Un viaje a través de los objetos
Siempre he pensado que los objetos tienen vida propia. Están cargados de la energía que dan las experiencias y tienden a estar coloreados con la pátina de los recuerdos, ese don que nos permite revivir escenas y sensaciones incluso con los ojos cerrados. Cuando viajo acostumbro a traerme alguna cosa que tenga significado para mí, que guarde relación con el contexto de un determinado lugar. De esa forma, si estoy en casa y lo acaricio con mis manos o huelo su aroma, puedo regresar de nuevo a donde procede a través de lo que representa por sí mismo. Es otra manera de viajar mucho tiempo después de deshacer el equipaje, la mejor máquina de teletransportación que conozco y creo conoceré. Porque los objetos no son seres inertes, ni mucho menos. Tienen la vida que tú les quieras dar en todo momento y la capacidad de trasladarte a lugares realmente lejanos en apenas décimas de segundo.
Os propongo hagamos juntos un viaje a través de los objetos, de algunas cosas (no necesariamente bellas) que traje de distintos países del mundo para invadir mi casa y mi vida de recuerdos felices.
Llegará un día en el que los recuerdos serán nuestra riqueza
Nunca me ha gustado la palabra souvenir. Quizás porque acabo asociándola a bazar chino, miniaturas de torres de Pisa de plástico o a camisetas de «Un buen amigo estuvo en Torrelascañas y se ha acordado de mí». De hecho tengo que confesar que muchas veces prefiero no me traigan regalos que no sé dónde poner (porque no hay quien los ponga en ningún sitio), aunque los agradezco porque son gestos que uno tiene para decirle al otro que ha pensado de él en sus vacaciones, aunque fuera un segundo.
Siempre he sido más partidario de usar el término recuerdo, que viene acompasado de las nociones de nostalgia y añoranza. El poeta francés Paul Géraldy escribió en una ocasión que «Llegará un día que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza». Y tengo que decir que dio en el clavo, aunque hubo quien buscó otro lado de la arista no demasiado alegre pero no menos cierta. Por ejemplo Flaubert no creía que los recuerdos poblasen nuestra soledad sino que opinaba que la hacen aún más profunda si cabe. Ambos tienen razón. A su manera, pero la tienen.
Cuando volvemos de un viaje, ¿qué es lo más hermoso que nos queda? ¿El sello en el pasaporte? Bajo ningún concepto. Lo más especial y entrañable que traemos con nosotros son los momentos, las experiencias, las conversaciones en una mesa maravillosa de restaurante o los atardeceres fascinantes frente a un mar en calma. En este punto son los recuerdos cosificados lo más parecido que tenemos a nuestra disposición para embalar momentos y tenerlos para siempre con nosotros. Y, por supuesto, no me olvido de las fotografías, sin las cuales no podríamos congelar aquellas escenas que nos hicieron ser felices por un instante.
Creo en la riqueza de los recuerdos provenientes de un viaje o unas vacaciones (como véis, trato de separar dos conceptos para mí independientes) por poseer esa magia que nos devuelve una y otra vez a un bazar perido de Medio Oriente, a esa playa caribeña donde una vez nos vimos en el paraíso o ese callejón encantador de un país centroeuropeo. Si los ponemos en nuestras manos y los acercamos a nosotros seremos capaces de volver a los lugares donde los compramos o los conseguimos. No siempre tienen por qué ser comprados, ya que pueden ser de alguien que conocimos una vez o incluso una piedra hermosa rescatada de las fauces de un volcán. Son pedacitos de historia, renglones en absoluto torcidos de una vivencia que no queremos que se vaya nunca de nosotros.
Algunas cosas que me traje de mis viajes…
Me reconozco como un fetichista de cuidado, aunque derivándolo al concepto de creer en la magia de los objetos. Siempre me ha gustado coleccionar cosas antiguas y el significado que muchos pueblos africanos son capaces de otorgar a lo que muchos ven como un trozo de madera desfigurado. Y una vez empecé a viajar traté de llevarme conmigo recuerdos con los que mantener viva la esencia de una aventura o un recorrido hecho a saber dónde. Es decir, que mi equipaje de regreso se fue haciendo más pesado pero realmente dichoso. Me gusta abrir la puerta de mi casa y volar por el mundo sin salir del salón, asegurarme que no he olvidado un ápice aquellos instantes que me han hecho crecer en la vida.
