3 viajes muy mediterráneos a bordo del Costa neoRiviera - El rincón de Sele

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3 viajes muy mediterráneos a bordo del Costa neoRiviera

Recientemente tuve la ocasión de disfrutar con mi pareja de un crucero diferente, se puede decir que un crucero de los de a la antigua usanza con un concepto que nos gustó mucho saborear. Embarcando en Salerno (sur de Italia) fuimos remontando el Mar Mediterráneo utilizando puertos menores, haciendo escalas más largas y, sobre todo, rutas diferentes. A bordo de la nave Costa neoRiviera de la compañía Costa Cruceros pudimos vivir unos días magníficos en los que descansar, comer bien y hacer concretamente tres viajes que se salen mucho de lo típico, de lo más trillado. De los viñedos de Toscana a la glamourosa Riviera francesa pasando por la sorprendente región de Las Langas en el corazón del Piamonte. Gastronomía, pueblos fabulosos que no conocíamos y el gustazo de desayunar mirando al mar han formado parte de una experiencia muy mediterránea que tengo que reconocer he disfrutado muchísimo en buena compañía.

Faro de Saint-Tropez (Francia)

Si hace algún tiempo os contaba las sensaciones de viajar en crucero por primera vez, o la vez en que fui en barco a Malmö hasta el Festival de Eurovisión como corresponsal de Los 40, en esta ocasión hemos afinado probando y practicando una ruta marítima mucho más a medida de nuestros gustos con tres viajes diferentes en uno. Y es que hay un crucero por cada viajero con el que dejarse llevar por las olas sintiéndose lo más cómodo posible.

¡Vámonos de crucero!

Es cierto que ni Rebeca ni yo somos cruceristas de manual precisamente. Nos gusta perdernos con la mochila cada vez que tenemos ocasión y nos consideramos demasiado inquietos como para hacer demasiados viajes en barco. Pero de vez en cuando nos apetece vivir algo más tranquilo y buscar, sobre todo, lo diferente dentro de un crucero. El confort y el todo incluído está bien pero a nosotros lo que nos llama más la atención de un viaje en crucero es la ruta, saber muy bien qué podemos ver y hacer cada vez que bajemos a puerto. Ambos somos huidizos de los puertos super trillados y de las rutas típicas de corre, haz la foto y regresa rápido antes de quedarte en tierra. Es decir, Roma en 5 horas, Atenas para hacerse un selfie en el Partenón y excursiones con doscientos acompañantes siguiendo veloces a una guía que sostiene una banderita no va demasiado con nuestra forma de viajar.

Ojo de buey del Costa neoRiviera de Costa Cruceros

Nos gusta subirnos a un barco y buscar alternativas distintas en los puertos, y tener suficientes horas para hacer ciertas excursiones. Por eso precisamente lo que nos ofrecía el neoRiviera en esta ocasión, encajaba sobre todo en nuestra forma de ser. El concepto neoCollection que la compañía ha tratado de inculcar en aquel y otros barcos busca revivir las sensaciones de los cruceros de antes, más íntimos, flexibles, con estadías más largas e incluso pernoctaciones en puerto. Sin olvidarse de darle un toque más a la comida e incluso proponer restaurantes en los puertos. Y entonces, ¿por qué no? ¡Vámonos de crucero! dijimos Rebeca y yo en lo que sería un aperitivo suculento de cara a un mes en el que venían dos grandes viajes muy seguidos y que requerían de bastante energía como eran Malasia y Guatemala.

Sele y Rebeca en el Costa neoRiviera

Tres viajes por el Mediterráneo en el Costa neoRiviera: De Salerno a Barcelona

La ruta de este crucero era de diez días partiendo desde Barcelona, pero no teníamos tanto tiempo, así que abordamos el neoRiviera en Salerno para hacer exactamente la mitad del trayecto. A partir de ese momento nos planteamos hacer tres excursiones que se salieran de lo más típico, aprovechar a vivir pequeños y sabrosos viajes a través de la tradición y la gastronomía de los pueblos pequeños e históricos y, por qué no, seguir aprendiendo de vinos mediante diversas catas en bodegas.

