Lisboa fue la ciudad del sí quiero... - El rincón de Sele

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Lisboa fue la ciudad del sí quiero…

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Nunca lo había pensado. O quizás sí. Pero tengo la impresión de que la ciudad más romántica del mundo es Lisboa. Siempre fiel a sí misma, dulce, melancólica y tan de verdad, que no se siente uno dentro de un decorado repetido. Lisboa es única, desde Baixa hasta el Barrio Alto, desde Chiado hasta la Alfama, parando antes en Belém para degustar unos deliciosos pastéis y seguir la marcha. Será por su pátina desgastada, el tranvía 28 escondiéndose detrás de la catedral o todas y cada una de las noches del miradouro de Santa Luzia donde a lo lejos se escucha un fado desgarrador. Por eso y muchas cosas más preparé un fin de semana especial para pasar con mi chica. Y por eso guardaba en el bolsillo un anillo de compromiso con el que pedirle a ella, a Rebeca, que se casara conmigo.

Atardecer en Lisboa

Yo, que siempre fui de las personas que huían del compromiso y que pensaba que no necesitaba estar enamorado, me sentía como un flan esperando el momento perfecto para hacer la pregunta de mi vida y escuchar las palabras mágicas de «Sí, quiero».

Ella no se imaginaba nada. En realidad no se lo imaginaba nadie. Sólo mi madre, guardiana de un secreto que le había dejado sin reacción durante los primeros días en los que puso todo el empeño para ayudarme a encontrar un anillo para Rebeca. Aquella escapada a Lisboa disfrazada de viaje de fin de semana escondía unas intenciones que llevaba mucho tiempo meditando. Era tanto lo que habíamos vivido juntos, tantos recuerdos almacenados, que no encontré mejor forma de saborear el pasado que sellando el futuro en una fiesta que fuera su día, nuestro día.

En una relación tan curiosa como la nuestra, que nos conocimos trabajando, que fuimos amigos íntimos durante años y que después dimos un paso inesperado nada más y nada menos que en la ciudad de Las Vegas donde, al parecer, no todo se queda, el destino también iba a estar envuelto dentro de un viaje que tenía que ser especial a la fuerza. Habíamos tenido decenas de aventuras juntos en muchos rincones del planeta, pero la ilusión nunca se despejó del tablero. Podía ser cualquier lugar, pero no debía ser cualquier lugar. Lo dictaría el corazón, el momento y esos ángeles de la guarda que nos guían sin que lo sepamos. Y Lisboa tuvo que ser…

Vistas desde el Castillo de San Jorge (Lisboa)

Hacía toda una década que no iba a la capital de Portugal. Nunca había regresado desde aquellos primeros pasos viajeros. Tenía muchos recuerdos de la ciudad y con ellos formulé en mi cabeza el escenario ideal. No tenía ninguna duda, no hay ciudad más romántica para mí que Lisboa.

Imagen de LisboaNo sabía si iba a ser el primer día de viaje, el segundo, o si no iba a tener agallas obligándome cobardemente a abortar misión. Los hados (y fados) lisboetas dictarían sentencia a orillas del Tajo, con ese humo que salían de los puestos de castañas asadas que nublaban La Baixa de un aroma que me transportaba directamente a mi niñez. De la mano, traté de hacer de cicerone en una ciudad que no se me había olvidado un milímetro. Bajando de nuestro alojamiento en Lisboa en plena Avenida da Libertade, el boulevard más parisino de la ciudad, llegábamos a Restauradores, de ahí a la Plaza de Pedro IV dejando a un lado la mítica Estação Ferroviária do Rossio. Después nos perdíamos en la cuadrícula de Baixa, ese alarde europeizador del Marqués de Pombal después del fatídico terremoto de 1755 que había echado abajo gran parte de la ciudad. Allí se encuentra la Lisboa más europea y abierta, aunque con rasgos inconfundibles como las pastelerías tradicionales, las marisquerías y ese final prodigioso en Praça do Comércio que asoma el color amarillo de su fachada a un fondo encantador como es el estuario del Tajo. Bastaba ese paseo para que Rebeca se hubiese enamorado irremediablemente de Lisboa, y eso que aún no había visto nada.

En la Plaza del Comercio (Lisboa)

Subimos al Arco del Triunfo de la Rúa Augusta, que habían rehabilitado recientemente y desde el cual disfrutamos unas vistas fabulosas del barrio del castillo, la Alfama y, por supuesto, esa Baixa que se posaba a nuestros pies. El último sol de ese día 1 de noviembre de 2013, precisamente aniversario del gran terremoto de Lisboa, me hizo meditar si era el momento ideal para sacar ese pequeño tesoro al que me aferraba tanto como Frodo o Gollum en El Señor de los Anillos.

Vistas desde el Arco del Triunfo de la Rúa Augusta (Lisboa)

También caminamos juntos por las cuestas que llevaban a La Sé (La Catedral) descubriendo varias iglesias y rinconcitos que también eran nuevos para mí. Dado que se nos había hecho demasiado tarde para subir al castelo de São Jorge lo dejamos para el día siguiente, pero no fue óbice para dejarnos perder por la Alfama, el barrio más auténtico de Lisboa y el mismo que vio nacer el fado a través de la melancolía susurrada con pasión en las tabernas por mendigos, prostitutas y nostálgicos enfermos de esa saudade de la que tanto se habla en estas tierras.

