Querido anecdotario viajero II - El rincón de Sele

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Querido anecdotario viajero II

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Hace poco que iniciamos la sección titulada Querido anecdotario viajero cuyo objeto es recordar algunos de esos sucesos curiosos o atípicos que he tenido la suerte (o bastantes veces la desgracia) de vivir por el mundo. Anécdotas nacidas en los muchos viajes realizados desde que me enfundara la mochila por primera vez y, desde entonces, no parara de hacerlo.

Vaca callejera en la India

Si os gustaron las anécdotas del primer capítulo, hoy os narraré cómo por poco no me pilla una guerra no prevista, cómo hay que mirar bien donde hacemos nuestras necesidades estando de viaje, algunos momentos de terror en un avión, el día que perdí el juicio (y la vergüenza) en un templo de la India o cómo fue el «inolvidable» primer día de playa con nuestro hijo. 

Anécdotas de mi cuaderno de viajes (II)

Cuando se viaja no dejan de suceder cosas todo el tiempo, tanto a uno mismo como, sobre todo, a su alrededor. Unas son más gratificantes y otras nada. Pero es que si no surgieran momentos y contratiempos, no sería un viaje. Para eso mejor encerrarse en casa viendo la televisión. Viajar puede llevarnos a situaciones no previstas, como la de la primera anécdota de hoy o a momentos de auténtica locura y diversión en los que dejas de ser quien creía que eras.

¿Preparad@s? Allá van las anécdotas viajeras de hoy:

+ Pocas horas antes de que Israel bombardeara Líbano en el verano de 2006 (Segunda Guerra del Líbano) yo andaba con mis amigos del barrio visitando las ruinas arqueológicas de Baalbeck, en el valle de la Bekaa, y uno de los bastiones del brazo político y militar de los musulmanes chiítas de Hezbolá, considerados por multitud de países como un grupo terrorista. Si el 12 de julio comenzaba un conflicto que bloqueó por completo Líbano y en el que fueron bombardeados barrios enteros, autopistas, aeropuertos, puentes y otras infraestructuras esenciales, el 11 estábamos viendo vender camisetas del grupo armado en las calles de Baalbeck. Y un día antes montando en bicicleta por la Corniche de Beirut, una ciudad en la que lo mismo veías un concesionario de Porsche y un escaparate de Gucci, que sacos de arena en los que refugiarse de los balazos o edificios agujereados por los misiles de la primera guerra del Líbano (1975-1990) junto a novísimos rascacielos y apartamentos de lujo.

Mezquita en Baalbeck (Líbano)

Este conflicto bélico que sorprendió a propios y extraños porque se desató de manera repentina fue el enésimo golpe a un país sin demasiada suerte. La que no nos faltó a nosotros que, decidimos, cruzar a Siria (en ese momento territorio seguro) un día antes de lo previsto para ir a visitar el teatro romano de Bosra y pasar la frontera con Jordania. Por la mañana cuando leímos la prensa no podíamos creernos lo que acababa de suceder. Y es que, en condiciones normales, los bombardeos de un país en guerra nos podía haber pillado allí mismo. Además nuestras familias pensando que aún no habíamos salido de Líbano. ¡Menudo susto!

Edificio bombardeado de Beirut (Líbano)

+ Un lugar del todo inoportuno para hacer pis. A la pobre Rebeca, que menudo viaje a África le dimos en 2009, estando en una de las islas del impresionante Delta del Okavango (Botswana), me pidió que le acompañara a un sitio algo más apartado y ajeno a las miradas de la gente para hacer aguas menores. No se me ocurrió mejor idea que ir detrás de un termitero. En un momento de pantalones ya bajados una enorme cobra de color negro se incorporó desde el suelo agitando su cabeza puesto que, al parecer, se encontraba plácidamente en el lugar escogido para la evacuación de líquidos. Tiré de Rebeca hacia mí y la cobra se marchó por lado contrario. Por escasos segundos el pompis de mi mujer no se convirtió en la diana de un reptil muy venenoso.