Realmente tengo muchísimas cosas de las que podría hablar y no terminar nunca. Así que he hecho una selección de recuerdos con los que me he hecho durante mis viajes al extranjero en los últimos años. Objetos a los que les concedo más que un valor monetario, el valor de ser parte de algo muy importante para mí.
Ajedrez de Bukhara (Uzbekistán)
En Bukhara, una de las ciudades más bellas de que conocí en mi viaje a Uzbekistán, encontré uno de mis recuerdos más preciados en una tienda que estaba dentro de un zoco cubierto, . Es un ajedrez con figuras y dibujos hechos a mano que recrean un motivo principal llamado Ruta de la Seda. Comerciantes con camellos departen entre ellos con el minarete Kalon como telón fondo, verdadero icono en la ciudad de Bukhara (también escrita Bujará si la castellanizamos del todo), trasladándonos a los tiempos de larguísimas travesías por el desierto.
En cierto modo creo ver en este ajedrez los andares de Marco Polo o Ibn Battuta, y las huellas de los mercaderes que contagiaron el saber a miles de kilómetros de sus lugares de nacimiento. Realmente Uzbekistán es un país donde comprar artesanía es una delicia apta para todos los bolsillos. A casa no sólo llegó el ajedrez sino también simpáticas marionetas compradas en Khiva o un pequeño cuadro al que aún le estamos buscando su sitio en la pared de casa.
Moái de madera traído de Isla de Pascua
Llegar a Isla de Pascua y ver atardeceres entre moáis ha sido uno de los grandes sueños que he cumplido en mi vida. Siempre miré de reojo a Rapa Nui, interesándome por su misterioso pasado. Hace algo más de un año logré ver en persona estos colosos de piedra hechos de una sola y emocionarme con ellos. Y es que viajar a Isla de Pascua tuvo un significado especial que fue más allá de estar en el ombligo del mundo. Mirar uno de los cielos más estrellados que he visto jamás, tocar con la yema de los dedos unas figuras llenas de energía que esconden grandes secretos fue el impulso que necesitaba para continuar con mi camino hacia el norte.
A los pies de Rano Raraku, el volcán donde se encuentra intacta la cantera de la que se obtenían los moáis (y tiene decenas de ellos sin terminar en la roca o clavados en la tierra), entablé amistad con una señora que vendía artesanía. Estuvimos dos días hablando de todo y de nada, y terminé llevándome una talla que había hecho su hijo de forma magistral. Ahora tengo la suerte de mirar en casa mi propio moái y volar con la imaginación muy lejos, a más de 10.000 kilómetros de distancia, preguntándome cómo demonios pudieron alzarlos de esa forma.
Loro Blonyo… una bonita tradición javanesa
En muchas casas de Indonesia, sobre todo javanesas, se ve a la entrada una pareja de tallas de madera de un hombre y una mujer. Se las conoce como Loro Blonyo, que viene a significar dos juntos o, para muchos, los «siempre juntos». Representan a dioses de la fertilidad según la tradición hindú y se les suele regalar a los recién casados para que les de prosperidad en su vida, su trabajo y, sobre todo, muchos hijos. Al parecer se inició esta tradición en el Siglo XV en el Palacio de los Reyes de Java y, desde entonces, el pueblo también la fue haciendo suya.
Estos «siempre juntos» los adquiriemos en una tienda de artesanía de Ubud, mientras dábamos un paseo por una zona de arrozales. Sin duda la isla de Bali es uno de los mejores lugares del mundo para comprar recuerdos de este tipo. Ahora están en una posición privilegiada en nuestra casa, ya que son lo primero que vemos nada más abrir la puerta. Esperemos nos den la suerte que necesitamos.