Tranvía de Lisboa

Allí la noche se prestaba a las luces de los faroles que no todo lo iluminaban, las escalinatas hacia ninguna parte, las paredes de las casas besándose en los labios de viejos callejones y tabernitas esperando comenzar sus cenas con espectáculo de fado, como no podía ser menos. Alfama es todo desgaste de los años, como si nadie hubiese tocado o arreglado nada en décadas para dejarla tal y como está. Será esa la razón, quizás, de que se pierda en la memoria de los portugueses como la dueña de todas y cada una de las verdades y tristezas cantadas a coração abierto con ese acento tan entrañable que tienen los lusos.

Foto de Alfama (Lisboa)

Tras ese caminar a escondidas por Alfama regresamos a Baixa. Desastre de mí, me apoyé con el brazo en una pared recién pintada en la que no había cartel alguno. Estaba claro que no todo podía ser perfecto, pero, ¿y qué más daba? Ambos nos reímos mucho de mi acostumbrada torpeza de mancharme en los momentos más inoportunos pero no le dimos la menor importancia. Y desde una de las calles que partían del lateral de la Estación de Rossio empezamos a subir por unas escalinatas que dejaban descubrirse poco a poco unas vistas maravillosas del Castelo de São Jorge que quedaba justo enfrente. Aquella era la conocida como Calçada do Duque, situada en la frontera invisible entre Baixa y Bairro Alto, en la cual aprovechaban algunos restaurantes para sacar sus mesas fuera en un sorprendentemente caluroso primero de noviembre. Me di cuenta que allí tenía que estar el lugar que buscaba, y entre los muchos sitos tradicionales para cenar que había escogimos uno en el que nos proporcionaron una ventana que se asomaba al castillo iluminado por la noche.

Vistas desde la Calçada del Duque (Lisboa)

No podía esconder el secreto más tiempo. Estaba nervioso y no era capaz de disimular hasta los postres. Rebeca me veía raro y se le notaba en la cara. Yo pensaba que sospechaba algo pero, muy al contrario, ella creía que estaba avergonzado por ir con la manga manchada de pintura blanca. Mis manos en los bolsillos acariciaban la cajita que envolvía a ese anillo que había escogido para ella. Y de repente se puso a hablar de bodas casualmente. Ilusa, no pensaba que estaba a punto de proponerle la suya… Así que antes de que siguiera le pedí me dejara hablar un momento. No recuerdo exactamente qué le dije y cómo lo dije pero la frase de ¿quieres casarte conmigo? apareció en el guión original mientras le hacía llegar a sus manos la caja con su anillo. No hubo ninguna pausa sino cara de incredulidad, una sonrisa y un… sí, claro que quiero casarme contigo.

La cena en la que le pedí a Rebeca que se casara conmigo

Y fue allí, en esa pequeña mesa que daba a una ventana con vistas preciosas de Lisboa, junto a un bacalhao y un plato de arroz caldoso con marisco, donde le conté el secreto que llevaba tiempo rumiando en mis adentros, desde el estómago hasta el corazón. Porque hacía mucho que tenía claro que era ella la persona con la que quería pasar el resto de mi vida. Su reacción fue la mejor para mí, teníamos los dos en la cara una ilusión que no nos la hubiésemos creído años atrás, cuando siendo amigos nos contábamos nuestros escarceos y el para siempre parecía una quimera que no estaba hecha para nosotros. El destino nos había juntado tras no pocos devaneos y la vida nos estaba dando la oportunidad perfecta para convertir el «yo» en «los dos».

Rebeca enseñando el anillo de compromiso

Nuestro estado de atontamiento de una pareja enamorados que querían dar un paso más en su relación se quedó con nosotros esa noche, y al día siguiente, y al siguiente… Lisboa fue el mejor de los testigos que pudimos tener. Nos acompañó dentro de un viaje compuesto de pequeños momentos en la Torre de Belém, el maravilloso claustro del Monasterio de los Jerónimos (probablemente el más bello del mundo) o la primera vez que probamos los pastéis de Belém dándonos cuenta de lo que nos habíamos perdido durante toda nuestra vida.

En la Torre de Belém (Lisboa)

Nunca olvidaré aquel sonido taciturno y afligido de la guitarra portuguesa en el Miradouro de Santa Luzia, Alfama pura. Ni la tarde escondiéndose detrás del río Tajo, ni el humo de las castañeras, ni tan siquiera el 28. En definitiva, nunca olvidaré aquel fin de semana en Lisboa en el que los dos decidimos el día de nuestra boda…

Atardecer en Lisboa

Mirador de Santa Lucía (Lisboa)

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70 Respuestas a “Lisboa fue la ciudad del sí quiero…”

  • Sin dinero también se viaja: consejos para viajar barato, o al menos, más barato | El viaje de Lu dice:

    […] comentarios. Aprovecho para darle difusión a la súper iniciativa que tuvieron el bloguero Sele y otros amigos con las Tertulias Viajeras, en Madrid, y la que dedicaron a los trucos para viajar […]

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