El Delta del Okavango desde una avioneta

+ Las típicas cosas que te pasan en un vuelo. Como aquella vez que cayó un rayo en el avión que nos llevaba a París, sonando una explosión tal que pensábamos que había estallado algún motor. El pasaje se quedó mudo durante lo que quedó de vuelo, se abrazaron los unos a los otros al aterrizar y Rebeca, mi mujer, lo primero que dijo al tocar el suelo es que se iba de inmediato a la estación de trenes (Gare de Lyon) para comprar su pasaje de vuelta a casa porque no pensaba tomar un avión más en su vida. Por fortuna recapacitó esa misma noche cuando paseamos por las calles iluminadas de París en Navidad. Por otro lado nuestro avión procedente de India se quedó casi hora y media sobrevolando los alrededores de Dubai porque estaba cayendo la tormenta del siglo en Emiratos Árabes. Mientras sobrevolábamos una tormenta inédita en décadas en pleno desierto, en megafonía nos dijeron que como se está agotando el combustible y que nos veíamos obligados a aterrizar en otro aeropuerto. Al final sí pudimos llegar a Dubai, perdiendo el vuelo de conexión a Madrid, aunque era lo de menos después de estar bordeando el cielo aéreo dubaití durante unos interminables (y movidos) noventa minutos. De hecho más nos valía pisar la pista de aterrizaje, en ese mismo viaje, pero en sentido de ida, nos subimos a un avión de Delhi con destino a Jabalpur (íbamos a hacer un safari para ver tigres en Kanha y Bandhavgarh) con las bandejas de los asientos sujetas con celofán y una puerta del baño que se abría y cerraba a nuestro lado de manera constante.

Cartel de la película

Peor fue aquella vez que regresando de las Islas Galápagos se murió un pasajero a bordo que se dirigía a Guayaquil, como nosotros. Al parecer este infortunado turista había tenido un contratiempo buceando en aguas del archipiélago y subió ya muy enfermo al avión para que le trataran en un hospital más preparado para asistirle. Lamentablemente nunca llegó a su destino.

+ Un baile en un templo de Khrisná en India. Concretamente en Mathura, considerado el lugar de nacimiento de una de las deidades más veneradas en el país asiático. Esta ciudad, situada a 150 km al sur de Delhi, es la versión reducida de Varanasi, con sus ghats y templos a orillas del río Yamuna. Aún no sé cómo fue pero junto a mi amigo Víctor Alonso terminé involucrado de forma descontrolada en una danza multitudinaria en un templo cuyo nombre aún desconozco. Quien me conoce sabe que no he tomado drogas en mi vida (bueno, setas en Ámsterdam una sola vez) y que tampoco pruebo el alcohol. Así que no sé lo que sucedió aquel día pero no puedo quitarme de la cabeza el sonido de los tambores ni esa imagen inédita y ridícula para alguien que no bailó casi ni en su boda. ¿Qué tendrá la India que nos vuelve locos a todos?

En un templo cualquiera de Mathura (India)

+ El primer día de playa con mi hijo Unai no empezó de la mejor manera posible. En realidad se mezclaron múltiples factores para que éste fuera del todo inolvidable. Nuestro propósito era desplazarnos hasta Areas, una de nuestras playas favoritas en la zona de Sanxenxo (Rías Baixas) donde llevo yendo desde los quince años. Era domingo y hacía bastante calor, además era víspera de la festividad de Santiago, por lo que presumíamos iba a haber mucha gente. Salimos más tarde de lo previsto y no encontrábamos donde aparcar (en Areas suele ser fácil casi cualquier día del año) por lo que tuvimos que dejar el coche en un aparcamiento privado en cuesta que formaba parte de una finca sin explotar y que aprovechaban sus dueños en verano para hacer dinero. Cuando me disponía a sacar al bebé de su silla me di cuenta que se había «cagado» a base de bien. Se le había salido «todo» del pañal y me había puesto el coche perdido. Para más inri no dudó en frotar sus manos manchadas de heces sobre mi camiseta y que nos hubiésemos olvidado en casa el cambiador.

Playa de Rías Baixas (Galicia)

Mientras le cambiábamos como podíamos empezaron a tirar cohetes detrás nuestro como parte de una fiesta marinera. ¡Pero es que a Rebeca le dan pavor los petardos! Aún así no nos resignamos a ir a la playa y, ya que llevaba una balsa inflable para que el pequeño Unai se remojara sin helarse (el agua de las playas gallegas es muy fría para meterlo de sopetón) me puse a hincharla in situ con el inflador de coche que me había comprado como buen padre primerizo. No debí hacerlo muy bien porque parte de la balsa explotó a los pocos segundos. Y eso que Rebeca me había advertido que sucedería. Así fue como comenzó la primera jornada de playa con Unai, con mierda hasta el cuello y una balsa rota.

Unai en la playa

¡Próximamente más historias en Querido anecdotario viajero!

Intenso el Querido anecdotario viajero de hoy, ¿no creéis?. Si no habéis leído las anteriores anécdotas viajeras os recomiendo que lo hagáis. Y si os han quedado ganas de más, no os perdáis los próximos relatos. Cuidado con lo que hacéis y recordad que una cobra puede aparecer en cualquier momento.

¿Queréis participar en Querido anecdotario viajero?

 

Enviadme vuestras mejores anécdotas y las publicaré en capítulo especial. Basta con un párrafo o dos como máximo. Este es el correo al que debéis hacer llegar las historias:

 

¡¡Salud y viajes!!

Sele

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