Látrabjarg, el acantilado de los frailecillos en los Fiordos del Oeste (Islandia)
Siempre me he sentido atrapado emocionalmente por aquellos lugares considerados confines. Umbrales geográficos donde el término del latín Finis terrae alcanza todo su sentido. Durante mi último viaje al norte de Islandia indagué en solitario por la región de los Fiordos del Oeste, un territorio que fusiona el mar con las montañas mientras que permanece casi desconectado con el resto del país. Mi intención no era otra que arribar al extremo más occidental de Islandia, Látrabjarg, no por mero capricho, sino con el objeto de ver y fotografiar frailecillos en el que se considera uno de los mejores acantilados del país para hacerlo, con perdón de Dyrhólaey (en el sur), Borgarfjördur y las islas Vestman. Las horas que requiere llegar hasta este lugar, así como el estado de la carretera en su mayor parte de grava, sigue siendo hoy día una manera eficaz de disuadir a los visitantes. De ahí que no sea un rincón de Islandia demasiado concurrido, lo que ayuda bastante a disfrutar sobremanera de una gran experiencia que os aseguro va más allá de contar con la presencia de estos simpáticos pájaros voladores de picos coloreados a pincel, los cuales cuando vuelan dan la sensación de que fueran aviones con los motores escacharrados.
Los acantilados de Látrabjarg, así como sus solitarias playas anaranjadas, convierten al límite más meridional de los Fiordos del Oeste en lo más parecido al lienzo de un genio impresionista de finales del XIX. Allí, embelesado por la mejor luz de Islandia, conviví con largas y silenciosas mañanas caminando por la arena, el viento revolviendo algunos libros de viajes que traje en la maleta e intensas tardes de fotografía en compañía de mis queridos frailecillos.
MIS DÍAS EN LÁTRABJARG, JUEGO DE LUCES (Y FRAILECILLOS) EN LOS FIORDOS DEL OESTE
Viaje en coche por los Fiordos del Oeste hasta Látrabjarg (y parada en Dynjandi)
Llegar a Látrabjarg me llevó tantas horas como si hubiera cruzado la Península Ibérica de norte a sur. Y no por los kilómetros, que desde la granja de Dæli (bajo la península de Vatnsnes) donde había pasado la noche había en torno a 400, sino, sobre todo, por una orografía compleja que exigía a bordear una interminable sucesión de fiordos por una carretera sin pavimento a la que los baches, el viento y, en ocasiones la lluvia, ayudaba a desdibujar así como a disminuir la velocidad. Cierto es que yo soy de los de detener el coche de manera continua para tomar fotografías de los paisajes, que en esta región alcanzan una rotundidad impresionante. Así como los fiordos noruegos llegan a rozar lo bucólico, en los del oeste de Islandia priman estampas mucho más ásperas. E incluso diría que, en ocasiones, desapacibles. La belleza en bruto de un territorio que todavía se puede tildar de salvaje.
Ruta realizada en los Fiordos del oeste hasta Látrabjarg y la playa roja de Rauðasandur
No fui directamente al acantilado. Me desvié para entretenerme, al menos un par de horas, en subir y bajar a la cascada Dynjandi, apodada como “el velo de la novia” por la forma en que expande su caída por la curvatura de la montaña. Allí, sentado a sus pies, permanecí un buen rato completamente solo, como lo llevaba desde que había partido temprano. Si hubiera tenido la suerte (o desventura) de caer en el sur de Islandia en vez hacerlo en los fiordos del oeste, estoy convencido de que sería visitadísimo. Con absoluto merecimiento está entre las cascadas más bonitas que se pueden ver en Islandia hoy día. No me cabe ninguna duda.