Botiquín y máscara antigás de un búnker nuclear húngaro
Sin duda un souvenir de lo más inusual. En un búnker nuclear que sirvió de hospital en Budapest durante la II Guerra Mundial (Hospital on the rock) y en las décadas que duró la Guerra fría, cuando se temía que pudiese haber posibles ataques químicos entre los dos bloques enfrentados, me hice con parte de su stock o sobrante. Pude comprar nada menos que un botiquín que en su día albergó lo necesario para curar posibles heridas de guerra y, junto a él, una de las decenas de miles de máscaras antigás que se hicieron para prevenir los afactes de una guerra nuclear.
El botiquín tiene una jeringuilla de cristal perfectamente guardada en su caja, y con su prospecto. Mientras que la máscara está en una bolsa militar con su propio filtro guardado a parte. Este búnker-hospital fue una de las visitas que más me gustó de un viaje muy alternativo a Budapest que hice en 2012. Ahora puedo decir que tengo un pedacito de la historia de aquel lugar.
Objetos de temática militar tengo unos cuantos, algunos de ellos realmente interesantes, pero eso da para otro artículo…
Tablero de oware de Gambia, un juego africano realmente entretenido
Cuando estuve de viaje por Gambia me percaté que allí mucha gente jugaba en la calle con un tablero alargado con doce agujeros sobre los que se colocaban o iban quitando semillas que hacían de improvisadas fichas. Lo que no pensé nunca es que iba a terminar jugando a él. Y no sólo eso… a engancharme. En este juego conocido popularmente como oware, aunque hay una palabra designada prácticamente por cada etnia del África occidental (awalé, wouri, ware, wari, owari, etc…), gana quien más fichas se quede después de una sucesión de movimientos de izquierda a derecha. Hace falta concentración, estrategia y mucha paciencia.
Me traje uno comprado en el mercado de Serrekunda porque es uno de esos juegos sencillos en los que te puedes tirar un buen rato con otra persona. Así que en casa ni Play Station, ni scrabble… somos más de oware.
Máscara tradicional coreana
Son muchos los pueblos que ha tenido y tienen la tradición de usar máscaras en ceremoniales o rituales religiosos. África quizás es el continente donde más tipología de máscaras existe, y siempre he tenido mucho interés en este mundo. Pero cuando estuve visitando Corea del Sur descubrí que también era típico el uso de máscaras en danzas, obras de teatro y en fastuosos funerales. Allí tienen un gran arraigo cultural las máscaras «Hahoe» (En coreano hahoe tal), que representan hasta doce figuras humanas distintas como el monje, el erudito, la abuela, el noble, etc.
En Insadong, la zona de compras de Seúl, me hice con la reproducción de una máscara hahoe en su versión «noble», conocida como yangban. De ese modo se venía conmigo un pedacito de una de las tradiciones coreanas que más me llaman la atención. La mandíbula de abajo está unida con cuerdas a la parte de arriba para que el actor que se la ponga pueda reir o ponerse serio en su alocución.
Un real de a ocho de un barco español hundido en aguas del Caribe
Cuando Luisiana (Louisiana), en la actual Estados Unidos, era parte de la colonia española en América, requería de múltiples fondos para su mantenimiento. Para ello el rey español Carlos III mandó acuñar en la Casa de la moneda de México y de forma urgente una cantidad de medio millón de monedas de «real de a ocho». Un barco llamado «El Cazador» salió del puerto de Veracruz el 11 de enero de 1794 cargado hasta los topes con el dinero que tenía que llegar sano y salvo a Nueva Orleans para evitar que este vastísimo territorio norteamericano no colapsara por falta de liquidez. Nunca se supo la razón pero aquella embarcación jamás llegó a su destino, naufragando en las profundidades del Golfo de México.
El hundimiento de este pecio fue de tal importancia que bajo una falta de recursos con los que mantener la Luisiana el Rey Carlos IV se vio obligado a cedérselo a Francia para pocos años después ser vendido a un nuevo país llamado Estados Unidos que deseaba extender su territorio. La pregunta está en el aire… ¿Qué hubiera ocurrido si el barco hubiese llegado a su destino? ¿Hubiese cambiado la Historia?