Costa neoRiviera

Nuestros puertos en el plan eran Livorno (Toscana), Savona (Liguria) y Toulon (Provenza francesa). Las posibilidades eran múltiples pero terminamos llevando a cabo las siguientes rutas con las que seguir descubriendo fabulosos rincones en los que acariciar esa esencia mediterránea con la que nos sentimos tan identificados. ¿Preparados? ¿Ya estáis a bordo?

Bolgheri, un pueblo toscano con Denominación de Origen

Bajándose en el puerto Livorno los viajes más usuales de los cruceristas son, sin duda, Florencia y Pisa. Pero poca gente conoce los viñedos que miran al mar en la comuna de Castagneto-Carducci, a unos 50 kilómetros al sur del propio Livorno. Adentrándonos en una Toscana no tan mencionada en los libros de viaje alcanzamos el encantador pueblecito de Bolgheri, que da nombre a fantásticos vinos desde 1994 y al que para llegar es necesario seguir en línea recta un largo paseo de más de cinco kilómetros de cipreses que flanquean una afilada carretera. Justo a la entrada, en el pequeño oratorio de San Guido, el poeta toscano y Premio Nobel de literatura Guiosue Carducci dedicó unos versos que todavía resuenan en aquel prodigioso y estrecho corredor.

Bolgheri (Italia)

El castillo de la poderosa familia della Gherardesca proporciona un arco apuntado desde un torreón almenado con el que abre las puertas a los visitantes que arriban a este pueblo en el que vivió Carducci junto a su admirada y querida Nonna Lucía, la abuela del poeta que era de aquí. Justo antes de entrar, muy cerca del arco (a la izquierda), se encuentra la pequeña iglesia a dos aguas de San Sebastián (normalmente cerrada). Y nada más pasar, en esta ocasión a la derecha, se encuentra la chiesa o iglesia de los Santos Giacomo e Cristoforo, con una sola nave, muy sencilla, que es la más antigua e importante de la zona. Es precisamente la sencillez lo que le otorga valor a este templo al que merece la pena echar un vistazo.

Bolgheri (Toscana, Italia)

Para después de la iglesia lo que hicimos fue pasear por Bolgheri. Es muy pequeño por lo que perderse es realmente imposible. De la entrada surgen dos vías, a la izquierda Via Lauretta y por la derecha Piazza Teresa, ambas pasan junto a Piazza Alberto, todas ellas repletas de tiendecitas con encanto y, sobre todo, interesantes enotecas donde comprar y degustar los vinos «Supertoscanos» que se producen en la región y que resultan estar bastante cotizados.

Bolgheri (Toscana, Italia)

Bolgheri es un pueblo diminuto, recogido y muy medieval por cuya sangre corren los poemas de Carducci, la sonrisa de su abuela Lucía (que tiene una estatua frente a la que era su casa) y las generaciones de la familia della Gherardesca que todavía habitanel castillo del Siglo XV y que lamentablemente no se puede visitar. Sus calles constituyen la quintaesencia de la Toscana más mediterránea y humilde, la que se aleja del David de Miguel Ángel y de la torre inclinada de Pisa. Sin duda Bolgheri, así como otros pueblos de Castagneto-Carducci esconden muchos secretos pero sin alardes por los que merece la pena irse a perder. Un viaje cultural-histórico-gastronómico-enológico es posible. Y sin hordas de turistas llenando las calles. Por eso mismo me gustó Bolgheri.

Enoteca en Bolgheri (Italia)

Para después dejamos la visita a una bodega que se encontraba al sur de Bolgheri y prácticamente pegada al mar. La Tenuta (Finca) Argentiera es sin duda la mayor productora de vinos DO Bolgheri, con una extensión de terreno de nada menos que 500 hectáreas en las que también hay espacio para olivares de los que nacen magníficos aceites. Precisamente el «terroir» se encuentra sobre unas minas etruscas de plata, de ahí el nombre de Argentiera.  Para recorrer la Hacienda es necesario vehículo porque llegar a la bodega propiamente dicha hay que subir una colina. Eso sí, el final del trayecto es maravilloso, con un instante paisajístico que mezcla los viñedos con las olas del mar. La lástima es que las nubes plomizas no nos ayudaran demasiado esa mañana a disfrutar de esa fusión de la tierra y el Mediterráneo.