Por carreteras sin asfaltar fui dando un rodeo hasta llegar a los pueblos de Bíldudalur y Patreksfjördur. Cierto que podía haber ido más directo pero tenía energías y muy buena luz para entretenerme un poco más. A veces no es el destino final sino el camino lo que construye una buena historia. Me encontré con bastante nieve en las montañas, pero para nada incomodaba la conducción, puesto que las carreteras, a pesar de bacheadas, estaban completamente despejadas de cualquier resquicio de nevada, así como de hielo, que viene a ser lo más peligroso para el vehículo. De ese modo pude conocer, en primer lugar, Bíldudalur, un pequeño pueblo con puerto a orillas del Arnarfjörður que cuenta con “su propio monstruo del Lago Ness” en el fiordo (Tienen incluso un museo dedicado a esta criatura que, según los locales, ha sido avistado en centenares de ocasiones). Y de fiordo en fiordo me aproximé a Patreksfjördur, quizás la localidad más importante del área meridional de la región y donde me detuve para echar combustible al coche. Y es que uno de los mandamientos de todo viaje a los Fiordos del Oeste reza que donde veas una gasolinera, aprovecha para llenar el depósito. Porque no sabes cuándo vas a encontrarte con la siguiente.
Desde Patreksfjördur necesité de cuarenta minutos más para llegar al hotel que tenía reservado en la playa de Breiðavík, a tan sólo una decena de kilómetros de los acantilados de Látrabjarg. En esa última silueta geográfica iniciada con un oxidado barco fuera del mar cambió todo. El paisaje empezó a mostrar extensas playas, caracterizadas por su anchura así como por la arena extremadamente clara, incluida una sucesión de montículos que, en realidad, no era otra cosa que una colección dispersa de dunas. A esas horas de la tarde numerosas aves acuáticas copaban todas aquellas playas salvajes. Cuentan que sobre las rocas no es difícil encontrarse con focas plácidamente tumbadas a la bartola, si bien es cierto que no tuve esa suerte que años atrás sí había tenido en otros lugares de Islandia como Vatnsnes o la Laguna Jökulsárlón.
Cuando el gran balcón de Látrabjarg se apreciaba en un horizonte despejado, apareció la última playa. Y con ella el Hotel Breiðavík, el único alojamiento de la zona y que constaba de un edificio principal con restaurante y una hilera de habitaciones pequeñas que me recordaban al típico motel americano. Sobre una colina una pequeña iglesia y al otro lado de la ventana el mar. Nada más y nada menos. Rápido supe que aquel lugar se quedaría conmigo para siempre.
Quien esté planteándose viajar a Islandia próximamente le recomiendo no se pierda esta lista de 50 consejos prácticos con todo lo esencial para disfrutar de este destino. Una compilación de recomendaciones sobre lugares a visitar, carreteras, mejor época, material útil para conductores y un sinfín de información útil para el viajero.
Primera visita a los acantilados de Látrabjarg. Sin frailecillos pero con sorpresa.
Como soy un poco ansioso me marché en lo que tardé en dejar la maleta en mi habitación. No podía esperar más a ver la estampa de los acantilados de Látrabjarg y, por supuesto, a los pequeños frailecillos. Necesité apenas un cuarto de hora para llegar. Otra subida, otro descenso, otra playa y recta final hasta un faro color blanco con un aparcamiento alrededor aunque con tan sólo un vehículo ocupándolo.
Subí caminando una pequeña pendiente y mientras terminaba de configurar la cámara de fotos para la ocasión me di cuenta de que no estaba solo. Y no me refiero al tipo o los tipos que habían aparcado el coche junto al faro sino a una criatura mucho más pequeña, de pelaje parduzco y orejas hacia arriba. ¡Era un zorro ártico! Es el único mamífero terrestre nativo de Islandia y se deja ver en contadas ocasiones tanto en los fiordos del oeste como en la península de Snæfellsnes. Se disponía a arrimarse al filo del acantilado para cazar algún frailecillo o robarle los huevos del nido. Mi presencia le obligó a retroceder, aunque no se marchó corriendo. Se quedó deambulando por la zona, manteniendo las distancias, quizás esperando que me largase de allí para llevar a cabo su plan. Zorros y frailecillos no son precisamente los mejores amigos del mundo.
Aún sorprendido por haber podido ver un zorro ártico (cambian su pelaje blanco al final del invierno) fue mi turno para asomarme al filo del acantilado. Látrabjarg no es cuestión de unos metros sino de una larga recta que viene a ocupar una franja de en torno a diez kilómetros. Me encontré con una panorámica realmente impresionante que me hizo recordar otros escenarios semajantes como Bempton Cliffs en Yorkshire (Inglaterra), donde vi años antes mis primeros frailecillos y una nutrida colonia de alcatraces atlánticos.
