Calatañazor, un encantador pueblo soriano congelado en la Edad Media
Cuentan que el nombre de Calatañazor venía del árabe Qal`at an-Nusur (قلعة النسور), que vendría a significar algo así como «castillo de los buitres». Curiosamente esa es una de las postales más características en esta bella localidad soriana de poco más de cincuenta habitantes que permanece arropada entre riscos de Historia. Los muros y torres roídas de un viejo fortín medieval hacen repicar el sonido del vuelo raso de estas aves carroñeras de tal manera que regala la sensación de que sus plumas oscuras acarician tus oídos. En Calatañazor el tiempo dijo basta hace ya muchos siglos. Como si se hubiese obcecado en permanecer anclado en la Edad Media y no ver mancilladas de ninguna manera las fachadas de las casas con sus característicos entramados de madera de sabina, las chimeneas cónicas por las que respiraban las cocinas de antaño ni el empedrado de canto rodado que hace de alfombra. Las efigies mozárabes de las iglesias advierten a los visitantes del viaje a través del tiempo que están a punto de emprender. El aroma a asado que impregna cada recodo y cada pared se encarga de hacer el resto y lograr, por unos instantes, que no te quieras marchar nunca de allí.
Calatañazor no sólo es un paseo con mucho que ver y hacer a través de una peculiaridad histórica y arquitectónica en peligro de extinción, sino además una de las mejores escapadas posibles en la provincia de Soria. De las de perderse en una especie de paréntesis geográfico y temporal. Tanto para unas horas como para quedarse a dormir, esta villa medieval garantiza una experiencia de las que no se olvidan nunca.
Calatañazor: Año Mil
«Para llegar al año 1.000 hay que salir por Golmayo, cruzar la paramera soriana, donde se aprietan las ovejas… Y de pronto, en un recodo a la izquierda lo increíble, Calatañazor.» Julián Marías.
He tratado de buscar la mejor manera de comenzar esta historia pero el escritor y filósofo Julián Marías ya dio la clave hace varias décadas. En su frase da tiempo incluso a sentir el frío de una mañana de invierno en Soria. Aquel día cualquiera del mes de enero los copos de nieve eran tan tímidos que apenas caían como una amalgama de minúsculas motitas de polvo. Nada que ver con lo sucedido tan sólo una semana antes en la que Calatañazor se volvió completamente blanca. Los restos de nevadas pasadas sobrevivían en algunos tejadillos y, como comprobaríamos más adelante, en las ruinas dentadas de un castillo solitario. Viniendo desde El Burgo de Osma, para ser concretos de nuestro refugio en la vieja universidad de Santa Catalina convertida en balneario, dejamos el coche a un lado de la carretera comarcal SO-P-5026 junto a la Ermita de la Soledad. Este templo románico de una sola nave llama la atención por su ábside semicircular y, sobre todo, por las extrañas figuras antropomorfas que sobresalen de los canecillos de la cornisa. Siempre me ha gustado revisar el inmenso catálogo de personajes y monstruos inventados para amedrentar a los fieles y recordarlos que lo que sucede en esta vida influye en lo que viene después de la muerte.
¿Qué ver en Calatañazor durante un paseo por la villa?
La arquitectura popular, el valor añadido de Calatañazor
Comenzamos el ascenso al pueblo sin más testigos que las primeras casas de barro y paja que permiten vislumbrar sus nervios en forma de recios entramados de madera. Antiguamente provenían de los resistentes sabinares, pero hoy día es difícil reconstruirla con este material puesto que no quedan demasiados bosques de sabinas (uno de ellos a pocos kilómetros junto a La Fuentona), así que lo restaurado suele ser ya de otro tipo de árbol. La clave de Calatañazor no está ni en su castillo ni en sus iglesitas románicas, sino más bien en que ha sobrevivido una muestra considerable de la arquitectura popular de la Edad Media.