Sea como fuere en el año 1993 un pescador norteamericano halló por la más pura casualidad el bergantín español que se había dado por desaparecido doscientos siglos antes. Se rescataron miles de monedas de plata y también de oro, aunque las menos. Dado que en Estados Unidos el Patrimonio se puede vender, algunos barcos cazadores de tesoros se financian con parte del botín encontrado. Nadie reclamó nada, como sucedió en el Nuestra Señora de Atocha, el galeón hundido más grande del mundo y del que también se está esparciendo lo hallado en el fondo marino. Y de esa forma en Cayo Hueso (Key West), uno de los cayos de Florida a los que se llega por carretera desde Miami, pude adquirir un real de a ocho de plata con la efigie del Rey Carlos III con su respectivo certificado de autenticidad. Al menos parte del tesoro, una millonésima parte, está a salvo conmigo. Del naufragio y las casualidades de El Cazador, supe más por un estupendo artículo escrito por el viajero Antonio Quinzán en la que relata mucho mejor que yo tan increíble como desconocida historia.
Juego de té de Chaouen (Marruecos)
Nada más aterrizar a Marruecos, uno de los países que más me gustan, salgo pitando a un café en busca de ese oro líquido llamado té a la menta. En otros lugares del mundo se pueden probar sucedáneos, pero el original y más delicioso lo he probado en el país alauíta. No sé si el secreto está en las hojas de menta, en el agua, en el azúcar o quién sabe si en la vajilla de metal tipo hojalata en que se sirve este maravilla. Por si acaso, y para intentar prepararlo en nuestra casa, nos trajimos una vez de Chaouen, la ciudad de casas azules, una bandeja con jarra y vasos decorados en relieve. No fue lo único que se vino con nosotros en ese viaje (trajimos un cofre de madera, un puff de piel y una lamparita que se rompió en el trayecto), pero sí una de las cosas más especiales y que mejor nos recuerdan el que siempre digo es «el más cercano de los viajes lejanos».
Un Buda sentado procedente de Sri Lanka
Uno de los viajes más especiales que he hecho en mi vida ha sido a Sri Lanka, la antigua Ceilán. La maravillosa isla del Índico que se sitúa justo al sur de la India cuenta con ocho lugares Patrimonio de la Humanidad y unos parajes naturales de primer orden. Ha sido desde el inicio un imán para el budismo de los inicios y según la tradición custodia el diente de Buda en la ciudad de Kandy, que llegó hasta Ceilán escondido en los cabellos de una princesa. Esta religión tiene hoy en día un peso esencial en la vida de los isleños, salvo en el norte en el que los tamiles son de mayoría hindú. Probablemente sea uno de los países con más esculturas de Buda por metro cuadrado y es reconocida la fama de sus artesanos a lo largo de la Historia.
Dado que Sri Lanka me marcó muchísimo por distintas razones me quise traer a casa un Buda de madera. No quería uno cualquiera sino que su gesto me transmitiese serenidad en momentos que así lo necesitara. Después de estar más de dos semanas mirando figuras encontré una en una tienda de Galle, la ciudad colonial más hermosa del país, y como quedaba poco tiempo para regresar le busqué como pude un hueco en la mochila. Ahuecarla no fue fácil pero el Buda llegó sano y salvo y preside la mesa del salón desprendiendo la paz y la tranquilidad que buscaba en él.
La lámpara maravillosa de Aladino estaba en un zoco en Qatar
Paseando por el zoco de Doha me llamó la atención ver en uno de sus muchos comercios cómo brillaba una bonita lámpara de aceite que se asemejaba muchísimo a la del cuento de Aladino y el genio de los tres deseos. Ahora la tengo sobre la mesa y cuando necesito algo salga bien la froto por si, quién sabe, aparece el genio de la lámpara maravillosa. Por pedir que no quede, ¿verdad?
Y estos son algunos de «los trastos» que permiten que el viaje nunca se termine y que pueda seguir dando pasos por un camino imaginario aunque no me esté moviendo en realidad. No son objetos o meros souvenirs, sino los recuerdos que siempre estarán perfectamente dispuestos para volar de nuevo a un mundo maravilloso que no sabe lo que es detenerse.