Las paredes de Látrabjarg son de rocas oscuras y bastante elevadas. Suficiente para la anidación no sólo de frailecillos sino también de otras aves marinas como gaviotas, alcas o araos. Aquella hora que pasaba de las nueve, quizás un tanto tardía para mis propósitos, me permitía observar con claridad la presencia de los tres últimos. Pero de frailecillos nada de nada. Puede que llegara pasado de tiempo o que el viento excesivo les estuviera forzando a permanecer en el interior de los nidos que ellos mismos excavan para regresar y refugiarse cada año con su pareja (es un animal bastante fiel). Estando tan avanzado mayo ya habían tenido tiempo de sobra de arribar a las costas islandesas (lo hacen a finales de abril y primeros de mayo hasta que se marchan al Ártico a últimos del mes de agosto) por lo que las causas del viento y la hora me temía eran definitivas. Afortunadamente me quedaría otro día más, por lo que contaba con dos mañanas y otra tarde para poner toda la carne en el asador y tener el encuentro con estas aves picudas al igual que en Inglaterra, Alaska o en la propia Islandia unos años antes (concretamente en Dyrhólaey, muy próximo a la playa de Vik).
Anduve tomando fotografías y casi cuando me iba me topé con un solo frailecillo que hacía por dormitar en una roca. Estaba convencido de que contaría con una mayor suerte al día siguiente. No cabe duda de que la naturaleza se muestra cuando ella quiere y que en este tipo de cosas la paciencia y el número de intentos son claves para que la suerte caiga de tu lado. En Islandia, Botswana, India y cualquier lado en el que moren animales salvajes dueños de su propia libertad.
Entre Rauðasandur y Breiðavík
El día siguiente amaneció soleado y sin viento como nunca había experimentado en Islandia. El color del cielo y la arena alegraban una composición tan idílica como sugerente. Aquella era una delicia costera cuya luminosidad tenue y limpia me recordaba a la de muchos cuadros de genios del siglo XIX que supieron jugar con el mar y la luz de una forma magistral. Me vino a la mente por un instante la punta de Skagen (Norte de Jutlandia, Dinamarca) donde entre dunas y arena luchan dos mares como son el Báltico y el del Norte. Sólo allí pude ver algo parecido en cuanto a luminaria natural.
El día fue largo y aproveché a pasear por la playa que tenía frente al hotel, a leer junto a la ventana y a charlar con la amable dueña del hotel. Hablamos de la zona, de su poco turismo y también, cómo no, sobre los frailecillos. Me aseguró que los vería seguro por la tarde, que estuviera allí a las ocho como un clavo (o antes, si quería) y que con el clima que estábamos gozando contaría con la suerte que me había faltado en la jornada anterior. Pero que no me perdiera tampoco la playa de Rauðasandur justo al otro lado de los acantilados pero a la que para llegar había que dar un rodeo con el coche de aproximadamente tres cuartos de hora.
Seguí su consejo y me programé la ruta en el GPS, aunque siguiendo las indicaciones de la carretera de grava no había pérdida. Fui desandando lo andado el último día aunque en vez desviarme a Patreksfjördur lo hice a la carretera nº614. Rauðasandur quedaba de allí a tan sólo una decena de kilómetros a través un camino aún peor que el anterior. Pero estaba convencido de que iba a merecer la pena. Y así fue. En la última cuesta abajo, cuando la carretera se convirtió definitivamente en un reguero de curvas dejé a un lado una bonita cascada, pude contemplar por primera vez lo que en islandés no quiere decir otra cosa que “playa roja”. Definitivamente los islandeses no tienden a complicarse con los nombres en absoluto. Y bien que hacen.