Así que son las fachadas de las casas, muchas de ellas porticadas y sin un solo quiebro armónico, las que hacen que Calatañazor esté considerado como uno de los pueblos más interesantes y pintorescos de Soria y de todo Castilla y León. Sobre todo cuando en tantos lugares se han olvidado el valor histórico-artístico de las viviendas para levantar intrascendentes fachadas que no tenían que ver las unas con las otras. Algo tan fácil de encontrar en Francia (basta visitar el Périgord o Midi-Pyrénées, incluso buena parte de la Provenza) se considera ya una rareza en muchos pueblos de España. Casualmente (o más bien todo lo contrario) quienes han mantenido su esencia urbana son las villas y pueblos que más interés despiertan en el turismo. Y Calatañazor, ha sido una de ellas.
La calle Real
Subiendo por la emblemática calle Real, única vertebradora del pueblo y que llega hasta los confines del viejo castillo de los Padilla, era fácil darse cuenta de que cada paso consistía más bien en retroceder en años. Hasta llegar incluso los albores del primer milenio y repetir mentalmente la rima que siempre acompañará a este lugar y que dice que «En Calatañazor perdió Almanzor el tambor». Y es que, al parecer, aquí en el año 1002 el gran caudillo de los árabes, en el tiempo en que los páramos sorianos entre San Esteban de Gormaz y Medinaceli hacían de frontera entre los reinos cristianos y el Al-Ándalus, perdió una batalla que desequilibraría la balanza. Herido se retiraría camino de Medinaceli precisamente, falleciendo bien en ésta o bien en Bordecorex, un humilde pueblo de las conocidas como Tierras de Berlanga y que se aferra esta historia (o mito) con todas sus fuerzas. Los propios historiadores no se ponen de acuerdo ni en el final del canciller andalusí ni en el lugar donde éste fue enterrado. Ni tan siquiera si tal batalla existió. Pero mientras nadie demuestre lo contrario, Calatañazor no dejará de ser la criptonita de Almanzor y el principio del fin del Islam en la Península Ibérica.
Nada queda en la villa de los tiempos de Almanzor, ni tan siquiera el castillo. Todo es posterior. Un busto le recuerda en una pequeña plaza que surge de manera tímida a un costado de la calle Real. Precisamente esta hilera de casas porticadas sostenidas por columnas de madera es el principio y final de Calatañazor. En la actualidad en esta vía principal queda algún que otro mesón castellano, habitaciones de hotel (La Casa del Cura es el más popular) e incluso una tienda de productos típicos de Soria (ojo a «la casa del queso»), sin olvidar un interesante comercio de artesanía cuya visita resulta agradable para hacerse con algún souvenir.
Santa María del castillo
De la curvatura de la calle principal de Calatañazor surge el templo cristiano más importante de la localidad, la iglesia de Santa María del castillo. De origen románico (s. XII) aunque con añadidos posteriores entre lo siglos XVI y XVIII llama la atención, sobre todo, la fachada occidental donde se encuentra la portada. He aquí los condimentos de su estilo arquitectónico original, en el arco de medio punto y los tres arcos ciegos sobre el mismo. Los capiteles gastados a ambos lados de la puerta corresponden a Sansón con el león y al otro lado lo que parece una arpía (su estado de conservación no permite asegurarlo). Frente a la iglesia se halla un coqueto museo parroquial con distintas muestras de arco sacro así como pergaminos y sellos del reyes de España como Enrique IV o Carlos I.
El rollo de justicia de la Plaza Mayor de Calatañazor
Dejando atrás el busto de Almanzor y avanzando unos pocos metros más llegamos a una curiosa Plaza Mayor. Y digo curiosa porque es completamente triangular. Un rollo o picota emerge del suelo reverdecido por la hierba para hacernos recordar que la villa gozaba de la jurisdicción de impartir justicia a los reos, ya sea con la pena capital o con la exposición o vergüenza pública que suponía «estar en la picota». Un elemento característico de muchos pueblos castellanos, a pesar de que la mayoría de los mismos fueron mandados destruir en el siglo XIX, puesto que eran vistos como un símbolo de vasallaje que chocaba con el nuevo concepto de Nación.
