidad de Madrid, pese a que son muy pocos quienes lo saben realmente. Y es que no se encuentra a la vista de todos en una Plaza, un Museo o un Palacio, ni tan siquiera en una mansión centenaria… Esta figura digna de admirar está ubicada en el interior del panteón familiar que los Marqueses de la Gándara tienen en el Cementerio madrileño de San Isidro. Desde los últimos coletazos del Siglo XIX, el Ángel de Monteverde, una de las grandes obras escultóricas de aquel siglo se ha guardado en un interior cerrado a cal y canto durante décadas y tan sólo se puede observar tímidamente desde una rendija. Hace algún tiempo tuve la ocasión de participar en una visita guiada por el cementerio que hicieron a algunos medios y nos abrieron las puertas del panteón para contemplar con gran privilegio uno de los mayores secretos artísticos de la capital de España.

Ángel de Monteverde (Madrid)

Dado que los descendientes de los marqueses enterrados en su mausoleo de San Isidro ya no viven en Madrid siempre ha sido muy difícil entrar a ver al Ángel de Monteverde. Aquel día sentí que me abrían la puerta a un tesoro oculto. En cierto modo era así.

EL ÁNGEL DE MONTEVERDE: EL SECRETO DE SAN ISIDRO

En más de una ocasión he afirmado que el Cementerio de San Isidro, en Madrid, es una de las visitas más interesantes y sorprendentes que se pueden hacer en la ciudad. Y que por desconocimiento, en primer lugar de los propios madrileños, este pedacito de historia de los dos últimos siglos aún guarda el silencio y la inocencia de ese baúl olvidado que acumula polvo y disimula una grandeza exquisita. Es algo así como un Museo al aire libre con obras escultóricas magníficas, alguna que otra Leyenda e incluso restos de la guerra civil grabados a fuego y metralla en sus muros.

El camposanto de San Isidro, fundado en 1811 siendo el primero llevado fuera del casco urbano, fue la última morada de célebres y acaudalados personajes de los Siglos XIX y principios del XX. Allí se levantaron mausoleos de gran envergadura como si fuese una plasmación de la opulencia de los personajes y sus títulos y, en cierto modo, una competición que se iba más allá de esta vida.

Paseándose en los adentros del Patio de la Concepción uno puede darse cuenta de esta élite enterrada aquí y de algunos detalles magníficos en sus tumbas o panteones familiares, señal de su ambición en ser recordados por siempre. Hay verdaderas joyas… pero ninguno esconde lo que tiene el de la Familia de la Gándara tras su puerta enrejada. En sí la totalidad del Mausoleo es impresionante, con sus extramuros octogonales convenientemente decorados con las virtudes teologales: Religión, Esperanza, Fe y Caridad. A la entrada, columnas de ricos capiteles, y un escudo familiar se abrigan por encima de la puerta. Tras ellos se puede leer un lema que se repite tanto fuera como por dentro del panteón y que dice así: «Verlarse debe la vida de tal suerte que vida quede en la muerte». Persiste esa idea de pervivir en el tiempo…

Panteón de la Familia de la Gándara (Cementerio de San Isidro, Madrid)

Normalmente, y sabiendo el secreto que guardan tras las paredes los Marqueses de la Gándara, uno puede mirar por el rabillo del ojo por la puerta enrejada que da acceso al interior del Panteón. Pero aquel día pude ver de cerca y desde todos los ángulos al Ángel de Monteverde, a aquel ser andrógino que mezcla rasgos femeninos y masculinos y cobra vida en mármol de carrara, que acaricia con su mano el manto que cubre la tumba de la que jamás podrá separarse.

Fotografía del Ángel de Monteverde (Cementerio de San Isidro, Madrid)

La maravillosa Ángela reina en todo aquel espacio. La delicadeza de sus formas está acorde con la suavidad que transmite, la misma que pude palpar tocando tímidamente sus manos. El manto y su túnica ligera como el aire se entremezclan con la maestría que le confirió este heredero de los genios italianos de los últimos quinientos años. La ondulación de las telas pétreas nos hace creer que es una imagen real congelada y convertida en mármol. Su mirada es la única que permanece alejada de allí, como si sólo se percatara de sus propios pensamientos.

Fotografía del Ángel de Monteverde (Cementerio de San Isidro, Madrid)

Los rizos de su cabello con oleaje y su rostro angelical esconden un misterio que se perdió en la imaginación de Giulio Monteverde, baluarte del arte funerario italiano quien traspasó fronteras y océanos (tiene otra «ángela» en Génova e incluso en el Cementerio de la Recoleta de Buenos Aires) e inspiró a otros muchos artistas. Las estrellas de su vestido y sus brazos nos muestran posibles símbolos masones, los cuales uno se encuentra también en la fachada exterior del panteón.

Fotografía del Ángel de Monteverde (Cementerio de San Isidro, Madrid)

Las grandes alas de este ángel misterioso están labradas hasta el más mínimo detalle, como un manto de plumas espectacular que nace bajo los hombros y muere casi en los suelos del mausoleo. Mientras tanto juguetea con sus pies, aunque no oculta el daño sufrido en uno de ellos tras los combates de la Guerra Civil española que tuvieron lugar en el cementerio y que provocaron la entrada de balas y metralla afectando al equilibrio exacto y perfecto conseguido por el escultor italiano. En realidad si uno se fija, San Isidro está repleto de huellas de la contienda vivida entre 1936 y 1939. Y la preciosa Ángela no se escapó del desastre, aunque el milagro es que sobreviviera casi por completo.