APRENDE ALGUNAS PALABRAS EN ISLANDÉS Y SABRÁS EL SIGNIFICADO DE MUCHOS NOMBRES DE LUGARES
Todos los topónimos explican lo que realmente son. De hecho si uno antes de viajar a Islandia se propone memorizar unos pocos términos, se acaban reconociendo los lugares por su propio nombre, sabiendo así de qué se trata la cosa. Por ejemplo, bahía es vík, glaciar jökull, el sufijo –sa se refiere al nombre de un río, –sarlon a una laguna, -foss a una cascada y –nes a una península. El prefijo reykja- sería algo así como humeante. Con ese totum revolutum cuando nos hablen del Vatnajökull sabremos que se trata de un glaciar, que Reykjavík significa “bahía humeante” y que Jökulsárlón (la laguna de icebergs del sur de Islandia) quiere decir la laguna del glaciar.
Rauðasandur cuenta con una extensión de once kilómetros, aunque más que por su longitud sorprende por sus dimensiones a lo ancho. La marea baja se había retirado bastantes metros por lo que muchas aves estaban aprovechando para desenterrar pequeños moluscos. Era un momento idóneo para recorrerla, a pesar de que estaba claro que iba a volver al coche con las botas repletas de barro. Así que dejé el coche junto a una iglesia de madera pintada de negro y jugué durante alrededor de una hora con los reflejos. También perseguí con sigilo a elegante cuarteto de cisnes que, chapoteando en los charcos, parecían estar completamente ajenos a mi presencia.
Al final de la playa hay ocasiones en que se avista una abundante colonia de focas pero, o no busqué en el lugar correcto o no escogí el momento adecuado. Aun así merece mucho la pena conocer y dejarse llevar por la que es una de las playas más bonitas de Islandia (junto a la de Vík, Reynisfjara, mi favorita, aunque en concepto no tengan nada que ver la una con la otra).
Regresé al hotel. Saboreé una deliciosa sopa de tomate mientras la hija de la dueña me insufló ánimos para lo que había pasado a ser la “Operación frailecillo”. Me dio varios consejos, dónde mirar bien y, al igual que su madre, me insufló de motivación y confianza para gozar de una hermosa escena de naturaleza con su consiguiente sesión fotográfica. Porque poco me gusta más que retratar animales, sean mamíferos, aves, reptiles o, en definitiva, todo lo que se mueva y se me ponga por delante. Sólo recordar los muchos minutos a solas que pasé con los frailecillos durante mi primer viaje a Islandia y se me ponían los pelos de punta. Revivir aquellos momentos y verlos de cerca nuevamente era algo que deseaba profundamente.
Vídeo grabado en Dyrhólaey. Frailecillos en Islandia. Viaje a Islandia 2015.
Unas cuantas horas de coche me había costado llegar hasta allí y no me iba a marchar con las manos vacías, así que descansé por un rato y en torno a las 19:00 horas, una hora antes de lo recomendable, me planté con mi coche lleno de barro en el faro que marca el final de los acantilados de Látrabjarg.
El show de los frailecillos en Látrabjarg
El único momento de la tarde en el que no vi frailecillos fue en el corto camino medio minuto entre el aparcamiento y el filo más cercano del acantilado. La cosa empezó con uno, luego apareció su pareja. Y a aquello lo sucedió una lista interminable de incorporaciones que a izquierda y derecha no había hueco para más frailecillos. Todos los nidos superiores se fueron ocupando. A todo ello había que sumarle la luz perfecta, la falta de viento, la escasez de público aledaño (había dos grupos de personas que estaban grabando un documental con un equipo de vídeo alucinante) y la predisposición de las aves para dejarse retratar todo lo cerca posible. El espíritu de lo sucedido en Dyrhólaey fue superado en pocos minutos. Y os aseguro que durante aquellas tres horas que pasé en Látrabjarg fui la persona más feliz del mundo.
Los frailecillos, en inglés puffins (los islandeses le llaman a este ave «lundi»), son unos auténticos héroes con alas. Su torpe apariencia al caminar e incluso al arrojarse de los acantilados para salir a pescar ofrece la impresión de debilidad. Pero nada más lejos de la realidad. Un animal que se pasa ocho meses de su vida en los fríos mares del norte, sobre todo el Ártico, sin tocar tierra, no puede ser, ni mucho menos, débil. Todo el invierno en alta mar, navegando y pescando en grandes grupos en aguas gélidas. Para después regresar cada año al mismo lugar, al mismo nido del mismo acantilado. Y con la misma pareja. Es formidable, ¿verdad?.