No te pierdas la segunda parte de este viaje a través de los objetos. ¡Hay muchos más!
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
9 Respuestas a “Un viaje a través de los objetos”
Ese Moái me suena… no se de qué…
Mira que te traes cosas raras… (un botiquín???) y no me extraña que tu madre se haya alegrado que tengas ya casa propia para meter todo esto jejejejeje.. aunque me imagino que algo la habrás dejado.
Un abrazo!
Totalmente de acuerdo contigo en que esos objetos nos transportan de nuevo a aquellos lugares que nos han visto pasear. Siempre he viajado y viajo con presupuestos mínimos, por lo que la compra de objetos se hace compleja. En un viaje que hice a Jordania, decubrí paseando por Petra el valor, la belleza y el sentido de la tierra y las piedras. Aquel día tomé una pequeña cantidad de las arenas y piedras de colores que forman aquel lugar y me dí cuenta que ese iba a ser el «recuerdo» de cada uno de los lugares a los que viajo. Hoy voy a rellenar mi dos pequeños envases de cristal (siempre lo hago así)con la escapada que he hecho a Georgia y Armenia. Sele, no te alcanzaré, pero con estos dos llevo 61.
Es cierto somos fetichistas.
Espero conocerte en algún encuentro en Barcelona
Saludos.
Mi top 10:
1) Ratones de madera, pintados a mano, de Praga.
2) Cajas de té, muchas, de SriLanka.
3) Bufanda de lana de Katmandú.
4) Pareja de muñecos con trajes típicos de Vietnam.
5) Un buda de madera de Thailandia.
6) Telas del norte de India.
7) Sets de cubiertos de Londres.
8) Tazas para café modernosas de NewYork.
9) Lámparas en papel de arroz de Lago Inle en Myanmar.
10) Cestos de mimbre o algo similar de Bali.
Totalmente de acuerdo que al verlos, tocarlos, olerlos, etc volvemos al lugar de origen. Lástima que no se puedan subir imágenes para compartir.
Un abrazo
Me encanta el ajedrez…una pasada!
Últimamente compramos pocas cosas, ahora que he visto la máscara de Hahoe me ha sabido mal no haber comprado una. Lo que sí tengo es un awelé que compramos en Senegal. Allí aprendimos a jugar y durante un tiempo practicamos bastante pero creo que ahora no me acordaría.
Un post muy chulo, me ha gustado!
Me ha encantado! El que más se me antoja es el tablero de oware,aunque tendría que aprender a jugar con él jejjeje Muy curioso! 😉
Muchas gracias por vuestros comentarios!! Me alegra que hayamos disfrutado juntos de un viaje a través de los objetos..
+ Gracia, el oware es super entretenido. Cuando quieras te enseño!! Pero te aviso, engancha!
+ M. Teresa, el ajedrez es no sólo mi favorito sino también el de Rebeca. De hecho ella lo descubrió en un bazar de Bukhara y me lo fue a enseñar. No nos lo pensamos dos veces. El awelé (were, aware… mil nombres tiene) es, si recuerdas, comer fichas cuando hay 2, 4 o 6, con movimientos a la derecha.
+ Guillermo, ¡menuda colección tienes! Deberías escribir también tu propio viaje a través de los objetos, ¿no crees? Vaya, me has dado envidia con Myanmar y Katmandú… jeje 😉
+ Goncha57… y que traigas mucha más arena del mundo. Menudos recuerdos son estas cosas. Y cómo logran transportarnos a los lugares y las emociones.
Si alguno se ha quedado con ganas de más que sepa que habrá una segunda parte de este artículo, con 10 objetos más.
Felices Fiestas!!!!
Sele
Gran artículo, lo mejor de todo es la sensación de viajar a través de los objetos, cuando he visto ese real de 8 algo me ha dicho que tenía que escribir, como numimsático siempre que voy a un viaje traigo monedas actuales o antiguas para mi colección, lo mejor de todo esto son los recuerdos que que tenemos al ver el objeto, eso no tiene precio.
Saludos,
Jesús.
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