Finca Argentiera (Toscana, Italia)

Para compensar ese gris de nubes que amagaba una desafortunada lluvia que nos acompañaría  durante toda la tarde, nos paseamos entre barricas y, sobre todo, cogimos buen sitio en la enoteca, que se encuentra junto a la salida, para degustar los vinos DO Bolgheri junto a bruscettas, quesos y ricos embutidos. Mojar pan en aceite y espachurrarle tomates de la tierra fue el mejor maridaje posible de cara a una cata de vinos Argentieri. Poco a poco estamos aprendiendo mucho de enología, aunque nuestro paladar requiere aún más ajustes e intentonas con objeto de sacarle todo el partido a este tipo de visitas.

Finca Argentiera (Bolgheri, Italia)

Al regresar al barco nos hubiera encantado darnos una vuelta por Livorno pero la tormenta que cayó esa tarde lo hizo sencillamente imposible.

Las Langas: Barolo y Alba, colinas del Cuneo con aroma a vino y trufa

El día que pasamos en Las Langas (en italiano Langhe) fue probablemente el mejor de todo el viaje. Esta segunda incursión en italia, pasadas 24 horas de Bolgheri, Argentieri y compañía, nos llevó al corazón del Piamonte. Desde el puerto de Savona tuvimos que hacer más de 80 km nordeste para llegar a un punto exacto de colinas crestadas con pueblos amarrados a defiladeros, torreones de castillos e iglesias rompiéndose en las quebradas. Todo dentro de un suave contoneo de verdes con un fondo magistral de los Alpes aún nevados en el mes de mayo. Habíamos llegado a la provincia del Cuneo, capital de los vinos DO Barolo, las trufas blancas y negras y, en definitiva, un escenario absolutamente vinícola con el mismo aspecto medieval que podía tener siete siglos atrás.

Las Langas (Piamonte, Italia)

Las curvas, sinuosas como los bailes de una culebra, nos fueron arrastrando con suavidad a un panorama campestre (y campechando) en el que cada pueblito merecía la pena una visita y las muchísimas bodegas familiares invitaban a entrar aunque no fueras un experto enólogo. Pero fue llegar a Barolo, sumergido en una marea de viñedos, y comprender perfectamente que un viaje a Las Langas debe pasar por él. Su alma se encuentra en el castillo Falletti, la mayor altura de Barolo levantada en la Alta Edad Media (S. X) para combatir a los sarracenos y que después sirvió como palacio para una de las familias más ricas e influyentes de una Italia a la que aún le quedaba demasiado tiempo para estar unificada. Hoy las líneas de un edificio, que en realidad son varios, circulan entre lo renacentista, el barroco e incluso los tintes neogóticos.

Barolo (Las Langas, Italia)

La Plaza Falletti, donde se encuentra tan estupendo castello, podemos considerarla la quintaesencia de Barolo. Por un lado desprende historia y su estilo se encuentra contagiado de unos paisajes a los que asomarse con el cielo en calma es una auténtica delicia. Son los balcones de Barolo, no sólo en su vieja fortaleza sarracena que ahora además de algunas dependencias interiores muestra a los visitantes un completo Museo del Vino, sino también en calles, recovecos y pasadizos en los cuales siempre está presente el verde que maquilla las colinas de alrededor.

Castillo de Barolo (Las Langas, Italia)

Saliéndonos de la plaza caminamos por el empedrado saltándonos cualquier mapa del pueblo. Allí los mapas no sirven de nada porque las mejores señales se encuentran en los pequeños comercios con encanto y esas tiendas edificadas por completo con botellas de vino de la Denominación de origen local, Barolo. La vida en esas calles discurre con total serenidad, sin más prisa que la que la de un viandante que viene de comprar una ciabatta y se detiene a saludar a la florista, al de la taberna o al carpintero del pueblo.

Panadería de Barolo (Las Langas, Italia)

Una vez habíamos paseado por Barolo quedaba algo muy importante, probar sus vinos. Para ello nos trasladamos apenas cinco kilómetros más adelante hasta llegar a La Morra, un soberbio balcón de viñedos que resumía a la perfección las líneas predominantes en Cuneo y las bajas Langas. En l’Agricola Gian Piero Marrone hicimos una cata de sus caldos en un entorno muy rústico y familiar que muy pronto hicimos nuestro. Nos vimos metidos en un bucle de copas, embutidos y quesos a cada cual mejor y, por supuesto, unas inolvidables bruschettas de la mia mamma, del que no podíamos (ni queríamos salir). En eso consistía precisamente una ruta basada en el que además de ver lugares aprenderíamos (y degustaríamos) los placeres nacidos de su tierra verde.