Por eso poder observar y retratar a aquella panda de valientes de picos coloridos y patas naranjas es un regalo. E Islandia el mejor país del mundo para hacerlo, pues cuenta con unas condiciones geográficas y climatológicas idóneas para albergar numerosísimas colonias de frailecillos. Látrabjarg, sin duda, se trata de una las más grandes (la mayor está en las islas Vestman) y, por fortuna, menos transitadas del país. Desviarse tantas horas de la ruta circular no es algo que haga todo el mundo, por lo que para venir aquí hay que hacerlo aposta y siendo muy consciente de a lo que se viene. Aunque, como he comentado antes, todo el entorno goza de una magnífica riqueza visual y de las condiciones para quedarse más tiempo a disfrutar de uno de los secretos mejor guardados en tierras islandesas.
Me senté frente a los frailecillos, me tumbé incluso en el suelo para obtener primeros planos. Por un lado disfruté con la mirada de aquellas escenas de naturaleza, mientras que por el otro me guardaba los mejores instantes posibles para una muy deseada serie fotográfica que llevaba queriendo hacer desde hacía mucho tiempo. Y, aunque tengo más de «juntaletras» que de fotógrafo, en cuya disciplina soy un mero aficionado al que le encanta congelar instantes, puedo decir que el resultado fue más que satisfactorio. ¿Queréis ver algunas de las fotografías que conseguí aquella tarde? Dejemos paso, pues, a las imágenes:
– El nombre de este ave en latín es Fratercula arctica, que significa algo así como «El hermano del Ártico» (hermano con un sentido de pertenencia a orden religiosa). Lo de frailecillo hace referencia a que su pelaje blanquinegro les hacía recordar al hábito de los monjes.
– El pico de los frailecillos, durante el tiempo que están en alta mar, es grisáceo y carente del colorido que sí tiene durante la primavera cuando se aparean.
– Otros apelativos con los que cuenta esta especie son «loro de mar» y, sobre todo, «payaso de mar».
– El ser humano es su mayor depredador. Su carne se sirve en algunos restaurantes islandeses.
– Para pescar el frailecillo capaz de sumergirse a unas profundidades que superan los 60 metros. Aunque aguantan en torno a 30 segundos.
– Cuando vuelan baten sus alas más de 400 veces por minuto. Y alcanzan velocidades que rondan los 100 kilómetros por hora.
– Necesitan anidar en los acantilados para saltar desde allí y echarse a volar, puesto que les cuesta horrores poder hacerlo en un lugar plano sin altura. Cuanto más elevados tengan sus nidos, mucho mejor.
– No tienen absolutamente nada que ver con los pingüinos (éstos sólo viven en el hemisferio sur y no vuelan), aunque mucha gente les encuentra parecido. Sí coinciden en detalles como en que siempre tienen la misma pareja, las hembras ponen un solo huevo y se turnan con el macho durante la incubación y cría para poder salir a pescar o en que regresan con el buen tiempo al mismo lugar del que partieron.
– En la película de Star Wars: El último Jedi aparece una nueva especie, los Porgs, para cuyo diseño se basaron precisamente en estas aves. Mientras grababan las secuencias que suceden en el ficticio planeta Ahch-To necesitaban camuflar a los muchos frailecillos que se encontraban en la isla de Skellig Michael (Irlanda), y que no podían eliminar físicamente, por lo que aprovecharon la circunstancia para crear a estos nuevos animales espaciales.
Con los frailecillos (y un banco de niebla muy denso que vino de repente) rematé una estadía en Látrabjarg y, probablemente, algunos de los mejores momentos que he podido saborear en Islandia. Son muchos ya, demasiados en un destino que fusiona el vuelo de las aves con glaciares, montañas, volcanes y la sensación constante de hallarte en otro Finis Terrae. De Látrabjarg fui en coche hasta la península de Snaefellsnes, una pequeña representación de lo mejor de Islandia, también en el oeste pero mucho más cerca de Reykjavík.