Fotografía del Ángel de Monteverde (Cementerio de San Isidro, Madrid)

Casi adormecida en su cama de mármol y acariciando el manto sobre el que está sentada… custodia a la vez que sella sus labios para siempre. La que sin duda es la sepultura más trabajada y excelente del cementerio sabe que en apenas minutos volverán a sellarse unas puertas que muy pocos han cruzado. Quizás porque nadie o casi nadie supo nunca que se encontraba allí, siempre permaneció en la letanía de días largos y silenciosos, dando la espalda al ventanal que le regala la luz que filtran los cipreses. Su atención no está fuera sino allí dentro, con los Marqueses de la Gándara. Sólo una inscripción recuerda que vino de Italia para quedarse : «Giulio Monteverde. Scolpi in Roma. Anno 1883«.

Fotografía del Ángel de Monteverde (Cementerio de San Isidro, Madrid)

Fotografía del Ángel de Monteverde (Cementerio de San Isidro, Madrid)

Cerraron las puertas y la dulce Ángela se quedó de nuevo languideciendo en el anonimato de su morada. Y yo me marché pensando que acababa de contemplar la escultura más hermosa, con diferencia, que había visto jamás en Madrid. Nunca me hubiera imaginado que no estaría dentro de un museo, un palacio o embelesando una Plaza como quizás si hubiera podido encontrarme en alguna ciudad italiana. Quizás es lo que tiene el arte fúnebre, que está destinado también a otros ojos que ya se apagaron para toda la Eternidad.

Fotografía del Ángel de Monteverde (Cementerio de San Isidro, Madrid)

Me dirijo a Marta Sanmamed, autora del libro «Aquí yace…o no» (Ed. Oberon), quien me descubrió a «Ángela» y que doy fe es la mayor conocedora y admiradora de esta obra escultórica y le pregunto qué le inspira o sugiere la misma. Su respuesta a mi correo electrónico no puede ser más explícita:

<<Me pregunta mi buen amigo y envidiado viajero Sele por mi Ángela y llevo un rato largo delante del ordenador tratando de enlazar adjetivos (bella,sensual, sugerente, cautivadora, adictiva…) con ciertos verbos (revelar, descubrir, admirar, atolondrar…) para que resulte algo mínimamente coherente y que Sele no me retire el saludo y la palabra. Desconozco las conexiones maliciosas que está haciendo mi cerebro (¿será el hemisferio derecho o el izquierdo?) y que me están llevando a mis diecisiete  años roja cual bandera de UGT cuando alguien me preguntaba por mi primer novio. Marta se ha enamorao, canturreaban mis amigas, Marta está enamorá. Y yo negando con todas las partes de mi cuerpo con las que se puede negar y liberando #VengaYas avergonzados hasta delante de mi madre que tiene ojos de chamana y no hay forma de colarle ni una.

 Fotografía del Ángel de Monteverde (Cementerio de San Isidro, Madrid)

Mi Ángela es la Diosa, la Madonna, María, la reina de las hadas, Eva, Démeter, Afrodita, el espíritu de la madre tierra… La Mujer. Está sentada sobre un sepulcro dentro de uno de los panteones más espectaculares del cementerio de San Isidro y dicen que es de mármol. Me gusta estar a su lado, acariciar la túnica que la envuelve y agarrarme de su mano para pasear entre tumbas. Me gustan los ojos de los visitantes y los suspiros de los que inevitablemente caerán rendidos ante ella. Me gusta cuando sonríe. Me gusta cuando se ausenta. Me gusta tenerla para mí sola. Marta está enamorá. #VengaYa! >>

Por fortuna, desde no hace mucho, se llevan a cabo visitas guiadas al Cementerio de San Isidro y Marta es una de sus máximas impulsoras. Las llaves del panteón que estuvo cerrado durante décadas, y de otros tantos (muy recomendable el de los Duques de Denia, con un Cristo majestuoso elaborado por Mariano Benlliure) abren las puertas a esas obras de arte escondidas en la Sacramental. Para realizar estas visitas y conocer increíbles historias que hay detrás de muchas de las tumbas podéis informaros y reservar a través de la dirección web cementeriodesanisidro.com/category/visitas-guiadas

Madrid en muchas ocasiones me recuerda a un viejo secreter de los que se utilizaban antaño para guardar cartas, documentos y también esconder secretos en cajones que uno no es capaz de encontrar a simple vista. Es una ciudad de la que se habla mucho pero en la que se indaga poco, capaz de sorprender a propios y extraños con detalles que quizás no se valoren lo que debería. Este es un ejemplo de ello, de que merece la pena quedarse, hospedarse y dedicarle más días de la cuenta si se viene de fuera. Y en muchos casos, incluso que los propios madrileños nos demos cuenta de una vez por todas que hay joyas como la de Monteverde que nos están esperando donde ni siquiera podríamos imaginarlo.

¿A qué esperamos para seguir descubriendo los secretos de Madrid?

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* Si quieres saber más sobre este camposanto te recomiendo leas Paseo fotográfico en el Cementerio de San Isidro.

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