La Morra (Las Langas, Italia)

Desde allí marchamos a Alba, capital de Cuneo, y uno de los referentes gastronómicos no sólo de Italia sino del mundo. Por dos razones: Ser la sede de Ferrero, y por tanto, tener las fábricas donde se elabora la Nutella y los Ferrero Rocher, entre otros. Y la segunda, ser el hogar de la Trufa blanca y organizar la Fiera del Tartufo en honor a este cotizadísimo hongo. Pero Alba tiene un poco de San Gimignano con unas torres palaciegas altísimas que en su día fueron el skyline de la Edad Media y los techos estrellados de la catedral situada en su plaza principal. Las calles porticadas son una alegoría primaveral y las terrazas tardan poco en llenarse de gente que viene a probar de primera mano uno de los vinos de las más de 200 bodegas que hay en la ciudad.

Alba (Las Langas, Italia)

Pero decir Alba es aparecer el profundo aroma de las trufas blancas. No podíamos irnos de allí sin, al menos, probar esta delicia gastronómica cuyos kilos se miden en miles de euros. En una tienda maravillosa llamada Tartufi & Co situada en Via Elvio Pertinace, 12, hicimos una degustación de trufas en láminas y de los productos elaborados a partir de la misma. Así probamos confituras, quesos con trufa rallada e incluso bruschettas de trufa que nos hicieron entrar nuevamente en un bucle similar al de la cantina Marrone. No nos queríamos mover de allí en ningún modo. Terminamos no sólo husmeando y probando las maravillas que se vendían en esta tienda enogastronómica de Alba, sino que terminamos llevándonos en bolsas algunos productos que nos habían llamado la atención. Además de las trufas las mermeladas son de las de sacar en las grandes ocasiones y bañar con buenos quesos o tostas…

Trufeando en Alba (Las Langas, Italia)

El barco podía esperar. No había mejor concepto neoCollection que lo que nos estábamos encontrando en la región piamontesa de Las Langas….

Alba (Las Langas, Italia)

El glamour de la Riviera francesa en Saint-Tropez y Port Grimaud

Una ruta por las perlas de la Riviera francesa, escaparate mediterráneo de la jet set sin caer en la horterada y el mal gusto. Saint-Tropez y Port Grimaud se pueden hacer en un solo día sin necesidad de pernoctar en un carísimo hotel de 5 estrellas o en uno de los numerosos yates atracados en el viejo puerto. El neoRiviera atracó en Toulon, en la Costa Azul a una hora de Marsella. Y desde este emplazamiento estratégico desde tiempos de la II Guerra Mundial que ahora posee una de las bases navales más importantes de toda Europa, salimos a conocer dos localidades relacionadas con el glamour, el cine y la nouvel vague.

Desayunando a bordo del Costa neoRiviera en el puerto de Toulon

Saint-Tropez es un idílico pueblo de pescadores de la Riviera francesa convertido desde los años cincuenta en el punto de reunión de ultramillonarios y artistas que se dejan ver en las terrazas de sus yates, tomando un café de a 10 euros la taza en una terraza o conduciendo un deportivo recién encerado. Pero, afortunadamente, ha mantenido la esencia del pueblo, apostando por conservar y no construir deformidades en forma de rascacielos. Por eso Saint-Tropez sigue siendo una escapada interesante, porque esta tal cual era hace décadas y pasear por los callejones de la vielle ville (casco viejo) tiene su aquel.

Saint-Tropez (Francia)

Las fachadas ocres, amarillas y naranjas de los edificios, con sus coquetas contraventanas de madera, se asoman al Mediterráneo más azul de la costa francesa. Y aunque ya no viven marineros allí las casas se han dejado tal cual estaban, permitiendo alargar los ritmos de una armonía visual y estética que nos hace huir de lo estridente e innecesario. Nacen galerías de arte, tiendas de alta costura y pattisseries que aromatizan las calles de una de las localidades más caras de Francia, por encima de la París de los Campos Elíseos y la Ópera Garnier.