El castillo de los Padilla
Y al frente no quedan más que las ruinas en vertical del viejo castillo de los Padilla, levantado dos siglos después de la muerte de Almanzor en el lugar en el que debió haber un fortín árabe del que deriva el nombre de la localidad. Con el viento cortante a temperaturas bajo cero, las nubes cerradas taponando el cielo, los buitres revoloteando alrededor y los últimos rescoldos de nieve mezclándose con el barro, resultaba lógico vislumbrar aquí la percepción romántica y oscura de personajes como Gustavo Adolfo Bécquer que supieron contarnos por escrito rincones semejantes.
Los restos del castillo se asoman al conocido como Valle de la Sangre cuya tradición se remonta a la famosa batalla entre cristianos y musulmanes durante el verano de 1002 y que daría con los huesos de Almanzor en algún enclave de la llanura soriana. Arriba, junto a la torre del homenaje y los restos de los sillares aferrados a la roca natural, la mejor muralla posible, los buitres pasaban tan cerca que era posible mirarles a los ojos y alcanzar la piel de gallina al apreciar con nitidez la sonoridad de sus aleteos. Podría asegurar que nunca había podido apreciar el vuelo de los buitres leonados a una distancia semejante. Salvo en una ocasión cuando en la parte tibetana de Yunnan (China), junto a un río, tuve la ocasión de fotografiar de cerca cómo el cadáver de un yak estaba siendo devorado por una bandada de buitres.
Las vistas desde la muralla de piedra o desde lo más alto de la torre del homenaje dejaban ver otras calles del pueblo, como la de la Puerta Vieja, atenazada en el rocaje. Más allá una llanura yerma a la que el invierno no le había permitido aún obtener verdor alguno. La erosión de la hoz del río Milanos fue la encargada de perfeccionar el sistema defensivo de Calatañazor. No cabe duda de que quien se empeñó en poner allí un castillo sabía muy bien lo que hacía.
Las chimeneas cónicas de Calatañazor y un palomar-restaurante
Además de la manida frase del tambor de Almanzor, una de las peculiaridades de Calatañazor reside en sus gruesas chimeneas cónicas de teja partida. Encima de las antiguas cocinas, consideradas como la parte más importante de la casa, escapaba el humo para empolvar el pueblo con el aroma característico que se logra con el lento arder de la leña. A esas horas a lo que olía era a carne asada o a la brasa, ya fuera de lechazo, cochinillo o ternera. No era de extrañar, entonces, que las humaredas para nosotros se convirtieran en brújulas que no buscaban el norte sino, más bien, un buen sitio para comer. Y puedo asegurar que no costó encontrarlo.
Desde la Plaza Mayor subimos por la calle Tirador, paralela a la Real durante un tramo, y el sendero de adoquines nos llevó hasta un antiguo palomar reconvertido en restaurante. Se llamaba precisamente El Palomar de Calatañazor (www.elpalomarrestaurante.com) y tenía mesas en el interior de un robusto edificio circular con más de tres siglos en el que sobresalían las oquedades donde un día se posaban las palomas para anidar. Un lugar acogedor, de pocas mesas repartidas en dos plantas, y que servía de abrigo perfecto para el frío invernal. Para temporadas más calurosas destacaba una inmensa terraza ajardinada con vistas a los tejados del pueblo.
Pero El Palomar de Calatañazor no nos ganó tan sólo por la originalidad de un espacio reconvertido para deleites gastronómicos sino también en lo que su carta ofrecía. Pedimos ensalada de queso de cabra con vinagre balsámico de Módena y frutos rojos, un delicioso pastel de boletus y con las carnes nos decantamos por el Chuletón braseado así como por las costillas de cerdo. Aunque, por lo que nos contaron, sus chuletillas de cordero son considerada una obra maestra. Así como la pipirrana (ensalada de pimientos), la trucha, el bacalao con pimientos o el pastel de cuajada que incorporaron no hace tanto tiempo y que tan buena acogida había tenido en su clientela.