¡VIVA ISLANDIA!
Sois muchos los lectores quienes me preguntáis por consejos para viajar a Islandia. Sin duda se trata de un destino que mucha gente ansía conocer. Y del que seguiré escribiendo en este blog mientras pueda. Además ahora que acabo de regresar, trataré de actualizar los temas ya tratados que así lo requieran.
Mientras tanto… ¡VIVA ISLANDIA!
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
10 Respuestas a “Látrabjarg, el acantilado de los frailecillos en los Fiordos del Oeste (Islandia)”
Qué paisajes y qué buenas fotos Sele. Magnífica Islandia. Algún día tendré que ir.
Por cierto, los frailecillos son todo unos profesionales posando 🙂
Un abrazo
Ay Antonio. Islandia te está esperando hace mucho. Ve antes de que se sature!!!
Es de mis países preferidos. Y los frailecillos todo glamour.
Un fuerte abrazo,
Sele
Hola Sele. Que hermoso articulo, lo descubri ahora que estoy preparando mi viaje a Islandia y leo todo lo que puedo.
Voy del 4 al 11 de junio, viajo sola y ya tengo alquilado un auto y los hostales durante el recorrido de la ruta 1. Si Islandia me va a gustar tanto como pienso , voy a dejar la peninsula y sus frailecillos para otra vez. No me va a dar tiempo. Amo la fotografia y aprecie mucho tu articulo.
Si tenes algo que aconsejarme soy toda oidos.
Muchos saludos
Angela
Hola Sele,
organizando mi segundo viaje a ese inigualable pais he recordado que estuviste en Islandia hace pocos años y he querido leer tus comentaros por aquello de encontrar alguna idea……y mira por donde me entero que no hace mucho tambien volviste a recorrer la tierra de hielo y fuego,! Magnifico!
Esta vez queremos saborear los paisajes con calma y salirnos de la ruta 1….falta mucho para septiembre….pero asi tendre tiempo para escoger los lugares!
Ahora mismo me pongo a leer tu articulo! Seguro que me ayuda en tomar buenas decisiones
Hola Estefanía,
Sí, anduve por allí de nuevo. Precisamente he publicado hoy una guía del norte de Islandia. Seguro que fuistéis a todos esos sitios o se os ocurran algunos nuevos. Pero para una segunda vez en Islandia si ya has hecho la circular no lo dudes. Haz los Fiordos del Oeste. Y Snaefellsnes.
Mucha suerte!!
Sele
Peazo fotacas de los frailecillos. Yo me tuve que conformar con un selfie con uno de cartón y verlos de lejos desde un barco 🙁
Buena la ruta por los fiordos del noroeste. A mí se me resistieron. Quizá la próxima vez. Les tengo ganas porque es un lugar no tan común en la mayoría de recorridos. Un saludo Sele y sigue así.
Hola Héctor,
Es que los tuve tan a huevo esta vez. Ya los había visto a cientos en Dyrholeay y también en barco en varios lugares, entre ellos Alaska. Pero en Látrabjarg tuve, sobre todo, tiempo y una distancia cortísima (además de una luz increíble) para poderlos retratar. Las condiciones eran las idóneas. Si vuelves a Islandia, ya sabes, tira para los Fiordos del Oeste, que es la Islandia de hace diez años sin apenas turismo.
Un abrazo fuerte!
Sele
Gracias por esas explicaciones y fotos de Islandia. Planeo y espero poder estar ahí en Junio y cumplir uno de mis sueños desde hace muchos años: ver esa naturaleza tan virgen y fotografiar a los frailecillos.
Un saludo y gracias de nuevo.
Gracias Jose! Y a por esos frailecillos. Te va a encantar esa parte de Islandia 😉
Suerte!!
Sele
Hola Sele. Agradecerte los consejos en tus post de Islandia. Fuimos el mes de Septiembre y ahora escribiendo los artículos en mi web me acordé de lo que me llegaste a ayudar con tus artículos. Muy objetivos, y realmente detallados. Muy asombrado con tu trabajo y realmente las indicaciones que das …. son exactas. Sinceramente, gracias !!!!