Saint-Tropez (Francia)

El Saint-Tropez que nos queda a quienes no nos pesan los bolsillos es el de escrutar yates caminando por el puerto viejo, buscar las olas del mar en el faro pintado de rojo o subir hasta una ciudadela pensada para paralizar las acometidas de los piratas que ponían su empeño en saquear la costa.

Rebeca y Sele en Saint-Tropez (Francia)

Cierto es que lo mejor es vagabundear con el querer y no poder, conformándose con los inmejorables helados italilanos de Barbarac (el de tarta de limón y el de Nutella son una auténtica institución) y con la seguridad de que disfrutar de los cielos de la Provenza continúa siendo gratis. Sin duda nos pareció una escapada bastante agradable que además complementamos con una visita a pocos kilómetros (comunicado tanto por carretera como por mar) al originalísimo Port Grimaud.

Saint-Tropez (Francia)

Y he aquí un descubrimiento para quienes Saint-Tropez se les quedó pequeño o querían algo más. De esa forma un millonario en los años sesenta compró una zona de humedales que convirtió en una Venecia provenzal para millonarios a la que llamó Port Grimaud. Levantó casas “a la veneciana”, aunque con un estilo arquitectónico que mantuviera las líneas de la Riviera francesa. Y los ricos que se habían cansado de Saint-Tropez se hicieron con sus residencias a las que sólo se puede llegar navegando por los canales con barcas y, por supuesto, yates (los de gran eslora se tienen que quedar fuera porque no caben).

Port Grimaud (Francia)

La visita a esta nueva Venecia tan sumamente mediterránea se suele hacer en barcos que vienen a costar 5´5€ (incluídos en las excursiones de los cruceros) y que te pasean por este enjambre de canales y casitas con encanto de a más de 10.000 euros el metro cuadrado y para las que es necesario ser dueño de una embarcación si quieres llegar de alguna manera.

Port Grimaud (Francia)

Sin duda este lugar tan curioso del que supimos su existencia apenas días antes del viaje en el neoRiviera no nos lo hubiésemos imaginado nunca. Port Grimaud fue otro de los hallazgos que hicimos buscando algo más de lo puramente usual.

EL CUARTO VIAJE: CONCEPTO NEOCOLLECTION

Estoy todo el tiempo hablando de los tres viajes que hicimos a bordo del neoRiviera, pero me olvido del cuarto y no menos importante, el propio barco. Asomarse al mar para ver el atardecer o despertarse contemplando un horizonte inmenso teñido de azul es de por sí un viaje que disfrutamos y aprovechamos, que necesitábamos. La idea de ir en un barco menos masificado y coqueto nos gustó porque era lo que nos habían contado de los cruceros de antes, más relajados.

Desayuno frente al mar en el Costa neoRiviera

El concepto neoCollection que busca ofrecer Costa Cruceros en este tipo de barcos (no sólo en el neoRiviera, sino también en el neoRomántica, por ejemplo) va más allá de lo típico y se ocupa de dar un servicio más exclusivo a quien va buscando algo diferente. Personalmente me quedo con la comida tanto del Restaurante Cetara (puente 5) como el del Buffet Manarolla Grill. Sencillamente excelentes. Y es que asistimos al Festival Gastronómico Mediterráneo en el que todos y cada uno de los menús habían sido elaborados por la Universidad Gastronómica de Pollenzo (Piamonte, Italia), por lo que en cada comida y cada cena encontramos una sorpresa constante.

Restaurante Cetara (Costa neoRiviera)

El Cetara, por ejemplo, tenía mesas para parejas, y a diferencia de otros cruceros no había ni que compartirla ni establecer turnos de comidas. Este tipo de detalles la verdad que nos gustan. Y esta escapada en la que no sólo primaba la ruta escogida nos sirvió mucho para pasar un tiempo precioso los dos. Cafés en el Eze, cocktails en el Positano, algún que otro baño en cubierta mientras dejábamos el último puerto… son recuerdos que siempre nos llevaremos con nosotros en esta estancia romántica e intensamente vivida. De hecho un día después de regresar tenía otro viaje por delante, nada menos que Malasia.

Costa neoRiviera

Es cierto que durante algún tiempo fui reticente a los cruceros, que soy demasiado inquieto como para que la propa y la popa de un barco marque mis fronteras. Pero tengo que reconocer que no había encontrado todavía el mío, en este caso… el nuestro. ¡Esta escapada la tenemos que repetir!

Sele

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