¿Qué ver y hacer en los alrededores de Calatañazor?
Después de comer nos marchamos con la misma nieve cayendo para no cuajar y más bien empapar el suelo del pueblo. Abandonamos Calatañazor por la Calle Real, no sin antes echar un nuevo vistazo a la ermita de Nuestra Señora de la Soledad (por fuera, ya que estaba cerrada) así como a las ruinas de San Juan Bautista al otro lado de la carretera y que, hasta hace pocos años, había estado completamente cubierta de maleza.
Las opciones desde Calatañazor son múltiples, como pasear en uno de los sabinares más espesos de cuantos hay en Europa (apenas a un par de kilómetros camino a Muriel), ir a ver el nacimiento del río Abión en La Fuentona de Muriel (a 5 km) o perderse por la red de carreteras comarcales hasta llegar a una de las entradas del Parque Natural Cañón del Río Lobos por Ucero (a 32 km). De algunos de estos lugares hablo en el reportaje de 52 escapadas de un día desde Madrid (a menos de dos horas para cada semana del año).
Aunque algunas de las mejores propuestas que hay en esta parte de Soria pasan por la fortaleza califal más grande en territorio europeo, el castillo de Gormaz (a 40 km), El Burgo de Osma o la ruta por las Tierras de Berlanga, donde estuviera durante siglos la última frontera entre el mundo cristiano y el musulmán. Con pueblos con castillo como Berlanga de Duero o Rello, un románico excelso en Caltojar o Bordecorex y el mejor interior mozárabe soriano en el interior de la ermita de San Baudelio de Berlanga (LEER ARTÍCULO SOBRE LOS PUEBLOS MÁS BONITOS QUE VER EN LA PROVINCIA DE SORIA).
La provincia de Soria suele aguardar a sus visitantes con humildad y silencio. Pero algo tiene (mucho, diría yo) que a tantos nos ha atrapado hasta volver una y otra vez a los campos de Castilla que describió Machado con maestría.
Y si no lo habéis vivido todavía, no sé a qué estáis esperando…
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
PD: Si os ha gustado el artículo no dudéis en asomaros a la categoría RINCONES DE ESPAÑA.
8 Respuestas a “Calatañazor, un encantador pueblo soriano congelado en la Edad Media”
España tiene muchísimos pueblos tan bonitos como este. Les tendríamos que dar más bola! Bien hecho 🙂
Ver los buitres subiendo delante de tí desde el castillo y el Cristo de una sola pieza (sabina) de la iglesia y las migas y los torreznos, una gran experiencia.
Precioso artículo. Me ha encantado.
Muchísimas gracias Inma!
Conocer pueblos como estos, es un privilegio, un sueño; se respira historia, cuanto daría yo por conocerlo. Lamentablemente parece tarde a estas alturas de la vida y desde Chile.
De ver las fotos te transportas, a épocas remotas. España es un hermoso museo. Podeis estar orgullosos, cuiden cada rincón con cariño.
Muy instructivo, he tomado notas para visitar.
Gracias, saludos.
Que buen articulo y que lindo homenaje al Castillo que alguna vez fue la residencia de mi linaje, este me ha motivado a ir a conocerlo y recorrer Calatañazor. Muchas Gracias.
Es un buen articulo, pero el título no me gusta. El pueblo es precioso y está cuidadísimo (yo lo visité por primera vez en 1988, era otra cosa). No creo que esté «congelado» en la Edad Media: no hay gallinas ni cerdos por las calles, tienen agua corriente, electricidad e internet. Es un pueblo que, por suerte, conserva su arquitectura popular medieval, aunque ello haya sido a costa de la emigración de sus antiguos habitantes.